Corre el rumor que en cualquier momento un diputado actualmente en activo no será imputado. Fuentes parlamentarias han desmentido esta información, que consideran escandalosa e inaceptable. Seguiremos informando.
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La locura de Garrett McNamara
El señor don Garrett McNamara.
Que yo sepa, la marca todavía no ha sido oficialmente reconocida, pero ¿saben qué les digo? Que me da igual, porque viendo lo que hizo el señor don Garrett McNamara hay más que suficiente y de sobras para quedar pasmado, patidifuso, asustado y a la vez, maravillado.
El señor don Garrett McNamara es hawaiano, de las islas Hawái, y como todos los hawaianos, viste camisas de colores brillantes y practica el surf. El surf es un juego que consiste en esperar sentado a que venga una ola y cuando viene, subirse a una tabla y mantener el equilibrio justo encima mientras la ola le arrastra a uno. A la vista está que es un juego absurdo, pero precisamente cuanto más absurdo, más divertido.
Lo que sucede es que una cosa es subirse a las olas normalitas y otra lo que hace el señor don Garrett McNamara, que corre medio mundo para subirse a las olas más grandes que puedan darse. Éstas se dan en lugares míticos para los surfistas. Por ejemplo, en las Big Jaws de Hawái, que tienen fama de ser las más altas del mundo. Pero las de la playa de Nazaré, en Portugal, no se quedan atrás y compiten de tú a tú con las mejores olas de Hawái.
Perspectiva de la playa de Nazaré, en Portugal.
Lo sabe el señor don Garrett McNamara, que acude cada temporada de olas a Nazaré, para hacer el burro con la tabla de surf. En 2011 se quedó con una marca mundial surfista, al montar (se llama así) en una ola de 70 pies de altura. Eso son casi 24 metros de ola, vaya por Dios. Pero no se dio por satisfecho y hace unos días el señor don Garrett McNamara montó una ola de 100 pies de altura. Cien pies, que son treinta (30) metros.
El señor don Garrett McNamara montando una ola de treinta metros en Nazaré.
Las imágenes ponen los pelos de punta, ya les digo. La marca está por confirmar y el señor don Garrett McNamara se manifestó prudente delante de la prensa, que contempló la proeza y se quedó con cara de boniato. Prácticamente todo el mundo da por hecho que se batió la marca mundial, pero esperan a ver y no dicen ni que sí ni que no. En todo caso, el señor don Garrett McNamara ya ha escrito en las aguas una parte de la leyenda del surf.
Paseo por las reliquias en Roma (de Jerusalén al Sancta Sanctorum)
Para construir la iglesia de la Santa Cruz se trajo el suelo de Jerusalén, que no es poco suelo.
Otra iglesia notable en Roma por la cantidad de reliquias de la Pasión que guarda es la iglesia de la Santa Cruz en Jerusalén (Chiesa della Santa Croce in Gerusalemme). Se hizo a propósito para exhibir toda clase de recuerdos, comenzando por el suelo, que se trajo tierra de Jerusalén para pavimentar y cimentar la iglesia y de ahí su nombre, porque se levantó sobre Jerusalén, aunque esté en Roma.
Como el nombre de la iglesia indica, aquí se venera una parte de la Vera Cruz, el instrumento del martirio del Cristo, y también la cruz en la que se martirizó a uno de los dos ladrones (¿cuál de los dos?). Con las cruces, más reliquias. Por ejemplo, la esponja que se empapó en vinagre para dar de beber al Cristo (pero ¿no estaba en San Juan de Letrán? ¿No guardan otra en Santa Maria del Trastévere, también en Roma?).
También se venera la Corona de Espinas, pero ésta también se había venerado en la Sainte Chapelle de París hasta que desapareció durante la Revolución Francesa. Es decir, que hubo dos a la vez (¿milagro?). Además, cuidado con las espinas: sólo en Roma, se veneran públicamente veinte espinas; en el Escorial hay once; en Barcelona, un puñado (¿seis?) y en Montserrat, dos más. Y las que me dejo por el camino. Espinas hay para dar y repartir.
También se venera en la iglesia de la Santa Cruz el letrero I.N.R.I. (excepto algún pedacito, que se exhibe y venera en otras iglesias de Roma) y una de las monedas con que pagaron a Judas, el Traidor. ¡Qué no se me olvide! También el dedo que el santo patrón de los escépticos, Santo Tomás, metió en la Llaga del Cristo para comprobar que realmente era Él y no el resultado de una intoxicación etílica.
Tan abundantes como las Espinas son los Clavos de Cristo. La polémica está servida. En la iglesia de la Santa Cruz se conservan dos, de los seis que se veneran en Roma, pero hay que añadir los de Monza, Milán y Siena, sin salir de Italia. Aparte de estos nueve clavos italianos, hay que sumar los tres con los que se forjó la Corona de Francia y alguno más. En España, por ejemplo, la campana de no sé qué monasterio se forjó echando uno de estos clavos en el metal fundido. Cristo murió clavado en la Cruz, se da por seguro.
He mencionado la Escalera Santa, al lado de San Juan de Letrán, en la piazza di San Giovanni Laterano. La escalera venerada está en la iglesia de San Lorenzo in Palatio ad Sancta Sanctorum, y ya es hora de hablar del Sancta Sanctorum.
El Sancta Sanctorum, que guardó durante siglos las reliquias más sagradas del catolicismo.
Es una pequeña capilla a la que se llega a través de la Escalera Santa y sólo el Santo Padre puede oficiar misa en esta capilla, nadie más. El lugar imita el lugar donde se guardaba el Arca de la Alianza en el Templo de Salomón y guarda(ba) las reliquias más santas entre las santas (de ahí Sancta Sanctorum). Fue, durante siglos, el rincón más sagrado de Roma, la más apabullante colección de reliquias de la Ciudad.
Se acumularon tantas reliquias en un espacio tan pequeño que al final se trasladaron (casi) todas al Vaticano. Sólo resta in situ un cuadro de Jesús Redentor llamado acheropita. Es una palabra griega que significa que el cuadro no ha sido pintado por mano humana, aunque los pintores insinúan que fue su patrón, San Lucas, quien pintó la imagen, con el auxilio de un ángel. Fuera quien fuera el pintor, se cree que es una imagen bizantina del siglo VIII.
Algunas de las reliquias del Sancta Sanctorum se han perdido, pero la lista es impresionante: el Santo Prepucio del Niño Jesús, las Sandalias del Cristo, la Santa Silla en la que Él se sentó durante la Última Cena (y les prometo que es verdad que en otra iglesia italiana se conserva la Santa Huella que dejó el culo de Jesús en un asiento, pero no en Roma), el Bastón con el que Le golpearon en la cabeza coronada de espinas, la Santa Caña que sujetó la Santa Esponja (¿la de San Juan de Letrán o la de la Santa Cruz en Jerusalén?), algunas lentejas que formaban parte del menú de la Última Cena (no es broma, pues la tradición habla de las Trece Lentejas, una para cada apóstol más la del Cristo), además de un macabro recuerdo de San Pedro y San Pablo: sus cabezas.
En lugares menos santos que éstos, finalmente, pueden contemplarse algunas de las reliquias más curiosas de Roma. Hablo de los museos, que custodian relicarios magníficos. Uno, por ejemplo, guarda dentro de sí un pelo de la cola del asno que llevó en sus lomos a Jesús cuando entró en Jerusalén la mañana del Jueves Santo y otro que conserva algunas lentejas y migas de pan de la Última Cena, las que no se llevaron al Sancta Santorum.
