El señor Ferrari echándose una siesta en Monza, apoyado en un Fiat 850, en 1965.
La escudería Ferrari pinta sus coches de rosso corsa, rojo de carreras, el color de Italia, pero también los ha pintado alguna vez de giallo, amarillo, el color de Bélgica. Cuando Ford intentó ganar a Ferrari en Le Mans, una escudería belga con apoyo oficial de la empresa de Maranello (la escudería Spa Francorchamps) se mantuvo en la trinchera y aguantó lo que pudo. De ahí que Ferrari acepte como sus colores oficiales el rojo y el amarillo.
El señor Ferrari bromeando con el señor Hill, piloto, en Monza.
De ahí que Spa sea considerado por los ferraristas un circuito amigo. De Monza no digo nada, que es el circuito insignia de Ferrari, gane o no gane. Dicho esto, las dos últimas carreras del campeonato han sido en estos dos circuitos, el amarillo y el rojo. Es decir, se corrió en Spa y se acaba de correr en Monza.
Los tirantes y las gafas de sol del señor Ferrari, un clásico de Monza.
En Spa, un Ferrari quedó cuarto, el de Raikkonen, y otro octavo, el de Alonso. En Monza, delante de miles de italianos que esperaban un milagro, Alonso ha roto el motor y Raikkonen ha quedado décimo, justito en la zona de puntos. En total, unos resultados mediocres para cualquiera y malos, muy malos, para Ferrari. La primera carrera la ha ganado Ricciardo y la segunda, Hamilton. Rosberg ha quedado segundo en las dos. Esto quiere decir que Mercedes-Benz está ganando con una mano atada a la espalda y que Ricciardo está demostrando a todo el mundo que Vettel ganó el año pasado porque... ¡No sabemos por qué! Dará que hablar, este muchacho.
El señor Ferrari pensando en qué hacer con estos chicos, que no me ganan.
Así que me he quedado con las ganas de presenciar milagros y me conformo con habérmelo pasado bien viendo pasar coches. Quien no se conforma es porque no quiere. Forza Ferrari, manque pierda.
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