Borrachos como cubas



Ya saben ustedes que la selección española de balompié, apodada la Roja, se llevó por delante a la selección italiana de calcio, l'Azzurra, y así ganó un título llamado Euronosequé. Yo, qué quieren que les diga, no entiendo de fútbol ni me interesa demasiado; pero, dicen, fue cosa de mérito. No lo vi. 

Después de los aplausos y las felicidades, ha podido salir a la luz la voz de la Fundación Ayuda contra la Drogadicción, FAD, que se ha quejado de un hecho público y notorio: durante la celebración del título en Madrid, los jugadores de la selección española en particular y todo quisque en general arrastraban un pedo considerable, habían pillado una curda de campeonato y estaban todos borrachos como cubas. Gran parte de la ingesta de alcohol fue pública y el resultado fue, en palabras de la portavocía de la FAD, triste.

Por si acaso, como se cuestionaba el proceder de la Roja y las censuras suenan como insultos a la patria, se apresuró a añadir que los jugadores no eran conscientes de lo que estaban haciendo y que ellos no tenían la culpa porque nadie les había avisado... ¡Qué carajo iban a estar conscientes si llevaban encima una merluza...! ¿Y qué es eso que nadie les había avisado? Caramba, que esos caballeros ya tienen edad para ser responsables de sus actos. Ebrios, pues, y responsables de su ebriedad, faltaría más.

Triste ejemplo el de los jugadores de la Roja, se lamentan algunos, como triste lo había sido antes el de tantos otros jugadores, entrenadores y directivos de otros tantos equipos. En Madrid tienen lo que tienen, no puede negarse, pero en Barcelona no vamos a la zaga de los Madriles, ni mucho menos. De hecho, les ganamos sobradamente en borracheras futboleras retransmitidas por televisión. Por una televisión, además, pública, porque la gloria balompédica de los culés es motivo de regocijo nacional.

Obsérvese que, Guardiola el primero, las cogorzas que han pillado los muy etílicos componentes del equipo de balompié del F.C. Barcelona estos últimos años no han sido ni pocas ni pequeñas. Inclúyanse los directivos en el espectáculo. El señor Laporta, sin ir más lejos... ¿Se acuerdan ustedes de cuando el señor Pujol tuvo que saltar en el balcón de Sant Jordi...? Provoca sonrojo recordarlo.

Lo peor de este asunto es que, cuando todos llevan una mierda como un piano, alguien les da un micrófono para que digan lo que quieran y se les oiga bien lejos. Los cultísimos y educados balompedistas irrumpen en la historia de la oratoria con frases memorables jaleadas por el común. Sou collonuts! Lo que en cualquier otra situación hubiera valido una reprimenda, la censura de las gentes de bien o la vergüenza ajena de la mayoría, se reía con gracia; las declaraciones de la Medalla de Oro del Parlamento de Cataluña eran como para quitársela ipso facto en cualquier otro país civilizado. Como mínimo, éstas, dichas a grito pelado, desgañitando a su autor, hubieran empujado a sus amigos a retirarlo de la circulación deprisa y con discreción para que se le pasara la mona. En cambio, le reímos las gracias al mono. ¡Es tan simpático...!

Somos lo que hacemos, y hacemos esto que he dicho. Hace ya mucho que el fútbol nos dice qué somos y hacia dónde vamos.

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