La democracia no tiene "glamour"


La democracia no es darle a un botón.

Un tipo llamado Hayek observó que la democracia es un medio, no un fin (en sí misma). De Hayek podríamos decir de todo, menos guapo, pero su observación no es una tontería. Podemos imaginar una sociedad organizada con justicia, igualdad, etcétera, que dependa de uno o de una élite, pero una vez imaginada nos enfrentamos a la triste realidad. Cuantos menos participen en el gobierno, más posibilidades tenemos de vérnoslas con una sociedad injusta, dicho así, sin entrar en detalles, que ya me entienden.

Por eso se repite tanto el chiste que dice que la democracia es el menos malo de todos los sistemas de gobierno, no el más bueno. En el fondo, muy en el fondo, quien dice tal cosa cree todavía en el buen salvaje (lean a Rosseau) o mira a los demás por encima del hombro. El problema es que somos egoístas y muy pagados de nosotros mismos y tener que compartir, ceder o darle la razón a otro nos provoca dolor de tripa. 

Reconocer que mi vecino tiene el mismo poder político que un servidor de ustedes es el argumento más contundente e irrebatible que conozco contra el sistema democrático. ¡Tendrían que conocer a mi vecino...! Por eso, grandes pensadores han dicho grandes tonterías y han propuesto que sólo voten los ricos (a los pobres, que les den) o los mejores (pero entonces ¿quién dice quiénes son los mejores?).

Cuando Popper escribió La sociedad abierta y sus enemigos concluyó que la democracia no garantizaba el buen gobierno, pero intentó demostrar que todo buen gobierno tenía que ser forzosamente democrático. También nos advirtió de los peligros que acechaban a la democracia. 

El político medio será mediocre, pero es inevitable que así sea.

Él y tantos otros, incluso los que no tragan a Popper (que no son pocos), señalan que el gobierno democrático es forzosamente mediocre, de media. En una población habrá gente brillante y gente necia, pero la mayoría será del montón (normalita) y es razonable esperar que un gobierno democrático sea igualmente normal. Es una cuestión estadística, y la experiencia nos va dando la razón. Es cierto: de vez en cuando sale una mente preclara y brillante en medio del gris imperante, pero es de vez en cuando. También asoman malvados.

Si el sistema de partidos se enquista en sí mismo y se cierra al mundo, lo que sucede con frecuencia, la mediocridad del gobierno se inclinará hacia la estupidez; si los ciudadanos no exigen responsabilidades a los políticos, no participan en la vida pública, etcétera, lo mismo. Si el sistema se abre a la crítica (razonada y razonable), si los participantes se responsabilizan de lo que hacen, si, pese a la ausencia de acuerdos, se mantiene el respeto a la libertad de opinión de mi vecino, si los poderes del Estado se organizan y separan entre sí para garantizar los derechos de los ciudadanos y las personas... En ese caso, nos prevenimos contra la mediocridad, procurando que no haga mucho daño, y la cosa va un poco mejor. Bien, bien, lo que se dice bien, no, pero sí un poco mejor.

Si algunos sostienen que ellos son los Mejores, mienten o se lo creen, y ninguna de las dos opciones es la buena en democracia. Porque la democracia ha de basarse, precisamente, en la posibilidad (real) de no ser ni el mejor ni el más listo ni el más enterado ni el más oportuno... Así que mejor obrar con prudencia y respeto por los demás. 

La democracia no tiene glamour. A veces es sucia.

En general, la democracia tiene poco glamour. Fíjense: mi vecino goza de los mismos derechos que yo, y miren lo burro que es. Los gobiernos son mediocres, ya lo he dicho. El diálogo es constante y aburre, y uno tiene que ceder, qué remedio, siempre, en parte o en todo. ¿Ceder, yo? La Ley no permite que me imponga sobre los derechos de mi vecino, que he de respetar aunque me produzcan dolor de barriga. La libertad de expresión permite que hablemos mal de gobierno y de los políticos, constantemente. Eso está bien, porque así mantenemos a raya sus vicios, pero al final nos parece que todo es una mierda y que nada funciona como debiera. ¿Sigo?

La democracia es un dale que te pego constante, diario, gris, un trabajo de atención y vigilancia, un empeño en la defensa de nuestras propias ideas y un constante ver como no pueden expresarse completamente o de ninguna de las maneras.

La democracia no tiene el glamour del nacionalismo, por ejemplo. Es la repera sostener que yo tengo más derechos que el prójimo (o soy simplemente mejor que él) porque yo me identifico con una cosa que llaman nación y él prefiere considerarse ajeno a ella. Es muy chic decir que un pueblo tiene derechos porque es la encarnación de una unidad de destino, especialmente si uno se identifica con ese pueblo. Es muy goloso dejar que otro te libere de la responsabilidad y diluirla en el maravilloso destino histórico del pueblo elegido, sublimado y brillante. ¡Qué bonito es vivir con ilusión! Qué atractivo tiene Nosotros. ¡Qué malos son ellos! Qué tonto, incluso malvado, quien no sabe o no quiere ver que la nación es la leche. Qué fácil es entonces cargarle las culpas al otro y no tener que reconocer la propia responsabilidad. Porque la responsabilidad es un coñazo. Qué maravilla creer que se solucionará todo una vez se materialice la esencia del espíritu nacional en un Estado, por ejemplo. 

Es lo que tiene tomar drogas y estupefacientes. Al final, uno se engancha.

En cambio, la democracia es vulgar y cansa mucho. Pero tanto esfuerzo da sus frutos.

Sin salir de Barcelona, cómo ha cambiado todo en los últimos treinta y cinco años. Porque un país en democracia cambia poquito a poco, casi siempre. No nos damos ni cuenta. Somos más ricos, más cultos, más libres que hace treinta o cuarenta años. De hecho, más ricos, cultos y libres que nunca antes en nuestra historia. Nunca. 

Lo peor: la democracia no es fácil y nunca lo ha sido.
Humorada contemporánea a la Primera República Española.

Es cierto, pasamos por un mal momento, por un retroceso cultural, social y democrático que ha provocado una crisis económica muy dura y una crisis política tremenda. Malas recetas han agravado los males. En lo económico, los recortes han profundizado en la desigualdad y el desamparo de los menos favorecidos; en lo político, ni les cuento, pues sumen a la ineptitud la corrupción y un retroceso en los valores del respeto al Estado Social y de Derecho, amparado en un populismo muy dañoso, que divide a la sociedad y nos aleja de los problemas más acuciantes (el trabajo, la sanidad y la educación públicas, por ejemplo). Las deslumbrantes banderas sepultan en la sombra el latrocinio y la ineptitud de nuestros líderes patrios. Ustedes mismos.

Pero eso se arregla. Quizá no del todo, pero se arregla. Con empeño y poquito a poco, como siempre. Aburriéndose uno. Día tras día, sin desfallecer. No crean que yendo a la consulta le recetarán una fórmula mágica para curar tanto mal. La magia no existe.

1 comentario:

  1. ¡Me encantaría ser nacionalista! ¿Te imaginas lo tranquilo que viviría? Lástima que el sentido común no me lo permita

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