Regresando a Sitges



Sin querer, pertenezco al grupo de veraneantes de toda la vida, un pequeño y distinguido grupo de forasteros que merece cierta consideración por los suburenses de toda la vida, ésos que forman el núcleo social indígena de la cultura suburense. Somos aves de paso, una presencia breve y estacional. Como las golondrinas, formamos parte del paisaje suburense estival y mantenemos lazos de amistad con los indígenas que quedan fuera del alcance de un turista vulgar, pues éste ha sido siempre, es y será apenas un número.

Nuestra presencia en la cultura suburense no es poca; es más bien mucha. Que quede entre nosotros, pero dos de cada tres aportaciones significativas a la Gran Cultura en la Blanca Subur (nombre en dialecto cursi de la Villa de Sitges) son obra de veraneantes de toda la vida, aunque los veraneantes de toda la vida son de natural modestos y prefieren no decirlo en voz alta.

Así, se cuentan por docenas edificios, obras de arte, escritos literarios, tertulias, cafés, incluso tradiciones de rancio abolengo, que se iniciaron cuando un turista reincidente tuvo la genial idea de construir su casa según los cánones de la cultura cursi (llamada Modernismo), organizar las Fiestas Modernistas (juergas etílico-sexuales prefreudianas) y ceder su colección de arte a la villa, para uso y disfrute de los indígenas y cuantos quisieran pagar por verlas.

Dicho esto, se acabó el presumir, porque lo cierto es que la influencia del veraneante de toda la vida es siempre circunstancial, temporal o secundaria, se ponga uno como se ponga. Los asuntos suburenses, los asuntos suburenses de verdad, escapan generalmente a nuestra comprensión y rara vez podemos influir en ellos.

Así, de año en año, el veraneante de toda la vida se complace en encontrar todo tal cual lo dejó... pero completamente diferente, y no hay entendedera que sepa explicar por qué.

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