Cuando una palabra comienza a estar en boca de políticos y gentes de tertulia, cuando los columnistas de opinión no hablan de otra cosa y los que quieren darse de entendidos la emplean a menudo, agárrense.
De un tiempo a esta parte, la pobre palabra que le ha tocado sufrir tan cruel destino es transversal. Ahora mismo, si su ideología, su partido o su programa no es transversal, despídase. El palabro ha ido más allá de la esfera de la cháchara política, y ahora se emplea con desparpajo en economía y mercadotecnia. Así, un producto ha de tener una imagen transversal o la reforma fiscal ha de ser, igualmente, transversal. Qué miedo.
El caso es que transversal es aquello que se atraviesa en el camino recto. También se dice que es aquello que va de lado a lado. No nos olvidemos de la familia transversal, la formada por parientes políticos y lejanos. Así, cuando un partido político nos ofrece un programa transversal, nos está diciendo:
a) que se cruza en el camino recto que nos lleva hacia delante, lo que me parece inconveniente.
b) que va de lado a lado. Lo que quiere decir que querrá satisfacer a propios y extraños, a cualquiera, piense lo que piense, crea lo que crea, sea rico o pobre, gordo o flaco, de izquierdas o de derechas. En vez de hablar de un programa común, de una unidad política, de una coincidencia o suma de intereses, ponen lo de transversal y se quedan tan contentos.
o quizá c) que implica a los parientes de los socios de esos partidos políticos. Es decir, está ofreciendo un programa nepotista. En la práctica, es lo que hacen casi todos, repartiéndose el pastel.
Sin entrar en detalles, hoy se interpreta transversal en política y tertulias como a) y c) (pero esta última no se dice en voz alta).
Yo, la verdad, no creo que ningún partido o programa político que se precie tenga que ser transversal. Quien mucho abarca, poco aprieta, y si un programa político ha de ser tan poco definido que sea capaz de satisfacer tanto al obrero de la construcción en paro como al promotor inmobiliario que amasa fortunas, no me interesa. Será poco honesto.
En vez de un gris difuminado, yo quiero los colores claros y distintos. Quiero que me digan: Yo defiendo esto y esto, y no gustará a todo el mundo. El verdadero oficio del político (y del economista), y mi deber como ciudadano a la hora de votar, es escoger y apechugar con las consecuencias de haber escogido.
El programa transversal es el que se niega a escoger una opción entre varias y las confunde todas. Es, en suma, el que se niega a tener un ideario político (y un programa de actuación) definido. ¡Qué bonito!
Lo peor, al menos en Cataluña, es que los partidos políticos se han metido en vena la idea de ser transversales (es decir, en renegar en voz alta, de cara a la galería, de un ideario político claramente definido) para que todo el rebaño siga al mismo pastor (mientras se pelean por ver quién será el pastor). Todos quieren ser transversales, todos. Al menos, de palabra. De obra siguen pensando en qué hay de lo mío. Y no se les ocurre nada mejor para ser transversales que acudir a un concepto anacrónico, el de la sociedad civil.
La sociedad civil o tercer estado es la que lleva a sus espaldas al primer y segundo estados, la nobleza y la Iglesia (a día de hoy, los políticos y los tertulianos).
La sociedad civil es un concepto platónico. Según Platón, la sociedad la formaban tres estamentos. El de los filósofos, que luego serían los sacerdotes de la Iglesia; el de los militares, que luego serían los aristócratas; el formado por el resto, el que sería propiamente la sociedad civil, porque no es ni militar ni eclesiástica. Las cortes de las monarquías europeas tenían representantes de los tres estamentos y el voto de toda la sociedad civil valía tanto como el voto de la nobleza o el voto de la Iglesia. Por eso siempre perdía, dos a uno, hasta que dijo que hasta aquí hemos llegado y vas a ver tú ahora.
Lo que nos ha costado dejar de ser sociedad civil para ser ciudadanos...
Hablar de la sociedad civil después de haber pasado por la Ilustración y la Revolución Francesa no tiene mucho sentido. Lo tenía en el siglo XVIII, quizá. Hoy, con nuestra Constitución en la mano y la historia a nuestras espaldas, la sociedad civil la forman todos los ciudadanos. Mejor dicho, sólo hay sociedad civil, no hay nada más que sociedad civil, todos (curas y soldados incluidos) somos sociedad civil. Aunque, es verdad, ¡qué bonito es hablar de la sociedad civil! Suena chachi.
Por lo tanto, cuando el presidente Mas, el señor Junqueras o un tertuliano sabiondo hablan de presentar una lista de candidatos formada por representantes de la sociedad civil, están diciendo a) una obviedad o b) una gilipollez. Porque todos los partidos políticos, todos, presentarán una lista con representantes de la sociedad civil y todos y cada uno de los parlamentarios, todos, ya son representantes de la sociedad civil. De hecho, son diputados elegidos para representar a la sociedad civil. Los partidos políticos, todos los partidos políticos, son representantes de la sociedad civil.
Considerar que los políticos son una cosa y la sociedad civil, otra... Mal asunto. Querrá decir que todavía no nos ha llegado la Ilustración. ¡Y eso que tenemos Francia al lado!
La cuestión es que los políticos confunden la sociedad civil (nos confunden a todos nosotros) con unas asociaciones determinadas... que sólo responden ante sus socios. Y no son muchos.
Si esas sociedades están por la labor de defender el ideario transversal que se propone, se alude a ellas hablando de la sociedad civil. Si no, se las ignora. Para complicarlo todo un poco más, los partidos políticos quieren demostrar que sus listas son transversales implicando en ellas a la sociedad civil. Es decir, quieren demostrar que sirven tanto para un roto como para un descosido sumando candidatos que se han manifestado a favor de su ideología, aunque hasta ahora no hayan ejercido como diputados, por ejemplo. Pero son famosos, da igual por qué. Es tal el desprestigio de los partidos políticos y de su acción política que pretenden disimularlo con una cortina de humo formada por las palabras sociedad civil y transversal.
Al mismo tiempo, un amplísimo elenco de asociaciones ciudadanas serán excluidas de la sociedad civil (¿?) porque no están a favor o no apoyan explícitamente esa ideología transversal. Se manifiesta, mediante un retorcido lenguaje, que los partidarios de esta ideología excluyen de la ciudadanía a los que no piensan como ellos y no apoyan sus acciones. Qué bonito.
A poco que se piense, un despropósito.
El resultado podría ser interesante de ver, pero de mal vivir. Imagínense un tercio del Parlamento de Cataluña, quizá más, quizá menos, formado por gentes como Nuria Feliu, Pep Guardiola o Joel Joan, más el neoliberal Sala Martín y sus chaquetas de colorines y la iluminada monja Forcades. Imagínense que ganan y que tengamos que depender de sus decisiones para que funcione la sanidad pública o la red de ferrocarriles. Imagínense que pierden y tenemos que verlos cuatro años en el Parlamento, dando la nota. No diré más.
Creo sinceramente que los ciudadanos se han de implicar más en la política. Como sea. Una de las razones que me impulsa a creerlo es que tenemos que evitar que puedan producirse situaciones tan potencialmente vergonzantes como la que acabo de imaginar. Por el bien de todos, sean exigentes con los políticos, déjense de transversalidades y defiendan sus derechos con uñas y dientes. Por favor.
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