¡Yo que creía conocer Roma...!
Paseo por las reliquias en Roma (la Sagrada Familia y San Juan de Letrán)
Antes de hablar de las reliquias de la Pasión en Roma, convendría preguntarse qué fue de los padres del Cristo.
De San José no queda nada, apenas un suspiro. Literalmente, un suspiro. Consérvase encerrado en una botellita, una botellita que un ángel depositó en una iglesia francesa, en Blois, donde fue venerada hasta que un papa se hizo con ella. La llevó a Roma, la depositó en el Sancta Sanctorum y las últimas noticias que tenemos del suspiro de San José son que se guarda en el Vaticano.
¿Dónde? En algún lugar del Arcano Archivo de las Reliquias, que es, llámese así, el Banco de Reliquias de la Santa Madre Iglesia. Después de siglos de abusos, no se autoriza ninguna reliquia que no haya pasado por las manos del Arcano Archivo de las Reliquias y autentificado por sus gestores.
La piazza di San Pantaleone. La iglesia no llama demasiado la atención.
La Madre, la Virgen María, tuvo peor suerte que San José. En la iglesia de San Pantaleo (Pantaleone) en la plaza que lleva su nombre, tocando al Corso Vittorio Emmanuelle II, se conserva la mitad de la Virgen María, quizá algo menos. Es dogma de fe católica que la Virgen María ascendió a los cielos en cuerpo y alma, pero se dejó un buen trozo abajo. O eso, o las reliquias son falsas, porque en San Pantaleo(ne) se conservan, atención, un brazo de la Virgen y su hígado, en las habitaciones de San José de Calasanz, y también su corazón y su lengua, en otras dependencias. Contando que en Florencia existe otro brazo de la Virgen, que lo he visto yo, y que me da que hay más trozos aquí y allá... Pobre mujer.
Peor lo tiene San Juan Bautista, primo del Cristo, del que se conservan sesenta y dos dedos de la mano aquí o allá y yo mismo mismamente habré visto más de una docena sólo en Italia.
Dejemos a la familia, centrémosnos en Jesús y comencemos por la reliquia más grande de Roma.
La Escalera Santa, cubierta de madera en el siglo XVIII.
La reliquia más grande de Roma, en cuanto a tamaño, es la Escala (o Escalera) Santa, los veintiocho peldaños que subió Jesús el Viernes Santo para ser juzgado por Poncio Pilatos. Los mandó traer a Roma Santa Helena, la madre de Constantino, el emperador romano que hizo de Roma un imperio cristiano. Son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y quedan justo al lado de San Juan de Letrán (o Laterano). Las pinturas que decoran el pasillo donde está la Escalera Santa son obra de Prospero Orsi, llamado Prosperino el Grotesco, porque era bajito y porque ganó mucho dinero pintando cuadros absurdos (grotescos).
San Juan de Letrán, gran depósito de maravillas.
En San Juan de Letrán, tocando a la Escalera Santa, se conservan y veneran, atención, las columnas del Templo de Salomón que sostenían el velo que cubría el Arca de la Alianza y que se rasgaron cuando murió el Cristo. Están en el atrio.
También se conserva en el lugar la Santa Mesa donde se celebró la Última Cena, aunque no es la única Santa Mesa que se venera hoy en día. Como mínimo, existe otra Santa Mesa en España. También se conservan y veneran en esta basílica (parte de) las servilletas de la Última Cena (sic), al menos una espina de la Corona de Espinas y el Clámide, una capa con que los soldados romanos disfrazaron al Cristo, para burlarse de Él. También conservan parte del Clámide en la basílica de Santa María (Mayor) y en la iglesia de San Francisco á Ripa.
También se conserva y venera en San Juan de Letrán parte del letrero que mandó colocar Pilatos en la Cruz (donde escribió I.N.R.I.), la Esponja con la que bañaron Sus Heridas, un manto o velo con el que se cubrió el Cuerpo de Cristo todavía crucificado (se veneran tres de estos mantos, sólo en Roma), un Santo Sudario (una Sábana Santa, como la de Turín, y que también se cita como auténtica por la Santa Madre Iglesia), sangre y pneuma de Cristo, la que manó cuando fue atravesado por una lanza.
De la lanza, llamada Santa Lanza o Lanza de Longinos, se venera el mástil y parte de la punta en San Pedro en Vaticano y el resto de la punta, en París, aunque también existen puntas de la Santa Lanza en Núremberg, en Estambul y en algún rincón de Armenia. Se dice (no se ha confirmado) que las partes veneradas en Roma y París coinciden y formarían una sola pieza.
En fin, de todo un poco, sin dejarnos una Verónica de la docena y media de Verónicas que se veneran en las iglesias católicas de medio mundo. ¡No está nada mal el depósito de San Juan de Letrán!
Paseo por las reliquias en Roma (la Santa Infancia del Niño Jesús)
Reliquias hay muchas, de toda clase, color y tamaño. En Roma se conservan algunas de las más grandes y también, de las más pequeñas. Nos limitaremos a explorar las que se relacionan directamente con el Cristo y la Sagrada Familia, porque, si no, no acabaríamos nunca.
No está de más conocer los rudimentos de la clasificación católica de reliquias, que emplea el latín para ilustrar en qué consiste cada una en particular. Por ejemplo, una reliquia extrema ratio es un objeto que fue empleado por el santo venerado para obrar un milagro; una reliquia ex ossibus es un hueso o un trozo de hueso que perteneció al santo; un residuo no es más que un pedazo de algo, como ahora, por ejemplo, un retal de los Santos Pañales que empleó la Virgen María para contener la Santa Caca del Niño Jesús.
La iglesia de San Marcello al Corso, donde se veneran unos pañales del Niño Jesús.
No se escandalicen. En la Iglesia de San Marcello al Corso, en la Via del Corso (antes, Via Lata), que une la piazza Venezia con la Piazza del Popolo, se veneran los pañales de Jesucristo, ahí es nada.
Dicho esto, hemos iniciado una excursión por Roma que nos llevará a contemplar muchas de las santas reliquias que se conservan en la Ciudad. Como la hemos iniciado en San Marcello, busquemos también la columna sobre la cantó el gallo de San Pedro, que también se venera en esta iglesia.
Ya saben que Pedro negó a Cristo tres veces antes del canto del gallo, y el gallo en cuestión cantó en esa columna, que alguien trajo de Tierra Santa y no quieran saber cómo supo que era ésa la columna del gallo y no otra, ni qué aventuras en el viaje, con la columna a cuestas.
En la misma calle, en la iglesia de Santa Maria in Via Lata, también se venera el látigo con el que azotaron a Jesucristo en la Pasión. No son únicos, porque se conocen, al menos, dos látigos más.
Santa Maria del Popolo, que guarda leche de la Virgen María y un Santo Ombligo.
Si de ahí vamos a la iglesia de Santa Maria del Popolo, donde se alojó Lutero en su visita a Roma y donde Caravaggio dejó dos magníficos óleos en la capilla Cerasi. Allá se venera un tanto de la leche con que la Virgen María alimentaba al Niño Jesús y un Santo Ombligo, el cordón umbilical que unió a la Virgen con el Niño.
Lo del ombligo es complicado, porque se venera otro en España y uno más en Roma, en la iglesia de Santi Silvestro e Martino ai Monti (o San Martino, a secas). ¿Cuántos ombligos tenía el Cristo?
El relicario de la Santa Cuna, en Santa María (la Mayor). Es propiedad de la Corona Española.
Si seguimos con la infancia del Niño Jesús, se conserva una brizna de la paja del portal de Belén, de la que se empleó para la cuna del Niño Jesús. Está en la basílica de Santa María (la Mayor), donde se venera. La reliquia, aunque está en territorio de la Ciudad del Vaticano (todas las basílicas mayores de Roma son territorio vaticano), la reliquia, decía, es propiedad de la Corona Española.
Lástima que la piedra que recibió en su caída el Santo Prepucio del Niño Jesús fuera robada de la iglesia de San Giacomo, pero puede ir a verse dónde se había venerado. Lo del Santo Prepucio es verosímil, porque Jesús nació judío y fue seguramente circuncidado al nacer. Ahora bien, que ésa, precisamente ésa, fuera la piedra... Seguramente, vendría en el paquete de la columna del gallo.
San Pedro en Vaticano. En la basílica se cuentan doce columnas del Templo de Salomón.
Hablando de columnas, en San Pedro en Vaticano se veneran varias columnas que fueron del Templo de Salomón y ahora forman parte del decorado de la basílica. Ocho se sitúan aquí y allá alrededor del Altar Mayor, pero en la cámara inferior de la capilla della Pietá (donde la bellísima Pietà de Michelangelo Buonarroti) se venera aquella columna en la que se apoyó Jesús cuando tenía doce añitos, mientras discutía con los doctores de la Ley.
Existen más reliquias de la época infantil y juvenil de Nuestro Señor, incluso anteriores. Se conserva una reliquia de un estornudo del Espíritu Santo (sic) que quedó encerrado en una botella que se veneraba en San Frontino, un pueblecito italiano, hasta que se llevó al Santa Sanctorum de Roma, del que ahora mismo hablaremos.
El único momento en que se me ocurre que pudo pillarse el estornudo del Espíritu Santo es en el instante de la Purísima Concepción, porque las otras apariciones del personaje en la Historia Sagrada son en forma de paloma, y las palomas no estornudan. Pero no se me ocurre cómo pudo pillar nadie un estornudo así, ni en qué momento, ni por qué estornudó. En estos casos, fe ciega y pocas preguntas.
Héroe porcino
Nuestro héroe, Tirpitz, en el Imperial War Museum.
A principios del siglo XX, las potencias occidentales tenían buques de guerra en la costa china para defender sus intereses y colonias. No iba a ser menos la Marina Imperial Alemana, que había destacado un escuadrón de cruceros con base en Tsingtao, el Ostasiengeschwader o Escuadrón del Lejano Oriente. Quedó en manos del conde y vicealmirante (von) Spee, un marino de primera con más responsabilidades y problemas que cualquier otro comandante de la Flota.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el Ostasiengeschwader lo formaban dos cruceros acorazados, el Scharnhorst y el Gneisenau y los cruceros ligeros Nürnberg, Leipzig, Dresden y Emden, que se apresuraron a abandonar la base. Dejaron atrás cuatro cañoneras, Iltis, Jaguar, Tiger y Luchs, y un buque torpedero, el S-90, que sus tripulaciones echaron a pique en noviembre de 1914, durante el sitio de Tsingtao, para evitar que cayeran en manos de los japoneses.
Perseguido por los ingleses, los franceses y los japoneses y más solo que la una, en la otra punta del mundo, lejos de todas partes, Spee cruzó el Océano Pacífico y se plantó en la costa de Chile, después de una epopeya llena de aventuras y astucias. El crucero Emden, para distraer al enemigo, inició una incursión en solitario por el Océano Índico que también merece un espacio propio en la historia de la marina. Quizá hablemos otro día del Emden.
El crucero ligero SMS Dresden, primer destino de Tirpitz.
A bordo del Ostasiengeschwader navegaban dos mil seiscientos marinos y algunas docenas de cerdos, y entre éstos, nuestro héroe porcino, Tirpitz. Todavía no se llamaba Tirpitz. De hecho, no se llamaba de ninguna manera. Era un puerco anónimo, uno más.
Por lo que sé, la Marina Imperial Alemana tenía la costumbre de embarcar gorrinos a bordo de los buques de guerra para poder disponer de salchichas y carne fresca en los largos cruceros, sin tener que acudir a la comida de lata. La vida de un gorrino de guerra alemán era, pues, una vida breve e inquietante.
Tirpitz era uno de los gorrinos del crucero ligero Dresden. El 1 de noviembre de 1914, los alemanes del Dresden avistaron al crucero enemigo Glasgow y viceversa. Ojo al dato, que el Glasgow dejaría su huella en la historia de nuestro porcino protagonista y ésta es su primera aparición.
Avisados por el Glasgow, iba a decir, los cruceros de un escuadrón de la Royal Navy se lanzaron en persecución del Dresden, pero se encontraron con el Ostasiengeschwader al completo y así dió comienzo la batalla de Coronel, donde los británicos perdieron dos cruceros y la Royal Navy sufrió la primera gran derrota naval en cien años.
El Glasgow pudo escapar y Tirpitz, el gorrino, también. Así fue: la victoria permitió que los alemanes se abastecieran de alimentos frescos en la costa de Chile. No hizo falta sacrificar más gorrinos y el cerdo marinero sobrevivió unos días más.
Un mes después, el 8 de diciembre, los buques de Spee se habían adentrado en el Atlántico Sur y preparaban un ataque por sorpresa contra las instalaciones de los británicos en las islas Falkland (Malvinas). ¿Sorpresa? ¡La sorpresa se la llevaron los alemanes! Se encontraron con dos cruceros de batalla, tres cruceros acorazados, varios cruceros ligeros... El Glasgow entre ellos, presto a vengar a sus camaradas perdidos en Coronel. La batalla de las Falkland (que no hay que confundir con la guerra de las Malvinas) acabó con el escuadrón de Spee. Fue una matanza. Murieron más de mil ochocientos marinos alemanes en cuestión de horas.
El Dresden escapó. Fue el único buque del Ostasiengeschwader que escapó, y a bordo seguía Tirpitz, el cerdo, que ya conocía los mares agitados, los grandes cruceros y las batallas navales. Nada de todo eso le hacía ninguna gracia, la verdad sea dicha.
Pero el 14 de marzo de 1915, en las islas Juan Fernández, más concretamente en la isla de Más a Tierra (hoy, isla de Robinsón Crusoe), se acabó la historia del Dresden. Llevaba allá unos días, cargando víveres y carbón cuando asomaron los cruceros ingleses Kent y Glasgow (¡siempre el Glasgow!) y lo pillaron sin tiempo para levar anclas.
Tras algunos cañonazos, se alzó la bandera de tregua y un bote de remos con el teniente Canaris a bordo se propuso negociar la rendición del Dresden. Era una estratagema para ganar tiempo, porque mientras tanto los marinos alemanes abrían los tubos lanzatorpedos y las espitas y echaban a pique su propio buque, para evitar su captura. Se dio la orden de abandonar el barco y los ingleses se dieron cuenta demasiado tarde del sabotaje alemán.
Los últimos instantes del SMS Dresden. Tirpitz aparece nadando abajo, a la izquierda.
Pero el último en abandonar el barco no fue el capitán, sino un cerdo.
