De mala leche


Les paso un enlace para que accedan a mi último artículo en Metrópoli Abierta, titulado De mala leche. En él ataco (sí, ataco) a toda esa caterva de imbéciles que niegan la validez de las vacunas o abrazan las pseudomedicinas. Lean y discutan, que es sano. Pero no beban leche cruda.

Los méritos de los errores (Gran Premio de Hungría 2018)


Los expertos decían que el circuito favorecía a Ferrari, pero los Mercedes-Benz seguían arriba, imponiéndose en los entrenamientos. En carrera se hizo lo que se pudo, y lo que se hizo no está mal. No pudo superarse al Mercedes-Benz de Hamilton, que acabó el primero en un circuito donde es difícil adelantar, pero se superó al otro Mercedes-Benz, que quedó en quinta posición. Ferrari acabó en segunda y tercera posición. Eso deja el Campeonato de Constructores a diez puntos de distancia el primero (Mercedes-Benz) del segundo (Ferrari), y el de Pilotos, a 24, con ventaja para Hamilton sobre Vettel.


El resultado fue más el resultado de algunos errores que de algunos aciertos. Ferrari perdió bastante tiempo en dos cambios de neumáticos. En uno, tuvieron que limpiar los tubos de ventilación de los frenos, que se habían taponado por culpa de la goma desprendida de los neumáticos (fue en el Ferrari de Raikkonen); en otro, se atascó un tornillo y el cambio de neumáticos se alargó más de lo debido (en el Ferrari de Vettel). No se libraron de los errores en Mercedes-Benz. Bottas, al intentar adelantar a Vettel, chocó con él y se llevó la peor parte. Pudo haber acabado segundo y acabó quinto.

El auge de Alemania



James Holland es un historiador especializado en la Segunda Guerra Mundial. Ha cobrado cierta fama por su aparición en documentales para la televisión sobre esta guerra, pero su competencia académica es muy sólida. Ha escrito una visión de la Segunda Guerra Mundial en Occidente (en el teatro europeo y mediterráneo, para entendernos) en tres volúmenes. Se titula The War in the West. El primer volumen (Volume I: Germany Ascendant, 1939-1941) es el que Ático de los Libros ha titulado El auge de Alemania y subtitulado La Segunda Guerra Mundial en Occidente 1939-1941

Ático de los Libros tiene en su catálogo una más que interesante colección de ensayos históricos. Conozco a su editor y le dije que, si seguía editando títulos como ésos, acabaría arruinándome, porque me entran ganas de comprármelos todos así echó en vistazo a su catálogo. Se lo tomó a broma, pero el caso es que yo hablaba en serio. Y cuando publicó El auge de Alemania, corrí a comprármelo con muchas ganas, y lo he leído con suma atención, porque la Segunda Guerra Mundial es un tema que me fascina y del que sé más de una cosa, y más de dos. Les aseguro que mi lectura ha sido lenta y metódica.

Holland va directo al grano. En vez de reflexionar sobre el ascenso del nazismo, etcétera, arranca el relato a pocos días de la invasión de Polonia, con la decisión tomada por los alemanes y termina este volumen el día que Alemania inicia la invasión de la Unión Soviética, en junio de 1941. Poco a poco, deja ir, aquí y allá, detalles del funcionamiento y naturaleza del régimen nacionalsocialista que influirían en el curso de la guerra.

Holland no se recrea en la batalla, pero cuando lo hace, cuando baja al detalle, lo hace para que comprendamos lo que nos intenta explicar, su visión más global. No le interesa si tal o cual división rompió el frente por aquí o por allá, sino que se aleja y contempla la guerra desde lejos, por decirlo de alguna manera. Se pregunta de dónde salen los recursos de cada uno de los bandos: las materias primas, el combustible, los alimentos... Cuestiona la capacidad industrial de unos y otros, y sus planes de producción en vistas a la guerra. Pero, sobre todo, pone en cuestión la visión y la comprensión estratégica de Adolf Hitler y la Alemania nazi. Que, les avanzo, era pésima.

La tesis de Holland es que Alemania no era tan fuerte como aparentaba y que su imagen ocultaba graves debilidades estratégicas. Por ejemplo, no adoptó una economía de guerra hasta bastante después de iniciada la invasión de la Unión Soviética. A modo de ejemplo (Holland no lo cita en su libro, al menos en el primer volumen), Mercedes-Benz continuó fabricando automóviles de lujo hasta la segunda mitad de 1941, en vez de dedicar todos sus esfuerzos a la producción de motores de aviación (el Me Bf 109 tenía un motor Mercedes-Benz) o vehículos militares. Pero cuando nos explica, por ejemplo, el cuidado por el lujo y los detalles de la construcción de la ametralladora MG-34 (alemana) y la compara con la Bren británica... En algún punto de esta comparación no estoy de acuerdo con Holland (llámenme friqui y acertarán), pero en su conclusión, sí, es abrumadoramente lógica y coherente. Alemania no estaba preparada para la guerra, quiere decirnos.

Hitler se arriesgó en un todo o nada. Si daba un golpe lo suficientemente fuerte y rápido como para hacer caer de rodillas a la Gran Bretaña y Francia, quizá podría ganar la guerra. Pero si la cosa se alargaba...

El libro es apasionante y nos plantea una visión diferente (y muy interesante) de una de las guerras más estudiadas y relatadas. Nos aproxima a detalles que no solemos tener en cuenta: la eficiencia de la producción agrícola, la organización de la industria, los problemas financieros, el grado de motorización del país, la corrupción de sus dirigentes o la organización del gobierno de la guerra... Se lee, además, muy bien. El autor es riguroso en su exposición, pero también consigue redactar un texto accesible. Sus argumentos se exponen con simplicidad y en algún momento el ensayo adquiere el tempo de una novela, con alguna dosis de intriga y suspense. El lector lo agradece; quien conoce el tema, disfruta de su lectura; quien creía conocerlo va de sorpresa en sorpresa y adquiere una perspectiva diferente del conflicto, que conviene considerar.

