La ristra del cirujano Larrey



Las guerras de la Revolución y las napoleónicas son el escaparate de una generación de hombres excepcionales en circunstancias excepcionales. Entre éstos encontramos verdaderos héroes y uno de mis favoritos fue el barón de Larrey, cirujano.

Le he dedicado una #RistraDeTuits en Twitter, que, a su vez, he dedicado a todas esas personas que, en estos tiempos tan complicados de epidemias y confinamientos, hacen tanto por nosotros. Comenzando, claro está, por los empleados de los hospitales, pero siguiendo con la gente que trabaja en los supermercados, los servicios públicos, la policía, etcétera. A todos ellos, gracias.

El enlace será:

Tirando a solas



Uno hace lo que puede. Por ejemplo, algún ejercicio de esgrima en casa, gracias a los vídeos del maestro Imi. Eso sí, no me apuren mucho porque todavía no domino eso del Instagram. 

La verdad es que tirar solo es algo que uno hace por no perder la costumbre, pero también con preocupación, porque cuánta habilidad hemos perdido encerrados durante dos semanas entre cuatro paredes... En fin, que tengo ganas de tirar con alguien, de nuevo, y considerar la distancia segura aquélla en la que puedes dejar corto un sablazo, y no la que debes mantener con el prójimo para no pillar un microbio.

Cerdos y jabalíes


Una vez más, Metrópoli Abierta ha tenido a bien publicar uno de mis artículos, que va de una cosa y de otra, porque quería decir mucho y tenía poco sitio para ello. Va del confinamiento, claro, pero carga contra contra los vendedores de crecepelo, los que hacen del odio su bandera y la condición miserable de algunos que consideramos ídolos. No sé si les gustará, pero ahí lo dejo. Se titula Cerdos y jabalíes

Albert Uderzo (1927-2020)



Me he enterado hace muy poco que ha muerto Albert Uderzo. Su nombre es inseparable del genial René Goscinny, padres ambos de las aventuras de Astérix, el galo, su gran amigo Obélix y una larga colección de personajes que se volvieron todos muy pronto entrañables. 

Esta noticia me ha entristecido porque yo, como tantos niños, crecí leyendo las aventuras que había dibujado. Mi afición por la lectura, por la escritura y por el dibujo deben mucho a los tebeos que dibujó y no he disfrutado poco ni nada con ellos.

En fin, la vida sigue y sus personajes nos dejan el mejor recuerdo que nadie podría desear.

Las brujas de la noche



Pasado & Presente publica Las brujas de la noche - En defensa de la Madre Rusia, de Lyuba Vinogradova, traducida por David León Gómez.

Se trata de una obra construida alrededor de un grupo de aviadoras soviéticas que se creó en el momento de mayor crisis de la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes estaban a un tiro de piedra de Moscú y parecía que nada iba a detenerlos, en noviembre de 1941. Ahí arranca la narración y prosigue hasta la decisiva batalla de Kursk, en verano de 1943, sin dejarnos la brutal batalla que tuvo lugar en Stalingrado.

Estamos hablando de un grupo de muchachitas, entre diecisiete y veintiún años, que habían aprendido a volar en los clubs del Komsomol y que se prestaron voluntarias para ser pilotos de guerra. Hablamos de la Unión Soviética de Stalin, lo que suma al horror de una guerra el miedo a las delaciones y a los comisarios políticos. De hecho, los tres regimientos femeninos que se formaron fueron objeto de una campaña publicitaria del régimen y las mujeres que lucharon en ellos tuvieron que empeñarse a fondo para poder ser consideradas pilotos de combate y reconocidas como tales.

Una de las ases de caza femeninas, Lydia Litvyak.

Se crearon tres regimientos aéreos. Uno, de cazas, el 586.º, que pasaron a pilotar el Yak-1. Algunas de sus pilotos, como Katya Budánova o Lydia Litvyak, se convirtieron en ases y encontraron la gloria (y la muerte) combatiendo contra los nazis. Algo parecido ocurrió con el regimiento de bombarderos, el 587.º, que pilotaban el Túpolev Tu-2, que efectuaba ataques frecuentemente en picado, con no poco riesgo. 

Un U-2 y algunas de las mujeres que lo tripulaban.

