Dos bestias corrupias se enfrentan durante la Fiesta Mayor. Una, el dragón. Otra, el grifo. Las dos echan fuego por la boca y tienen una cola flamígera.
El grifo recuerda a uno que se alquilaba a principios del siglo XX para celebrar la Fiesta Mayor. Para no tener que alquilarlo, los indígenas acabaron construyendo un dragón con sus propias manos, de origen marino (sic). Desembarcó en la playa, a los pies de la iglesia de San Bartolomé, y se convirtió en la bestia suburense.
Con el tiempo, perdió la decoración abstracta de motivos marinos para convertirse en un reptil terrestre, verde y con escamas. Prácticamente todos los indígenas vivos lo han conocido así, verde, hasta que hace muy poco tuvieron que restaurarlo y se les pasó por la cabeza recuperar sus antiguos colores azules y anaranjados.
Qué momento escogió para repintarse, con un grifo que ya pasa por veterano disputándole el trono bestial. Rojo, ferocísimo, el grifo le dice al dragón mariquita, adónde vas así pintado, y el dragón se pone echo un basilisco. Anda que tú, gallina... Dirimen sus diferencias a fuego de pólvoras y la verdad, comedias aparte, es que siguen tan amigos.
¿Qué es este humo?
¿Qué es este estruendo?
Por ahí viene el dragón, negro de pólvoras.
El grifo no se queda atrás.
Por fin, frente a frente, cara a cara.
Está a punto de producirse un duelo bestial.
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