De la nada a las goteras


No se lo van a creer. De verdad que no se lo van a creer. Me aburre mucho hablar de política. De esta política, quiero decir. Y el verbo, aburrir, es el correcto.

A mí me gusta la filosofía política, la historia, la ética... incluso lo cotidiano, lo próximo, lo necesario, la política de verdad, pero no esto. Esto es lamentable. Además, me duele ¡y me afecta! Así que me enfado, me irrito y hago lo único que puedo hacer: echar mano de la palabra (y del voto, cuando toca). Pero ¡para el caso que me hacen...!

Don Artur Mas, a punto de decir nada.

Un amigo me ha pedido que comente la anunciada y esperada aparición ante la prensa (que no en el Parlamento de Cataluña) de don Artur Mas, líder patrio y mesías de pacotilla, que se cometió ayer, con premeditación y alevosía y sin mediar razones.

¿Esperada? La esperarías tú, le he soltado.
Pero tienes que hablar de ella en tu blog, ha insistido.
No quiero hablar de eso, le he dicho. Me aburre.

Él, erre que erre y yo, que no.

Al final, asqueado, le he preguntado si don Artur Mas había dicho algo nuevo, algo que no hubiera dicho ya, algo concreto y verificable, con un presupuesto y una previsión de plazos, algo así como qué recortes hará y qué cosas no recortará jamás... Le he preguntado, en fin, si ha dicho algo interesante.
Nada.
¿Nada? Pues yo tampoco diré nada de lo que ha dicho, he respondido.

Así ha quedado la cosa. Él me ha dejado por tonto y yo, fastidiado, he vuelto a lo mío.

La broma que nos ha costado 55 millones de euros.

Pensando en este asunto (qué remedio) he descubierto que las comparecencias ante la prensa de don Artur Mas son cosas que conviene evitar, porque producen un tedio absoluto y aburren al más dispuesto, pero, en cambio, existen otros asuntos mucho más interesantes y cercanos.

Por ejemplo, las goteras de los Encantes (Encants). Un tema apasionante.

Desde hacía tiempo, se venía solicitando un lugar para que los mercaderes de los Encantes (el equivalente al Rastro madrileño o al Marché aux Puces de París) pudieran disfrutar de un lugar decente para llevar a cabo sus actividades. El Ayuntamiento de Barcelona, pues, decidió levantar un edificio estupendo. Es decir, un edificio icónico, algo digno de verse. Algo chachi.

Que se entienda, un edificio de 55 millones de euros.

Resulta difícil catalogarlo como edificio, porque no tiene ni plantas en superficie ni cerramientos. Una cubierta enorme (un sombrajo) cubre un gran espacio (llamado espacio de subasta) enlosado como si fuera la calle, sobre un terreno con una pendiente del 6% de media. La idea de Fermín Vázquez, arquitecto y alma del estudio de arquitectura B720, es la de hacer de esta edificio una plaza cubierta. Con plantas subterráneas, añado, que son aparcamientos y almacenes para los comerciantes.

El edificio es una cubierta y la cubierta es espectacular. Si alza usted la cabeza, verá a 28 metros por encima del público láminas de acero inoxidable dorado y reflectante. Chachis. La cubierta por encima tendrá un acabado de aluminio recubierto de zinc, de color rojizo. Chachi, también.

El problema de la cubierta es que, si llueve, se moja, como los demás. Agáchate y vuélvete a agachar, que diría la canción, porque a falta de diez días para inaugurar la carísima infraestructura urbana, zas, pum, va y llueve. Nada, un chaparrón: 20 litros de agua en media hora. Eso, en países mediterráneos, es lo más normal del mundo. Pues ¡la que se organizó! El chaparrón se llevó por delante las cañerías de desagüe, reventó los codos, inundó todo lo que podía ser inundado y montó un cirio que no les cuento.

En consecuencia, 55 millones de euros más tarde, la inauguración del edificio ha sido aplazada sine die. Los mercaderes de los Encantes se han negado a ocupar el nuevo edificio hasta que no les aseguren que no se les caerá encima. Tienen sus razones.

Luego va el arquitecto y dice que él no ha sido, que el edificio no estaba acabado. Pregunta: faltando diez días para la inauguración, ¿no estaba acabado el sistema de desagüe? Todo parece indicar que el diámetro de los tubos de desagüe instalados era inferior al necesario. Tan inferior como que era la mitad. ¿Se había calculado mal o alguien se ha metido la diferencia de diámetros en el bolsillo? El arquitecto insiste: Que no me vengan con tuberías, que yo no he sido.

Será, pues, el contratista, el constructor, no sé, ése que después de subcontratar a uno que subcontrató a uno que subcontrató a uno, etc., se hace el sueco, porque él tampoco ha sido.

El Ayuntamiento de Barcelona ¡tampoco ha sido! De la desviación presupuestaria del proyecto nadie dice nada, pero me gustaría saber cuánto más de lo presupuestado se habrán gastado al final y quién, cómo y cuándo supervisaba la calidad de la obra.

Porque el quid del asunto es ¿quién pagará las reparaciones? Pues ¿quién va a ser? ¡Nosotros! Eso tendría que permitirnos pedir responsabilidades, ¿no?

Pues, no. Ocurre lo de siempre. La culpa, de los demás, y bien repartida entre todos, para que toque poca a cada uno. ¿Responsables? ¿Qué significa responsables? ¡No existen responsables en política! Menos, en casa, en España o Cataluña, tanto da una patria u otra, que las dos parecen irresponsables.

Por 55 millones de euros, incluye piscina cubierta en el aparcamiento.

Fíjense. Tenemos un problema y lo resolvemos de la manera más cara, retorcida y costosa posible. Naturalmente, al final revienta y hace aguas. Nos hemos dejado los ahorros por el camino y ahora tenemos dos problemas, el antiguo, que persiste, y el nuevo, que no hay quien lo solvente. Como lo que hace don Artur Mas. Lo mismo. Igualito. Él también levanta edificios muy chachis, que nos van a salir carísimos y que luego hacen agua por todas partes y no sirven para nada.

En resumidas cuentas, dije que no diría nada de don Artur Mas y mentí como un bellaco.

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