El marrano en cuestión, no se sabe cómo, logró escapar del estabulario y llegar al puente mientras el Dresden se hundía. Contempló el panorama, lanzó una última mirada al buque, cerró los ojos y se echó al mar. Nadó hacia los ingleses, en vez de nadar hacia tierra firme, y comenzó a gritar como sólo los gorrinos son capaces de gritar. Un suboficial del Glasgow lo vio y se lanzó al agua para rescatarlo. El cerdo creyó que el inglés venía con malas intenciones y se defendió. La lucha entre marranos alemanes y suboficiales británicos no aparece en el reglamento y tuvo que resolverse sobre la marcha, con el resultado de un suboficial empapado y contusionado y un gorrino confuso sobre la cubierta del Glasgow.
La placentera vida de Tirpitz a bordo del HMS Glasgow.
Los marinos del Glasgow enseguida adoptaron al cerdo como uno más de la tripulación. Se llamaría Tirpitz, en honor a Alfred von Tirpitz, el padre y ministro de la Marina Imperial Alemana, y se ganó una cruz de hierro de mentirijillas por ser el último alemán en abandonar el Dresden. ¡Qué cerdo más valiente!
Tirpitz se convirtió en un cerdo de la Royal Navy. Ya no corría el peligro de convertirse en salchichas (nadie se come a su mascota), pero navegó todavía un año más como tripulante del Glasgow. Vivió mil aventuras más, que sería prolijo relatar ahora.
En 1916, después de permanecer en cuarentena, fue cedido a la Escuela de Artillería de la Isla de Whale. Se cuenta que el Príncipe de Gales en persona intercedió para que se hiciera la vista gorda sobre la ley británica de importación de productos cárnicos, argumentando que Tirpitz no era un producto cárnico, sino un héroe de la batalla de Más a Tierra. Sea como sea, se salvó del sacrificio una vez más.
En 1919, acabada la guerra, fue subastado para recaudar fondos para la Cruz Roja Británica. Alguien pagó por él 1.785 libras esterlinas, ¡una fortuna entonces! ¿Quién? No me consta, pero si le constara a alguien, le agradecería que me lo hiciera saber. Luego, sir William Cavendish-Bentinck, sexto duque de Portland, compró el gorrino al postor anónimo, y Tirpitz murió en los brazos del noble ese mismo año, expirando marranamente después de una vida emocionante e intensa y provocando mucha pena entre los que navegaron con él.
Los recuerdos de las aventuras del cerdo Tirpitz en el Imperial War Museum.
El duque ordenó disecar la cabeza de Tirpitz y la donó al Imperial War Museum. El Glasgow, mientras tanto, conservó durante años un par de peúcos de plata que Tirpitz calzaba en las pezuñas en ocasiones especiales o cuando se pasaba revista, que también fueron a parar al museo años después, cedidos por la Royal Navy. La reliquias de Tirpitz son unas de las piezas más celebradas de la colección y mucha gente, ajena a las aventuras del gorrino, pregunta qué hace ése ahí.
Más muertos, menos gasto
El inefable señor Aso.
Estos días, el ministro japonés a cargo de la Seguridad Social ha dicho que los japoneses más ancianos harían bien en morirse pronto (sic) para reducir el déficit de la salud pública. Ahora, no hacen más que emplear el dinero del gobierno en caros tratamientos, dice, y añade que a esos pacientes se les mantiene vivos incluso si desean morirse. El señor Taro Aso, que es ministro de Finanzas y viceprimerministro del Japón, dijo que no podía dormir bien por las noches pensando en tanto dinero derrochado.
No es la primera vez que el señor Aso habla de los viejos que no se mueren, puñeta. En 2008, habló de la murga que le daban los viejos chochos (sic). Esta vez, los llama la gente del tubo, por andar por ahí intubados todo el día, gastando dineros públicos a destajo, los muy sinvergüenzas.
Don Baudilio, feliz por nuestro pesar.
El señor Taro Aso es el equivalente en Japón de don Baudilio, a. Bío Ruiz, en Cataluña. Don Baudilio también procede de la patronal del país, pues ha sido la cara y la voz de la sanidad privada en Cataluña, y se ha dedicado a privatizar la gestión y los servicios de la sanidad pública desde su despacho de conseller. Cierto: el máximo responsable de la sanidad pública catalana dedica todos sus recursos y esfuerzos a acabar con su carácter público, tal es así y no puede discutirse.
Don Baudilio, como el señor Aso, se ha enfrentado y sigue enfrentándose a numerosos escándalos de corrupción relacionados con esa privatización de lo público, que tienen nombre y apellidos: Bagó, Prat, Crespo... Don Baudilio, finalmente, es amante de la declaración incendiaria, como el señor Aso. Sólo pisar su despacho, hace dos años, pidió a los catalanes que se hicieran un seguro médico, que les iría mucho mejor. Así, con dos bemoles.
También dijo que los catalanes nos medicamos demasiado, que consultamos demasiado a los médicos, que podríamos prescindir de muchos tratamientos médicos, etc. No queda lejos del señor Aso. Todavía no nos ha pedido que nos muramos, pero hace lo posible para matarnos: se inventa un impuesto especial para enfermos (el euro por receta), cierra plantas y quirófanos, incrementa las listas de espera hasta duplicar o triplicar la espera de una prueba diagnóstica e inicia el desmantelamiento salvaje e indiscriminado del sistema sanitario público sin que el público proteste. Sin que la gente se eche a la calle pidiendo su cabeza, repito, lo que tiene su mérito y da una pena muy grande, porque vaya birria de pueblo el que no alza la voz ante la injusticia.
Las voces del señor Aso y de don Baudilio apuntan hacia un mismo lugar, un sistema sanitario privado para quien pueda pagárselo y un sistema sanitario público cuanto más pequeño, mejor. El problema son los enfermos pobres, que quieren curarse o vivir en condiciones aceptables lo que les reste de vida. Son un incordio para los planes catalano-nipones. ¡Que se mueran!
Se está haciendo mucha propaganda estos días a un movimiento que predica que nos medicamos demasiado, que tomamos demasiadas medicinas y que nos apuntamos a tratamientos caros e inútiles. En los periódicos, en la televisión, salen doctores sin vergüenza (y sinvergüenzas) que venden un libro donde afirman que una vida sana y natural es el mejor remedio contra la enfermedad. Naturalmente, porque si uno está sano, no está enfermo y pelillos a la mar; pero si está enfermo ¿qué?
De Guatemala a Guatepeor, de la automedicación al impuesto por estar enfermo.
Una cosa es afirmar que la medicina de nuestros ambulatorios abusa de la medicación, y que la automedicación (patrocinada por la antecesora de don Baudilio, doña Geli) es un vicio muy extendido. A veces no es necesario tomar tantas pastillas, pero muchas veces sí que lo es. Racionalizar la terapia y la medicación es una cosa útil, necesaria, imprescindible y rentable; propagar qué bien se vive sin medicinas es otra muy diferente, porque no es verdad.
El otro día, en televisión, salió un médico y propuso que dejáramos de hacernos pruebas analíticas y diagnósticas de tal y cual enfermedad, y que no nos obsesionáramos con su tratamiento. Vivan felices, dijo, porque la felicidad añade ocho años a la esperanza de vida. Así lo dijo, y se quedó tan contento.
Ahora bien, nuestros abuelos morían felices, pero morían, a los sesenta años, mientras mi esperanza de vida, hoy, se sitúa alrededor de los ochenta años. Disminuye gracias a la labor de don Baudilio, pero todavía supera en veinte años la de mis abuelos. Eso quiere decir que, contando ocho años de felicidad, los doce años restantes salen de alguna parte, que es, precisamente, el tratamiento médico.
