¿Saben qué les digo? Que ahí se las apañen ustedes.
El PSC, marca catalana del PSOE del Cinturón Rojo, marca socialista del catalanismo progre-pijo que se alió con Pujol en 1980, ha muerto. El PSC que gobernó en los ayuntamientos ha muerto. Gobernando en los dos lados de la plaza de Sant Jaume se declaró un mal incurable. Agonizaba desde entonces y ha muerto estos días.
Ya no hay partido. Si encuentran a un secretario general para mandar sobre las ruinas será el tonto útil que queda cuando los espabilados gritan ¡Tonto el último! y salen corriendo. Unos corren hacia sus sillas, por temor a perderlas; otros hacia otros partidos, a los que llaman a la puerta con desesperación. ¡Dame algo! ¡Dame algo! suplican.
Todo por muchas razones y muy complejas, razones de una profundidad monstruosa, que se remontan a la noche de los tiempos... Tan profundas son esas razones, tan profundas, que se evidencia que hoy, detrás de las siglas, sólo hay un hueco, inmenso, profundísimo. Es decir, no hay nada, no queda nada, ¿hubo algo alguna vez? En suma, son tantas razones del porqué de esta muerte anunciada que en verdad no son más que una y simple.
En sus orígenes, el PSC se había aliado con la derecha y la banca (catalana).
De esa larva surgieron luego las pupas.
El PSC tenía que escoger entre la ese de socialista, socialdemócrata y social, lo que implica derivar hacia la izquierda convencional y oponerse a la derecha, ser lo que un día fue el PSOE, o quedarse con la ce y enfrascarse en ver quién la tiene más gorda, la ce, dándose de bofetadas con otros partidos que tienen unas ces gordísimas, que son partidos ce creados y formados por hombres ce, que viven para la ce, sólo para la ce y para nada más que la ce y que cuando no son ce, cuando les quitas la ce, cuando preguntas más allá de la ce, son tan fatuos y huecos como ahora el PSC. Son ce y sin ce no son ná.
Entre la ese y la ce, sin ser ese ni ce, han vivido los socialistas catalanes, con un vivo sin vivir en mí y un muero porque no muero que no eran ni chicha ni limoná, ni una cosa ni la contraria, sino ambas a la vez o ninguna de las dos, según el día. ¡Mal asunto!
Pero ¿a quién se le ocurre que podrían ganar jugando con la ce y amagando la ese? Lo que distinguía al PSC de los demás partidos era la ese, no la ce. Cuando movilizaban a los hombres ese, ganaban las elecciones. Pero jugando con la ce, los hombres ese recelan al principio y desconfían después. Si siguen con la ce erre que erre, se cansan y aburren y se van. A la que un voto cualquiera va a parar a la abstención, rara vez, muy rara vez, vuelve al redil de donde salió, y eso vale para todos en general y para el PSC en particular.
Unos se cansaron enseguida del mareo de la perdiz y se abstuvieron enseguida. Entre éstos, los había que se reservaban para el PSOE cuando había elecciones generales y que en las de la Generalidad opinaba que allá les vaya bien, ahí te quedas y a otra cosa mariposa. Al final, se cansaron hasta de eso. De elección en elección, los partidarios del PSC buscaban la ese, no la encontraban y desistían uno tras otro.
La ce, la ce, la ce y las poltronas, la ce del culo que se acomoda en la silla, la ce de corrupción... El PSOE también era víctima de algunas ces y los votantes ese mutaron, se fueron o abandonaron.
De la ese a la ce.
Arriba del todo, los tiempos en los que el PSC alzaba el puño, cantaba La Internacional y no tenía vergüenza en considerarse de izquierdas. En medio, la cosa iba descafeinándose, pero las siglas vienen todavía con la rosa y el puño y aún se vende el PSC como un partido de izquierdas. Abajo, la rosa se ha ido a tomar viento y la ce se escribe con negrita. Ya no es un partido obrero, ni socialista, ni siquiera socialdemócrata. Sólo una ce chachi y de centro.
Los hombres ce que votaban al PSC lo votaban porque les parecía afín a su cuerda. Era una manera de votar ce diferente, con una ese delante. Se creían más numerosos e importantes que los votos ese y no perdían ocasión de hacerse ver. Las siglas fueron cambiando. Desapareció la rosa y el puño. La ce destacó sobre la ese y la pe, en negrita. Ahora eran un partido ce y lo peor era que los hombres ce del pesecé creían distinguirse de los demás hombres ce por ser más guapos y chachis, hasta modernillos, cuando ¡hay tantas ces y tan grandes a disposición de tanta gente!
Al final, han dado tanto juego a las ces del vecino que éste tiene unas ces enormes. No tendrá otra cosa, pero ¡qué par de ces! La consecuencia, inevitable: la ce ajena se impone sobre la ce propia. Tiraron la ese por la ventana y se han quedado sin ce. Ahora se enteran. Ahora buscan la ese y no dan con ella.
