Un panegírico es una alabanza, por escrito, de alguien. También, una oración fúnebre que ensalza las virtudes de un fiambre, cuando nadie se atreve a recordar que el finado, en vida, hubiera estado mejor muerto. En cualquier caso, el panegírico es una figura clásica de la oratoria y un recurso obligado para muchos que viven del cuento y que precisan señalar su devoción, su fidelidad, su entrega, a un líder, una causa o un sueldo a finales de mes.
Nada que objetar: alabar a un amigo, a un tipo que te cae bien, a alguien que defiende algo que crees justo y necesario puede ser casi un deber; dejar caer palabras bonitas alrededor del jefe, de ése que tiene en sus manos el poder de quitarte el pan de la mesa, no es tan hermoso, pero se comprende. En suma, el panegírico puede ser sincero, pero ¡son tantos los panegíricos interesados! Como dijo el poeta, allá cada uno con sus palabras, que una vez escapan del cerco de los dientes o caen por la tinta para acabar en el papel, las carga el diablo.
Es noticia que estos días se presentará en sociedad un panegírico en forma de libro. Roser Pros Roca, periodista y autora del ensayo, recoge y selecciona el testimonio sobre el legado político (sic) de Jordi Pujol, lider patrio y ladrón confeso, de los siguientes personajes: Lluís Bonet, Miquel Esquirol, Miquel Sellarès, Rosa Bruguera, Joan Rigol, Joaquim Ferrer, Carme-Laura Gil, Jesús Conte, Enric Pujol, Mateu Turró, Jordi Porta, Elisenda Paluzié, Antoni Dalmau, Josep Gomis, Josep Grau, Pere Macias, Joan B. Culla, Salvador Cardús, Jordi Panyella y Ernest Folch.
El libro es noticia porque contiene el primer texto publicado por Jordi Pujol después de confesar que tenía dineros guardaditos en Andorra. El evasor fiscal lo escribió el 25 de mayo. El libro se titula Jordi Pujol, del relat al silenci (Jordi Pujol, del relato al silencio), y lo publica Editorial Gregal. El texto que decimos, firmado por Jordi Pujol, es el prólogo del panegírico a veinte manos. A decir de la nota de prensa, el texto promete una visión poliédrica (sic) y con perspectiva (sic) del personaje.
La historia del prólogo váyanse a saber si es cierta, pero así se cuenta y vamos a darla por buena. El editor, Jordi Albertí, iba a publicar el panegírico tal cual estaba cuando recibió una llamada del mismísimo Jordi Pujol, que quería prologarlo. ¿Cómo se enteró el fulano? No lo sabemos, alguien se chivó, pero el libro ya estaba en la imprenta y tuvieron que parar las máquinas (literalmente). Digamos que no fue un si quieres, te escribo un prólogo, sino un tienes que publicar mi prólogo, aquí lo tienes. El editor cedió. La anécdota resume el proceder del protagonista, un mandamás acostumbrado a ser obedecido sin chistar.
Se comprende que el editor cediera: ¡yo hubiera cedido! ¡Paren las máquinas! Los negocios son los negocios y hemos pisado oro. La publicación del prólogo iba a ser una noticia segura y la publicidad incrementa las ventas. Le faltó tiempo para escribir una nota de prensa y enviar copia del prólogo a tutti quanti. ¡Muy hábil!
Todos los periódicos de la derechona española (ABC, La Razón, etc.) y la derechona catalana (El Punt-Avui, Ara, La Vanguardia, etc.) han publicado la misma nota de prensa... con intenciones completamente diferentes, como es de suponer. Porque no hace falta cambiar una coma del texto para que el fanático de la fe pujolera se emocione ante el panegírico y el irascible antipujolista se indigne ante la ofensa. Las emociones de catalufos y españolitos están siempre a flor de piel. Es la ley de Poe hecha nota de prensa (busquen en güiquipedia) y el jolgorio estaba asegurado.
Mucho ruido ¿para qué? Para una cursilería.