Qué malas que son las medicinas..
Lo de natural, ay. Porque la farmacia y la medicina son malas, malísimas, en cambio, lo natural, no, nada, en absoluto, dicen, ¿verdad? Pero ¿qué es natural? Lo natural es morirse.
Luego, el etanoato de o-metil oico-benceno (ácido acetil salicílico, patentado con el nombre Aspirina por Bayer) es etanoato de o-metil oico-benceno venga de donde venga, de las hierbas del bosque o de la destilación del petróleo, de la infusión de la corteza del sauce o de una caja de aspirinas; en el primer caso, no se podrá calcular su dosis ni asegurar su pureza; en el segundo, sí. En el primer caso, además, la infusión podría ser tóxica. Es sólo un ejemplo.
En países desarrollados como Holanda o Suecia se ha puesto de moda parir en casa, naturalmente. Pese a la asistencia de comadronas, la mortalidad infantil debida a esos partos dobla o triplica la mortalidad de los partos en los hospitales, aunque los hospitales traten, como es natural, los casos más difíciles. A las estadísticas me remito, y al sentido común.
Profesional de la medicina alternativa, en plena faena.
Pero ¡qué más da! Las multinacionales de la homeopatía y los remedios naturales se están frotando las manos de puro contento. Su negocio mejora en tiempos de mala salud pública, porque se presenta como una alternativa a los hospitales saturados y la medicina adocenada. Su propaganda consigue que las mutuas privadas incluyan terapias naturales para atraer al público, y no está nada mal incluirlas, porque en casos de enfermedades leves, la diferencia entre no hacer nada y engañar al personal y cobrar por ello es beneficiosa para el negocio. En caso de enfrentarse con algo serio, se acude deprisa y corriendo a los grandes hospitales de la sanidad pública. Es la norma no escrita del negocio hospitalario: los beneficios, para uno y los gastos, para los demás.
Otros beneficiados por este clima de sálvese quién pueda son los partidarios de la eutanasia activa, del suicidio asistido y otras maneras de acabar con nuestra vida antes de tiempo, o mejor dicho, por propia voluntad o por la voluntad de otros. Sin dar ni quitar razones a quien quiera suicidarse, su causa goza ahora del favor del gobierno. Si no apoya esta causa, se indignará; si la apoya, le dará mucha rabia que sólo acudan a usted para sacarse enfermos de encima.
Terapias propuestas para mejorar la situación de la salud pública.
De hecho, la Comunidad de Madrid, que se está cargando la salud pública en vivo y en directo, día tras día, está pensando en permitir fumar en los casinos de Eurovegas. Más muertos, menos gasto público. Como ya se privatizaron las pompas fúnebres...
150º aniversario
Hace poco más de ciento cincuenta años que el presidente Lincoln, en enero de 1863, decretó la abolición de la esclavitud en los estados secesionistas del Sur. Es una fecha señalada, aunque Francia, durante la Revolución Francesa, ya había abolido la esclavitud de una vez y para siempre en la metrópoli y en las colonias y había publicado la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que no es poco. Gran Bretaña se sumó a la prohibición absoluta de la esclavitud en 1832.
No fue hasta 1926 que se reconoció internacionalmente que la esclavitud era un crimen contra la humanidad, gracias al esfuerzo de la Sociedad de Naciones.
La industria de Hollywood y la potencia económica de los EE.UU. señalan la Proclamación de Emancipación del presidente Lincoln como la fecha a celebrar, cuando decretó la libertad de cuatro millones (cuatro) de seres humanos. Sin embargo, tuvo que esperarse a la Décimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, aprobada el 18 de diciembre de 1865, para dar por legalmente extinta la propiedad de una persona en los EE.UU.
Entre 1492 y 1888, los europeos transportaron a más de 11.000.000 de esclavos de África hacia América. Portugal traficó con más de 4.650.000 esclavos; Gran Bretaña, con 2.600.000; España, con 1.600.000; Francia, con 1.250.000; Holanda, con medio millón; las Colonias (luego, los EE.UU.) con 300.000; etc.
Son sólo cifras. No hay manera de imaginar el horror.
Encima pide responsabilidad a los demás
Por primera vez desde que hay democracia en España, un partido político ha sido declarado partícipe a título lucrativo del desvío de fondos públicos mediante falsedad, malversación de fondos públicos y fraude de subvenciones. Además, es una sentencia firme.
El partido en cuestión es declarado responsable civil subsidiario del perjuicio causado a las arcas públicas. Tal dice la sentencia del llamado caso Pallerols, que condena a Unió Democràtica de Catalunya, UDC, a devolver casi 400.000 euros de los que se había beneficiado fraudulentamente.
Cuando le han pedido, otra vez, explicaciones sobre este asunto, el ínclito e ilustre calvo don José Antonio Duran, presente y pasado líder de UDC, ése que prometió dimitir si se demostraba que su partido se había financiado irregularmente (varias veces), ese mismo, ha dicho que ante la avalancha de casos de corrupción, cito, los políticos tienen que asumir sus responsabilidades. Como nosotros hemos hecho, ha añadido.
Si esto no es cinismo, que me digan qué cosa lo es.
Restos del patrimonio militar de Sitges
En nuestro país, el patrimonio militar pasa desapercibido y con frecuencia es despreciado. Es una lástima, porque es una parte de nuestra historia; a veces, una parte muy importante.
En Sitges, las remodelaciones de la fachada marítima, la especulación urbanística y el simple descuido han acabado con gran parte de las fortificaciones de la Guerra Civil. Hoy sólo queda un blocao (un búnquer) en la cala Balmins, que está tan a la vista de todo el mundo que nadie le presta atención. Y fíjense cómo está, que se cae solito, sin que sea necesario el auxilio de una cuadrilla de demolición. Abandonado, olvidado, despreciado, desaparecerá.
Cuando estalló la Guerra Civil, la costa catalana quedó a merced de la Aviación Legionaria (los bombarderos italianos al servicio del bando nacional) y de los buques de guerra franquistas. Aunque la Marina Republicana era más numerosa y estaba mejor equipada, carecía de oficiales y de un mantenimiento adecuado, y dejó la costa del Mediterráneo a merced de los sublevados.
Cuando se cañoneó impunemente el puerto de Barcelona en 1937, sin que nadie pudiera responder al fuego enemigo, se desató el pánico en las filas republicanas y se inició la construcción de defensas costeras capaces de rechazar si no un bombardeo naval, sí un desembarco de tropas.
La costa catalana se llenó de blocaos, muros, trincheras, parapetos y puestos de artillería. Sitges no iba a ser una excepción.
Según consta en los archivos de la República y de la Generalidad de Cataluña de entonces, en Sitges, entre lo que ahora son el puerto de Aiguadolç y la riera que pasaba detrás del Hotel Terramar, se construyeron siete blocaos, un puesto de observación y una trinchera para rechazar la (posible) invasión fascista. El puesto de observación era de la DCA (Defensa Contra Aérea) porque una batería antiaérea protegía los depósitos de combustible que el Ejército Republicano guardaba en el Autódromo.
