El Baco enfermo


Les quiero hablar del lienzo que consiguió que me fijara en Caravaggio. No es mi Caravaggio favorito ni creo que sea el mejor, pero fue el primero. Por lo tanto, hablaré de él desde una perspectiva particular, y les cuento.

La primera vez que estuve en Roma visité la Galleria Borghese, sin saber muy bien qué secretos escondía. Secretos maravillosos, ya les digo yo ahora. Ahí están grandísimas esculturas de Bernini, que quitan el hipo sólo verlas, y podemos ver a Paulina Bonaparte esculpida por Canova, que también. Y más de 800 cuadros que forman la colección, entre los que se esconden obras maestras de Tiziano... y de Caravaggio.

En aquella primera visita ocurrió lo que a veces ocurre en algunos museos, y puede ocurrirle a cualquiera. Llega un momento en el que ya no cabe más. Uno se ha saturado. Ha visto tanto que ha sufrido un empacho. Entonces pasa por una pinacoteca casi sin prestar atención, un lienzo, otro, otro... Hasta que... Eso es lo que me pasó.

Tuve que detenerme y retroceder unos pasos. Algo había visto, algo singular, insólito. Un lienzo me había llamado la atención. El letrerito (en italiano) me decía que era un Autoritratto in veste di Bacco, aunque también era conocido como Bacchino Malato


Hasta ese día, Caravaggio no me hacía ni fu ni fa. Sabía que existía y poco más, tal cual lo digo. No le prestaba demasiada atención. Estaba ahí y punto. Pero cuando clavé la mirada en ese lienzo, cambió todo. Fue un choque inesperado y repentino. 

Al salir de la Galleria Borghese fui corriendo a la Piazza del Popolo, donde, en la capilla Cerasi, la Crucifixión de San Pedro y la Conversión de San Pablo, ambas de Caravaggio, comparten espacio con un Carracci que creo que no llegué ni a ver. Aquellos dos grandes lienzos, que pude contemplar a solas tan largo rato, convirtieron mi repentina curiosidad en una verdadera pasión, que he cultivado poquito a poco durante años y no he abandonado desde entonces.

La historia del Bacchino malato, dicho cariñosamente, tiene miga. A poco de llegar a Roma, con veinte años, pobre como una rata, Caravaggio entró a trabajar en el taller del caballero de Arpino, entonces pintor del papa, el artista más reputado de Roma. Tan pronto pilló un pincel, demostró un inmenso talento, pero tan pronto tuvo una moneda en la mano, demostró su gran capacidad de meterse en líos en la primera taberna que pilló. Uno de esos líos lo llevó enfermo (o quizá malherido) a un hospital, el Ospedale della Consolazione, en Roma, donde el caballero de Arpino poco menos que abandonó al joven Michelangelo Merisi.

Ahí conoció al abate Crescenzi, que luego significaría tanto en su vida, por ser una de las figuras detrás de la oportunidad que se le dio para pintar el ciclo de San Mateo en la capilla Contarelli, en Roma. Ahí conoció al Oratorio, tan relacionado con la chiesa dei poveri, con la que Caravaggio comulgó a partir de entonces, con la que tan bien se llevaba quien luego sería su mecenas, el cardenal del Monte. Ahí, en fin, se autorretrató como Baco para agradecer su curación. Aunque el cuadro lo haría para el hospital, acabó en manos del caballero de Arpino, que igual dijo que lo que pintaba su aprendiz era de su propiedad, el muy sinvergüenza. O no, quién sabe. Aunque sí se sabe que, después de ésa, Caravaggio no regresó nunca más a su taller y mantuvo toda su vida una inquina contra el caballero de Arpino. Su deseo de ser él mismo caballero quizá naciera del mal trato recibido.

Años después, en 1607, pillaron al caballero de Arpino armado con arcabuces, que estaban prohibidos por la ley de Roma. Fue encarcelado y compró su libertad donando su colección particular a la Camera Apostolica, o sea, al papa, que era Pablo V. Y Pablo V cedió esa colección al completo, unos cien lienzos, a su sobrino, Scipione Borghese. Dicen las malas lenguas que Scipione lo arregló todo para que arrestaran al caballero de Arpino y hacerse con su colección de pinturas. Quién sabe. Quién soy yo para juzgar.

El cuadro representa un Baco sentado casi de espaldas al público, que se gira para dirigirle la mirada. No es una pose frecuente, aunque no es rara. Demuestra que su joven autor apunta maneras, retándose a pintar algo nuevo (al menos, para él). Porque, hago un inciso, si uno sigue en orden los primeros lienzos de Caravaggio lo verá aprender y evolucionar como pintor, hacerlo cada vez mejor, atreverse con más, hasta adquirir su maestría. En fin, que parece ser un autorretrato, por lo que tal era el aspecto de Caravaggio con veinte añitos, poco más o menos. Sostiene un racimo de uvas (pintado con ese preciosismo tan propio de bodegones que gastaba entonces Caravaggio) y, como no podía ser de otra manera, Baco parece un poco piripi. Borracho, vamos.

Sin embargo, lo destacable es que Baco aparece paliducho, con mal aspecto, y eso ha dado mucho material para que los caravaggistas discutan largo y tendido sobre este asunto. Unos apuntan a una degradación de la pintura o de los barnices, a una mala restauración... Otros dicen que Caravaggio, cuando se retrató a sí mismo, estaba realmente enfermo y se pintó tal y como se veía (y no parece que se viera muy bien). Los más sesudos recuerdan que en ocasiones Baco y su representación eran una alegoría de la eucaristía, por lo del vino, y que la palidez de Baco respondería a un memento mori; la eucaristía, en tal caso, el vino, anunciaría la resurrección, y eso casaría con un Caravaggio que de poco se nos queda en el hospital, donde se recuperó casi de milagro. Podría ser todo lo dicho o nada de ello. Caravaggio es más intelectual de lo que parece a simple vista, por lo que una alegoría como la expuesta no sería una tontería, pero bien podría ser que el lienzo fuera, simplemente, un Baco.

Sea como sea, el lienzo se ganó el apodo de Bacchino (de Bacco) malato, el (pequeño) Baco enfermo

Y gracias a esa mirada traviesa me convertí en un aficionado a Caravaggio.

La imagen la he obtenido del sitio web de la Galleria Borghese, en:

No hay comentarios:

Publicar un comentario