El prólogo firmado por Pujol se titula Petjades (Huellas) y lo repito: es muy cursi. También es afortunadamente breve (tres párrafos, apenas una página). Comienza diciendo que la vida es un rastro de pisadas (suerte que no añade que van haciendo camino, no se ha atrevido a tanto) y luego prosigue (en catalán, en el original): La vida y el desierto son bastante largos y a veces difíciles, o engañosos, para que el caminante no pueda estar nunca seguro de llegar al mar y a los grandes palmares [o palmerales]. No puede ser tan pretencioso. Pero si ha caminado mucho y con ánimo positivo [,] puede pensar que, pese a las marradas [marrar es desviarse del camino recto], sus huellas no serán borradas por un viento impetuoso y hostil. Ni su relato definitivamente silenciado. U olvidado.
Ay... Pujol nunca ha escrito bien, pero al jefe todo se le perdona.
El libro ¿será bueno o malo? Qué más da, es un panegírico, un monumento de alabanzas al profeta escrito por fanáticos de su religión, versos de gentes agradecidas a un personaje al que deben mucho de su particular fortuna y medios de (buena) vida. Favor por favor, esos veinte personajes agradecidos colaboran todos en el panegírico de un sinvergüenza. ¿Por qué? Porque no son capaces de concebir que han sido engañados... o porque han sido colaboradores activos del engaño. Quizá por ambas cosas a la vez, no se descarta.
No adivino en esa lista de veinte personajes voces críticas, que cuestionen ese legado político a la vista de las verdaderas actividades de quien lo predicó. No sé, algún socialista de la vieja escuela, por ejemplo. Ni una sola voz agria o contraria, contraria de verdad. Ni un sindicalista de origen inmigrante, ni un fiscal del caso Banca Catalana... No hubiera costado nada sondear esa otra perspectiva sobre su legado político, digo yo. Pero, no, el legado político que nos deja don Jordi Pujol Soley es inmaculado, incuestionable, bello en sí mismo, por sí mismo, luz del mundo y artículo de fe, aunque huela a chorizo.
Dicho esto, ya tendré encima gritos, pitos, incluso algún aplauso, porque Jordi Pujol, el de Banca Catalana, fue, es y será hasta que se muera y después de muerto una figura polémica. La épica y el heroismo con el que se ha disfrazado durante todo este tiempo adquieren una nueva dimensión a la luz de lo (poco) que sabemos sobre sus negocios y redes clientelares, sobre su ambición de poder y la estrategia que ha seguido para perpetuarlo.
Quizá esa épica y ese heroismo tuvieron un origen honesto, quizá el árbol se torció, quizá era así desde la semilla, quizá ha sucedido lo que tenía que suceder, porque la historia se presenta como inevitable, o quizá pudiendo elegir hacer bien las cosas, optó por hacerlas como las hizo. Chi lo sà! Ni los hechos son simples ni los personajes, planos, y Pujol ha sido siempre un personaje retorcido en extremo, lleno de recovecos, aristas, abismos, tics, gargajos y lugares desconocidos. Pretender que su legado político no tiene o ha tenido nada que ver con esa naturaleza perversa y oscura que se adivina detrás de la fachada es mentir, a sabiendas o sin querer, pero mentir. Aislar el legado político de Pujol de su ambición personal, mafiosa y mercantil es aplicar la guillotina a la realidad.
Por lo tanto, no podemos examinar eso que llaman su legado político como si fuera un ente aislado e independiente. No vamos a negar la épica y el heroismo del lejano origen político de Jordi Pujol, un tipo que se apuntó a un ideario nacional-católico y se manifestó muy pronto enemigo de inmigrantes por suponerlos un peligro para la cultura y la dignidad de los catalanes. Ingresó en prisión en mayo de 1960. El feo asunto de su detención, tortura y prisión (convenientemente publicitado) fue suficiente para convertirlo en héroe y mártir y borrar esas manifestaciones ideológicas de juventud, que sólo pueden calificarse de vergonzosas. No obstante, su mujer, Marta Ferrusola, nos ha ido regalando con comentarios racistas en voz alta una y otra vez, incansable, mostrando que esa ideología tan disparatada no ha muerto en el círculo más intimo de la familia.
