La asombrosa proeza del 15.º de Dragones Ligeros



En la lista de hazañas bélicas de la caballería británica, destaca el llamado affaire de Landrecies, que también se conoce como la carga de Villiers-en-Cauchies, que sucedió el 24 de abril de 1794, durante las llamadas Guerras de la Revolución. 

Ese día, el teniente general Otto, un austríaco al mando de uno de los ejércitos aliados, ordenó una descubierta para dar con el enemigo. Se reunieron dos escuadrones de húsares austríacos (no sabemos de qué regimiento) y dos escuadrones del 15th Light Dragoons, que será el 15.º de Dragones Ligeros. En total, 272 jinetes; dos de cada tres, británicos. A las órdenes de toda esta gente, el capitán Robert Pocklington. 

Justo cuando había dejado atrás al grueso del ejército, le viene un jinete con un mensaje. El emperador austríaco Francisco II está presente en el campo de batalla. No sólo está presente, sino que la caballería francesa ha asomado las narices y amenaza con echársele encima. El capitán Pocklington no se lo piensa dos veces y manda ir para allá con prisas y urgencia.

Llegan, forman en línea y cargan contra la caballería francesa en un pispás. Se echan encima de los franceses y éstos, que no están para jarana, retroceden. Al retirarse, dejan al descubierto una línea de infantería y varias piezas de artillería, las posiciones del ejército francés. ¡Maldición! 

No da tiempo para detener la carga de caballería, ni retirarse, así que los británicos y los austríacos aprietan los dientes, pican espuelas y siguen adelante. Es un milagro que no acabe aquí la historia, pero los caballeros pasan por encima de los cañones y desbaratan la línea de infantería. Los hombres 15.º de Dragones Ligeros son capaces de mantener la formación y el capitán Pocklington puede maniobrar entre las líneas de infantería francesa y pillarlas por detrás. Cuando descubre que la caballería francesa está reagrupándose, vuelve la grupa y carga contra ellos, poniéndolos en fuga. 

Con no pocos esfuerzos, el capitán consigue que la tropa a su mando permanezca unida y no se vaya desperdigando aquí o allá. Persiguiendo a unos y a otros, tropieza con un tren de artillería enemigo y siembra el caos. En éstas, se da cuenta que se ha adentrado cuatro millas en territorio enemigo y que tiene justo enfrente la ciudadela de Bouchain. El fuego de artillería y mosquete de los soldados atrincherados en aquella posición pone fin a la carga y Pocklington decide volver a casa. Me da que en ese momento descubre el lío en el que se ha metido.

A estas alturas del cuento, hay que notar que los caballos de los húsares y dragones ligeros están casi reventados y apenas pueden avanzar al paso, después de tantas carreras. Pocklington pone orden en sus filas y decide avanzar al trote corto, esperando pasar desapercibido. Pues, qué sorpresa, ¡lo consigue! Porque los uniformes del 15.º de Dragones Ligeros eran de color azul y los jinetes pasan por franceses. Así pasan al lado de varias formaciones enemigas, escurriendo el bulto con disimulo, hasta regresar al escenario del primer encuentro.


Los franceses se han recuperado del susto y la infantería no tiene la intención de dejar pasar a Pocklington y sus hombres. El capitán no tiene más remedio que mandar formar en línea y cargar a la desesperada, aunque sus caballos apenas sostengan un trote rápido. Si no atraviesa la línea de infantería enemiga, no podrá regresar a sus propias líneas. ¡Otra hazaña! Porque lo consigue. Los jinetes se abren camino entre los franceses a cuchilladas y regresan a sus líneas. Quizá la infantería francesa se desmoralizó y se dejó dominar por el pánico, quién sabe, después de haber sufrido tanto durante el primer ataque. 

Según los partes de aquel día, los húsares austríacos perdieron 31 hombres y los británicos sufrieron 34 bajas, la mitad muertos por el camino. Las bajas francesas, en cambio, fueron espantosas, pues se habla de 1.200 muertos y heridos, y la pérdida de tres cañones.

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