Breve, e imperfecta, historia del «drac» de Sitges (segunda parte)

La Fera Foguera original pesaba ochenta kilogramos. Era maniobrable y ligera, dicen, y muy equilibrada. El Drac que salió a escupir fuego y humo la noche del 23 al 24 de agosto de 2010, ciento tres kilogramos, con tendencia al sobreviraje, pues al engordar se le había agrandado el culo. Además, se le había redondeado la cara, se había abombado después de varias capas de pintura. El anfibio primigenio, un ágil peso medio, era ahora una fiera flamígera de peso pesado, que imponía respeto pues, se decía, era capaz de quemar más pólvoras que nadie, y soportar artefactos pirotécnicos que habrían echado atrás al más pintado.

A lo largo de ochenta y tantos años, la bestia se había caído, quemado o agujereado varias veces. Los golpes se arreglaban a puñadas, con más buena voluntad que cuidado, y los parches de cartón, madera o chapa comenzaron a sustituir la piel original del monstruo. Luego, una capa de pintura y listo. Hasta el momento, había salido adelante y repartido leña en todas las fiestas mayores de la villa.

Ahora relataré lo que aconteció el año pasado, citando la leyenda que cuentan los indígenas con los que he hablado. Si el cuento es veraz o es un cuento chino, no sé yo, pero tal me dicen, tal digo.

La noche del 23 de agosto de 2010, decía, cerca de la medianoche, la Colla del Drac quiso que éste luciera más que nunca después de los fuegos de artificio. La Colla del Drac había conseguido un artefacto pirotécnico que llaman un francés, a saber por qué. El petardo echaba una cascada de chispas que llegaba bien lejos; era algo espectacular, impresionante. Le pusieron el francés en las fauces y prendieron la mecha.

¡Qué tremenda fatalidad! El francés había sido colocado al revés. En vez de barrer con chispas la vanguardia del drac, éste se veía obligado a tragar el indigesto fuego. La catástrofe, cuentan, se acentuó al querer extinguir el soplete. El resultado final fue un dragón que parecía habérselas visto con un Sant Jordi cualquiera en un callejón a oscuras.

De ese accidente y desperfecto nació la idea de restaurar la fiera flamígera. De restaurarla bien restaurada y de una vez por todas, hasta el próximo petardo. Se encargó el trabajo a don Pep Pascual, que puso manos a la obra.

Este caballero se enfrentó a un terrible dilema. ¿Tenía que reparar el Drac o restaurar la bestia original? En todo caso ¿cuál era la bestia original? Porque las fotografías muestran un Drac en 1922, otro en los años treinta, un dibujo diferente en 1940, en 1950... Durante muchos años, cada uno pintó al Drac como le vino en gana. Las fotografías, además, son en blanco y negro, y la gama de colores...

Si reparaba el desperfecto, volvería el reptil de toda la vida, el que siempre han conocido los indígenas, el estimado Drac, el reptil verdoso y humeante que venció a las otras pieles de colores, el que, poco a poco, a lo largo de muchos años, se ha ido haciendo a medida de los indígenas; si lo restauraba a fondo, podría recuperar la Fera Foguera original, la de 1922, pero ésta sería una perfecta desconocida. Podría hablarse de un nuevo Drac, o casi.

Se optó por el camino más difícil: devolver a la luz al ser que desembarcó en la Punta hace ochenta y nueve años. Los insectos xilófagos y los petardos sólo habían dejado parte del caballete y la cabeza del original. El resto era una amalgama de parches y pedazos que quitaba el hipo. Además, la documentación no permitía recuperar la bestia de 1922, sino una parecida, a lo más. ¡Qué desafío!

Y como todos los grandes proyectos, se llevó en el más absoluto secreto. Sólo un pequeño núcleo de indígenas sabía algo del nuevo Drac, pero disfrutaban de lo lindo con el yo sé algo que tú no sabes. Ah, la vanidad humana...

El pueblo se moría de impaciencia y no veía llegar el día de ver de nuevo a su querido reptil... o quizá tendría que decir anfibio.

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