De Barcelona a Florencia



Me da que el aeropuerto de Barcelona es una metáfora. Es gigantesco, enorme, se sale de grande y no contiene apenas nada. No es más que un hueco, como huecos fueron los cráneos ilustres que alumbraron su necesidad y tanto derroche. Mi país, me apena decirlo, tiene más hueco que sustancia.


Con esa idea en la cabeza, me sentí incapaz de calcular cuánto dinero se habrá perdido inútilmente en esa burrada, primero, y luego en líneas aéreas condenadas al fracaso, después. ¡Cuánto bien hubieran hecho esos dineros en cosas más útiles...! ¡Cuánto perderá al día...! Pero aparté de mí el cáliz de la indignación y el pasmo. Tenía otras cosas en qué pensar. El avión me impone mucho respeto.


Busqué dónde comer un bocadillo, que pagué a precio indecente, dónde hacer pis, que es cosa urgente por los nervios, por dónde caía la puerta de embarque, lejos, y dónde sentarme a leer durante la espera, interminable.

El vuelo, bien. Apretado en asientos mínimos, yo, que soy máximo, y agitado por perturbaciones... ¿o acaso fueron perturbados?

Al llegar, se anunciaban lluvias. Pero me daba lo mismo, porque ya estaba en casa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario