Chatarra


El robo de guante blanco es una licencia de novelistas y guionistas de cine. El crimen es algo razonablemente vulgar, cuando no es rastrero, miserable o repulsivo. A veces, sin embargo, la crónica de sucesos nos proporciona crímenes excepcionales. Por ejemplo, el robo de Getafe.

El 27 de noviembre, tres personas enmascaradas revientan la puerta de una nave industrial. Saltan los sistemas de alarma, pero los ladrones pillan un camión y se largan deprisa y corriendo antes de que aparezca la policía. El camión, procedente de Alemania, traía de vuelta a sus propietarios una treintena larga de pinturas y esculturas de artistas contemporáneos, valoradas en cinco millones de euros.

En un pispás, la Policía Científica, el Grupo XXI de la Brigada Provincial de la Policía Judicial y la Brigada de Patrimonio Histórico de la Comisaría General de la Policía Judicial se pusieron manos a la obra. La policía creía vérselas con profesionales... hasta que dieron con el chatarrero.

El chatarrero en cuestión había pagado treinta euros por un peazo hierro mu grande, que era, ni más ni menos, que una escultura de Chillida (Topos IV) valorada en 800.000 euros. Les fue de muy poco quedarse sin Chillida, porque el chatarrero, que había comprado el peazo hierro a peso, estaba por fundirlo.

Luego dieron con el camión. Un mes más tarde, la Jefatura Superior de Policía ha recuperado todas las obras de arte robadas, que los ladrones habían abandonado en el mismo camión que habían robado y que la policía había descubierto y vigilaba discretamente hacía días. El asunto del chatarrero señala que no conocían el valor de lo sustraído; el abandono del camión con el tesoro dentro, que se asustaron cuando supieron en qué lío se habían metido.

La investigación sigue abierta y la policía, tras los cacos. Pero la versión peliculera y romántica del ladrón de guante blanco se ha visto muy perjudicada por este asunto.

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