El tercer regimiento femenino, el 588.º, fue pronto bautizado por el enemigo como el de las brujas de la noche, apodo que dieron a las valerosas mujeres que pilotaban una especie de cafetera con alas, el U-2, un biplano de madera y tela que apenas sobrepasaba los 150 km/h. La misión de estos aviones era hostigar al enemigo con ataques nocturnos a baja cota. Esos aeroplanos casi de juguete se convirtieron en una pesadilla y de ahí el nombre que los alemanes pusieron a esas pilotos. Fue una de las unidades soviéticas más condecoradas y se hizo muy pronto tan famosa como temida.

Vinogradova no se centra exclusivamente en las hazañas bélicas, sino en la relación de las pilotos entre sí, con sus superiores, con sus familias, con sus compañeros de vuelo... También presta atención a las mujeres que realizaban el mantenimiento de los aeroplanos, las mecánicas, tan frecuentemente olvidadas. 

Es un libro muy interesante y que nos cuenta una historia muchas veces desconocida o tergiversada, muy bien documentada y fruto de un trabajo de investigación que también intenta desmitificar la realidad de estas unidades. Recomendable para cualquiera que tenga interés en este asunto. 

La ristra de la máquina de afeitar


Mis seguidores de Twitter podrán haber ya leído mi última #RistraDeTuits sobre una anécdota de la Segunda Guerra Mundial que nos lleva a la desconocida guerra electrónica entre amigos y enemigos en esa contienda. La historia de la máquina de afeitar se instaló en la marina aliada en el Mediterráneo, casi como una superstición, pero no les diré nada más. 

El enlace será:

Espero que les guste.

¡Que te pongas los guantes!


Las declaraciones de las cabezas visibles de una parte del independentismo catalán estos días son una clarísima muestra de su miseria moral. Por eso escribí ¡Que te pongas los guantes! para Metrópoli Abierta. Naturalmente, la educación me impide decir lo que pienso.

Una #RistraDeTuits en la radio


Estos días también deparan sorpresas agradables. Onda Nassau ha tenido a bien retransmitir una lectura de una #RistraDeTuits, aquella que hablaba de Rose Valland, la espía del Louvre que salvó tantas obras de arte.

La #RistraDeTuits está aquí:

Esta emisión es una iniciativa del Instituto de Educación Secundaria Juana I de Castilla, de Tordesillas, Valladolid.

Muchas gracias.

La retransmisión es ésta:

Como desees



Cary Elwes, con la ayuda de Joe Layden, es el autor de un libro titulado Como desees -- Historias inconcebibles del rodaje de La Princesa Prometida, que publica Ático de los Libros.

Esta brillante editorial había vuelto a publicar La Princesa Prometida y la leímos y la disfrutamos mucho. Como muchos de ustedes sabrán, el libro se convirtió en una película que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una película de culto, y una de esas películas tan maravillosas que pueden alegrar el día tanto a los nietos como a los abuelos. 

Cary Elwes es el actor que en aquel entonces encarnó a Westley, uno de los protagonistas del libro y de la película. Era un actor casi desconocido y cuenta, en este libro, las peripecias del rodaje por las que tuvo que pasar. Entre ellas, las necesarias para poder combatir espada en mano en uno de los mejores duelos coreografiados por Bob Anderson.

(Pueden ver este duelo aquí, en; https://youtu.be/lC6dgtBU6Gs).

Si a ustedes les gusta la película o sienten interés por conocer el punto de vista de un actor, lean Como desees. Algunas de sus anécdotas no tienen precio.

Con humor




Cuando esto pase


Cuando esto pase, la epidemia, quiero decir, espero que nos acordemos de quienes recortaron los presupuestos de la sanidad pública con tanta afición y de quienes, en vez de sumar fuerzas e ir todos a una, aprovecharon para sembrar la inquina, que resultan ser los mismos, mira tú qué casualidad. 

Llegarán tiempos de preguntar y exigir, pero ahora, si lo que vas a decir no ayuda, calla. 

La ristra del coronavirus



Queridos lectores:

Alguien me pidió hacer una #RistraDeTuits sobre la epidemia que se nos ha echado encima. Al principio no quise hacerla, pero luego pensé que, si ayudaba a alguien, aunque fuera muy poquito, era mi deber hacerla.

Aquí la tienen:

Aprovecho para insistir en dos cosas más:

La primera, ánimos. Lo superaremos.

La segunda, gracias. Especialmente a esas personas que cuidan de nuestra salud, los servicios públicos, las tiendas de comestibles... A todas ellas, sin dejarme ni una.

La ristra del traje del Emperador



Queridos lectores míos:

He aquí otra #RistraDeTuits que he publicado en Twitter hace nada. 

Esta vez va sobre el traje (mejor dicho, los trajes) del Emperador, que no es otro que Napoleón I. Muy por encima y sin entrar en demasiados detalles, repaso las vestimentas que asociamos siempre a Napoleón: su traje de general en Italia, su uniforme de Cónsul, su atuendo con el traje de paseo de coronel de la Guardia Imperial y su traje ceremonial como Emperador. Y todo, con la ayuda de pintores excepcionales, de la talla de Gros, Ingres o David.

Espero que les guste.

Lo encontrarán en:

Miedo



El otro día entré en mi librería de guardia (La Caixa d'Eines) y no sabía muy bien qué libro comprar. Al final, como siempre sucede en estos casos, cargué con unos cuántos. Entre ellos, un Zweig, titulado Miedo.

Stefan Zweig es una garantía razonable y Miedo cumple las expectativas. Como siempre, Zweig es brillante en el retrato psicológico de un personaje. En este relato, de Irene Wagner, la protagonista. Es una joven mujer, casada y con dos hijos, una burguesa vienesa que se echa un amante. ¿Por amor? No. Quizá por capricho; mejor, por aburrimiento. Entonces es descubierta y aparece ese miedo que menciona el título. El argumento, con un final algo sorprendente, es lo de menos, porque lo mejor es la descripción de ese estado de incertidumbre de Irene Wagner.

Publicada por Acantilado, con la traducción de Roberto Bravo de la Varga, es un libro que se lee en un pispás y de muy provechosa lectura.

Hasta nueva orden



Las órdenes de aislamiento para combatir al COVID-19 han obligado a suspender mis clases de esgrima y mis tan queridos asaltos con los tiradores de mi sala de armas, la Escola Hongaresa d'Esgrima de Barcelona. Pero nos volveremos a ver, sable en mano. 

Sed buenos, pacientes y disciplinados. Obedeced, quedaos en casa. Cuando esto se acabe, volveremos a tirar, con más ganas que antes, si cabe.

En garde! En avant, mes amis! En avant!

A mal tiempo, cultura


Queridos lectores:

Metrópoli Abierta ha publicado otro artículo de los míos. Se titula A mal tiempo, cultura

En él intento destacar el esfuerzo de algunas instituciones y de algunos particulares para convertir las redes sociales en un instrumento útil para difundir y enseñar la cultura, el arte... Útil, provechoso y beneficioso, y en los tiempos que corren, muy valioso.

Espero que les guste. Al menos, la idea del #TwitterCultural. Por si quieren ver algo de eso, les añado el enlace:

Escriben más que leen


Corre un chiste en el mundo de la edición que amaga una realidad muy cruel: la gente escribe más que lee

La cuestión es que en los últimos años el volumen de manuscritos que reciben editores y agentes literarios se ha disparado y llega a ser muy difícil, si no imposible, de gestionar. Y lo peor del asunto es que la inmensa mayoría de estos manuscritos son malos, malos a matar. ¡Por algo no se publican! 

Pero llegan a ser tan malos la mayoría que muchos lectores profesionales, agentes literarios y editores se preguntan con frecuencia si siempre ha sido así o si la calidad de los autores se está yendo a pique a ojos vista. La pregunta podría parecer tópica, pero la realidad de una mesa llena de manuscritos es la que es, muy triste.

En circunstancias normales, de cada cien manuscritos que recibe una editorial de autores que quieren ser publicados, menos de una décima parte merecen la atención de una lectura después de una rápida ojeada. Créanme que soy capaz de descartar un manuscrito en uno o dos minutos de lectura, con sobradas razones, además. A simple vista se comprueba que la calidad de la escritura no es publicable en la mayoría de los casos. 

Pero la lectura de estos afortunados manuscritos suele detenerse a la que uno lleva veinte páginas o poco más o poco menos. Con eso tiene más que suficiente para descartar a otros nueve de cada diez. Los pocos que sobreviven son leídos de arriba abajo y suelen merecer un informe de lectura. Si lo pasan con nota o con una observación que merezca el interés del editor, quizá (y digo quizá) pasen la prueba. 

Queda todavía la pregunta del millón: ¿se puede publicar? ¿En esta editorial? Porque, ésta es otra, se envían novelas de terror gótico a editoriales especializadas en novela romántica, o thrillers comerciales a sellos de excelencia literaria con mucha más frecuencia de lo debido. Eso, por un lado. Pero por el otro los pocos manuscritos que han llegado hasta el comité de edición, o hasta el editor que tiene que decidir si publicar eso o no publicarlo, no suelen ser buenos en su mayor parte. 