Las defensas costeras, batería de la DCA aparte, dan para una docena de ametralladoras pesadas (Maxim rusas o Saint Etienne francesas), algún mortero ligero y un pelotón de infantería. Es lo que calculo, sin base documental, pero estimando el peso de las fortificaciones. No sé cuántas tropas albergó Sitges durante la Guerra Civil. Seguro que alguno de mis sufridos lectores será capaz de ilustrarnos a todos y le invito a ello.
Cuando era pequeño, jugaba en el Paseo Marítimo y cerca de la Estatua (nombre popular de un monumento en honor del señor Benaprés), en la playa, había un blocao de hormigón que dominaba toda la playa, al que se entraba por un angosto túnel, también de hormigón. El tiempo lo llenó de escombros y de olor a pis. Luego, la remodelación del Paseo Marítimo se lo llevó por delante. Era un puesto de ametralladoras (creo).
Otro blocao desaparecido estaba justo, justo, bajo la Iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla. No sé dónde estarían los otros cuatro (sospecho que uno de ellos en la riera de Sant Pere de Ribes y otro a la altura, más o menos, de lo que ahora es el Kansas), ni la trinchera ni el puesto de observación. Sé que ya no están.
Cuando acabó la guerra, el ejército, en vez de volar los blocaos, los mantuvo en perfecto estado (es un decir) hasta mediados los años cuarenta. Franco temía una intervención aliada (judeo-masónica-marxista-liberal, decía, o qué sé yo) y mandó construir blocaos por todos los Pirineos y la costa del Mediterráneo. En Sitges, en cambio, conservó lo que ya había porque no hacía falta más. Pronto, se abandonaron.
La invasión judeo-masónico-marxista-liberal que realmente invadió Sitges llegó más tarde y se llamó turismo. Arrasó los blocaos, las trincheras y todo lo que se le puso por delante, importó el bikini, trajo las suecas (temibles tropas de choque) y Sitges, de una vez y para siempre, se rindió ante los invasores, cambió, votó una Constitución democrática y se enredó en especulaciones urbanísticas, tan de moda hasta hace poco.
El asunto del economista portugués
Hay casos en el mundo que mueven a pasmo, risas y posteriormente, a una seria reflexión sobre el mundo en el que vivimos.
La historia se ha publicado en los periódicos de todo el mundo y seguramente la conocerán ustedes, pero yo la contaré a mí manera.
Un tipo de unos sesenta años, serio, levemente pedante, se presenta como economista a sueldo de las Naciones Unidas en la Academia do Bacalhau (Academia del Bacalao) en Lisboa. Muy educado, presentó sus credenciales y un trabajo merecedor de un premio internacional. Su currículum quitaba el hipo: de entrada, era doctor en Economía Social por la Milton Wisconsin University, EE.UU. El resto, pueden imaginarlo, pues había sido enviado por las Naciones Unidas para examinar la delicada situación económica de Portugal y proponer medidas de reactivación económica, y las Naciones Unidas no escogen a un cualquiera para estos menesteres, ¿verdad?
La Academia do Bacalhau lo invitó a dar una conferencia. Luego, otra, y otra. Porque el tipo tenía un pico de oro. Empleaba un lenguaje claro y conciso y transmitía sus ideas sobre la reactivación económica de Portugal con elegancia y aplomo.
De la Academia do Bacalhau al Internacional Club de Lisboa, para dictar una conferencia sobre la crisis económica. El 4 de diciembre pasado, finalmente, presentó una ponencia en el Grémio Literário portugués (el no da más de la élite portuguesa) que se tituló La crisis europea. La utopía de la UE y la pesadilla del euro. ¿Qué salida digna le queda a Portugal? El Grémio Literário organizó una cena, a treinta euros el cubierto, para que los socios gozaran del verbo del doctor en Economía Social.
Al acabar el discurso, los ilustres socios del Grémio Literário le ovacionaron y aplaudieron en pie durante minutos. ¡Qué brillante argumentación! ¡Qué preclara visión de la economía! ¡Qué sensatez! ¡Qué bueno!
Mientras tanto, el caballero comenzaba a ser conocido en Portugal. Participaba en debates de televisión donde sus argumentos era irrebatibles y dejaba K.O. a sus adversarios. Apareció en revistas y periódicos de mucho prestigio. En Expresso, por ejemplo, se permitió aconsejar al gobierno portugués sobre la negociación de la deuda y mereció una entrevista de varias páginas. El mismo 21 de diciembre pasado se enfrentó a periodistas y economistas en un programa de televisión de mucha audiencia, donde su contundencia y desparpajo dejó desarmados a los que quisieron llevarle la contraria. El principal sindicato de Portugal (UGT) solicitó la ayuda de este caballero para analizar las posibles medidas de reactivación económica en Portugal. Etcétera.
El caballero decía lo que los portugueses querían oír, que la austeridad está acabando con las posibilidades de recuperación económica de Portugal. A grandes rasgos, eso puede ser cierto y en ello estarían de acuerdo muchos economistas. Lamentablemente, mandan en Europa los que piensan lo contrario.
En la cúspide de su gloria, poco antes de Navidad, la cadena de televisión TVI preguntó a las Naciones Unidas por el caballero en cuestión. Las Naciones Unidas respondieron que no trabajaba para ellos. Comenzó el escándalo.
Las Naciones Unidas tuvieron que emitir un comunicado negando cualquier relación con el personaje. Éste respondió acusando a TVI de acoso mediático por mantener posturas contrarias a las del gobierno.
Entonces se supo que Artur Baptista da Silva, de 61 años, había salido de la cárcel de Lisboa en 2011, donde había pagado una condena por falsificación de cheques y documentos, y no había sido la primera vez. El señor da Silva huyó de su casa, desconectó los teléfonos móviles y... puf, desapareció.
Sostenía haber estudiado Gestión de Empresas en prisión, pero se duda. La Milton Wisconsin University cerró en 1983 y su doctorado en Economía Social... En fin, ustedes mismos. Las tarjetas de visita que repartía por ahí se las había inventado él mismo. El estudio que le valió un premio internacional era un informe de un funcionario francés de la UNESCO que nadie había leído nunca, por aburrido, y que se bajó de internet. Etcétera.
Cuentan los periódicos portugueses que los funcionarios de la prisión de Lisboa habían notado cierto cachondeo en los presos que seguían los debates de economía por televisión, pero nadie se preocupó de saber por qué se reían tanto.
Desde Navidad que nadie sabe nada del personaje y la Fiscalía ha acudido a la Policía Criminal por ver si pueden acusarle de algún delito. El fiscal no sabe todavía de qué puede acusar al señor da Silva, ésa es la verdad.
¿Creen que podría darse un caso así en España? Por qué no. De hecho, tenemos una cuadrilla de intelectuales subvencionados que, sumados todos, no llegarían a una idea. Un tipo listo brillaría en medio de tanta mediocridad.
Cien años de ortografía catalana
Pasa desapercibida una muy notable ocasión de la lengua catalana, los cien años de su primera ortografía. En efecto, las Normes Ortogràfiques se aprobaron el 24 de enero de 1913, hace cien años, y no veo la fiesta por ninguna parte.
El caso de la ortografía catalana es casi único. El catalán medieval era (casi) normativo y gracias a la Cancillería de la Corona de Aragón, que tenía modelos de trámites burocráticos en un catalán (casi) estándar, se hablaba sin grandes diferencias dialectales y se escribía prácticamente igual en todas partes, ya fuera en Valencia, en el sur de Francia, en Cerdeña o Ragusa. Mientras las demás lenguas romances se veían desmenuzadas en multitud de variedades dialectales, el catalán se mantenía notablemente unido y era lingua franca en el Mediterráneo.