En resumen, en suma y para no alargarme más, un libro que agradezco haber leído. Es muy recomendable. Espero los siguientes volúmenes batiendo palmas. ¡Que no tarden!

La leche de proximidad


¿Cuál fue la primera acción del gobierno del presidente Torra? Una inauguración, que corrió a cargo de la consejera Jordà, jefa del Departamento de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación de la Generalidad de Cataluña. Inauguró, agárrense, una tarima de madera... eh, perdón, de proximidad.

Como lo oyen: una tarima de proximidad. Es decir, una tarima de madera, fabricada con la madera de un bosque público que está a doscientos kilómetros de Barcelona. Yo creía que la proximidad hubiera sido no ir más allá del Tibidabo, pero... La tarima de proximidad está en la terraza del edificio donde tiene su oficina la consejera, en Barcelona, y da al comedor de los empleados (es un comedor de proximidad). La tarima hace de suelo en una terracita en lo alto del edificio. Es un lugar que tiene aspecto de ser agradable, que los empleados públicos aprovechan para visitar a la hora del almuerzo con su fiambrera y unos cuantos chismes sobre sus compañeros de oficina, para pasar el rato con dimes y diretes.

Todos contentos y felices, sobre la tarima de proximidad, que está inaugurándose justo en este momento. La fotografía se adjunta a la nota de prensa del Departamento.
Qué carita de santa felicidad, la de los cargos que rodean a la jefa. Cuánto pelota suelto.

Ahí estaban las cámaras de la televisión pública catalana, unos cuantos audaces reporteros de medios afines y una colección de directores generales y jefes de toda clase y condición, más alguno de la tropa, porque pelotas nunca faltan en estos partidos. Para pasmo de todos, inauguró la tarima con toda solemnidad, con un discurso encendido y patriótico, que ensalzó la naturaleza y éxito de la tarima de proximidad, construida, atención, con madera catalana (pero de la Cataluña que queda a 200 km de aquí), porque, siguió diciendo, la patria catalana ha de ser autárquica en todos los sentidos, y sostenible, y guay. Chachi, en suma.

Véase el paripé de la inauguración de la tarima aquí (en catalán, está sin traducir):
No queda claro si hubo canapés. Pero, dadas las costumbres alimentarias de la consejera, mejor que no.

Para que mediten un buen rato, les proporcionaré unos cuantos datos sobre la huella ambiental de dicha tarima de proximidad, comparada con una tarima de polietileno reciclado que podría haberse obtenido aquí mismo, en las plantas de reciclaje de la ciudad de Barcelona (y eso sí que es proximidad, no la de los 200 km). Es para que quede claro que la autarquía sostenible y guay de los productos de proximidad es, tantas y tantas veces, nada más que un puro camelo, un cuento chino para sacar perras a los incautos que puedan permitirse un capricho.

Quizá no me crean, pero las emisiones de dióxido de carbono por tonelada de madera de una explotación del Pirineo sólo en transporte del Pirineo hasta Barcelona (en camión) está entre los 10 y los 15 kg/tm. Si la madera hubiese venido de Finlandia en barco hasta el puerto de Barcelona, las emisiones estarían entre los 5 y los 8 kg/tm. ¿Por qué creen que la madera sigue viniendo del extranjero? ¡Es más barato! Porque consume menos recursos por tonelada.


Arriba, una tarima de madera.
Debajo, una de polietileno reciclable.
Maldita la diferencia.

Pero resulta que, de todos modos, la madera consume ocho veces más combustible en el transporte que el polietileno reciclado a igual distancia, y dos veces y media más agua en su fabricación. Una tarima de madera dura cuatro veces menos que una de polietileno reciclado y su coste de mantenimiento es dos veces y media mayor; además, se contrae por culpa de la humedad (alrededor de un 0,2%). Sus piezas sólo pueden reutilizarse un máximo de cinco veces; las de polietileno reciclado, más de veinte veces. Las tarimas de madera necesitan el doble de clavos y tornillos. Etcétera. Sí, la tarima de madera es alrededor de un 50% más barata que la de polietileno reciclado. Pero ¿compensa?

Algunas características estéticas y mecánicas de la madera hacen que los expertos recomiendan tarimas mixtas, con piezas de madera y de polietileno reciclado, pero queda muy claro, me parece a mí, que eso de la autarquía ecológica-chachi-guay del Pirineo es, cuanto menos, objetivamente cuestionable.

Pero, ay, la consejera en cuestión tiene ideas muy raras en la cabeza, las que ningún cargo con responsabilidad pública debería tener en relación con la salud de las personas. Lo de la tarima de proximidad es cómico, si quieren, porque roza el ridículo inaugurar una tarima y que luego salga por el telediario de TV3 y los periódicos como si fuera la cosa más grande del mundo mundial, como antaño inauguraban pantanos. Pero lo de jugar con la salud de las personas es ya, directamente, trágico y estúpido.

Vean a la señora Jordà, en septiembre de 2013, en el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, defendiendo majaderías sobre la homeopatía, la acupuntura y otras tomaduras de pelo semejantes. Aquí tienen el enlace (lean a partir de la página 16).

Ni que decir tiene que las afirmaciones de la señora Jordà sobre la bondad de esas medicinas alternativas no tienen ni pies ni cabeza, cuando no son simplemente falsas. Mentiras. 

La señora Jordà cometiendo una estupidez en público y presumiendo de ello desde entonces.

Era un aviso para navegantes, pero nadie hizo caso. Fíjense el grado de locura del personal que la hicieron responsable de una consejería directamente relacionada con la salud. Y ahí surge el escándalo, el despropósito. Va la tipa y autoriza la venta de leche cruda con el Decreto 163/2018, de 17 de julio, que autoriza la venta de leche cruda de vaca.

Aquí tienen el decreto, en catalán: 

Una brucelosis puede provocar daños articulares como éstos.
Son de naturaleza semejante a los de la poliartritis reumatoide.

