Museos Capitolinos (VII, La Buona Ventura)

Una gitana lee la mano a un petimetre, un pisaverde que todavía no peina barba, un caballerete peripuesto que viste jubón sobre camisa y gasta sombrero de plumas y espada milanesa, al estilo de un matasietes de tres al cuarto, que se las da de listo y matador. La gitana, bellísima, le embelesa con sus zalamerías y él, creyéndose meritorio de tantos afectos, se deja hacer. Ella le acaricia la mano, cantándole las líneas del amor, mientras sus dedos hábiles le hurtan una sortija en medio del requiebro.

Tal es el primer cuadro de Caravaggio que llamó la atención del cardenal del Monte, que hoy puede verse en la Pinacoteca Capitolina. La Buona Ventura. El elemento que aparece en la fotografía soy yo, para dar fe que estuve ahí, aunque la fotografía no hace justicia (al Caravaggio). Es un cuadro bellísimo, que Miquelangelo Merisi pintó con dieciocho, quizá veinte años. Además, tiene más miga de la que aparenta, porque los personajes que retrató el pintor son apariencia en estado puro. Ella, la gitana, es una gazza ladra, aunque el primer vistazo nos mostrara a una bella zíngara tontita y enamoradiza. Y él ¿es acaso un caballero? Pues viste el jubón con los colores de la casa Giustiniani, y más parece mozo de la familia que hijo de ella. Viste de prestado, con más ganas que prestancia, y su orgullo es nimio, banal, vencido por un Eros travieso y cruel.

Es una obra primeriza. Caravaggio apenas apunta lo que puede llegar a ser, aunque esta composición sea el anuncio de cosas muy grandes y hermosas. Así, por ejemplo, la escena es un episodio cotidiano y menor, incluso vulgar. ¿El mérito de Caravaggio? Envolverla en poesía y mostrárnosla.

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