También tiene que evaluarse el proceso de edición, que sería, vamos a decirlo así, aunque no sea exactamente así, la corrección del texto original, que siempre necesita un pulido. La edición y corrección de textos es imprescindible, bien lo saben autores y editores. 

Para sorpresa de muchos editores, este trabajo posterior a la escritura del manuscrito cuenta con mucha resistencia por parte de los autores inéditos, que aseguran que sus manuscritos están todo lo bien que pueden estar. En fin, que tenemos un problema encima de la mesa.


Se aprovechan de ello quienes promocionan los libros autoeditados, sean en versión electrónica o en papel. Muchas veces cobran por algunos servicios precios desorbitados o proponen condiciones abusivas en los porcentajes de venta, pero la ilusión de publicar un libro facilita el abuso de estas prácticas y el autoengaño de creerse escritor. Venden ilusión y la cobran a buen precio. Luego la decepción la supera cada uno como puede, y no es poca. No sé si saben que la media de ejemplares vendidos de una autopublicación en formato electrónico es... ¡diez ejemplares! No digo más.

Nunca recomendaría a un amigo autopublicar. Nunca. De hecho, he insistido en algunos casos para que no autopublicaran su obra... sin éxito. Luego vienen largas sesiones preguntando por qué, por qué..., pero ¿cómo decirle a un amigo que su novela no era publicable sin ofenderle?

¿Por qué tanta gente cree que escribe bien cuando escribe lo que escribe? ¿Existe una única respuesta a todo esto? Es muy fácil escribir con tantos procesadores de texto y la gente escribe mucho más que antes en redes sociales, por ejemplo. También parece más fácil publicar. Antes enviabas los manuscritos en pesados paquetes por correo postal y ahora tienes el correo electrónico. Etcétera. 

Y sigue vigente, más que nunca, la pregunta: Toda esta gente, antes de escribir, ¿qué han leído? Y cómo lo han leído.

Sí les diré que un lector tiene ante sí una terrible papeleta a la hora de decirle a un tipo que ha escrito miles de palabras que son de horrible lectura y que más le hubiera valido invertir su tiempo en leer buenos libros. Porque algunos han estado meses, o años, dándole a un manuscrito que no vale ni el esfuerzo de ser leído. Es muy duro, muy muy duro, mucho más de lo que ustedes imaginan, decirle a alguien vaya mierda que has escrito, aunque algunas veces, obligado a leerla para tener que hacer un informe, te entran muchas ganas de ser cruel en tu evaluación. 

Es una cuestión que dejo sobre la mesa. No pretendo sentar cátedra. Sólo quiero que piensen en ella.

Dándole vueltas al asunto


Queridos lectores:

Metrópoli Abierta ha vuelto a publicar uno de mis artículos, titulado Dándole vueltas al asunto. En él me quejo de la política guay. Aunque señalo casos concretos, es un mal que afecta a todos los movimientos políticos, a unos más que a otros, y que, añado, se está cargando lo que son las izquierdas a pasos de gigante y deja el terreno abonado para populismos y otras peligrosas tonterías semejantes. Quizá no compartan mi diagnóstico, pero ahí lo dejo.

El Baco enfermo


Les quiero hablar del lienzo que consiguió que me fijara en Caravaggio. No es mi Caravaggio favorito ni creo que sea el mejor, pero fue el primero. Por lo tanto, hablaré de él desde una perspectiva particular, y les cuento.

La primera vez que estuve en Roma visité la Galleria Borghese, sin saber muy bien qué secretos escondía. Secretos maravillosos, ya les digo yo ahora. Ahí están grandísimas esculturas de Bernini, que quitan el hipo sólo verlas, y podemos ver a Paulina Bonaparte esculpida por Canova, que también. Y más de 800 cuadros que forman la colección, entre los que se esconden obras maestras de Tiziano... y de Caravaggio.

En aquella primera visita ocurrió lo que a veces ocurre en algunos museos, y puede ocurrirle a cualquiera. Llega un momento en el que ya no cabe más. Uno se ha saturado. Ha visto tanto que ha sufrido un empacho. Entonces pasa por una pinacoteca casi sin prestar atención, un lienzo, otro, otro... Hasta que... Eso es lo que me pasó.