En el siglo XV, en cambio, el asunto se torció. Mientras toda Italia escribía en toscano, embelesada por Dante, y los Reyes Católicos impulsaban la Gramática de Nebrija, para facilitar los trámites administrativos, la unidad del catalán se disolvió tanto o más deprisa que su potencia económica. Mientras las grandes lenguas europeas conocían un período normativo y fecundo, rico en letras cultas y monumentos literarios (Shakespeare, Cervantes, Petrarca, Rabelais, Montaigne, Milton, Quevedo...), el catalán desapareció de la escena culta y se embrolló en docenas de variedades dialectales populares.
Por eso tiene tanto mérito la recuperación de la lengua catalana a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando hay dinero para ello. El catalán (re)nace rodeado de lenguas con cuerpos normativos que llevan aplicándose durante siglos y no hay otra que imitar tales normas o morir. He aquí porque el catalán contemporáneo tiene ese punto artificial y forzado en su origen: tuvo que (re)crearse un estándar que se había perdido siglos atrás, partiendo prácticamente desde cero y enfrentándose a una población (casi) analfabeta que se aferraba con tesón a su dialecto particular.
Por eso, también, los grandes impulsores del catalán contemporáneo se habían comprometido políticamente a favor de la educación pública, obligatoria y universal, porque tan importante como la filología (o más) era enseñar a leer y escribir y liberar al común del pecado de estulticia.
En octubre de 1906 se celebró el Primer Congreso Internacional de la Lengua Catalana y se sentaron las bases (mejor dicho, se evidenció la necesidad) de una gramática y una ortografía modernas y científicas. Ahí se planta la semilla del catalán que hoy conocemos y hablamos.
A Dios gracias, los catalanes de aquel entonces compartían sus vidas con grandísimos filólogos y escritores. En 1911, la mayoría se apuntaron a la Sección Filológica del Institut d'Estudis Catalans (IEC). De ahí surge el catalán contemporáneo y si ahora se puede escribir o gobernar en catalán, o leer a Espriu, por ejemplo, es porque la Sección Filológica parió las Normes Ortogràfiques en 1913, con una mayoría de cuatro quintos de sus miembros. Veinte ilustres catalanes firmaron las Normes, que también sirvieron para que el IEC alzara la voz y se (auto)proclamara ente normativo del catalán.
Las normas nacieron con polémicas, aviso, y fueron muy contestadas. Hubo grandes escritores de la lengua catalana que se manifestaron antinormistas. El caso de la eñe es un ejemplo de lucha intestinal que trajo mucha cola.
Las normas de 1913 proponen que el sonido eñe no se escriba ñ, sino ny, pero hubo escritores que dijeron que vaya tontería, que si se había inventado una letra, la eñe, que iba que ni pintada para el sonido eñe, a qué tanto cuento con la ny. Pero los muchachos del IEC dijeron que la eñe era española, no catalana (excepto en los apellidos, donde el IEC admitía que podía utilizarse la eñe), pero los antinormistas respondieron que entonces también tendrían que suprimir la letra ese, porque cuando nació la eñe, se escribían con el mismo símbolo (f) los sonidos ese y efe, en español, en catalán y en prácticamente cualquier idioma, y que el catalán escrito adoptó la letra ese cuando la adoptó el español, no antes. Etcétera. Cosas de filólogos.
Veinte años más tarde, los escritores valencianos firmaron las llamadas Normas de Castellón, que son, en esencia, las normas ortográficas del IEC de 1913. Así, los dialectos valencianos se acogieron formalmente a la normativa catalana. El asunto va más allá de la literatura, porque considérese que las instituciones públicas catalanas, valencianas y mallorquinas ya habían adoptado las normas del IEC como propias. Porque es muy importante escribir lo mismo siempre de la misma manera, especialmente cuando se gobierna.
Quizá por eso pasen tan desapercibidas las hazañas de los filólogos catalanes que firmaron la norma ortográfica del catalán de 1913. Porque ahora se mal gobierna y váyanse a saber si no será por culpa de una deficiente ortografía. A las pruebas me remito. Véanse los políticos más atentos a tuitear (piular, según el IEC) que a decir cosas interesantes, o léase el primer borrador de una declaración de soberanía con faltas de ortografía que provocarían urticaria al mismísimo Pompeu Fabra, que en gloria esté y por muchos años.
Quizá sea esta evidencia, la de sufrir líderes patrios zotes e iletrados, la que ha convertido una fecha tan sonada en un silencio inexplicable. Es lamentable comprobar en manos de quién está la cultura catalana (y todo lo demás, ya puestos). Lamentable.
Ni pagando
Rueda de prensa típica en Bruselas. Fíjense en el lleno de la sala.
He conocido corresponsales en Bruselas que me han descrito los intríngulis de su oficio en la capital de Bélgica y de la Unión Europea. Todos ellos coinciden en un punto: Las ruedas de prensa europeas son un coñazo. Da igual quién las convoque. Tanto da que sea una comisión del Parlamento Europeo, alguna de las Direcciones Generales de la Comisión Europea o cualquier otra institución comunitaria, tanto da, que será un coñazo lo mismo.
Sale un funcionario europeo a la tribuna y da lectura a un comunicado de prensa sobre... Qué importa. Nadie entenderá nada, diga lo que diga. Si algún periodista pregunta, es mal visto, porque alarga el tedio. Pero si hace una pregunta interesante, el funcionario conseguirá devolver las cosas a su justo lugar con otro tedioso discurso monográfico sobre el etiquetado de la merluza noruega que vendrá a decir lo mismo que el anterior.
La sala de prensa del Consejo de la Comisión Europea... si no me equivoco.
En resumen, los corresponsales en Bruselas se reúnen en cuadrillas y rifan quién de ellos va hoy a la ruedas de prensa. El que pierde es el que va, procura no roncar si se duerme y luego se hace con una copia del comunicado y lo pasa a sus amigos. Con el comunicado en la mano, el audaz corresponsal en Bruselas acude a su despachito y escribe en su ordenador: Hoy, el vicesecretario Fulano de Tal ha anunciado medidas drásticas para conseguir la unificación del etiquetado de la merluza noruega, por ejemplo. En la sede del periódico leerán el comunicado y publicarán en las páginas interiores que Fulano de Tal ha llamado merluzo a un ministro noruego por no saber leer una etiqueta.
Corresponsales europeos en acción.
Lo peor, me cuentan, es la reunión del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Una vez al mes, los parlamentarios se reúnen ahí, en Francia, para hacer el paripé. Ellos, felices, pues suman al sueldo de diputados 287 euros al día en dietas. Esta migración mensual de diputados de Bruselas a Estrasburgo cuesta, por lo bajo, 200 millones de euros cada año.
El Parlamento Europeo en Estrasburgo, vacío.
Esto es lo peor, dicen mis amigos. Tener que levantarse un día en Bruselas y pillar un tren o un avión para Estrasburgo, pasar ahí una noche o dos para que, al final, una diputada de nombre impronunciable convoque una rueda de prensa en la que anunciará aquello tan esperado, que Fulano de Tal, el merluzo noruego, será etiquetado convenientemente, según la resolución adoptada hace unos momentos por la comisión parlamentaria de Ciencias y Letras o qué sé yo.
