La conjura de Puigcorbé


Su Majestad, saludando al final de una de sus últimas actuaciones.

El rey Juan Carlos ha protagonizado algunas interpretaciones memorables y su histrión es aplaudido por los connaisseurs del drama. Me viene a la cabeza, por ejemplo, cuando, muletas en mano, aseguró que no volvería a ocurrir, refiriéndose a lo de partirse la crisma subiendo las escaleras del bungalow de su amante, en algún rincón de África, en una pausa entre elefante y elefante. El guión era fabuloso y su actuación había sido anunciada a bombo y platillo. Pero no podemos quitarle méritos por ello ni restarle el éxito que mereció tan soberbia actuación.

La maldición juancarlista. Los actores se han visto superados por el papel.

En cambio, el mismo personaje puesto en una serie de televisión y encarnado por actores ha procurado siempre vergüenza ajena al público y ha dejado tras de sí una sensación de ridículo espantoso. Los actores que han tenido que interpretar a Juan Carlos, rey, se han encontrado con un personaje conocido, carismático, muy peculiar (su forma de hablar, por ejemplo), que tenemos visto y más que visto desde hace muchos años. El actor que pretenda imitarlo es fácil, muy fácil, que acabe en el esperpento de sí mismo. Si encima no es un actor superlativo, sino uno del montón, su fracaso está asegurado y será tratado con escarnio por el común.

Peor me lo ponen cuando prestamos atención a los guiones y las producciones en las que se ha movido esa interpretación. Uno concluye que no somos capaces de hacer un biopic decente, aunque se recuerde con mucho cariño la vida de Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo. Pero tal estaban las cosas en la televisión que una serie sobre el último (que no el actual) rey de España estaba condenada al ridículo más espantoso, incluso al fracaso comercial. Así parece que sucedió no una vez, ni dos, sino algunas más. Añado, sin embargo, que se trataba de un fiasco anunciado y previsible. ¡No se esperaba otra cosa! y, en esas concidiciones, no podía ser de otra manera.

Ahí lo tienen, a la izquierda, posando para la posteridad.

La interpretación más memorable e inolvidable, por mala, de Juan Carlos, rey, fue la de Juanjo Puigcorbé en 2010. Le llovieron palos de todas partes y la risa que provocó entre el público fue tremenda (y cruel), cuando no los abucheos y la burla. No sé si se acordarán, pero después de ésa todos creíamos que a Puigcorbé sólo le quedaba el suicidio o el retiro entre cartujos. Las crónicas de la época no muestran ni el menor atisbo de piedad. Los espectadores le dijeron de todo menos guapo. El actor se cabreó muchísimo y todavía sostiene que fue una conjura contra él, no una suma de errores propios. Su papel como monarca era un chiste y el resultado en la pantalla de televisión uno no sabía si considerarlo hilarante o vergonzoso y era difícil soportarlo sin cambiar de canal.

El cabreo de Puigcorbé fue agrio, monumental.
Dejó constancia de ello echando las culpas a todo el mundo.
Su reacción fue desagradable.

Ahora es noticia que Puigcorbé se presenta segundo en la lista de ERC para la alcaldía de Barcelona, detrás del señor Bosch, que asegura ser escritor. En fin, cada uno es libre de creer lo que le dé la gana, pero ha definido a Puigcorbé como el [Sean] Connery catalán. Así, con dos bemoles. Por eso de Escocia, ya saben, aunque, que yo sepa, Connery, Sean Connery, nunca ha interpretado a Isabel II y además no vive en Escocia. En fin... La noticia, como era de suponer, es propicia a toda clase de chirigotas y en ésas me ven metido.

Lo cierto es que el actor hacía un tiempo que andaba tonteando con la política, había pasado por socialista y progre cuando tocaba serlo (por ver qué caía) y ahora que el PSOE anda en horas bajas (bajísimas) ha optado por una opción republicana e independentista, muy de moda, que proporciona grandes actuaciones y bien pagadas, y que además tiene a la prensa (local) echándote una mano a base de críticos subvencionados. Sucede lo dicho: Que quien hiciera de rey de España salga ahora haciendo de correveidile de su desintegración en forma de varias repúblicas no deja de ser madera de chiste.

¡Hola! El actor cambia la pantalla por un sillón en el Ayuntamiento, mejor pagado.
Es que la comedia sólo da que hambre y disgustos.

El actor tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que hace y hay que aplaudir su valentía, porque no todo el mundo decide dar el salto a la política. ¿Lo haría usted? ¿Verdad que no? Pues él, sí, y hay que aplaudirlo. Ahora bien, era un personaje público y su candidatura se aprovecha de la publicidad de su nombre. Es normal que el votante quiera saber los porqués y los cómos de ése que hasta hace poco pasaba por socialista del montón.

En los mentideros de Barcelona corren dos teorías que explican ese comportamiento y su apuesta por la República Catalana. Dos, y no sé con cuál quedarme.

Una sostiene que el actor era una persona políticamente indiferente (era socialista cuando estaba de moda serlo) que aceptó encarnar al rey en un biopic televisivo. Salió lo que salió ¡y mira que le avisaron! Se le echaron encima y le llovieron palos por todas partes. Quedó tan escarmentado que se sumó a la opción política que le pareció más antimonárquica y antiespañola que encontró (ERC, en este caso). Un drama humano y político que podría convertirse en una serie televisiva de humor ácido y esperpéntico, muy de vodevil, o en algo digno de Sofocles, con el héroe aplastado por su destino y gritando, crítica en mano, ¡Oh, dioses! ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

La segunda teoría, en cambio, sostiene que Puigcorbé ya era republicano cuando aceptó el papel de rey y que su lamentable actuación fue en verdad brillante y subersiva, hecha a posta. Se trató, dicen, de una campaña de desprestigio de la monarquía, cuidadosamente orquestada por los poderes ocultos a favor de la Tercera República. Prosiguió la conjura montando una cacería. Pusieron los elefantes, la señora de labios hinchados bien a mano, cera en las escaleras del bungalow y... C'est voilà! No llegó a caer la monarquía, pero el rey se llevó un costalazo de padre y señor mío. Qué guión.

No será por falta de ideas que no hacemos buenos dramas en España.

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