Del orinal a la piña


El orinal de Duchamp cumple cien años...
...y sigue dando guerra.

Desde que Duchamp dejara un orinal (un urinario) en la muestra de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York en 1917, y además lo dejara tumbado, en posición incorrecta, titulara Fountain (Fuente) a su ocurrencia y firmara, por si acaso, como R. Mutt en vez de con su nombre, el arte ya no es lo que era. Este primer ejemplo de objet trouvé (es dedir, de eso que me encuentro por ahí) dejó la puerta abierta a cualquier ocurrencia y el artista no es ya el creador, sino el que hace creer a los demás que lo suyo es arte (lo que, bien mirado, también tiene su arte). 

La broma de Duchamp sentó mal en su día y fue retirada casi inmediatamente de la exposición. Duchamp se retiró de la sociedad, por considerar que no tenían sentido artístico (ni sentido del humor). El original se perdió y no se ha vuelto a saber de él. Quizá lo instalaron en alguna parte algunos lampistas desalmados. En los años sesenta, Duchamp firmó en más orinales, viendo el negocio, y hoy no hay menos de quince en varios museos de arte contemporáneo alrededor del mundo, y cada uno pasa por ser el verdadero orinal de Duchamp.

Sin embargo, la piña de Gray no tiene menor mérito que el orinal, aunque a Gray no lo conoce nadie... o no lo conocía nadie hasta que dejó una piña en un museo. Les contaré.

El protagonista de la broma de la piña.

Ruairi Gray, un estudiante de administración de empresas de 22 años, alumno de la Universidad Robert Gordon, en Escocia, se la jugó con un amigo e inició su broma comprando una piña en una frutería cercana. Pagó por ella una libra esterlina. Con la piña bajo el brazo, entraron en el edificio Sir Ian Wood, donde se había abierto una muestra de arte contemporáneo y dejó la piña encima de una mesa, en la sala principal de la exposición.

No había nada en ese plafón, dijo más tarde, y decidí dejar la piña encima, para ver qué pasaba. ¿Y qué pasó? Que al día siguiente la piña estaba protegida por una vitrina y era el centro evidente de la muestra. 

La venerada piña.

A los dos días, la piña era venerada como si fuera una obra excepcional y Gray acudió con su tutor a la exposición, temiendo que la broma hubiera ido demasiado lejos. El tutor del señor Gray (un avezado profesor universitario) habló con el comisario de la exposición y le preguntó si aquello (señalando a la piña) era en verdad una obra de arte. La respuesta del comisario fue de las que merecen pasar a los libros de historia del arte: Por supuesto, afirmó. ¿Acaso no ve cómo está protegida por una vitrina?

Cuando se descubrió el enredo, el pitorreo fue mayúsculo y circuló por las redes sociales, causando mucho ruido. Gray puso su piña en venta, pues había demostrado bien a las claras que era una verdadera y meritoria obra de arte. Si alguien pagó por ella, no he podido saberlo, pero sí que sé que el cachondeo fue general y merecido. Expone, además, con la crudeza de unas risas, que decir que es arte lo que decimos que es arte (tal es la definición más comúnmente aceptada) tiene un punto idiota. ¡No me digan que no!

El debate es serio, no entraremos en él, aunque los ejemplos que ponen en evidencia que será mejor definirlo de otra manera son muchos. Unos estudiantes adolescentes echaron al Tíber una piedra toscamente labrada, la repescaron y celebérrimos críticos de arte sostuvieron durante más de un mes que era un busto de Modigliani (que, efectivamente, arrojó al Tíber, aunque nunca se ha dado con él). Un tipo se dejó unas gafas en una exposición del MOMA de San Francisco y la obra de arte (sic) causó una grandísima sensación... hasta que unos días más tarde apareció el propietario de las gafas. Etcétera.

Yo mismo, en una exposición en el Centro de Arte Santa Mónica pregunté si un extintor que colgaba de la pared era parte del sistema de seguridad contra incendios o parte de la exposición, porque fuera una cosa o la otra, me parecía cosa de mucho mérito. Mi interpretación del discurso expositivo provocó una airada y acre respuesta del comisario de la exposición y problemas tuve para poder seguir viéndola... pero ésa es otra historia y ya la contaré otro día.

Un consejo: si van a una muestra de arte contemporáneo, que no se les escape la risa.

1 comentario:

  1. Amigo Luis coincido completamente contigo "decir que es arte lo que decimos que es arte tiene un punto idiota". Sobretodo escuchárselo decir a ciertos gestores culturales, cuya incultura y opacidad mental parece haberlos dotado para el ejercicio de su "responsabilidad"
    Un abrazo
    Francesc Cornadó

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