Ladrones, no más


¿Otra vez fútbol?

Soy uno de esos personajes que se aburre muchísimo viendo un partido de fútbol. Eso ha facilitado el desarrollo de mi inteligencia, pero ha ido en contra de mis relaciones sociales. En algunos círculos, la confesión de mi renuncia al balompié y el rechazo instintivo, inevitable, que me produce la masa vociferante que llena los estadios de fútbol son motivos más que suficientes para convertirme en un apestado. Soy objeto de chanzas y burlas, desconfían de mí, me señalan con el dedo. En el fondo, me temen, porque soy capaz de alumbrar la estulticia y la insensatez de la fe balompédica, modestia aparte. 

Champán para los más selectos habitantes del palco del Barça.
Así celebran nuestra estulticia y los goles que nos marcan y nos dejamos marcar.

En Cataluña, además, fútbol es Barça y el Barça es más que un club, es un instrumento de propaganda política manipulado por las élites de la burguesía catalana y la mafia política que depende de ella, una especie de engañabobos colectivo que desvía la atención de lo que realmente importa. Ya está, ya lo he dicho. Ya me he ganado media docena de enemigos, fijo.

El lujo de palcos y tribunas es norma en el fútbol.
El balompié es el opio del pueblo y los traficantes de opio celebran el negocio.

Cuánto se echa en falta ese pasado en el que los burgueses catalanes, tan canallas como los de hoy, no nos engañemos, eran (o pretendían ser) al menos más cultos y subvencionaban las letras, las artes y las ciencias, se reunían en las salas de exposiciones, las plateas de los teatros, en la ópera y en los discretos burdeles de la parte alta, y mandaban construir casas, fábricas y escuelas de artes y oficios a los mejores arquitectos del lugar. 

Hoy, la burguesía catalana y la clase política que aúpa se reúnen todos en la tribuna del Camp Nou y se dejan llevar por las pasiones propias de energúmenos y plebeyos, carentes de las cualidades estéticas e intelectuales de sus ancestros. Qué penita me dan. Y si esos son los que nos mandan, qué penita los que obedecemos. Qué penita todos juntos.

¡Ay! ¡Hacienda me reclama 35 millones de euros! ¿Por qué será?

A lo que iba. Esta religión institucionalizada, que satura y monopoliza los medios de comunicación y las relaciones sociales, ha reaccionado muy malamente cuando Hacienda y la justicia han pillado a directivos y jugadores de la balompédica institución catalana evadiendo el pago de impuestos. Hablamos de millones de euros. De muchos millones. Contando lo que han evadido algunas de las principales estrellas y lo que ha evadido el mismo club, porque hablamos de más de un caso, sumamos docenas de millones de euros. Cien, si mis cálculos no fallan, docena de millones más o menos. ¡Cien!

Ladrones, eso es lo que son, y si los catalanes tuviéramos decencia, los abuchearíamos y los insultaríamos por la calle. Ladrones. Que cien millones son muchos millones. Es el coste de un hospital público de 300 camas de primera línea a pleno rendimiento durante todo un año o lo que cuesta el sueldo de 3.400 empleados públicos o la renta mínima de inserción de 17.000 familias en el mismo período de tiempo. Son 700 viviendas de protección oficial, 2.500 ambulancias de cuidados intensivos, siete millones de libros o 300.000 ordenadores para escuelas o bibliotecas... Cataluña dedica treinta millones a las becas-comedor de todo un año y esos ladrones se llevan tres o cuatro veces eso sin chistar y encima les aplaudimos.

¡Cien millones de euros! ¡Nos han robado cien millones! ¡Vaya gol!

Encima, se ríe. 
Si pintan bastos, la culpa la tiene Madrid, y si pintan oros, para mí.

Entre jugadores, directivos y asesores, se han llevado todo eso y más. Ladrones. Es que no hay más palabra que ésa. Es lo que pienso. Ahora, miren hacia el palco, ustedes que van al fútbol. Ésos, ésos de ahí, ésos son los ladrones. Y cuando, dejándose arrastrar por la propaganda, echen las culpas a Madrid, pregúntense quién acaba de meterles un gol.  

1 comentario:

  1. Tienes toda la razón, Luis. Pero lo lamentable es que todo esto que nos rodea ni siquiera es lo peor del asunto, siendo ya de por sí inaceptable, sino los ojos que lo ven que permanecen impávidos. Esta manifiesta inacción capacita a cualquiera para cualquier cosa, y ese es el gran problema que tenemos, que una veces ni vemos y otras no queremos ver. Mientras el grueso del pelotón nos movamos con este talante, los que van a la cabeza seguirán esquilándonos como lo que somos, borregos. Como bien dices, que penita todos juntos.

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