Les petits soldats de Strasbourg (3/5)


Los coleccionistas hilan muy fino con sus cosas y defienden que los únicos soldaditos que pueden llevar con distinción el nombre de petits soldats de Strasbourg han de haber nacido de alguna de las siguientes maneras:

La primera, ser soldaditos procedentes de una lámina de cartulina o papel grueso impresa en blanco y negro, recortada y pintada a mano por el coleccionista original (en Estrasburgo, claro).

La segunda es más complicada. El coleccionista original mandó imprimir un dibujo hecho por él mismo o por una tercera persona bajo su directa supervisión, que luego coloreó. Es decir, el coleccionista se convirtió en un editor.

La tercera se veía venir: dibujar y pintar cada figura, una a una, sin mediación de impresores o editores, sino directamente. Tal sería el caso, que ya hemos visto, de Boersch.

Una lámina sin recortar con artilleros de a pie y a caballo de la Guardia Imperial y músicos de un regimiento de infantería de línea (el 3.º), con los uniformes que llevaban entre 1809 y 1810.
Esta lámina tiene su importancia, porque en 1809 se produjeron cambios importantes en los uniformes de la tropa y los oficiales de la Grande Armée.

Ahora la cosa se complica, porque entra en el juego la industria y la tecnología. Para empezar, el producto impreso puede ser tanto un grabado, una xilografía o una litografía. Hay en juego muchas calidades y texturas, como pueden imaginar. Pero todo se vendía en aquel entonces, porque pasados unos años, la demanda de soldaditos de papel creció y creció. Los impresores de Estrasburgo pronto pusieron manos a la obra. Ya en aquel entonces, las láminas de soldaditos se convirtieron tanto en un juguete barato como en un preciado objeto de colección. Vamos, que habían inventado a un tiempo los cromos y los recortables.

Sin embargo, los coleccionistas de soldaditos originales eran muy exigentes y meticulosos y acudían a verdaderos expertos. 

En primer lugar están los coleccionistas que encargaron los dibujos a un profesional y luego los mandaron imprimir. Todo el proceso se desarrolló bajo su directa supervisión. Porque igual el coleccionista era muy aficionado y sabía si las charreteras del soldadito iban aquí o allá, pero no sabía dibujar. 

Un tal Barthel (como Boersch, ciudadano de Estrasburgo) pertenece a este grupo. Mandó imprimir a la mayor parte de su tropa durante el Primer Imperio, aunque parece que la mayoría de sus soldaditos se acabaron hacia 1820. Es, pues, un testimonio directo de la uniformología de la época. Los soldaditos de Barthel son los primeros que forman hileras en las láminas impresas y también los primeros que no sólo los pintan en posición de firmes, sino haciendo cosas como cocinar, cargar a la bayoneta o pasear con la novia.

Luego están los dibujantes que se convierten en editores de su propia obra, con la intención de venderla a gran escala y hacer negocio con ello. Achille Roereder y Eugène Nicollet quizá fueron los primeros de esta especie. Eran dos chavales coleccionistas que se aliaron para pintar soldaditos durante más de cincuenta años. Iniciaron su colección en 1817, cuando apenas eran unos chavales, con los soldaditos de Barthel. El dibujante era Nicollet, pero el ingenio lo puso Roereder. Sus primeros soldaditos no son una fuente documental tan fiable como otros, por falta de rigor en la documentación, pero eso se arregló con el tiempo. ¡No podemos pedir un esfuerzo de rigor histórico a dos chavales de quince años! 

Éste es el aspecto que tenían las láminas sin pintar.
Aquí, cañones, armones y tiros de la artillería a pie.

Roereder y Nicollet fueron los primeros en descubrir que podría cambiarse un soldado por otro diferente sólo cambiando el gorro, añadiendo unos galones o borrando una cinta (por algo se llaman uniformes, porque son todos iguales). Eso les permitió dibujar regimientos más completos y con menos esfuerzo, lo que incrementó su producción. Sus láminas en blanco y negro ofrecían la opción de pintar una u otra variante del uniforme.

Los enemigos también eran protagonistas de algunas láminas.
Aquí, húsares austríacos, en 1809.

El tercer grupo es interesante, el de artistas que mandan imprimir su obra, porque, si no, no hay manera de sacar adelante la colección. En este grupo está la familia Würtz, que merece una mención aparte.

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