Malinowski había sobrevivido a las islas Trobriand y a los salvajes que las habitaban. Pese al horror que le había supuesto la experiencia, lo cierto es que el Malinowski que había regresado a Londres en 1919 era muy diferente al que había abandonado la ciudad en 1914. Londres también había cambiado.
Malinowski decidió poner por escrito lo que había visto.
Le había quedado clara una cosa: esos salvajes, esos negros, esos brutos que había dejado atrás no eran personas simples y estúpidas, como había pensado él mismo antes de pasarse años en la Melanesia, qué remedio. Malinowski los había visto asimilar y procesar información compleja y variada, y responder a ella de manera creativa e inteligente mediante mecanismos sociales sofisticados. Ni que decir tiene que se había sorprendido por ello.
Para Malinowski, después de su desoladora experiencia, la sociedad no dejaba nada al azar, y cualquier acto social cumplía una función determinada. Él lo dijo de manera más retorcida: la identidad real de una cultura parece reposar en la conexión orgánica de todas sus partes, sobre la función que tal detalle realiza en el interior de su sistema, sobre las relaciones entre el sistema, el medio y las necesidades humanas.
De ahí el funcionalismo, que es como se llamó la teoría antropológica de Malinowski.
También dejó atado y bien atado que Freud se equivocaba cuando hablaba de la universalidad del complejo de Edipo y otras lindezas psicoanalíticas. La simple observación de las creencias y las respuestas emocionales de los salvajes, así como sus motivos para hacer tal o cual cosa, mostraba que los trobriandeses no padecían el complejo de Edipo ni nada parecido. Es más, su descripción de las costumbres sexuales de los salvajes de Malinowski fue uno de los ingredientes que hicieron de su obra un best-seller y labraron su fama secular.
Cuando escribió la obra que cambió para siempre la antropología (Argonauts of the Western Pacific, 1922) Malinowski cambió también para siempre su vida. Se había inventado a sí mismo, escribiendo sobre los demás.
Citaré: Ellos [los salvajes] no conocen el conjunto de su estructura social. [...] la entera institución colectiva [de su sociedad] va más allá de su capacidad mental. Ni siquiera el nativo más inteligente tiene una idea clara de su pueblo como construcción social, ni mucho menos puede concebir sus implicaciones o funciones sociológicas. [...] Corresponde al Etnógrafo la integración de todos los detalles observados, la consecución de una síntesis sociológica de los diversos síntomas significativos [...] El Etnógrafo tiene que construir el retrato de una gran institución, como el físico construye su teoría partiendo de datos experimentales, que siempre han estado al alcance de todos, pero que necesitat una interpretación consistente [que sólo puede proporcionar el Etnógrafo]. [...] Hay que recordar que lo que parece una extensa, complicada y bien organizada institución es el resultado de las acciones y las querencias de los salvajes, que no tienen ni las leyes ni el ánimo ni el conocimiento para concebirla.
Digámoslo de otra manera. Las matemáticas nos dicen que ningún conjunto puede definirse a sí mismo sólo con sus elementos, pero éstas no conocía al Etnógrafo malinowskiano. Éste sí que es capaz de elevarse sobre la ignorancia de los salvajes que le rodean (sean trobriandeses o barceloneses, tanto da) y sintetizar el porqué de lo que hacen o dejan de hacer. Él sí que tiene una visión del conjunto, él está por encima del conjunto, él no es uno más del conjunto, él es un punto y aparte (y fuma en pipa y gasta salacó).
Naturalmente, el Etnógrafo, con mayúsculas, el tipo de punta en blanco, pipa y salacó, es nuestro héroe, Malinowski, que antes de ser el Etnógrafo parecía, más bien, un personaje en busca de autor (y de una botella de güisqui), un tipo pirandelliano que al final ha tenido que crearse a sí mismo. Ahora, el Etnógrafo es el supremo conocedor de lo incognoscible y se escribirá con mayúscula, y el físico será el físico, con minúscula.
De ahí la pasión que despierta la antropología contemporánea. Sus practicantes se creen con la verdad absoluta. Sus críticos afirman que un antropólogo no verá más allá de sus narices, que si cualquier hijo de vecino no puede definir el todo en el que vive, el antropólogo, menos, porque lo verá todo a través de un modelo teórico (pre)establecido.
Así nos dejó Malinowski, que en su diario afirmó, cuando se sentía en el peor de los mundos posibles: No soy nadie, carezco de personaje.
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