La alopecia de los egipcios


Cuando uno escribe una historia de la filosofía (torcida o no), escribe sin querer una historia del pensamiento humano. Como hemos pensado mucho desde que nos pusimos a caminar sobre dos piernas, hay mucho que decir y no cabe todo en un volumen, pero tampoco en dos, tres o un millón de ellos. Por lo tanto, me vi obligado a no tratar algunos asuntos que, sin embargo, tienen muchísimo interés.

Uno de estos asuntos es el de la aparición de la lógica científica entre los griegos. Es decir, ese momento en que un autor decidió no hacer caso del mito y ceñirse a sus observaciones sobre el mundo, que lo llevarían a elaborar teorías y experimentos capaces de comprobarlas.

Uno de los primeros griegos en dejar atrás el mito fue un historiador, Herodoto.

Herodoto, preocupado por la alopecia.

Entre tantas historias como escribió, Herodoto presta atención a detalles que nos muestran los primeros intentos de estudiar el mundo desde la lógica científica, aunque entonces no la llamaban así. Si leemos el Libro III de su Historia, nos enfrentaremos a una cuestión de mucha enjundia que merece un estudio serio y una profunda reflexión.

La cuestión es: ¿Por qué los varones egipcios rara vez son calvos? ¿Por qué en Egipto hay menos calvos que en Grecia o Persia?

Herodoto hizo esa observación cuando visitó el país de las pirámides y no dando con una respuesta, se acercó a los sacerdotes, que le explicaron por qué. 

Desde la más tierna infancia, le dijeron, los varones egipcios se afeitan la cabeza y la exponen al sol. Así, el pelo surge vigoroso y bien ventilado. En cambio, los persas se tapan la cabeza con bonetes, turbantes, tiaras, sombreros, pañuelos o lo que sea menester, y los cabellos, privados de la luz del sol, fenecen, como fenecerían las plantas privadas del aire libre. Anotó la teoría, que le pareció creíble.

Los varones egipcios, observó Herodoto, rara vez eran calvos.

Otra anécdota le proporcionó más información sobre el asunto de la alopecia. Cuando visitó el antiguo campo de batalla de Pelusia, fue testigo de un curioso experimento. Cuando uno daba con el cráneo de uno de los soldados caídos en la batalla, dice Herodoto, bastaba con arrojarle un pedrusco para saber si era persa o egipcio. Los cráneos persas se rompían con facilidad; en cambio, las piedras rebotaban en los cráneos egipcios. Eso le dijeron, y eso le mostraron.

Los egipcios, peludos.

Sumó dos y dos y relacionó la dureza del cráneo con el escaso números de calvos. Aventuró que tendría un mismo origen, la exposición al sol. A decir de Herodoto, el sol no sólo hace crecer los cabellos rasurados como hace crecer las plantas podadas, sino que, además, su calor contribuyen a cocer y endurecer el hueso que hay debajo. Los persas, que no exponen sus testas al sol, no tendrán unos cráneos tan cocidos, sino más endebles. Además, se volverán calvos por no dar aire ni luz a sus cabellos. C'est voilà!

Pero no se conformó con elaborar su teoría de acuerdo a lo que le habían contado los egipcios. Corrió a visitar otros campos de batalla donde los persas del rey Darío habían caído ante los etíopes. Se lió a pedruscos con los cráneos y comprobó, en efecto, que se rompían fácilmente. Cuando escribió su Historia, la teoría de los cráneos egipcios cocidos al sol había sido verificada experimentalmente por él mismo.

La teoría de cocido craneal herodotiana ha sido refutada por los dermatólogos modernos, pero no deja de ser significativo que sea el primer planteamiento científico serio del método científico registrado en un libro. Recuerdo, además, que las conclusiones de Herodoto sobre la alopecia se consideraron válidas hasta nuestro siglo XIX, que no es moco de pavo, y todavía hay quien cree en ellas.

3 comentarios:

  1. Teoría comparable con la cocción del ladrillo, cuanto mayor es la "cochura" de la cerámica mayor es la resistencia a compresión de la pieza. Ocurre, sin embargo, que un ladrillo demasiado cocido se comporta peor a la transpiración y en consecuencia la transferencia térmica empeora. No sé si de estas cualidades se podría deducir la mayor o menor transferencia de las ideas; ¿un cráneo más cocido permite una mejor asimilación de las ideas? No lo sé. Pero mientras tanto, los calvos nos veremos obligados a protegernos la testa con sombreros o cremas solares, pues el sol con sus rayos nos obliga a acudir a menudo al dermatólogo.
    Amigo, Luis, perdona el tono jocoso de mi comentario.
    Saludos
    Francesc Cornadó

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muy bueno! Un interesante tema de debate.

      Algo habrá sobre eso de la permeabilidad de las ideas relacionada con la alopecia y el calor del sol. Los griegos (Herodoto entre ellos) acudían a Egipto en busca de sabiduría en la antigüedad.

      Eliminar