Es una barbaridad, se mire como se mire. Las probabilidades de una infección microbiana de cualquier tipo en un consumidor de leche cruda de vaca son ochocientas cuarenta veces superiores a las de un consumidor de leche pasteurizada o esterilizada. El problema es que no hablamos (solamente, que también) de dolores de tripas, cagarrinas y otras infecciones intestinales, sino listeriosis (con una mortalidad del 30 al 40%) o la brucelosis (que, cuando no mata, puede dejar un cuadro crónico recurrente que dura años, o toda una vida). 

Echando mano de las estadísticas y comparando los datos en las regiones donde el consumo de leche cruda está autorizado, podrían caer víctimas de la leche cruda entre una y cinco personas al año. Una lotería funesta.

El señor Marc Vives es un ganadero guay que hace gala de pasarse por el forro cualquier medida de precaución sanitaria. Si hace eso consigo mismo, qué no les hará a sus clientes.

El caso es que, además, es un decreto muy mal hecho. Quien lo haya redactado y aprobado demuestra desconocer los mecanismos de inspección sanitaria y los mínimos requisitos de la seguridad alimentaria. Los inspectores de Agricultura o los de Salud tendrán las manos atadas en más de un supuesto de actividad altamente peligrosa. Quien quiera, podrá presentar los papeles de apertura de negocio e inmediatamente comenzar a vender su producto, sin haber pasado por ninguna inspección sanitaria. Etcétera. Este decreto está hecho con el culo, me ha resumido el experto consultado. Dejando a un lado que el consumo de leche cruda es peligroso, ha añadido.

Es decir, que el decreto es un peligro para la salud pública. No existe otra conclusión posible. Además, es un mal decreto, mal hecho.

Estamos muuuu mal, muuuu mal...

Es cierto que la venta directa de leche podría beneficiar a los ganaderos, que viven bajo el abuso de los grandes proveedores de leche, que compran su producto bajo precio de coste. Pero que los cargos responsables son tan ineptos que no saben cómo proteger los legítimos intereses de los ganaderos no es excusa para que, además, su estulticia ponga en peligro la vida de los consumidores. Ah, y que no se me olvide: la responsabilidad de una intoxicación no será de quien venda la leche... ¡sino de quien la consuma! Ahí queda eso.

Si la consejera Jordà le invita a comer a su casa, ¡diga que no!

No seguiré enunciando los peligros de la leche cruda. Hay quien lo ha hecho mejor que yo. Paradójicamente, la misma consejera Jordà, que dijo, en un programa de radio (y cito) que la leche cruda es tan segura como comer pollo que lleva cuatro semanas en la nevera.

Dios mío... Lo cursi, lo chachi, lo guay, lo estúpido, está acabando con la poca civilización que nos queda.

"Como el sol en el horizonte"


Hola, queridos y pacientes lectores míos. He aquí mi último artículo publicado en Metrópoli Abierta. Aprovechando una frase de Napoleón en la que da coba a la grandeur de Francia, dejo entrever que ninguna grandeur nacional merece crédito. El artículo se titula "Como el sol en el horizonte", que así comienza la cita.

Ojalá lo disfruten.

¡Lástima! Un fallo tonto (Gran Premio de Alemania 2018)



Estas cosas pasan. Fortuna es una diosa caprichosa y cuando parece que todo va bien... ¡pum!

Eso le ha pasado a Ferrari este fin de semana. Mercedes-Benz tuvo problemas en los entrenamientos y Ferrari había rendido mucho mejor y marcó los mejores tiempos. En carrera, salió primero y se mantenía delante sin problemas aparentes. Aunque Hamilton hizo una magnífica remontada, Vettel se mantenía en cabeza cuando...

Al iniciarse la carrera, las probabilidades de lluvia eran del 60%. Llovió. No en todo el circuito, al principio. Entonces, el Ferrari de Vettel, en cabeza, frenó en muy mal momento y de la manera más tonta (no hay otra manera de decirlo) patinó y acabó contra la valla. Quedó fuera de carrera ahí mismo. Quizá (ay, ay, ay) perdió ahí mismo el Campeonato de Constructores y el de Pilotos. O quizá no, ojalá. Mercedes-Benz se llevó las dos primeras posiciones con todo el mérito y el otro Ferrari acabó tercero, que menos es nada.

Lástima, ¿no?

El primero de verdad (y IV)


Hemos dicho que Chernushka iba a viajar al espacio en un vuelo orbital a bordo del Sputnik 9. Sus acompañantes serían un ratón, una cobaya e Iván Ivánovich, un maniquí a tamaño natural, vestido de cosmonauta, con el que los ingenieros probarían la bondad de la escafandra o váyanse a saber qué.

Ésta es la cara que puso Chernushka cuando le dijeron que viajaría al espacio.

Chernushka podría traducirse por Negrita iba a ser la penúltima perrita en viajar al espacio. Pero en los primeros días de marzo de 1961 eso todavía no estaba nada claro. El cohete en el que iba a viajar había sido modificado, para tener más potencia. Visto lo que había sucedido en vuelos anteriores, en éste sólo esperaban que no se desintegrara demasiado pronto.

El doctor Genin, propietario del reloj en cuestión.

Uno de los técnicos y científicos más ocupados en ese momento con el vuelo era el doctor Genin, Abraham Genin. De origen judío, ocupaba un puesto de importancia en la Segunda Escuela de Medicina de Moscú y, ojo, en el Instituto Central de Formación Avanzada de Médicos, también en Moscú, donde se estaba cociendo parte de la naciente medicina espacial. Dados sus orígenes, eso no era moco de pavo. Todo porque el doctor Genin era especialista en biofísica. Más concretamente, había estudiado los efectos de la descompresión sobre el ser humano, uno de los problemas con que se enfrentaban los aviadores a gran altura.

Un Pobeda K-34 de 15 rubíes. 
Uno como éste fue el primero en orbitar la Tierra.

Como premio por sus trabajos en ese campo, el Instituto regaló un reloj al doctor Genin, un Pobeda K-34, en el que hicieron grabar una dedicatoria en la tapa del reverso. Atención, que éste es el reloj.

Chernushka es atendida por el personal a las órdenes del doctor Genin.

