El primero de verdad (I)


Los científicos soviéticos ya entrevieron la posibilidad de construir una bomba atómica en 1939 y en los años que siguieron (pese a la brutal guerra contra la Alemania nazi que se inició en 1941) los científicos soviéticos lograron importantes avances teóricos sobre la fisión nuclear con uranio-235. Casi al mismo tiempo en que los científicos soviéticos creyeron posible fabricar una bomba atómica, el presidente Rooselvet, de los EE.UU., recibió una carta que cambiaría la historia para siempre.

Einstein y su ayudante, Szilárd.

Esa carta fue la hoy conocida carta Einstein–Szilárd, escrita por Leó Szilárd, en colaboración con Edward Teller y Eugene Wigner, que firmó Albert Einstein y que advertía del peligro del programa nuclear alemán. No era una amenaza cualquiera: los científicos alemanes, bajo el paraguas del nacionalsocialismo, habían conseguido construir un reactor nuclear y estaban procediendo a enriquecer uranio. Cuando estas noticias llegaron a los oídos de los físicos que habían huido de los nazis, saltaron todas las alarmas. Tan pronto comprendieron lo que Hitler pretendía conseguir, corrieron a advertir al presidente Rooselvet. Eso fue el 2 de agosto de 1939.

Aquí unos amigos, posando ante la mascletà más gorda de la historia, hasta ese momento.

Ése fue el origen del ultrasecreto proyecto Manhattan. Seis años después, el 16 de julio de 1945, estallaba la primera bomba atómica en Alamo Gordo, Nuevo México, en los EE.UU. En agosto, Japón se rendía, después del bombardeo nuclear de Hiroshima (con una bomba de uranio-235) y Nagasaki (con otra de plutonio-239). Esas tres explosiones fueron la señal de partida de la Era Atómica... y de la Guerra Fría.

En los EE.UU. se felicitaban por haber adelantado a los nazis y a los soviéticos, que creían muy lejos de la bomba atómica.

El proyecto Uranio de los nazis, familiarmente el Uranverein (trad.: Club del Uranio) nunca fue capaz de llegar a parte alguna, y eso que partía con ventaja en el estudio de la fusión, en el enriquecimiento de uranio y en tener, en pleno funcionamiento, una Uranmaschine (trad.: un reactor nuclear); pero, contrariamente a lo que suele decirse, el ejército nunca confió demasiado en esta arma y los equipos creados para investigar sobre ella competían entre sí en vez de colaborar unos con otros.

Se pretendía que el proyecto Manhattan fuera un secreto secretísimo.

En cuanto a los soviéticos... En la batalla de Berlín, los mandos soviéticos sacrificaron regimientos enteros para conseguir acceder en el menor plazo posible a 250 kg de uranio-235 almacenados en la ciudad. Los consiguieron. Esta batalla dentro de la batalla pasó desapercibida en su momento.

Una reproducción de la RDS-1 soviética.
Muy (demasiado) parecida a la Fat Man de Hiroshima.

En 1949, estalló la primera bomba atómica soviética, la RDS-1. Era una copia casi calcada de la bomba atómica americana. El espionaje había conseguido superar los obstáculos técnicos y materiales a los que se habían enfrentado los científicos soviéticos. Fue una desagradable sorpresa para los aliados occidentales. Ahora sí que la Guerra Fría era un hecho incontestable.

Esta fotografía tomada en 1945 en Fort Bliss, Texas, muestra a los físicos, químicos e ingenieros alemanes que fueron captados (ejem) en la operación Paperclip y que trabajaban en la construcción y desarrollo de cohetes balísticos. El Alemania, habían estado a las órdenes de las SS.

Ahora vayamos a otra arma desarrollada por los alemanes, una de sus Wunderwaffen (trad.: armas maravillosas), el cohete balístico. Más concretamente, el A4 (más conocido como V-2), el pariente más destacado de una familia de cohetes que comenzó a construirse en 1934. Diseñado por Wernher von Braun, fue el objetivo prioritario de la operación Paperclip de los americanos, consistente en capturar al mayor grupo posible de científicos e ingenieros nazis, para que no cayeran en manos de los soviéticos.

Un esquema de un cohete A4 (V-2). 
El bombardeo de Londres y Amberes con estos cohetes produjo alrededor de 7.000 muertos entre la población civil. Pero más de 20.000 trabajadores esclavos murieron a consecuencia del maltrato de las SS construyendo estos cohetes.

Pero, claro, cayeron. Además, los ingenieros soviéticos también llevaban tiempo trabajando en cohetes y aunque reclutaron a menos ingenieros nazis y requisaron menos material que los americanos, tenían un excelente punto de partida para sus propios cohetes. Los motores soviéticos, por ejemplo, eran excelentes.

Y, ojo, los soviéticos, desde el primer día, trabajaron en una bomba atómica capaz de viajar en un cohete balístico, y en un cohete capaz de transportar una bomba atómica.

De ahí al primer reloj de pulsera en órbita falta menos. Paciencia.

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