El palacio Madama


El palacio Madama es la sede del Senado italiano. Para los caravaggistas es algo más. Allí vivía el Cardenal del Monte y de Borbón, amigo personal del Gran Duque de Toscana y embajador de Francia. También, ahí voy, el connaisseur y el coleccionista de obras de arte más importante de Roma, con el permiso de su amigo, el marqués de Bassano, Vincenzo Giustiniani.

Del Monte descubrió la obra de Caravaggio a través de un marchante de cuadros al que algunos llamaban Valentino y otros tomaban por francés, que tenía su negocio justo donde ahora venden chucherías para turistas, en la Corsia Agonale. Prospero Orsi (luego amigo de Caravaggio) cobró una comisión por avisar al cardenal de la existencia de un joven pintor que prometía mucho, que pintaba flores muy bellas y de muchos colores. El cardenal compró (posiblemente) La Buona Ventura, que hoy puede verse en la Pinacoteca del Museo Capitolino. Giustiniani imitó al cardenal. Corrió la voz y se vendieron todos los cuadros que guardaba Valentino en un pispás. Al final, Michelangelo Merisi (al que todavía no se conocía como Caravaggio) se fue a vivir al palacio Madama con su aprendiz, amigo, modelo y quizá amante, Mario Minitti. El cardenal corría con todos los gastos.

En el palacio Madama, Michelangelo leyó los códices de Leonardo da Vinci y su tratado sobre pintura, preparó la escenografía de los retablos vivientes a los que tan aficionado era el cardenal, aprendió óptica, perfeccionó los latines, aprendió a tocar los madrigales de Monteverdi con el laúd y el violín, discutió de teología con Crescenzi y de ciencias con Galileo, conoció de primera mano centenares de obras de grandes maestros y pintó lo que le vino en gana, como le vino en gana y cuando le vino en gana. Del Monte recogió a un don nadie con talento y devolvió al mundo a Caravaggio. Deo gratias.

Desde I Tre Scalini, tartufo mediante, puedo ver las chimeneas del palacio Madama, y la callejuela donde se vendieron los primeros cuadros de Caravaggio. El palacio Giustiniani está a dos pasos; San Luigi dei Francesi, tocando, il caffè di Sant'Eustachio, vicino, vicino... El tartufo me hace sonreír. O quizá sea el recuerdo del espectáculo de la capilla Contarelli.

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