El proceso



Dicen que es una novela filosófica, anarquista, distópica, existencialista, surrealista... En suma, son tantos los adjetivos porque nadie sabe qué adjetivo le conviene en verdad. Con decir una novela kafkiana (que la RAE traduciría como absurda o angustiosa), ya estará todo dicho, pero ¡eso es hacer trampa!

Porque El proceso (Der Prozess, en versión original) es de Franz Kafka, y agárrense que vienen curvas, que Kafka es mucho Kafka y El proceso, Kafka en estado puro, kafkiano de pe a pa. Si se atreven a leerlo, ánimos. Si lo leen, finalmente, enhorabuena, que son muchos los llamados y pocos los elegidos, aunque sean legión los que afirman haberla leído, se vanaglorian de ello y en verdad no han pasado de la cubierta, como puede comprobarse fácilmente.

Mi relación con Kafka es tormentosa. Reconozco su valía, pero me doy de cabezazos contra sus textos. Nunca me ha resultado fácil leerlo y no son pocas las veces que he abandonado sus novelas a la mitad. Pero es mejor reconocerlo que no andar mintiendo por ahí, dándoselas de listo. Eso sí, cuando uno entra en Kafka, entra de verdad y el premio es un premio gordo.

Kafka publicó relativamente poco en vida y dejó un testamento en el que daba la orden de destruir todos sus manuscritos a su amigo y albacea, Max Brod. Franz murió en 1924 y Max cometió una de las traiciones más famosas de la historia de la literatura: Lejos de destruir sus manuscritos, ¡los publicó!

(Primer paréntesis: No todos. La última mujer de Kafka guardó varias docenas de cuadernos que fueron requisados por las SS cuando los nazis ocuparon Bohemia. La mayoría de estos papeles siguen en paradero desconocido. Quién sabe si fueron destruidos o si aparecerán algún día.)

(Segundo paréntesis: Milan Kundera, tan checo y de Praga como Kafka, le da vueltas a esta traición en Los testamentos traicionados, un ensayo que recomiendo vivamente.)

Así, Der Prozess (El proceso) fue publicada en 1925. En alemán, en su idioma original. Aseguran los críticos que la obra es una obra incompleta, pero, tratándose de Kafka, no importa demasiado. Así es como lo ha interpretado la crítica literaria y los mejores escritores desde entonces. En suma, El proceso es, sin lugar a duda alguna, uno de los iconos de la cultura del siglo XX. Aunque jamás hayan leído El proceso, seguro que habrán oído que tal cosa es kafkiana, y es kafkiana gracias al suplicio de Josef K., el protagonista de la obra.

No les contaré el argumento... Mejor, sí. Amanece un día y Josef K., empleado de banca, es acusado de no se sabe qué por no se sabe quién y comienza el proceso contra él, que se arrastra, complica, enreda y enquista de manera... kafkiana. Y no diré más.

Kafka escribió la novela en alemán. El nacionalismo checo no le perdonó que fuera judío y escribiera en alemán. Se habló mal de sus libros. Poco después de muerto, el nacionalismo alemán no le perdonó que fuera checo y judío. Quemaron sus libros. Después de la Segunda Guerra Mundial, que Checoslovaquia había vivido ocupada y sometida al nazismo, que un checo hubiera escrito su obra literaria en alemán, y lo hubiera hecho libremente... Tanto daba que cientos de miles de checos hablaran alemán en casa o hubieran nacido en el antiguo Imperio Austrohúngaro. Sólo faltó que el socialismo checo acusara de burgués (y judío) a Kafka y prohibiera emplear el alemán en la calle. Se censuraron sus libros. En fin, kafkiano, pero tan actual...

En verdad, Kafka era ateo y filosocialista, pero la estupidez humana no atiende a razones. Quizá haya mucho de eso en El proceso, una visión pesimista de nuestra condición pensante. Sólo cabe echar un vistazo alrededor para comprobar que El proceso sigue plenamente vigente en ésta, nuestra sociedad, y lo digo sin señalar a nadie, que no hace falta.

¡Léanla!

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