El doctor Genin se encargaba, en el programa espacial soviético, de los sistemas de soporte vital. Se había centrado en la cuestión de la presión de la cabina y su relación con la ingravidez; también, en la relación de ésta con la presión sanguínea. Por lo tanto, trataba directamente con los perros cosmonautas y en este vuelo, con Chernushka.

Llegados a este punto, señalo que la historia que les estoy contando tiene algunas lagunas. 

El Pobeda K-34 era un reloj relativamente sencillo para lo que estamos hoy acostumbrados, con un calibre de quince rubíes. Pero, en su época, era un reloj decente. No uno de los mejores, pero ¡en fin! ¡Era un regalo! Por los servicios prestados, esas cosas. La cuestión es que el doctor Genin se llevaba mal con ese reloj. Si no, no se explica lo que hizo con él días antes del lanzamiento. O sí, pero entonces hay que decir que el doctor Genin realizó un experimento saltándose todos los protocolos.

El doctor Genin estaba cociendo algo en su cabecita. Tomó su reloj, lo dejó caer al suelo desde una altura considerable... Seguía funcionando. Probó de nuevo. Nada, funcionaba. Se bañó con él. No se paró. Lo sumergió durante más tiempo en la bañera. Tic, tac, tic, tac... Si no quería cargárselo, lo parecía. ¿Tenía manía a su reloj o estaba sometiéndole a pruebas de resistencia caseras?

Llegó el día del lanzamiento y el doctor Genin realizó los últimos ajustes en la cápsula y aprovechando que nadie se fijaba en lo que estaba haciendo, se sacó el reloj de su muñeca y lo ató a la patita de Chernushka. ¿Tenía esperanzas de no volverlo a ver nunca más o eran otras sus intenciones?

¡Chernushka sobrevivió al viaje!

La cuestión es que el cohete despegó, el satélite orbitó y luego regresó. Chernushka sobrevivió, y el Pobeda K-34... ¡seguía funcionando! ¡Sin ningún problema!

Pero, claro, descubrieron el reloj. Se preguntaron qué hacía ahí, si no estaba previsto que estuviera. Luego leyeron la dedicatoria al doctor Genin...

El doctor Genin se llevó una bronca de padre y señor mío por parte de Koriolov y los otros responsables del programa espacial soviético. Pero, en fin, como aquello era como una gran familia y el doctor Genin era un técnico indispensable en el programa, se conformaron con eso. 

Un Sturmanskye como el de Gagarin y un Pobeda como el de Genin.

Cuando Raketa compró Pobeda, hace pocos años, fabricaron un reloj Pobeda conmemorativo y rescataron la historia del primer reloj de pulsera que orbitó la Tierra. No fue el Sturmanskye de Gagarin, como se ve. El doctor Genin, además, explicó que no había pretendido otra cosa que descubrir si un reloj soportaría las condiciones del viaje y funcionaría bien bajo la ingravidez. 

Pobeda presumiendo de reloj espacial.
Sin embargo, el de la imagen no es un K-34.

Naturalmente, no iba a decir otra cosa, como que le tenía manía al reloj en cuestión y que esperaba no volverlo a ver, porque eso le habría supuesto un duro castigo en 1961 y quedarse sin contrato publicitario llegado el siglo XXI. Por lo tanto, la verdad verdadera de por qué el doctor Genin hizo lo que hizo no la conoceremos nunca, pero, por el camino, nos ha quedado una historia muy interesante llena de bombas, cohetes, perros y relojes.

El primero de verdad (III)


Cuando se pensó seriamente en conquistar el espacio exterior, quedó pendiente el problema de enviar a alguien ahí arriba. Una persona, quiero decir. Pero así, a las bravas... ¿Podría resistir el empuje de un cohete? ¿Cómo reaccionaría ante la ingravidez? ¿Qué otros peligros, hasta el momento desconocidos, podría tener que afrontar? No quedaba más remedio que probar antes con animales.

Éste es Sam, un macaco que fue enviado al espacio por la NASA en 1961.

En los EE.UU. se optó por enviar primates al espacio exterior, porque, se decía, eran lo más parecido al ser humano que había a mano. Madrugaron, a la hora de meterlos en un cohete y dispararlos hacia lo alto. El 11 de junio de 1948, un macaco llamado Albert I fue disparado a bordo de una V-2 capturada a los alemanes. Murió asfixiado. Albert II, el 14 de junio de 1949, voló en otro cohete similar llegando a los 133 km de altura; fue el primer primate en llegar al espacio exterior. 

También se emplearon moscas de la fruta, en varios lanzamientos, para comprobar si la radiación del espacio exterior producía mutaciones. Con el mismo propósito u otros parecidos, americanos y soviéticos emplearon ratas, conejillos de indias, conejos y hasta tortugas. Sí, tortugas. Fueron los primeros seres vivos en orbitar la Luna, en un cohete soviético, a principios de los años sesenta, pero nos estamos adelantando. El fin de muchas de estas bestias fue trágico, desde el punto de vista de la bestia en cuestión, claro. 

Elegidos para la gloria.
Gozaron de fama y privilegios, estos chuchos.

Si a los americanos les dio por los primates, a los soviéticos, por los perros. Mejor dicho, y más específicamente, por las perras, porque las hembras de la especie eran (a decir de los científicos soviéticos) más dóciles y porque (a decir de los ingenieros) era más fácil diseñar un sistema para recoger la caca y el pipí del perro en situación de ingravidez si era hembra que si era macho.

Los perros cosmonautas soviéticos fueron protagonistas de cuentos para niños, series de dibujos animados, películas, documentales, sellos de correos, carteles de propaganda, portadas de revistas y periódicos, programas de televisión... En fin, una locura.

Visto en perspectiva, no fue una elección desafortunada. Eran perros callejeros, de raza indefinida. Era fácil obtenerlos y seleccionar los más idóneos, pues había muchos chuchos candidatos. Eran canes proletarios y soviéticos y salían gratis, no unos monos carísimos y raros, unos simios aristócratas, como los que empleaban los americanos. Eran, en definitiva, unos animales simpáticos y se convirtieron muy pronto en estrellas de la propaganda soviética. Salían en los sellos y eran protagonistas de portadas de los periódicos de todo el mundo, algo que los macacos y los chimpancés norteamericanos nunca lograrían. Seguro que todos están pensando en Laika, ¿verdad?

