Érase que se era


Érase que se era un conejito promotor. Érase que se era un conejito responsable de urbanismo. Érase que se era un conejito comisionista, que conocía a los dos. Éranse que se eran un montón de conejitos delincuentes que tenían muchísimas zanahorias sucias de sangre, drogas y prostitución. El conejo comisionista aceptaba estas zanahorias y se ponía a limpiarlas con el conejo promotor y el conejo responsable de urbanismo. Las devolvía limpitas, pero él se había quedado unas cuántas, que luego repartía con el conejo promotor y con el conejo responsable de urbanismo, y luego todos repartían algunas de esas zanahorias entre sus amiguitos. Tratándose de zanahorias, no faltaban amiguitos, y los conejitos promotores, comisionistas y responsables de urbanismo repartían zanahorias diestro y siniestro. Así vivieron todos felices y gordos, hasta que llegó el zorro y se los comió, de tan cebaditos que estaban.

Suerte que es un cuento, ¿verdad?

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