Tuve que detenerme y retroceder unos pasos. Algo había visto, algo singular, insólito. Un lienzo me había llamado la atención. El letrerito (en italiano) me decía que era un Autoritratto in veste di Bacco, aunque también era conocido como Bacchino Malato


Hasta ese día, Caravaggio no me hacía ni fu ni fa. Sabía que existía y poco más, tal cual lo digo. No le prestaba demasiada atención. Estaba ahí y punto. Pero cuando clavé la mirada en ese lienzo, cambió todo. Fue un choque inesperado y repentino. 

Al salir de la Galleria Borghese fui corriendo a la Piazza del Popolo, donde, en la capilla Cerasi, la Crucifixión de San Pedro y la Conversión de San Pablo, ambas de Caravaggio, comparten espacio con un Carracci que creo que no llegué ni a ver. Aquellos dos grandes lienzos, que pude contemplar a solas tan largo rato, convirtieron mi repentina curiosidad en una verdadera pasión, que he cultivado poquito a poco durante años y no he abandonado desde entonces.

La historia del Bacchino malato, dicho cariñosamente, tiene miga. A poco de llegar a Roma, con veinte años, pobre como una rata, Caravaggio entró a trabajar en el taller del caballero de Arpino, entonces pintor del papa, el artista más reputado de Roma. Tan pronto pilló un pincel, demostró un inmenso talento, pero tan pronto tuvo una moneda en la mano, demostró su gran capacidad de meterse en líos en la primera taberna que pilló. Uno de esos líos lo llevó enfermo (o quizá malherido) a un hospital, el Ospedale della Consolazione, en Roma, donde el caballero de Arpino poco menos que abandonó al joven Michelangelo Merisi.

Ahí conoció al abate Crescenzi, que luego significaría tanto en su vida, por ser una de las figuras detrás de la oportunidad que se le dio para pintar el ciclo de San Mateo en la capilla Contarelli, en Roma. Ahí conoció al Oratorio, tan relacionado con la chiesa dei poveri, con la que Caravaggio comulgó a partir de entonces, con la que tan bien se llevaba quien luego sería su mecenas, el cardenal del Monte. Ahí, en fin, se autorretrató como Baco para agradecer su curación. Aunque el cuadro lo haría para el hospital, acabó en manos del caballero de Arpino, que igual dijo que lo que pintaba su aprendiz era de su propiedad, el muy sinvergüenza. O no, quién sabe. Aunque sí se sabe que, después de ésa, Caravaggio no regresó nunca más a su taller y mantuvo toda su vida una inquina contra el caballero de Arpino. Su deseo de ser él mismo caballero quizá naciera del mal trato recibido.

Años después, en 1607, pillaron al caballero de Arpino armado con arcabuces, que estaban prohibidos por la ley de Roma. Fue encarcelado y compró su libertad donando su colección particular a la Camera Apostolica, o sea, al papa, que era Pablo V. Y Pablo V cedió esa colección al completo, unos cien lienzos, a su sobrino, Scipione Borghese. Dicen las malas lenguas que Scipione lo arregló todo para que arrestaran al caballero de Arpino y hacerse con su colección de pinturas. Quién sabe. Quién soy yo para juzgar.

El cuadro representa un Baco sentado casi de espaldas al público, que se gira para dirigirle la mirada. No es una pose frecuente, aunque no es rara. Demuestra que su joven autor apunta maneras, retándose a pintar algo nuevo (al menos, para él). Porque, hago un inciso, si uno sigue en orden los primeros lienzos de Caravaggio lo verá aprender y evolucionar como pintor, hacerlo cada vez mejor, atreverse con más, hasta adquirir su maestría. En fin, que parece ser un autorretrato, por lo que tal era el aspecto de Caravaggio con veinte añitos, poco más o menos. Sostiene un racimo de uvas (pintado con ese preciosismo tan propio de bodegones que gastaba entonces Caravaggio) y, como no podía ser de otra manera, Baco parece un poco piripi. Borracho, vamos.