Pero hubo más perros que Laika. El programa espacial soviético trabajó con 57 perros, aunque no todos llegaron a viajar en un cohete. Algunos viajaron dos o más veces. Algunos no sobrevivieron. Algunos... ¡se escaparon!

Los primeros perros cosmonautas hacían vuelos suborbitales así vestidos.
Luego se fabricó una cápsula para ellos y se libraron de estas incomodidades.

Entre 1951 y 1956, los perros cosmonautas viajaron en cohetes R-1 (la versión soviética de la V-2 alemana) y alcanzaron alturas de unos 100 km o más. Viajaban entonces embutidos en un traje de presión (como el de los pilotos) y con escafandras de cristal acrílico. Entre 1957 y 1960, hubo once vuelos con perros en cohetes R-2, que llegaron a los 200 km de altura. En 1958, hubo tres vuelos perrunos que alcanzaron los 450 km de altura en cohetes R-5. En los cohetes R-2 y R-5 los chuchos viajaban en cabinas presurizadas, no disfrazados de cosmonautas, lo que fue un gran avance, pues permitía estandarizar el equipo y facilitar el entrenamiento del perro.

¿Sería un perro el primero en llegar a la luna?
(Pues, no, porque fueron unas tortugas).

En estos primeros vuelos suborbitales, hubo algún que otro incidente. Murieron algunos de los perros cosmonautas, por ejemplo, por asfixia, quemados en una explosión, al aterrizar sin paracaídas... y en el caso de Lisichka (explotó su cohete el 28 de julio de 1960) el ingeniero jefe Koroliov derramó algunas lágrimas, porque la había adoptado y ya era parte de su familia. Porque, también hay que decirlo, la conexión entre los perros cosmonautas y el equipo de técnicos de la carrera espacial era muy estrecha. Cuando una perrita cosmonauta finalizaba con éxito una misión, había bofetadas por llevársela a casa, donde viviría con sus amos un feliz retiro.

También en 1960, dos perritas, Damka y Krasavka, sobrevivieron a uno de los peores vuelos que se recuerdan: falló un propulsor, el cohete se desvió de su trayectoria, no funcionó el sistema de eyección para poner a salvo a la tripulación perruna y la cápsula se estrelló en medio de Siberia, después de un fallo de los paracaídas; tardaron dos días en encontrarla, con temperaturas de 45º bajo cero. Las dos perritas sobrevivieron, pero no sé si luego morderían a alguien. Yo lo hubiera hecho.

También hubo incidentes de otro tipo. Smelaya, una perrita inteligente, se escapó un día antes del lanzamiento (pies para qué os quiero), pero la pillaron y la llevaron de vuelta al cohete. Compartió vuelo con Malishka, otra perrita, y sobrevivió. Bolik, en cambio, tuvo más suerte que Smelaya. Tomó las de Villadiego y no lo volvieron a ver nunca más. Ahí os quedáis. Como faltaba menos de un día para el lanzamiento, capturaron a un perro vagabundo que en esos momentos estaba haciendo pis en una plataforma de lanzamiento y sin más miramientos lo embutieron dentro del cohete. Su nombre, ZIB, acrónimo en ruso de Sustituto del Extraviado Bolik. ¡Ni tiempo tuvieron para darle un nombre decente! ZIB sobrevivió, pero maldita la gracia que le hizo que lo enviaran al espacio sideral sin entrenamiento y sin avisar.

La celebérrima Laika.
Heroína o mártir, o ambas cosas a la vez.

Luego vino Laika. Su misión se preparó con prisas, por adelantarse de nuevo a los americanos. ¡Y lo consiguieron! El 3 de noviembre de 1957, consiguió orbitar la Tierra y fue el primer terrícola en conseguirlo. Pero... La misión sería sólo de ida, no estaba previsto su regreso. Esto no se dijo, por no quedar mal con el público, pero los técnicos de la misión arrastraron durante años un molesto sentimiento de culpa. Oficialmente, esta Heroína (perruna) de la Unión Soviética murió por falta de oxígeno. Años más tarde, en 2002, se supo la verdad: había muerto de un choque térmico y estrés, en una agonía que comenzó cinco horas después del lanzamiento. No hubo tiempo de diseñar un sistema de refrigeración para el satélite.

Belka y Strelka fueron famosísimas.
Hasta tuvieron una serie de dibujos animados propia.

Hubo más vuelos orbitales, protagonizados por perritas y más animales. En agosto de 1960, Belka, Strelka (ambas perritas), un conejo, cuarenta y dos ratones y dos ratas volaron en el Sputnik 5 ¡y sobrevivieron todos! Fue la primera vez que ocurrió esto en un vuelo orbital. Sin embargo, en diciembre de ese mismo año, Pchyolka, Mushka y algunos bichos más murieron desintegrados al estallar el cohete que cargaba con el Sputnik 6. El riesgo seguía siendo muy grande.

Entonces le tocó el turno a Chernushka, que viajaría en el Sputnik 9 junto con un ratón, una cobaya y un maniquí disfrazado de astronauta. Despegaría el 9 de marzo de 1961.

Ahora sí que llegamos al asunto del reloj.

El primero de verdad (II)


Hablábamos del primer reloj de pulsera que viajó al espacio exterior. Casi todo el mundo cree que fue el que llevaba Yuri Gagarin en la muñeca, un Sturmanskye con un calibre especial (y, a partir de ese momento, espacial) de 17 rubíes. Pero ya anuncio ahora que no fue ése. 

También hablamos de la bomba atómica, del inicio de la Guerra Fría y de la fabricación de cohetes. Todo eso ¿qué tiene que ver con el reloj que digo? ¡Tranquilos! Poco a poco nos vamos acercando.