Los hoteles salen carísimos y a veces hay que compartir habitación con uno al que le huelen los pies, el periódico paga a destiempo, el viaje es incómodo, el tedio... monstruoso. Muchos periodistas se ahorran el viaje y copian los comunicados de prensa del sitio web del Parlamento Europeo.
Cuentan que sólo un corresponsal español hace actualmente el viaje de Bruselas a Estrasburgo cada vez para seguir de cerca la política europea. El resto se queda con el Menenquempís y le dice que allá tú, que lo que es yo, que viaje su abuela. Los corresponsales italianos y alemanes, en cambio, son los más cumplidores y suman una docena de corresponsales yendo y viniendo de aquí para allá. El resto, se escaquea como puede.
No es de extrañar que los responsables de prensa del Parlamento Europeo hayan decidido tomar cartas en el asunto, porque las salas de prensa se vacían por momentos. En 2013, año de crisis todavía, cuentan con un presupuesto de 10.200 euros al mes para invitar a Estrasburgo a los periodistas con corresponsalía en Bruselas. Les pagarían dietas de 180 euros al día y les pagarían los gastos de desplazamiento de Bruselas a Estrasburgo y viceversa.
La excusa es que queda un año y medio para las elecciones al Parlamento Europeo y nadie en Europa habla seriamente de lo que hace o decide, aunque sea muy importante. Quizá si los periodistas... En fin, veremos si la medida tiene éxito.
Disculpen las molestias (bis)
Los trabajadores del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) están en pie de guerra. El domingo por la tarde, tras las amenazas del conseller Mascarell de sacar la tijera, publicaron una nota en la que decidían protestar por los recortes atendiendo al público en español.
Se armó la de Dios es Cristo.
La dirección del TNC se ha desmarcado de la iniciativa, dijeron los periódicos. Pues ¡claro! ¡No iba a desmarcarse, si la iniciativa iba contra ellos! No imagino al señor Belbel (director del TNC) o al señor Mascarell (conseller de Cultura) enmarcándose en la protesta de los trabajadores del TNC. Vamos, digo yo. ¿Acaso me equivoco?
Pronto apareció la palabra boicot, que suena muy fea. En eso que llaman redes sociales, la chispa prendió incendios pavorosos, alimentados por el combustible de la estupidez.
Hasta tal punto se encendieron los ánimos que la dirección del TNC tuvo que publicar una nota en la que decía que (traduzco) en ningún caso se recrimina el uso del castellano para ayudar a [los] espectadores que sólo entiendan esa lengua [,] sino el empleo del [mejor, de este] idioma como método de protesta.
El Comité de Empresa, presionado por todas partes (especialmente, por la dirección y el Departamento de Cultura), tuvo que rectificar y publicó, en apenas doce horas, pero al día siguiente, otro comunicado. Éste (traduzco, respetando la puntuación original):
El Comité de empresa hace saber que el comunicado emitido ayer domingo 20 de enero, en el cual se informaba al público del uso del castellano como medio de protesta, no fue consensuado en asamblea por todos los trabajadores, y fue una decisión unilateral del Comité que ya ha sido retirada.
Firmado: Comité de empresa.
Un aspecto a considerar: Taquilleros y acomodadores suman una quincena de trabajadores, de ciento treinta. Los técnicos de iluminación, los tramoyistas, maquilladores, etc., pueden hablar en chino, si les apetece, porque no tienen contacto con el público. Pero esa quincena de trabajadores se lleva todas las broncas del común y ¿nadie les preguntó antes?
En medio del fregao, el honorable señor Mascarell, que es honorable porque lo lleva el cargo de conseller, dijo una de esas frases que merecen pasar a la historia: Me parece mal, es evidente que no está bien.
Como dijo un catedrático emérito, lo que no está bien, está mal. Ergo, si es evidente que no está bien, está mal, pero al conseller sólo se lo parece. Es un político: siempre deja la puerta abierta para poder cambiar de opinión.
Pero ¿es evidente que no está bien? Ése es el meollo del asunto. Para el conseller no estará bien tratar al público en español, pero el conseller no se verá de patitas en la calle porque el TNC se gestiona con el culo, perdonen la grosería. ¡Prueba de ello es que repite como conseller!
Ni la bondad ni la maldad del método de la protesta son evidentes, pero sí que es evidente el éxito publicitario de la misma. Recuerden que no ha durado ni veinticuatro horas y ¡cuánto ruido!
El señor Belbel, director del TNC, presionado por las circunstancias, ha prometido una rueda de prensa este viernes donde anunciará qué piensa hacer la Generalidad de Cataluña con el teatro. No será nada bueno. Pero, de no ser por la amenaza del uso del español, los trabajadores del TNC hubieran sido despedidos en silencio. Ni en catalán ni en español, en silencio.
Las creaciones de Barris
¿Saben quién es George Barris? Seguramente, no, pero conocerán alguna de sus obras.
Se dedica a preparar coches a medida, eso que llaman customizar (del inglés custom). Barris fue el primero en utilizar la ka y su empresa se llama Barris Kustom y él mismo se hace llamar King of the Kustomizers. En 1944, en Bell, un suburbio de Los Ángeles, EE.UU., montó su primer taller de customización. De ahí a la fama.
Porque los Barris (era un negocio familiar) pronto demostraron un raro y especial talento en este negocio. En los años cincuenta, sus automóviles conquistaron Hollywood y comenzaron a aparecer en las películas y series de televisión. Por eso he dicho que usted seguramente los habrá visto. Veamos algunos, los más famosos.
Todo esto viene a cuento porque una de las creaciones más peculiares de los Barris para televisión se ha subastado hace muy poco.
El vehículo original era un prototipo carrozado en Italia por Ghia para exhibición, el Lincoln Futura de 1955. El prototipo costó 250.000 dólares de la época (una fortuna), pero Barris lo compró por un dólar (sic) diez años después. Sería pura chatarra, por ese precio, pero Barris lo dejó como nuevo en quince días. El mérito es que el vehículo que salió del taller cumplía con todas las normativas de circulación entonces vigentes y además era un bólido con todas las de la ley.
Eso sí, Ghia se tiraba de los pelos, visto lo visto.
El auto llevaba un motor de carreras 429 Ford Full Race preparado por Moon para funcionar con óxido nitroso. El trasto pesaba dos toneladas y media, que no es poco, y tuvo que equiparse con neumáticos Firestone especiales, capaces de resistir un par motor de vértigo. Se pintó con cuarenta capas de negro brillante y pintura fluorescente, y se decoró... No le digo nada de la decoración, porque estamos hablando del primer Batmobile. Sí, señores, el Batmobile, el coche más hortera del mundo, conocido en España como Batmóvil y en Sudamérica como Batimóvil.
Barris y el Batmobile, justo antes de la subasta.
Es noticia porque era el lote 5.037 de la primera subasta anual de Barrett-Jackson Auction Company. El Batmobile se vendió por 4,8 millones de dólares, que son 3,6 millones de euros, casi nada. Los subasteros querían obtener cinco millones, pero se quedaron con las ganas. El Batmobile lo compró un millonario de Phoenix, Arizona, EE.UU., que dijo que lo tendría en el salón de su casa, para hacer bonito. Un destino hortera para el más hortera de los automóviles. Nada que decir, pues.
Las joyas de la subasta fueron dos Ferrari que se vendieron a ocho millones de dólares cada uno; un 250 GT LWB California Spider y un 250 GT SWB Berlinetta Competizione. Pero no llamaron la atención de los periodistas, aunque cualquiera de los dos podría considerarse bellísimo.