La batalla contra el maestro poeta


A finales del siglo XVI, Japón vivía una época convulsa en que varias familias se disputaban el sogunato, el gobierno del país. Desde el punto de vista militar, es una época más que interesante, porque el Japón medieval incorporó las pólvoras al orden de batalla. Primero, con sus cañones y luego, con la mosquetería. Los portugueses, en su intento de cristianizar Japón, llevaron consigo los primeros arcabuces. Pocos japoneses ganaron para la causa del Cristo, pero los arcabuces fueron harina de otro costal. Los japoneses los adoptaron con tantas ganas que a finales de siglo en Japón ya había más arcabuces que en toda Europa. Eso, naturalmente, revolucionó el arte de la guerra, dominado hasta aquel entonces por la nobleza guerrera, los samuráis.

Hosokawa Yûsai.

Hoy quiero mostrar el caso de un famoso samurái de la casa de Hosokawa, una de las familias de más rancio abolengo del Japón de aquel entonces. Me refiero a Hosokawa Fujitaka, que en los años 80 del siglo XVI se convirtió al budismo y cambió su nombre (Fujitaka, que el apellido, en japonés, va primero) por el de Yûsai, por el que se le conoce más a menudo. En ese momento, cedió la jefatura del clan a su hijo Hosokawa Tadaoki, pero él conservó el estatus del sabio paterfamilias y depositario de los tesoros de la familia, de los que corresponderá hablar a continuación. Se retiró a la provincia de Tonga.

Distintivo de los Hosokawa.

La familia Hosokawa tenía docenas de emperadores entre sus antepasados, más notables guerreros y un gran prestigio a cuestas. Pero también era la depositaria de una antología de poemas waka ordenada por el emperador en el siglo X, la Kokin-waka-shû (o Kokin-shû, para los amigos). Esa antología contenía más de mil preciados poemas del período Hei, cuando la cultura japonesa se distanció de la japonesa, y eran, por lo tanto, un signo distintivo del Japón y su Imperio. Los poemas pasaban de un depositario a otro, que empleaban la antología para formar a la nobleza en tan bello arte. El maestro escogía a un discípulo con mucho cuidado y lo instruía en los secretos de tal poesía hasta que le tocaba, a su vez, ejercer de depositario. 

La historia de este depósito de poesía imperial no está exenta de intrigas y violencia entre maestros de poesía de diferentes escuelas, pero también era un asunto de la mayor importancia porque el depositario de tales poemas tenía que estar al tanto de los secretos y sutilezas del Kokin-waka-shû, que se decía que eran el colmo de la sabiduría. Con el tiempo, los depositarios de estos poemas acabaron siendo nobles de casta guerrera, aunque también monjes y poetas de gran fama, como Sôgi (1421-1502). Tras una larga lista de maestros y discípulos, la responsabilidad recayó en Yûsai.

Yûsai mismo era poeta (y de los buenos), músico, coleccionista de antigüedades y de bellos objetos de porcelana. Era lo que en Europa llamaríamos un hombre del Renacimiento. Pero era también un guerrero, un samurái hecho y derecho, con todo su pundonor bélico.

Con este bagaje a cuestas, Hosokawa Fujitaka (o Yûsai, nombre con el que firmó sus propios poemas) fue asesor y consejero en la corte de la dinastía Ashikaga y en las cortes de dos grandes sogunes, Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi. Pero tras la muerte de Toyotomi, el país se partió en dos bandos. Uno formó el Ejército del Oeste, a favor del clan Hideyoshi; otro, el Ejército del Este, a favor de Tokugawa Ieyasu. La tensión derivó en una guerra abierta. Así y todo, Yûsai se mantuvo neutral en su retiro en el castillo de Tanabe, en Tonga, y se permitió asesorar a los enviados de uno y otro bando con igual sabiduría. Recibía una renta anual de los Hideyoshi por ello y no pocos regalos de los Tokugawa.