Tenemos a un lado la bomba atómica y al otro, un cohete balístico, capaz de transportar una carga considerable en una parábola con un alcance de 100, 200, 1.000 km... Si el cohete fuera más potente, podría llegar a situarse en la órbita terrestre. Desde una órbita ¡podría sobrevolar cualquier parte del planeta! Atención, que si, además, pudiera transportar una carga mayor, podría llevar consigo una bomba atómica y entonces el enemigo no tendría dónde esconderse. 

Dos y dos son cuatro. Los EE.UU. y la Unión Soviética se lanzaron de cabeza a construir bombas atómicas más pequeñas (y más potentes) y cohetes más grandes, capaz de cargar más peso a más distancia.

Son los cohetes los que ahora nos interesan.

Soviéticos y norteamericanos sabían que el espacio era la nueva frontera y todos querían conquistarla y dominarla. Un cohete capaz de poner en órbita una carga importante podría servir para situar en órbita un satelite de comunicaciones o uno que pudiera sobrevolar al enemigo y fotografiarlo a discreción. Además, comenzaron a sumarse muchas y diferentes aplicaciones científicas posibles y entre ellas estaba la de enviar un astronauta al espacio. Si uno era soviético, aviso, no enviaba astronautas al espacio, sino cosmonautas. 

Uno de los signos de la Guerra Fría fue la carrera nuclear, horrible y nefasta amenaza, una locura; pero, inseparable de ella (al menos, al principio), arrancó la carrera espacial, que ha sido y sigue siendo uno de los grandes hitos de la historia de la Humanidad. 

Koriolov, uno de los héroes de la carrera espacial.
Un gran ingeniero.

Los soviéticos, al principio, partían con ventaja. Tenían mejores cohetes que los americanos. El genio detrás de esta ventaja era Serguéi Pávlovich Koroliov, que algunos llaman el Von Braun soviético. Bah, no hay color.

Nació en Ucrania, sufrió las hambrunas, fue purgado por Stalin y pasó seis años en un gulag... Pero, a su muerte, en 1966, había sido mil veces condecorado y considerado héroe. 

En 1930 ya diseñaba cohetes; en 1932 ya había diseñados tres motores de cohete de combustible líquido y un año más tarde volaba el primero de ellos. En 1934, publicó un primer trabajo sobre vuelos estratosféricos. Sus trabajos pronto fueron subvencionados por los militares, naturalmente.

Preso por Stalin, ayudó a diseñar el legendario Ilyushin Il-2.

En 1938 sufrió una purga y fue internado en un gulag. Casi perdió la vida y su salud quedó maltrecha el resto de su vida, pero, todavía preso, participó en el diseño de dos aviones legendarios, el Túpolev Tu-2 y el Ilyushin Il-2. En 1944, se le retiraron todos los cargos y, a las órdenes de los serrvicios secretos, se puso a diseñar cohetes otra vez.

Un cohete R-1 en 1947, la versión rusa del A-4 alemán (V-2). 
El equipo para transportarlo, cargarlo de combustible y dispararlo era una mezcla de camiones y máquinas alemanas, norteamericanas y soviéticas, muy variopinta.

Le tocó estudiar los cohetes V-2 capturados a los alemanes en 1945 y diseñar la copia soviética de este cohete, el R-1. Luego diseñó el R-2, que doblaba en potencia y alcance al alemán. Siguieron el R-3, el R-4, el R-5... Todos con miras a ser empleados por los militares.

Un cohete R-7 iniciando el despegue, como el que puso en órbita al Sputnik o a la perrita Laika.

Pero se inició entonces el Programa Espacial Soviético. En 1953, propuso emplear el R-7 para lanzar un primer satélite artificial en la Academia Rusa de las Ciencias, cuatro años antes que los norteamericanos. Cuando éstos propusieron la idea en el Año Geofísico Internacional (1957), los soviéticos respondieron poniendo en órbita al Sputnik, ese mismo 4 de octubre. Los EE.UU. recibieron el primer gol de la carrera espacial, una inesperada bofetada en toda la cara, y en los meses que siguieron, los cohetes de Koroliov siguieron enviando satélites al espacio, mientras los cohetes de Von Braun se hacían añicos intentándolo.

Y nos vamos acercando a lo del reloj, calma.

Sablazos


Aquí va otro artículo escrito en Metrópoli Abierta. Se titula Sablazos y cuestiona la preparación de nuestros líderes patrios o, si prefieren mejor decirlo, su idoneidad para el cargo. Porque, simplemente, no saben muy bien qué hacer ni lo que están haciendo. Espero que les guste. Si no, espero que les haya hecho pensar, al menos.

El primero de verdad (I)


Los científicos soviéticos ya entrevieron la posibilidad de construir una bomba atómica en 1939 y en los años que siguieron (pese a la brutal guerra contra la Alemania nazi que se inició en 1941) los científicos soviéticos lograron importantes avances teóricos sobre la fisión nuclear con uranio-235. Casi al mismo tiempo en que los científicos soviéticos creyeron posible fabricar una bomba atómica, el presidente Rooselvet, de los EE.UU., recibió una carta que cambiaría la historia para siempre.

Einstein y su ayudante, Szilárd.

Esa carta fue la hoy conocida carta Einstein–Szilárd, escrita por Leó Szilárd, en colaboración con Edward Teller y Eugene Wigner, que firmó Albert Einstein y que advertía del peligro del programa nuclear alemán. No era una amenaza cualquiera: los científicos alemanes, bajo el paraguas del nacionalsocialismo, habían conseguido construir un reactor nuclear y estaban procediendo a enriquecer uranio. Cuando estas noticias llegaron a los oídos de los físicos que habían huido de los nazis, saltaron todas las alarmas. Tan pronto comprendieron lo que Hitler pretendía conseguir, corrieron a advertir al presidente Rooselvet. Eso fue el 2 de agosto de 1939.

Aquí unos amigos, posando ante la mascletà más gorda de la historia, hasta ese momento.

