Ahora está, ahora no está

Imagínense el percal. Uno se gasta un montón de millones de dólares, o de euros, tanto da, en poner un satélite de telecomunicaciones en órbita, un trasto que pesa dos toneladas, tirando por lo bajo, y va una tormenta solar y lo avería. El satélite Galaxy 15 recibió tales radiaciones solares el pasado mes de abril y dejó de responder a las órdenes de los operadores e ingenieros. En pocas palabras, se murió ¡en muy mal momento!

Abandonó la órbita geoestacionaria y comenzó a errar órbita arriba, órbita abajo, cruzándose con los satélites meteorológicos, de la marina, con los satélites espía y con los de televisión. Tuvieron que mover varios satélites de sus órbitas para cubrir el agujero que había dejado el Galaxy 15 y rezar para que en su devenir no se llevara por delante varios millones de dólares, o de euros, en chatarra orbital de otra empresa o gobierno, que el horno no está para bollos y el seguro no cubre gastos.

De repente, alrededor de Navidad... Puf... Galaxy 15 se puso él solito en marcha y contactó con la base. ¿Un milagro? Sus sistemas automáticos se reiniciaron una vez que se agotó no sé qué batería de reserva (no pregunten). Pero la verdad es que no tenían esperanza alguna en volverlo a ver. Sin embargo, aquello que creyeron perdido, regresó.

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