Gaitas, chirimías, dulzainas y tamboriles

En la fiesta tiran de dulzainas y chirimías, acompañadas de tamboriles, como en tiempos del Quijote. A estos instrumentos de madera y viento les llaman gralles, en catalán, y los grallers, los que soplan chirimías y dulzainas, tocan agrupados en colles, cada colla con su baile y uno o dos tamboriles para marcar el ritmo. Los indígenas del lugar discuten mucho sobre la calidad de las colles y el sonido de las chirimías, como si les fuera en ello la vida. Un buen graller es venerado como un héroe, y las fiestas se inician de verdad no con el pregón, sino con la presentación de las colles de grallers, el mediodía de la víspera del santo patrón.



Con notable riesgo de mi vida digo que el sonido de una gralla no es precisamente agradable, pero forma parte del paisaje. No se entiende la fiesta sin el fuego, pero tampoco sin gralles ni grallers. El chirrido de las chirimías marca el ritmo de la fiesta, de principio a fin. Antiguamente, los grallers se ganaban la vida soplando de pueblo en pueblo, y ese sonido estridente y agudo, a veces áspero, pocas veces dulce, es, probablemente, el elemento más antiguo de la fiesta.

Tirar contra las chirimías es arriesgado, pero se tolera tirar contra las gaitas. A fin de cuentas, la gaita apareció en los años ochenta, como la gran innovación, ya ves. No es de aquí, viene de fuera, dicen, y sobre todo, no se sent (no se oye). Cómo se va a oír, pobrecita, oculta entre el chirriar de tantas chirimías.


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