Leo sobre la corteza orbitofrontal lateral, que los médicos llaman COFL para abreviar, copiando a sus colegas anglosajones, que ponen acrónimos hasta en la sopa. La corteza orbitofrontal lateral está, para que nos entendamos, justo detrás y un poco por encima de los ojos, en la base del cráneo. Los neurólogos y los psiquiatras han conseguido definir algunas funciones de este pedacito de seso, y no son pocas ni poco importantes. A día de hoy sabemos que se relaciona con el juicio y la toma de decisiones. Digamos que a la hora de decidir si me fío de alguien o de escoger entre un esmarfón u otro (que son todos iguales), la corteza orbitofrontal lateral comienza a sacar humo.
Ahora, la doctora Lesley Fellows, canadiense, neuróloga y neurocirujana (ahí es nada) ha dado a conocer un artículo sobre la corteza orbitofrontal lateral que tiene su miga. La doctora Fellows (aquí tienen su currículum) se ha especializado en el funcionamiento de la toma de decisiones: cómo generamos y organizamos las opciones a considerar para resolver una cuestión, cómo valoramos estas opciones y por qué acabamos casi siempre equivocándonos al tomar una decisión.
El artículo se ha publicado en el Journal of Neuroscience y es hijo de una investigación conjunta del Montreal Neurological Institute (el Instituto Neurológico de Montreal, donde trabaja la doctora) y el Centre for the Study of Democratic Citizenship (Centro para el Estudio de la Ciudadanía Democrática, que dependerá de Ciencias Políticas). ¡Una perfecta combinación de ciencias y humanidades! Ambos centros son de la Universidad McGill, de Montreal. Los autores del estudio son Lesley Fellows y Chenjie Xia, neurólogos, y Dietlind Stolle y Elisabeth Gidengil, de políticas.
La doctora y su equipo ya sabían que la corteza orbitofrontal (cito) tiene un papel importante cuando la elección es difícil y nos ayuda a tomar una decisión entre varias opciones con un valor semejante. Por lo tanto, ha de participar activamente cuando llega la hora de decidir nuestro voto en unas elecciones, se dijeron, y ésta es la hipótesis de partida.
Para falsarla, realizaron un experimento. Contaron con setenta y ocho personas. Siete tenían una lesión en la corteza orbitofrontal lateral; dieciocho, una lesión cerebral que no afectaba a la corteza orbitofrontal lateral; finalmente, el resto tenían un cerebro en aparente buen estado. Los juntaron a todos y simularon una votación.
Tenían que escoger entre unos candidatos desconocidos basándose en sus fotografías. Unos eran más guapos que otros; unos parecían más inteligentes que otros. Los sujetos sanos, daban su voto a uno u otro después de evaluar su atractivo físico y su capacidad o competencia (percibida siempre a través de las fotografías). Los sujetos con la corteza orbitofrontal lateral dañada podían percibir y evaluar la competencia de los candidatos, pero no les influía en el voto; se limitaban a votar al candidato más guapo, sin más.
La hipótesis soportó el experimento. Parece que sí, que se vota diferente según esté la corteza orbitofrontal lateral.
Se abre un nuevo camino en la investigación de las relaciones sociales y políticas, que puede explicar el porqué de algunos comportamientos colectivos. También demuestra que el papel de la corteza orbitofrontal lateral en la toma de decisiones va más allá de lo que se creía. ¡Qué tema tan apasionante! A mí me lo parece.
Pero también abre un abismo ante nosotros. ¿Qué sucede en el Mediterráneo que afecta a nuestra corteza orbitofrontal lateral de semejante manera? Los votantes de (a rellenar por el lector) ¿sufren una lesión de la corteza orbitofrontal lateral o son así de burros, sin más? Un alimento u otro, una determinada exposición al sol, la ingesta de un medicamento o la estupidez televisivo-inducida ¿afectan realmente a nuestra corteza orbitofrontal lateral? El partido que consiga dominar la corteza orbitofrontal lateral ¿conseguirá dominar el mundo? Cuántas dudas.
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