A beber, a beber y apurar...


Lo del botellón viene de antiguo, no piensen que no.

Cantan en Marina lo dicho en el título, A beber, a beber y apurar, las copas de licor... y en La Traviata comienza el drama dándole al champán y cantando a coro Bebamos, bebamos alegremente... Son tantas las canciones en las que se celebra una curda que no acabaríamos. Como si empinar el codo fuera motivo de alegrías, cuando es todo lo contrario, a fin de cuentas.

Como decía el Carmina Burana, bibunt omnes gentes.

Porque sólo hay que pillar las estadísticas médicas o de la Dirección General de Tráfico, las de violencia machista, las de accidentes laborales, las de fracaso escolar... ¡tantas! para apreciar que darle a la botella no es bueno. Les diré, en voz bajita, que en esto del alcohol somos afortunados, porque en el norte de Europa, en el mundo germánico, anglosajón, eslavo y nórdico, echarle el gusto a la mona es una plaga de dimensiones desconocidas en el Mediterráneo. Fíjense cómo estamos nosotros, pues ¡cómo estarán ellos! Nos superan en suicidios, asesinatos, violaciones, maltrato a la pareja y demas lindezas, y en todos estos actos brutales asoma una copa de más.

Aquí, ¿dónde dan de beber?

A tanto ha llegado el asunto que los médicos y biólogos dedican muchas horas y muchos esfuerzos a comprender qué hace el alcohol dentro de nosotros y cómo lo hace, por ver si así podemos reducir tantos males. Y en éstas, investigando, han estudiado los efectos de la bebida en los pinzones cebra, que también conocemos como diamantes mandarines, o Taeniopygia guttata, para los que saben latines.

Este pajarito cantor es objeto de estudio desde hace mucho tiempo. Al parecer, los científicos se muestran muy interesados en su capacidad de cantar y responder al canto de otros pinzones y el conocimiento de esa capacidad favorece los avances en el conocimiento de los mecanismos del lenguaje en los animales, entre los que se cuenta el ser humano. Ya saben: a unos les da por medir la actividad cerebral, a otros les da por buscar genes, a los de más allá les encanta establecer patrones de conducta... Pues va uno y pregunta: Eh, ¿cómo cantarán los pinzones borrachos? Es por curiosidad, añade.

Asunción, Asunción, venga el vino y el darle al porrón...

De esa pregunta, esta respuesta, Drinking Songs: Alcohol Effects on Learned Song of Zebra Finches (Canciones de borrachos: Los efectos del alcohol en los cantos aprendidos por los pinzones cebra) que es un artículo firmado por Christopher R. Olson y sus colaboradores Devin C. Owen, Andrey E. Ryabinin y Claudio V. Mello. Lo han publicado en PLOS One el pasado 23 de diciembre y ha sido editado por Stephanie Ann White, de la UCLA. En pocas palabras, es un artículo serio, aunque no parezca muy fino conseguir que unos pajaritos empinen el codo, para ver qué pasa.

El caso es que los científicos justifican su estudio en uno de los efectos más conocidos del alcohol. Si no se han fijado, les digo: los borrachos hablan mal. Se les traba la lengua, arrastran las palabras, tienen eso que llaman una lengua pastosa... y no sabemos por qué. Si lo supiéramos, aprenderíamos más sobre el cerebro y el lenguaje. La cuestión es que no se han hecho, o se han hecho muy pocos, experimentos (controlados) sobre esta cuestión. Suerte que teníamos los pajaritos a mano.

Asturias, patria querida, Asturias de mis amores...

Los pinzones cebra, ya lo hemos dicho, han sido de gran ayuda para comprender la neurobiología del lenguaje y de su aprendizaje. A decir de los que de eso entienden, ellos aprenden a cantar de forma muy parecida a como nosotros aprendemos a hablar. De ahí el interés en emborracharlos y ver si el alcohol afecta a su cantar. Pío, pío... hics... pío.

Ahora han servido para comprobar que, tan pronto como se les dispensa alcohol, se aficionan (incrementan significativamente su concentración de etanol en la sangre, dice el artículo)... En pocas palabras, se suman al vicio, se emborrachan y cantan (cito) con una estructura acústica alterada. Los autores intentan explicarse mejor. Vuelvo a citar: Los efectos más pronunciados fueron una amplitud menor y una entropía mayor, la última posiblemente refleja una disrupción en la habilidad de los pájaros de mantener la estructura espectral de una canción bajo la influencia del alcohol. Que se entienda, pasa como con los borrachos humanos: repiten lo mismo una y otra vez, gritan más de la cuenta y hablan desordenadamente.

A mí me gusta el pimpiririmpimpín y la bota empinar pararampampán...

Prosigue diciendo: Es más, algunas sílabas específicas, que tienen estructuras acústicas distintivas, padecieron bajo los efectos del alcohol, que afectó a tantos mecanismos neuronales requeridos para su ejecución. Cabe destacar que estos efectos en la vocalización ocurrieron sin que se apreciaran otros efectos en el comportamiento de los pájaros y lo más importante es que ocurrieron con un índice de etanol en la sangre que puede considerarse de riesgo en los seres humanos. Que estaban borrachos como cubas, en cristiano, y no se entendía muy bien lo que decían.

Concluyen los científicos diciendo (sigo citando): Nuestros resultados sugieren que los efectos del alcohol en los cantos de los pinzones muestran diferentes sensibilidades al alcohol en los circuitos cerebrales que controlan diferentes aspectos de la ejecución del canto. También nos dicen que los pinzones pueden servir para comprender cómo el alcohol afecta a los circuitos neuronales que controlan la ejecución de comportamientos aprendidos.

Es decir, que emborrachar pinzones servirá para mucho. Pero ¡pobres pinzones!

Ahora bien, ya puestos, la resaca ¿afecta al canto?

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