La tentación de la inocencia


El consejo de un amigo me puso sobre la pista de Pascal Bruckner, un filósofo francés que tira con bala. Yo soy de la opinión de Nietzsche: uno tiene que filosofar con el martillo. Un buen martillazo nos dirá si una cabeza suena a hueco, si la campana está bien forjada, si hay algo dentro de ese coco que valga la pena. También dijo: Soy dinamita, pero és es otra historia. Lo que quería decir, y perdón por entretenerme, es que Bruckner tira con bala y martillazo va y martillazo viene, no deja títere con cabeza.

La tentación de la inocencia es un libro compuesto por varios textos de Pascal Bruckner sobre el infantilismo y el victimismo que causan estragos en nuestra sociedad tan peripuesta y occidental. Según Bruckner, la persona, ahora que es libre y próspera, se ahoga en el capricho, la vanalidad, la estupidez, antes de cargar con el peso de la responsabilidad y el compromiso de uno mismo con los demás. Como pueden echárselo en cara, se erige en mártir (no me entienden, me oprimen, van a por mí, etc.) y utiliza la palma del martirio como una excusa perfecta para sus desmanes.

Se pregunta Bruckner qué se ha hecho del sueño de la Ilustración del ciudadano responsable y nos responde que ha sido engullido por el supermercado, la televisión y Disneylandia, poco más o menos. Y la culpa no es nuestra, sino de los demás, porque yo no soy como los demás, pero los demás no me dejan ser como soy, decimos, en vez de reconocernos timoratos y desnortados.

Dicho así, parece que Bruckner es un viejo gruñón que ha pasado una mala noche, y algunas páginas destilan, efectivamente, una mala leche demoledora, cruel, implacable, que nos deja atolondrados, porque el perro muerde nuestro hueso. Pero el razonamiento de Bruckner es profundo, bien asentado, y no se refugia en la palabrería. Dice lo que piensa y nos guste o no, piensa bien, tiene la cabeza bien amueblada y un ojo de lince. La lectura de Bruckner, que ha de ser siempre y obligatoriamente una lectura crítica, es muy recomendable si existe un interés, aunque sea mínimo, por la política y la sociedad con que nos ha tocado vivir.

Para acabar, el problema que plantea Bruckner no es nuevo (aunque quizá no fuera antes tan acusado, no sé yo). Lo asocié inmediatamente con la cuestión de la virtù maquiavélica. Según Maquiavelo, el pueblo de una república ha de tener una virtù (una virtud, una esencia) que permita anteponer los intereses generales al bien particular, y esa virtù proviene de la necesidad, del orgullo, de qué sé yo, pero así se pierde, así se arruina la república, y sobran los ejemplos.

¿Cómo andamos de virtù? Así así, me temo.

3 comentarios:

  1. Querido Luis,

    Bruckner la clava exactamente donde más duele. Pozuelo de Alarcón constituye otro ejemplo de ello. Ahora dicen que son anarquistas, o que protestan por la indiferencia de la clase política a las necesidades de la juventud.

    Deja a todos esos indeseables en Omaha Beach el 6 de junio de 1944 y a ver si pueden explicarnos en detalle las necesidades actuales de la juventud.

    ¡Idiotas!

    Saludos

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  2. No hace falta dejarlos en Omaha Beach. Con dejarlos en Hipoteca Beach habría más que suficiente.

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  3. Muy acertado siempre este autor. Leí casi todo lo suyo y solo me decepcionó uno último El nuevo desorden amoroso. El resto, al estilo de Bernard-Henri Lévy, André Glucksmann, Alain Finkielkrau y el gran sacerdote Revel, muy fino, muy inteligenye.

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