¡San Fermín!

Dicen que Hemingway vivió su primer San Fermín en 1923, y la fiesta de los toros le impresionó. Él, que había vivido la brutalidad de la guerra en Italia, se enfrentó a lo que llamó una cruel belleza. Que alguien pudiera vivir la afición (en español, en el original), cuando conocía a tantos expatriados que vivían la bohemia de París como indiferentes nihilistas, le dio mucho que pensar. A partir de ese día, no pudo quitarse de encima la fascinación por la fiesta, y no faltó a ningún San Fermín mientras pudo. Él introdujo esta palabra, fiesta, en el diccionario inglés, cuando, en 1925, escribió su primera novela, The Sun Also Rises (Fiesta, en español), que le costó un divorcio y su consagración como escritor. Hay quien sostiene que es su mejor novela.

En la fotografía, Hemingway planta cara a un toro en la plaza de Pamplona, en 1925. Allá donde lo ven, el yanqui fue tan mozo como el que más.

El culto a San Fermín incluye las corridas, que decía Hemingway, desde 1717. Si fuéramos puntillosos, diríamos, más bien, que el culto y la fiesta de San Fermín se iniciaron entonces, y que encierros y corridas eran (y son) los ingredientes de una gran fiesta. En tal día como el 7 de julio de 1717, se consagró la capilla de San Fermín, que pagaron los navarros de su bolsillo, y allá fueron depositadas las reliquias del santo. Las fiestas celebran el acontecimiento, y han pasado al santoral católico en tal fecha por no llevar la contraria a los pamplonicas, que son muy suyos, aunque, en honor a la verdad, la Iglesia celebra el martirio de San Fermín el 25 de septiembre. Otros cuatro santos llevan su nombre, pero no son el mismo.

Fermín viene de firminus, que es latín, y puede traducirse como firme, constante, incluso como valeroso, aunque también como tozudo y terco, cabezota, y los pamplonicas en particular y los navarros en general gustan de estos significados, pues se ven a sí mismos con estas cualidades y defectos.

Fermín, el santo, era pamplonica. Nació hacia el año 272. Sabemos muy poco de él, por no decir casi nada, y las fechas que se dan corresponden a la tradición, no a la historia. Cuentan que era hijo de un senador, Firmo, pero son ganas de presumir. Se ordenó sacerdote a los dieciocho años, comenzó a predicar la fe en Cristo y acabó en Amiens, donde fue ordenado obispo a los veinticinco años y construyó la primera iglesia de la ciudad. Predicó, predicó y predicó, y tanta fue su prédica que el representante de Roma le dijo que callara la boca. Pero Fermín, pamplonica de toda la vida, siguió en sus trece, terco como una mula, predicando y predicando, incluso desde la prisión, hasta que perdió la cabeza, literalmente. Murió decapitado y así ganó la palma del martirio y un lugar en el santoral.

Cuentan que, en 1186, el obispo Pedro de París llevó hasta Pamplona una reliquia de la cabeza de Fermín. Que fuera realmente de Fermín o una de tantas reliquias medievales... El resto de las reliquias, como hemos dicho, fueron entregadas a Pamplona en 1717.

Fermín es un santo inseparable de la fiesta. Tanto es así que es el patrono de las cofradías de boteros, vinateros y panaderos. Por algo será.

Pero lo que de verdad importa es que ¡viva San Fermín!

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