Sin embargo, lo destacable es que Baco aparece paliducho, con mal aspecto, y eso ha dado mucho material para que los caravaggistas discutan largo y tendido sobre este asunto. Unos apuntan a una degradación de la pintura o de los barnices, a una mala restauración... Otros dicen que Caravaggio, cuando se retrató a sí mismo, estaba realmente enfermo y se pintó tal y como se veía (y no parece que se viera muy bien). Los más sesudos recuerdan que en ocasiones Baco y su representación eran una alegoría de la eucaristía, por lo del vino, y que la palidez de Baco respondería a un memento mori; la eucaristía, en tal caso, el vino, anunciaría la resurrección, y eso casaría con un Caravaggio que de poco se nos queda en el hospital, donde se recuperó casi de milagro. Podría ser todo lo dicho o nada de ello. Caravaggio es más intelectual de lo que parece a simple vista, por lo que una alegoría como la expuesta no sería una tontería, pero bien podría ser que el lienzo fuera, simplemente, un Baco.

Sea como sea, el lienzo se ganó el apodo de Bacchino (de Bacco) malato, el (pequeño) Baco enfermo

Y gracias a esa mirada traviesa me convertí en un aficionado a Caravaggio.

La imagen la he obtenido del sitio web de la Galleria Borghese, en:

Tiempo de magos



Se titula Tiempo de magos - La gran década de la Filosofía, 1919-1929, y lo ha escrito Wolfram Eilenberger. Publicado por Taurus, traducido por Joaquín Chamorro, es un regalo para los amantes de la filosofía o para aquéllos que sienten curiosidad por la filosofía contemporánea y del siglo XX, que se fundamenta (al menos en parte) en los cuatro filósofos de los que habla el libro, Walter Benjamin, Martin Heidegger, Ernst Cassirer y Ludwig Wittgenstein.

El libro es magnífico. Prueba de ello es que podemos entender (o poco más o menos) lo que quieren decirnos estos cuatro magos. Explicar a Wittgenstein, Benjamin o Cassirer para que se entiendan es difícil, pero se consigue; lo de Heidegger es un mundo aparte, también les digo, porque realmente no tenía nada que decir. En cualquier caso, este trabajo de explicación de autores que no son fáciles en absoluto es meritorio. El autor también ha sabido relacionar muy certeramente la vida de cada uno de los protagonistas de este ensayo con sus ideas filosóficas. La relación es muy interesante y merece algunas reflexiones sobre la influencia mútua que pueden ejercer una sobre otra, la vida del filósofo sobre su filosofía y viceversa.

Las vidas paralelas de esos cuatro filósofos tienen también un punto de interés, por cuanto viven en un mismo tiempo y espacio y sus planteamientos teóricos y vitales no pueden ser más diferentes a la hora de enfrentarse a un mismo problema filosófico. El ejercicio que nos ofrece Eilenberger es, pues, interesante, aunque a veces, todo hay que decirlo, está un poco forzado, pero ¿qué importa? Es un brillante ejercicio, y ya está. 

Las cuatro biografías filosóficas son fascinantes, cada una a su manera. Cassirer merecerá, a partir de ahora, más atención por mi parte, como Benjamín, que ya la merecía. Por supuesto, Wittgenstein, uno de mis autores favoritos. Lo de Heidegger... Bien, por mucho que Eilenberger intente defenderlo (que lo intenta), más leo sobre la persona de Heidegger y más leo su filósofía, menos me gusta, tanto desde el punto de vista humano como filosófico, por muy influyente que haya sido su figura. Pero esto es cosa mía, que no desmerece, en absoluto, el trabajo de Eilenberger, que recomiendo encarecidamente.

Matilde de Canossa y la esgrima en el cine


¡Ha salido el número 7 de Historia Hoy!


Estoy muy contento, porque me han publicado no uno, sino dos artículos.


El primero narra la biografía de un personaje excepcional, Matilde de Canossa. Fue una mujer de armas tomar que se inmiscuyó en las cuitas entre el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y el papa de Roma, en un período especialmente conflictivo. El personaje merece mucha más atención y extraña que sea relativamente desconocido por el gran público. ¡Qué película (o qué serie, si prefieren) podría hacerse con su vida!


El otro artículo salta siglos en el tiempo e intenta ilustrar la historia de la esgrima en el cine. Es una historia apasionante, por otra parte. Se titula Luces, cámara y... en garde! y espero que les guste, porque le tenía muchas ganas.

Vayan al kiosco, pidan la revista y échenle un vistazo. Merece la pena.

¿Hay vacuna para esto?


Queridos lectores:

Metrópoli Abierta ha tenido a bien publicar un artículo titulado ¿Hay vacuna para esto? donde narro una anécdota (real) que ilustra, creo que muy bien, algunos de los males que padece nuestra sociedad. No sé si les gustará, pero ojalá les dé en qué pensar.