Malos tiempos para la lírica


Me han llegado por varios amigos y conocidos noticias de compañías de teatro y gentes de la farándula que, con independencia de su postura política y afición por uno u otro bando, contemplan con preocupación el acontecer de estos últimos días y de los días que se avecinan. No estoy hablando de política, sino de teatro. Más allá de una crisis institucional, de una población enfrentada y una masa poseída por una pasión enloquecida, aparte del siempre poco recomendable dominio de la emoción sobre la razón en las cuestiones políticas, sin olvidarnos de la posibilidad de recibir palos en cualquier momento, dejando a un lado todo eso, la gente no va al teatro.


"El teatro está en la calle", me dice una. "De un tiempo a esta parte, las salas están más vacías de lo normal", señala otro. "Son tantas cosas que la última vuelve a ser el teatro", se lamenta una tercera persona. Incluso me he tropezado con un aficionado pesimista que, irritado, observa que el resultado evidente de todo este follón es que tendrán que prorrogarse los presupuestos del Estado y que, en consecuencia, el 21% de IVA que soporta el teatro seguirá vigente, una vez que habían prometido rebajarlo. "También es mala suerte", añadía, al final. Esta queja tiene un punto egoísta, pero no deja de ser cierta.

¿Qué hacer? Una compañía ofrece descuentos a las parejas que asistan a la función, por ejemplo, y otra pone un día del espectador de más, con entradas más baratas. Es inútil apelar a la publicidad, porque el ruido mediático es tan alto estos días que pasaría desapercibido cualquier anuncio. Muchos echan mano de las redes sociales y envían guasaps a sus amigos, por ver si así consiguen alguna cosa, a tal extremo ha llegado su impotencia.

Quizá convenga regresar al teatro, descubrir que existe vida más allá de las banderas, dejarse llevar por emociones trágicas o cómicas que nada tengan que ver con patrias o cuestiones de fe, ésas que dividen más que unen. Un escritor ruso (soviético, en verdad), Vasili Grossman, dijo algo así, que se quedó grabado en mi memoria: Siempre que alguien predica el Bien acaba haciendo daño. No creo en el Bien. Creo en la bondad. Seamos bondadosos, por favor.

Suena cursi, lo sé, es cursi... ¡Con lo poco que me gusta la cursilería...! Entono el mea culpa y no sirve como excusa que viva malos tiempos. Eso sí: al menos agradezcan que no sume gatitos a la propuesta. Y vayan al teatro.

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