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Las tribulaciones del profesor Malinowski (III)

Por algo será que el Diario de campo en Melanesia de Malinowski tardó muchos años en publicarse, y se publicó censurado. Su viuda arrancó muchas páginas de la publicación y los editores no se atrevieron a publicarlo todo, por miedo al escándalo. Sólo muchos años después de muerto pudieron publicarse sin pudor esas fascinantes memorias. Las recomiendo vivamente.

El Malinowski de la Primera Guerra Mundial, el que inventó la observación participante (o participativa), ése que iba vestido de punta en blanco, con salacó y pipa, entre salvajes prácticamente desnudos, no tiene nada que ver con el antropólogo legendario que imaginamos todos. Era un tipo más patético (y humano). Y con esa pinta e indumentaria, lo de participante...

De entrada, Malinowski, sin ánimo de ofender, habla de salvajes y de negros. Digo sin ánimo de ofender porque él estaba convencido de que llamándolos así no ofendía a nadie. En su diario, sin embargo, sí que quiere ofenderlos, porque está hasta los mismísimos de los brutos (sic) con los que convive, y confiesa que le gustaría tanto golpear a los negros... Se sentía frustrado y furioso, consigo mismo y con el mundo. Mientras Europa vivía una guerra mundial y cosas tan importantes (sic), él tenía que fastidiarse y vivir, cito, en este agujero inmundo. No comprendía a los trobriandeses, no entendía lo que decían, se enfurecía por ello. Porque él apenas chapurreaba el kiriwano, lo que hablan en la isla más grande del archipiélago, pero los trobriandeses hablaban otra cosa y se le reían en la cara. Qué tonto, el blanquito.

Ya saben, sexo y violencia, y si por un lado tenemos a un Malinowski al que le apetecía sacar un revólver y poner orden en la casa, por el otro tenemos a un jovencito bastante salido, que sueña ahora con una misionera, ahora con una trobriandesa... Al principio, las salvajes le causaban repulsión; pero luego, todas esas trobriandesas prácticamente desnudas, con los senos al aire corriendo de aquí para allá... Lo que ponía en el diario no lo ponía en las cartas que escribía a su madre (mamá, va todo muy bien) ni a su novia polaca (churri, va todo muy bien). Tampoco lo decía a su novia australiana... ¡Caramba! Pues, sí, dejó en Polonia a una y se buscó otra en Australia, Elsie R. Masson, la que luego sería su primera esposa, lo acompañaría a visitar tribus y después de visitarlas le diría que ahí te quedas tú con los negros y los salvajes, que yo me vuelvo a casa con mi mamá.

Además, el Malinowski de los diarios de Melanesia es un tipo enclenque, hipocondríaco. Se preocupa cuando hace caca y cuando no la hace. Le amargan los mosquitos. Odia la comida. Se le acaba el güisqui... Sufre varios episodios de depresión.

No le resultaba fácil soportar todo aquello, ni era capaz de obligarse a trabajar. Las más de las veces está desesperado y aburrido y no se veía con ánimos de grandes estudios. Echaba de menos Londres y se tenía que conformar con la vida social de los salvajes, que escapaba de su comprensión. Así se entienden tantas entradas de su diario cargadas de angustia, de ira, de asco... Pocas veces se siente feliz; normalmente, cuando deja atrás a los salvajes por un par de días. En pocas palabras, no parece un tipo en sus cabales, sino un personaje al borde de la desesperación. ¿Han leído El corazón de las tinieblas? Pues, algo parecido.

A Dios gracias, Malinowski no se pegó un tiro porque la guerra acabó antes. Como dijo Nietzsche, lo que no te mata, te hace más fuerte, y el polaco enclenque regresó a Londres para convertirse en una leyenda, en la leyenda de los antropólogos.

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