Después de dos años y medio de prisión, Pujol se pone a trabajar en el banco de su papá, Banca Catalana, en la familia desde 1959. Los sindicalistas (en su mayoría, inmigrantes) apresados, torturados y encarcelados durante el franquismo no tuvieron tanta suerte.
Bajo el franquismo, Banca Catalana se expandió y creció de manera espectacular y sus socios se repartieron sustanciosos dividendos mientras el negocio iba acumulando un déficit monstruoso. El quebranto de Banca Catalana arruinó a cuarenta mil accionistas catalanes y el rescate bancario nos costó el equivalente al rescate de Bankia a día de hoy. Pero todos los miembros del consejo de administración se forraron, mientras tanto.
Cuando quisieron llevarlo a juicio (y razones objetivas para ello no faltaron), Pujol montó el pollo de una persecución política y se hizo el mártir. Ganó las elecciones y el día de su investidura, una multitud azuzada y enardecida por el pujolismo intentó linchar a los diputados socialistas del Parlamento de Cataluña. Pujol, entonces, gritó desde el balcón de la plaza de Sant Jaume ¡A partir de ahora, de ética hablaremos nosotros!
Ahí se cimentó y consolidó el pujolismo, ahí perdió el socialismo, que cedió ante el corrupto por miedo a ser acusado de anticatalán y allá sigue, indeciso, derrotado y traidor, que todavía no se ha recuperado del susto. ¿Qué mejor ejemplo para ilustrar el empleo que hizo el pujolismo de la política catalana en beneficio propio? ¿Es ése el legado político del que hablan en el panegírico?
¿En qué momento ese héroe del antifranquismo cambió? ¿Cuándo convirtió la política en amparo, excusa, encubrimiento, instrumento, de negocios que, amablemente y por no ofender, llamaremos poco claros, dejando tras de sí una biografía subterránea donde hay mierda para dar y repartir a manos llenas? Qué apasionante tema para una novela.
A poco que se analice el caso de Pujol y su relación con el poder, se comprenderá que sus intereses políticos iban de la mano de sus intereses particulares. Su programa político se rendía a las necesidades de sus negocios, y sus negocios corrían paralelos a su programa político. Eran la cara y la cruz de una misma moneda, cuerpo y alma, dicho y hecho. No puede disociarse una cosa de la otra, y es de sentido común que no se pueda. Los últimos cincuenta años del catalanismo tienen que leerse con esta visión de conjunto o no se entienden. Cuántas cosas no habrán tapado las banderas, se admira más de uno.
Pero, ya lo hemos visto, hay gente perseverante en la defensa de Jordi Pujol. Sostienen que sus negocios eran una cuestión personal (sic), que suelen condenar por compromiso, no demasiado convencidos. Pronto pasan por alto el escollo para señalar lo que les interesa, su legado político (así lo llaman). A decir de estos personajes, este legado político es independiente de su vida privada (o económica). Esto es intelectualmente estúpido y además, contrario al sentido común. ¿Puede fiarse alguien de las verdaderas intenciones de un tipo que predica ética y patriotismo y se lleva sus ahorros al extranjero para no pagar impuestos?
El panegírico del sinvergüenza, que se da en este libro, pero en tantas otras partes y ocasiones, se queda en el intento de sostener que existe un legado político inmaculado, etéreo y meritorio por sí, en sí y para sí. Que fuera el instrumento de canalladas no parece importar demasiado y el resultado es de una hipocresía que ya no mueve a escándalo, sino a risa.
En el fondo, qué pena. Porque escribir sobre el mal es mucho más interesante que hacerlo sobre el bien (literariamente hablando) y se ha perdido la oportunidad de hacerlo. ¡Y mira que había material...! Razones para cuestionar y poner en cuarentena el legado político de Jordi Pujol no faltan, sea uno del partido que sea, piense lo que piense, crea en lo que crea. Ese mundo gris, oculto, retorcido y villano del personaje desaparece y queda un pristino legado político que parece un unicornio rosa dando saltitos bajo un arco iris. Es lo que tienen los panegíricos: a veces se le va a uno la mano diciendo lindezas.
Jordi Pujol no es una figura polémica es, simple y llanamente, un ladrón
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