Remordimientos y banalidades (I)


La televisión alemana entrevistó hace pocos días a Shalom Nagar. El señor Nagar vive en Holon, en las afueras de Tel Aviv. Hoy tiene 76 años, pero entonces, cuando le tocó ser el verdugo, contaba apenas con 26. Yo no quería hacerlo, confesó. Se hizo un sorteo, y yo extraje la paja más corta. El reo fue ejecutado en Ramala, cerca de Jerusalén, a medianoche, hace cincuenta años. Le colocamos la soga alrededor del cuello, cuenta el señor Nagar. A continuación apreté el botón que abrió la trampilla. Durante un año tuve pesadillas. Aún las tengo de vez en cuando.

El señor Nagar era entonces y sigue siendo un judío sefardita. El Gobierno de Israel seleccionó con mucho cuidado a un grupo de veintidós soldados de leva para que hicieran de guardias del preso. Procuraron que sus familias no hubieran sido afectadas por el Holocausto, para evitar la venganza personal o el maltrato del prisionero. Querían juzgar a Adolf Eichmann por sus crímenes, pero también convirtieron el proceso en un instrumento de propaganda, tanto para justificar la misma existencia de Israel como para anunciar que los asesinos nazis no podrían vivir tranquilos en lo que les quedase de vida. En consecuencia, el prisionero recibió un trato exquisito por parte de sus carceleros.

Su detención había sido más polémica. El 11 de mayor de 1960 un grupo de agentes israelíes secuestró y drogó a Eichmann, y éste despertó en un avión de El-Al rumbo a Haifa, en un asiento de primera clase. Como el avión ya era territorio israelí, fue debidamente arrestado. Al principio, el gobierno israelí dijo que él no había sido, que habían sido unos judíos que habían actuado por su propia cuenta y riesgo, ¿y quién iba a negarse a arrestar a Eichmann servido en bandeja de plata? Luego se supo lo que ya todos sabían, que había sido capturado por el Mossad.

Hasta entonces, Eichmann había vivido en Argentina. Se dice que había escapado fácilmente de Europa, que los servicios secretos aliados lo dejaron ir. Los peronistas, que nunca habían ocultado su simpatía por el nacionalsocialismo alemán, lo recibieron con los brazos abiertos y rechazaron las numerosas demandas de extradición. Israel optó por la vía directa e ilegal, pero muy efectiva, de saltarse los convenios internacionales a la torera. Argentina se puso de los nervios, pero no pudo protestar demasiado porque había dado amparo a un criminal de la peor especie. Con todo, el asunto provocó agrios debates en las Naciones Unidas.

Sí, Eichmann fue tratado con mucho cuidado e innumerables precauciones. El señor Nagar declaró a la televisión alemana que era él quien llevaba la comida al prisionero, y quien la probaba antes, por si la habían envenenado. A decir del verdugo, el comportamiento del señor Eichmann era correcto, amable, rutinario. Si yo no hubiera sabido qué había hecho ese hombre, hubiera dicho que era un santo, exclamó delante de los micrófonos, un tanto contrariado. No me atrevo a decir que el señor Nagar, después de dos años cuidándolo, había entablado amistad con el prisionero, pero sí que es evidente que la ejecución le ha provocado remordimientos durante mucho tiempo.

Hubiera dicho que era un santo, dijo el señor Nagar de Eichmann.

De santo, nada.

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