Hoy en día, se cuentan por docenas los relojes homologados para irse a dar una vuelta por el espacio exterior. Docenas, y no exagero. En parte, porque entre las misiones Soyuz, las estaciones espaciales orbitales y los vuelos en lanzadera lo de ser astronauta ya no es lo que era. Pero hubo un tiempo en el que ser astronauta no era moco de pavo, y nos remontamos a la carrera del espacio entre soviéticos y norteamericanos.
Como todo el mundo sabe, una de las principales razones por las que unos y otros andaban a la greña fue que los soviéticos llamaban cosmonautas a los astronautas, que decían los norteamericanos. En español, ha tenido más éxito astronauta, pero hay que reconocer que cosmonauta tiene su gracia, es una bella palabra. Etimológicamente, el astronauta navega entre los astros y el cosmonauta, entre el orden de las cosas. ¡Qué bellas palabras!
Me he desviado del tema. Al principio, los soviéticos iban por delante en la carrera del espacio. Sus cohetes eran mejores y estaban diseñados por ingenieros soviéticos. Los norteamericanos, en cambio, tenían que adaptarse a la ingeniería de los científicos nazis que habían convencido para que trabajaran para ellos después de la Segunda Guerra Mundial. Mientras los soviéticos hacían volar hacia el cielo cohetes cada vez más potentes, los norteamericanos hacían volar por los aires cohetes cada vez más impredecibles.
Yuri Gagarin, a punto de convertirse en Héroe de la Unión Soviética.
En estas condiciones, los soviéticos pusieron el primer satélite artificial en órbita, el Sputnik, y poco después, al primer mamífero, la perrita Laika (que acabó mártir del socialismo, porque nadie había previsto hacerla regresar sana y salva). En 1961, como los norteamericanos comenzaban a fabricar cohetes que ya no explotaban, los rusos se dieron prisa y enviaron el primer hombre al espacio, a un oficial del Ejército del Aire llamado Yuri Gagarin. El primer cosmonauta.
A la pregunta de si iba a acabar como Laika, le respondieron con unas palmaditas en la espalda y le dijeron que no, hombre, que no, que no tenía por qué preocuparse. Lo encerraron en la cápsula, cruzaron los dedos y dispararon el cohete. Los más optimistas calculaban la posibilidad de supervivencia equivalente a la de sacar cara o cruz echando una moneda al aire, no más de la mitad. Eso, con suerte, repito.
El equipo de Gagarin era, a su manera, una improvisación. Nadie, nunca antes, había hecho nada parecido y los soviéticos se las apañaron con trajes de vuelo adaptados, cascos reciclados y cosas así. Les fue bien, la verdad sea dicha. Pero ¿y el reloj?
Un Sturmanskie soviético. Un objeto de colección.
Gagarin llevó uno encima, al espacio exterior, que había sido un regalo del Ejército del Aire, un Sturmanskie. Este reloj lo regalaban los militares a los mejores pilotos y Gagarin había sido uno de ellos. El 12 de abril de 1961, enviaron a Gagarin a convertirse en Héroe de la Unión Soviética. Afortunadamente, no lo fue a título póstumo y pudo vivir para contarlo. Su Sturmanskie, también. Fue el primer reloj en dar una órbita a la Tierra.
El Sturmanskie lo fabricó la firma relojera Poljot (se pronuncia Poliot y en cirílico se escribe a saber cómo), que fue fundada en 1930, en el primer Plan Quinquenal, como la Primera Fábrica de Relojes del Estado (PFRE). Los primeros relojes de la Poljot (que todavía no era Poljot) se fabricaron con las máquinas de dos empresas de relojes norteamericanas que se habían ido a pique con el crack de 1929, la Ansonia Clock Company of Brooklyn, de Nueva York, y la Dueber-Hampden Watch Company, de Canton, Ohio. También contrató a algunos relojeros de estas fábricas (en paro) para que fueran a la Unión Soviética y enseñaran a fabricar relojes a los obreros soviéticos. Una purga después, en 1935, y el nombre de la empresa había cambiado a PFRE-Kirova.
En la Segunda Guerra Mundial, la fábrica fue evacuada y trasladada, no la pillaran los alemanes. La parte que se fue a Chistopol, donde los tártaros, en el quinto pino, allá se quedó y se convirtió en la Vostok, una marca que todavía existe, y que entonces se dedicó a fabricar relojes para el Ejército de Tierra. La otra mitad regresó y se instaló en Moscú, siendo ahora PFRE-Moscova.
Al final de la guerra, los soviéticos requisaron relojes y maquinaria de Glashütte, en Sajonia, y no se lo pensaron dos veces a la hora de copiar relojes. En 1959, bajo la marca Sekunda, comenzaron a venderlos en Occidente. Mucha Guerra Fría, pero en el mundo de los relojes, el negocio es el negocio.
El Sturmanskie comenzó a fabricarse en 1952. Sturmanskie, en ruso, quiere decir navegador, el que marca el rumbo y dice dónde estamos ahora. Era un reloj para aviadores, pero no estaba pensado para el espacio. Gagarin se lo llevó consigo porque era su bien más preciado y porque le hacía ilusión, razones muy técnico-científicas, como se ve.
El reloj sobrevivió a la prueba sin ningún problema y se hizo famoso. En 1964, en honor a Gagarin, la fábrica de relojes fue a llamarse Poljot. Ahora sí, Poljot. El desmembramiento de la URSS también significaría el fin de Poljot, aunque sus relojes siguen produciéndose en Vostok (la competencia) y otras marcas rusas.
Poljot -> Полёт
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