No hay ni que decir que los dos bandos soñaban con tener a Yûsai de su lado. Su hijo, Hosokawa Tadaoki, se había casado con la hija del jefe del clan Akechi, Gracia (se había convertido al cristianismo y de ahí ese nombre tan raro en Japón) y por eso mismo había sellado una alianza con el Ejército del Este. Pero, como hemos dicho, se había independizado de su padre para encargarse de los asuntos mundanos mientras éste se recreaba en su sabiduría. Un poderoso señor del Ejército del Oeste, Ishida Mitsunari, intentó ganar para su causa a los Hosokawa, a los que no convenció por su participación en conjuras pasadas, y todo acabó con un golpe de mano en el que murieron Hosokawa Gracia y su hija, librándose Tadaoki de la muerte por muy poco. Muy shakesperiano todo.

Llegados a este punto, el honor de Hosokawa Yûsai Fujitaka le obligó a tomar partido de forma inequívoca contra el Ejército del Oeste. Así lo hizo público y así se interpuso con 500 hombres en la ruta del Ejército del Oeste, fortificándose en el castillo de Tanabe, donde guardaba sus bienes artísticos, su biblioteca y demás.

¡Aquello era poco menos que un suicidio! Ishida Mitsunari avanzaba para unirse a las tropas de los Hideyoshi con 15.000 hombres y no tuvo más remedio que poner sitio al castillo. Eran treinta contra uno, el castillo no tenía probabilidad alguna de resistir el ataque... y Yûsai no pensaba rendirse ni en broma.

Sucedió que muchos de los samuráis que asediaban las murallas del castillo de Tanabe habían sido discípulos del maestro Yûsai o sentían admiración por su obra, su elocuencia... Sería vergonzoso acabar con él, una mancha en la memoria. Igualmente, el castillo contenía una amplísima biblioteca y una rica colección de bienes preciosos, cuya pérdida hubiera sido imperdonable. Para más inri, Yûsai se asomó a las murallas diciendo que él era el único depositario del Kokin-waka-shû y que no pensaba transmitir los secretos de los waka a nadie de los ahí presentes, que esos secretos morirían con él. 

Eso dificultaba todo. Si los sitiadores se negaban a luchar contra Yûsai, lo deshonrarían y éste se vería obligado a suicidarse ritualmente, para evitar la humillación de no haber podido presentar batalla contra los enemigos de su aliado. Si luchaban y vencían, sucedería igualmente la muerte de Yûsai. ¡Pero nadie quería matar a Yûsai ni destruir sus preciados tesoros!

Así que procedieron a bombardear el castillo. Cargaron los cañones y ¡pum! ¡pum! ¡pum! Quemaron muchas pólvoras, pero no tiraron con bala. Es decir, hicieron todo el ruido que pudieron, simulando un bombardeo, mientras enviaban un emisario al emperador.

Su Divina Majestad, enterado de las noticias, se alarmó considerablemente. Envió a tres emisarios, Sanjonishi Saneeda, Nakanoin Michikatsu y Karasumaru Mitsushiro, los tres eminentes nobles, guerreros y, sobre todo, poetas, y una orden kokin-denju, que ahora diré lo que es.

El emperador tenía una prerrogativa por lo que hace a la colección de poemas del Kokin-waka-shû. Si el depositario no daba con un discípulo adecuado para transmitir sus conocimientos, su Divina Majestad podía designar uno (en la llamada designación de palacio, rara vez empleada). Así que el emperador, para salvar a Yûsai, ordenó escoger a Yûsai un discípulo entre los tres enviados. Y para salvar su preciosa vida (que tanto estimaba el emperador) y los irremplazables bienes que atesoraba en el castillo, la orden kokin-denju también le obligaba a rendirse. La orden kokin-denju podemos traducirla como una orden imperial que ha de cumplirse más pronto que tarde (traducción casi literal) y es de obligatorio cumplimiento, sin discusión.

Carta autógrafa de Yûsai.

Yûsai, obediente, rindió el castillo el 19 de octubre de 1600. Dos días después, en la batalla de Sekigahara, faltaron los 15.000 hombres de Ishida Mitsunari por haber perdido tanto tiempo sitiando Tanabe disparando salvas de mentira. ¡No llegaron a tiempo a la batalla! Yûsai, sin derramar una gota de sangre, había ofrecido un magnífico servicio a su señor. Y fuera por ello o por lo que fuera, Tokugawa Ieyasu venció y supo premiar con honores y regalos al gran Yûsai que, mientras tanto, había comenzado a enseñar a sus discípulos los verdaderos y sutiles secretos de la poesía waka

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