Por definición, los partidarios de la ce afirman que unas personas, por tener un genotipo o fenotipo determinado, por haber nacido en un lugar y no en otro, por sentirse identificados con una manera de ser, unas creencias o unas costumbres, por todas estas o por alguna de estas razones, afirman que unas personas, decía, tienen más derechos que otras. Eufemísticamente, hablan de ellos y nosotros. Sostienen ser diferentes de los demás. Otro eufemismo, porque diferentes quiere decir mejores. Pues nadie se define diferente para señalarse como peor que los demás, ¿verdad? Ésa es la creencia del hombre ce, y no otra.
A poco que uno investigue, verá que la ese se identifica con la izquierda, por la quizá sientan simpatía o antipatía, no importa. También podrán argumentar que la ese ya no es lo que era y quizá tengan razón. En ese caso, ¿queda alguien a la izquierda en este país? ¿Alguna ce? La ce ¿puede ser de izquierdas?
No. Absolutamente, no. No es posible que la ce sea de izquierdas, puesto que la ideología ce supone argumentar que los principios de libertad, igualdad y fraternidad saltan por los aires ante el ceísmo.
Los hombres ce creen que la libertad es el derecho de ser ce, mientras que elegir no ser ce sólo puede ser una aberración o un acto de hostilidad hacia la ce y los hombres ce; los hombres ce son iguales entre sí, de acuerdo, pero diferentes a los demás, pues ¡en eso se basa la ce!; la fraternidad se reserva para los hombres ce y no se entiende que un hombre ce rico tenga que ceder una parte de su riqueza para que un hombre que no sea ce pueda salir de la miseria. Si un hombre ce es pobre, en cambio, argumentará que ha sido víctima de los hombres no ce, que le roban todo lo que tiene y más. La ce es conspiranoica.
En suma, la ce no es compatible con la ese, no puede serlo. Es conceptualmente imposible que lo sea. La ese y la ce juntas en un ideario son un oxímoron o una barbaridad.
Jordi Pujol y 25 miembros del consejo de administración de Banca Catalana fueron imputados por varios delitos. El banquero convocó a las masas el día de su investidura, que asediaron el Parlamento de Cataluña e intentaron linchar a los diputados socialistas, que tuvieron que huir escoltados por la policía. A partir de ese día, el PSC optó por tontear con el nacionalismo. Lo que entonces fue un acto patriótico es hoy delito y excusa para viajar en helicóptero. Pero ¿quién se acuerda? O tempora o mores.
Pero durante años, muchos años, demasiados años, el PSC ha jugado con la confusión y la ambigüedad. Su discurso oficial aparece plagado de eufemismos, oximorones y lugares comunes. Cuando la muchedumbre intentó linchar a los partidarios del PSC en la investidura de Jordi Pujol como presidente de la Generalidad de Cataluña, recién imputado por el caso Banca Catalana, el PSC se convirtió poco a poco en el PsC. ¡Cuántos esfuerzos invirtió en hacer chiquita la ese de sus siglas! ¡Cuánto tiempo gastó en pasar por un partido ce auténtico y genuino! Cuando finalmente desbancó al pujolismo, ya era una ce débil y descafeinada y se embarcó en la aventura del Estatuto del 3% a merced de los hombres ce, de la ce mayúscula, perdida la fuerza de la ese. Y ce por ce, ellos la tenían más gorda y fueron sobrepasados tácticamente, estratégicamente, de sobras y por todas partes, y no ejercieron o no pudieron ejercer la ese. Ahí perdieron del todo y definitivamente.
Hoy, no queda ese y la ce la tienen otros. Ha quedado la pe más sola que la una y recibiendo palos de todas partes. Los partidarios de la ce del pesecé hacen mucho ruido, pero en verdad son pocos entre los afiliados. En los congresos, apenas uno de cada cinco. Pero en televisión, parecen una muchedumbre, porque son los que han mandado y los que tanta ce arriba y abajo lo han arruinado todo.
De la decadencia a la hecatombre.
El superpujolismo montillano se cobró un precio muy alto.
¿La solución? Ninguna. El PSC ya está finiquitado. Que venga el PSOE y que la marca PSC se la quede quien quiera. Si hay hombres ce que todavía creen que pueden competir con la ce de ERCiU, allá ellos: serán fagocitados. Los hombres ce cínicos y espabilados ya están llamando a la puerta de ERCiU. Que soy ce de toda la vida, dicen, y vengo para sumar fuerzas a la ce. Los hombres ese (si queda alguno) no querrán una marca arruinada por la estupidez y la falta de compromiso social y político. El problema es que la marca PSOE tampoco está de buenas. Qué mal fario.
Ce de corrupción, sí, y de carca, caradura, carlista, cabarrona, cacoquímica, caduca, cainita, caganida, cagamandurrias... La ce, por definición, es de derechas y siempre lo ha sido y siempre lo será. Por ahí se llega al fondo del asunto.
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