Ése fue el origen del ultrasecreto proyecto Manhattan. Seis años después, el 16 de julio de 1945, estallaba la primera bomba atómica en Alamo Gordo, Nuevo México, en los EE.UU. En agosto, Japón se rendía, después del bombardeo nuclear de Hiroshima (con una bomba de uranio-235) y Nagasaki (con otra de plutonio-239). Esas tres explosiones fueron la señal de partida de la Era Atómica... y de la Guerra Fría.

En los EE.UU. se felicitaban por haber adelantado a los nazis y a los soviéticos, que creían muy lejos de la bomba atómica.

El proyecto Uranio de los nazis, familiarmente el Uranverein (trad.: Club del Uranio) nunca fue capaz de llegar a parte alguna, y eso que partía con ventaja en el estudio de la fusión, en el enriquecimiento de uranio y en tener, en pleno funcionamiento, una Uranmaschine (trad.: un reactor nuclear); pero, contrariamente a lo que suele decirse, el ejército nunca confió demasiado en esta arma y los equipos creados para investigar sobre ella competían entre sí en vez de colaborar unos con otros.

Se pretendía que el proyecto Manhattan fuera un secreto secretísimo.

En cuanto a los soviéticos... En la batalla de Berlín, los mandos soviéticos sacrificaron regimientos enteros para conseguir acceder en el menor plazo posible a 250 kg de uranio-235 almacenados en la ciudad. Los consiguieron. Esta batalla dentro de la batalla pasó desapercibida en su momento.

Una reproducción de la RDS-1 soviética.
Muy (demasiado) parecida a la Fat Man de Hiroshima.

En 1949, estalló la primera bomba atómica soviética, la RDS-1. Era una copia casi calcada de la bomba atómica americana. El espionaje había conseguido superar los obstáculos técnicos y materiales a los que se habían enfrentado los científicos soviéticos. Fue una desagradable sorpresa para los aliados occidentales. Ahora sí que la Guerra Fría era un hecho incontestable.

Esta fotografía tomada en 1945 en Fort Bliss, Texas, muestra a los físicos, químicos e ingenieros alemanes que fueron captados (ejem) en la operación Paperclip y que trabajaban en la construcción y desarrollo de cohetes balísticos. El Alemania, habían estado a las órdenes de las SS.

Ahora vayamos a otra arma desarrollada por los alemanes, una de sus Wunderwaffen (trad.: armas maravillosas), el cohete balístico. Más concretamente, el A4 (más conocido como V-2), el pariente más destacado de una familia de cohetes que comenzó a construirse en 1934. Diseñado por Wernher von Braun, fue el objetivo prioritario de la operación Paperclip de los americanos, consistente en capturar al mayor grupo posible de científicos e ingenieros nazis, para que no cayeran en manos de los soviéticos.

Un esquema de un cohete A4 (V-2). 
El bombardeo de Londres y Amberes con estos cohetes produjo alrededor de 7.000 muertos entre la población civil. Pero más de 20.000 trabajadores esclavos murieron a consecuencia del maltrato de las SS construyendo estos cohetes.

Pero, claro, cayeron. Además, los ingenieros soviéticos también llevaban tiempo trabajando en cohetes y aunque reclutaron a menos ingenieros nazis y requisaron menos material que los americanos, tenían un excelente punto de partida para sus propios cohetes. Los motores soviéticos, por ejemplo, eran excelentes.

Y, ojo, los soviéticos, desde el primer día, trabajaron en una bomba atómica capaz de viajar en un cohete balístico, y en un cohete capaz de transportar una bomba atómica.

De ahí al primer reloj de pulsera en órbita falta menos. Paciencia.

El primero de verdad (introducción)


El 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin fue el primer hombre en orbitar nuestro planeta.
Pero ¿fue su reloj de pulsera el primer reloj de pulsera en orbitar la Tierra?

Hace un tiempo, publiqué cinco entradas seguidas en El cuaderno de Luis sobre los primeros relojes que los astronautas llevaron consigo. Pueden encontrar y leerlos todos accediendo a ellos a través del índice (en la parte derecha de su pantalla), buscando en julio de 2015, hace exactamente tres años.

El primero de estos apuntes es el siguiente:

De entonces hasta ahora, sé más cosas. Una de ellas, gracias a mi amigo Alberto (cuyo apellido mantendré anónimo), gran aficionado y coleccionista, que me ha puesto en la pista del que probablemente sea el primer reloj de pulsera que visitó el espacio exterior.

Un Sturmanskye como el de Yuri Gagarin, de 17 rubíes.
El modelo estándar era de 15 rubíes. 
Éste, de mejor calidad y mayor precisión, era un regalo especial.

El los apuntes que he mencionado y en prácticamente todas partes se habla del reloj de pulsera de Yuri Gagarin, el Sturmanskye (trad.: Navegador), un reloj de aviador de la marca Poljot (trad.: Piloto), regalo del Ejército del Aire de la Unión Soviética. Fue, suele decirse, el primer reloj de pulsera que orbitó la tierra. Ojo, es lo que suele decirse, pero ¿lo fue?

No, claro. Si no, no estaría yo escribiendo esto.

Tenemos que remontarnos a los orígenes de la carrera espacial, que coinciden con los orígenes de la Guerra Fría.

El procés y la ley de Poe


Yo les digo cuatro cosas y ustedes se hacen la composición y buscan los ejemplos. Es que me da pereza ir más allá. Calor, aburrimiento y hartazgo me acompañan cuando esto escribo.

La ley de Poe afirma que (cito) es difícil o imposible distinguir entre una postura ideológica extrema y la parodia de esa misma postura

Al principio, esta ley se aplicaba a los foros de internet, pero hoy se está demostrando válida en cualquier entorno donde haya posturas ideológicas cerradas y propensas al fanatismo. Se da naturalmente en religión y en política.

Cuando la ley de Poe se torna válida, ocurren cosas que tienen un punto ridículo, esperpéntico, cómico, estúpido, absurdo, hilarante, imbécil..., que es lo que se quiere notar con esta ley. Se me ocurren muchos adjetivos, todos ellos válidos, y pueden escoger, para cada episodio, uno o algunos de los posibles, porque hay adjetivos y episodios para dar y repartir. Aquí y en todas partes.

