El banco y los turistas



Ayer, una manifestación convocada por movimientos asamblearios, ácratas y alternativos paseó por Barcelona. En sus mejores momentos contó con numeroso público, quizá con dos mil personas. Protestaban por el llamado rescate. Se quejaban de cosas de las que yo también me quejo: mucho rescatar bancos, pero los de a pie pagamos los platos rotos.

Me crucé con los manifestantes en el Paseo de Gràcia, cuando sumaban dos o tres centenares de personas, no más. La oratoria asamblearia de megáfono es un género literario esperpéntico que merecería un doctorado, en serio; la Brigada Móvil de la policía, toda, en pleno; los pijos y los turistas cenando en las terrazas, con bolsas de Gucci, Yves Saint-Laurent y Loewe mientras los melenudos protestaban contra los ricos; banderas republicanas, ácratas y diversas, pero ninguna catalana entonces; los altavoces propagaban una canción alemana anarquista; etc. ¡El mundo es un espectáculo!

Antes había pasado por la sede del Deutsche Bank, en la esquina entre Diagonal y Paseo de Gràcia. Los manifestantes la habían dejado echa unos zorros. La habían bombardeado de pintura y porquería, la fachada parecía una sinagoga en los tiempos de la Kristallnacht. Ladrones, decían las pintadas. El pueblo no debe, el pueblo no paga, añadían.

Me llamó poderosamente la atención la cantidad de turistas alemanes, más de una docena, que se habían parado a fotografiar el destrozo. En silencio, sacaban fotos y más fotos del evento, con teléfonos móviles, con cámaras compactas, con réflex y con lo que tuvieran a mano. Chas, chas, chas, lo grabaron todo.

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