Heroísmo


Como bien saben muchos lectores, Cataluña ha vivido eso que llaman jornadas históricas, una detrás de otra, y es lo propio que en tales jornadas se den actos de heroísmo, especialmente si hablamos, como se nos quiere hacer creer, de una revolución, de una sublevación contra el Estado (opresor y tal) y de la creación de una nueva república libre y cursi. Ya sabemos que la revolución y todo lo demás ha quedado en agua de borrajas, pero lo del heroísmo vamos a tener que reconocerlo. Véase. 

Apuntaba maneras, el heroísmo, después de los sucesos del nueve de noviembre de hace unos años, que han acabado en los tribunales. Los principales promotores de tales sucesos mostraron un grandísimo valor afirmando que donde dije digo digo Diego, que no se trataba de nada transcendental, que no había para tanto como habían dicho, que habían exagerado un poco, etcétera, pero, sobre todo, afirmando que ellos no habían sido, que habían sido los voluntarios y los funcionarios que habían cedido a la presión que les llegaba de arriba y de los lados. Ahí están sus declaraciones. Yo sólo pasaba por ahí. A mí, que me registren. Yo no fuí. 

Otra gran muestra de valor fue el paso por sede parlamentaria de las dos leyes que, de facto, implicaban la dicha revolución, que el público conoce como ley de transitoriedad y ley de referéndum, que se aprobaron con una reforma previa del reglamento del Parlamento de Cataluña un poco tramposa (otro episodio heroico). Fue un acto de valor supremo el no atreverse a aprobarlas con una mayoría cualificada, como exigen las más grandes disposiciones de la patria y como hubiera sido lo propio, sino el aplicar la fuerza de una mayoría absoluta, que tiene más valor aprobar algo justito que por una gran mayoría. Pero fue mayor el heroísmo al negar a la oposición su derecho a debatir y hacer propuestas sobre dichas leyes, y el no otorgar más que un par de horas a la preparación del debate también mostró al mundo una clase de valor parlamentario ciertamente inédito. Demostraron no tener miedo a las palabras y los argumentos del adversario, una vez es amordazado, claro, y el amordazamiento reclama cojones, dicho en plata. Esto es, valor.

El desgraciado primero de octubre mostró muchas clases de heroísmo. Hubo gentes que pusieron la cara y recibieron de lo lindo. Sus razones tendrían y respeto su arrojo. Pero las hubo que llevaron a niños y ancianos para parapetarse detrás de ellos, lo que supone una muestra más del heroísmo del que hablamos. Es curioso que ninguno de los promotores del festival se arriesgó a que le partieran la cara, mostrando una valentía digna de alabanza. En cambio, la alcaldesa de Hospitalet de Llobregat y la de Barcelona se metieron entre la policía y los manifestantes allá donde fueron a votar, arriesgando su jeta, para que no hubiera violencia, como si la temieran, y por ese temor (y por su militancia política, también) no han merecido el reconocimiento de los héroes que se otorga a los forjadores de las jornadas históricas.

Pero el colmo del heroísmo fue ese día en el que la república asomó sólo la puntita. Sí pero no. La proclamo, la suspendo... Bueno, no la proclamo. O sí. No sé. El pasmo ante tanto ingenio político se apoderó del público y el gobierno (el otro, el malo de la función) tuvo que preguntar si sí o si no, y lo preguntó dos veces, y las dos veces respondieron los héroes con su monumental astucia un ni sí ni no ni todo lo contrario. Una gran muestra de valor dialéctico, que pretende poder afirmar con seguridad el yo no he sido o el fuí yo, según sople el viento.

Llegó el día. Bueno, otro día. Uno más. Es un no parar. En éste, se acordó una celebración de elecciones a cambio de no aplicar el 155, que es como la Estrella de la Muerte del Imperio. Pero, no. El señor Puigdemont nos sorprendió con un acto completamente heroico: se arrugó frente a unos tuits y algunos manifestantes y prefirió no cumplir con su palabra, dando sobradas muestras de valor por ello y dejando vía libre al 155 del que tanto hablan. Fueron al parlamento, a proclamar una república. Más heroísmo, me dirán. Vale. Votaron en secreto, sin dar la cara, mostrando al mundo la pasta de la que están hechos los héroes, y lo que votaron vuelve a ser un sí pero no, porque, aunque implícitamente se entiende un sí, explícitamente es un bla bla bla que puede ser tanto interpretado como sí, como no, como no sé o como me pareció ver un lindo gatito.

Lo mejor viene ahora, cuando proclamada o no la república que decían, se larga el gobierno de esa recién nacida, en pleno, a Perpiñán. Una estampida. No lo digo yo, lo cuenta La Vanguardia. Mientras, unos miles de personas celebraban el suceso en la plaza de Sant Jaume (bajo una bandera española que no se retiró, ojo). Nadie salió al balcón, nadie se dirigió al público, nadie nada. Silencio. Ahí te las apañes, porque estaban todos camino de Francia, dando sobradas muestras de valor. Si la república llega a proclamarse de verdad, qué ridículo. Correr el riesgo de semejante ridículo, ¿no es un acto heroico?

Pues, eso. Al César lo que es del César y un respeto para los héroes.

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