Si esto es una burla o va en serio, no puede saberse a primera vista.
(Nota: Agárrense, que va en serio).
Pura ley de Poe.

(Nota: No es Jonqueras, sino Junqueras.)

¡Presentes!
El paralelismo es obsceno, pero inevitable.
Cualquiera podría haber prevenido contra la semejanza, pero no.
Ley de Poe.

El procés es uno de esos entornos donde la ley de Poe se cumple a rajatabla gracias a la sacralización de su simbología, la aceptación incondicional de su discurso y la cohesión grupal y excluyente de sus seguidores, muy semejante a la de un fanatismo religioso, que se consagra en una ocupación y apropiación de lo público. Es un fenómeno sobre el que tendrán que meditar, y mucho, tanto psicólogos como antropólogos, porque la ley de Poe se manifiesta con tanta rotundidad y tantas veces que parece mentira. 

Como tienen ejemplos a porrillo, sírvanse ustedes mismos. Si no se les ocurre nada, les añado una de mis ristras de tuits favoritas, recopilada por Oriol Güell (@oriolguellipuig), y verán que, a poco que piensen, se verán desbordados de ejemplos:

El tour de Mikko


Érase que se era, en un país muy lejano (pongamos que se llame Finlandia), un señor diputado calvo y con diéresis, porque se llamaba Mikko Kärnä. No era propiamente diputado, sino diputado suplente. Les diré: el diputado de verdad era un tal Paavo Väyrysen, elegido para el puesto por el distrito electoral de Laponia. 

El tal Väyrysen era representante del Partido del Centro (Suomen Keskusta) elegido en Laponia. Su partido es un partido liberal (como Ciudadanos o lo que sea ahora Convergència) que se lleva aproximadamente el 20% del voto del país desde hace un siglo, poco más o menos. Como el tal Väyrysen prefirió seguir en el Parlamento Europeo, su puesto lo ocupó el señor Kärnä, el suplente. Como hoy ya hace meses que el señor Väyrysen ya ha regresado al parlamento finlandés, hace ya un tiempo que el señor Kärnä ya no es diputado. Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

El señor Kärnä, paseando sus diéresis por Gerona.

Pues, no. Porque aquí, entre los procesistas catalanes, el señor Kärnä es y sigue siendo diputado en todos los comunicados de la Generalidad de Cataluña y ha sido recibido a cuerpo de rey como si fuera una gran eminencia, cuando sólo escribe tuits (eso sí, seguidos por más de treinta mil catalanes procesistas) cuando ha sido invitado a pasar unas vacaciones... digo, a visitarnos. 

Ha sido recibido por el presidente Torra, con quien ha compartido unos vasitos de ratafía, por el presidente del Parlamento, por varios consejeros y diputados... Se está pegando unas vacaciones que ni les cuento, con todos los gastos pagados. Está visitando Cataluña y le invitan a dar conferencias, a comilonas, a excursiones... Están tirando todos la casa por la ventana para agasajar al señor Kärnä, como antes hacían con el turista un millón.

El veraneante posando para una fotografía en Besalú.
Luego, la comilona.

¿Por qué? Porque, en los dos años que fue diputado (entre 2015 y 2017) propuso que Finlandia reconociera a Cataluña como Estado independiente. Maldito el caso que le hicieron en el parlamente finés, pero aquí se vendió su propuesta (escasamente seguida) como la gran cosa de la diplomacia procesista y ahora que el señor Kärnä no tiene con qué entretenerse le han propuesto un tour turístico-reivindicativo. El señor Kärnä, por no desperdiciar la ocasión de unas vacaciones pagadas, se ha apuntado al viaje.

En la Costa Brava, lo esperaban con todo esto, de entrante.
Comprobando in situ la situación de catástrofe humanitaria que vive el país.

Su tour merecería una enciclopedia. Se mete con las prisiones y con las autopistas de peaje que administra la Generalidad de Cataluña, por ejemplo, y dice que son una vergüenza y tal. Silencio administrativo, propagación del mensaje España, caca, porque lo dice un calvo venido de fuera, y siguen las vacaciones por la Cataluña pija y amarilla (es decir, oprimida por el Estado español): Costa Brava, Gerona, Sitges, mucha playa, muy pintoresco todo y pocos barrios periféricos; ninguna voz en desacuerdo con los amarillos en el programa, por supuesto, ni una, pero ¿qué más da? Se trata de un paseo por Disneylandia, no por la realidad.

Pero, ya les digo, si lo llego a saber, me afeito el poco pelo que me queda, lleno mi pasaporte de diéresis y me dejo la barba, porque luego me pego unas vacaciones que ya quisieran muchos para sí. A cargo del erario público, además. Gratis. ¿Qué más quieren?

Grande (Gran Premio de la Gran Bretaña 2018)


Silverstone es uno de los circuitos clásicos de la Fórmula 1, de los de toda la vida. Ha sido, tradicionalmente, uno de los más rápidos. También, uno de los primeros en ser cuidadosamente diseñados para evitar accidentes, lo que llevó a asegurar, en los años cincuenta y sesenta (cito) que era un circuito carente de emoción, puesto ¿quién puede hablar de emoción si no se pone en riesgo la vida del piloto? Así, tal cual.


En fin, que los tiempos cambian y Silverstone, pese a las quejas de los antiguos periodistas deportivos, ha visto este fin de semana una carrera muy emocionante. El safety-car ha tenido mucho que decir, porque ha salido dos veces a pista y las dos ha salvado la cara a Mercedes-Benz, que partía en primera posición y era la escudería favorita, pero seguida muy de cerca por Ferrari. Y digo que le ha salvado la cara por dos veces porque las ruedas de los Mercedes-Benz han sufrido demasiado y estas pausas en la carrera han permitido mantenerse algo más de tiempo en lo alto. 

Pero, al final, Ferrari se ha impuesto, quedando en primera y tercera posición. Por lo demás, hay que felicitar también al equipo Mercedes-Benz, porque sus dos pilotos han hecho una gran carrera.