Gasto de pólvoras



¡Cómo se nota que no falta un año para las elecciones!, exclama un indígena, porque los fuegos artificiales en honor de San Bartolomé, este año, han sido un órdago de pólvoras. Pim, pam, pum... Un no parar.



Normalmente, los fuegos de artificio tenían un relato que tanto los indígenas como los veraneantes de toda la vida eran capaces de reconocer. Ahora tiran unas cuantas palmeras, luego vienen los gusanitos, ahora queman la iglesia, ahora viene una traca... Pero este año ha llegado repleto de novedades. Han tirado cohetes desde el mar y han echado mano de una mascletà ha medio espectáculo, por sorprender. El truco salió del revés, provocó una pausa. Me cuentan que no quemó toda la traca. Pero ¡tranquilos! La parte que queda ya la quemarán en Santa Tecla, me dicen. No estamos para tirar nada.

Como decía, han cambiado la narración y nos han contado otra historia. No ha faltado quien se ha quejado, pero ¡quiá! ¡Hay que quejarse! Forma parte de la tradición. Aunque vaya todo la mar de bien, hay que buscar un motivo de queja. Es así, qué le vamos a hacer, y uno se aplica a ello echando mano de las tácticas habituales. En el 78 hubo una palmera que llegó más alto; ésta es de chichanabo. El viento no acompaña. Le ha faltado ritmo en el último tercio. Traca como la del 92, ninguna. Etc.



Y gente, gente, ¡cuánta gente! Era la noche del sábado al domingo, y estaba a reventar. No faltaba quien aseguraba haber contado la cantidad de gente apretujada en el Paseo Marítimo y lanzaba el famoso y recurrente millón de personas. Qué va, hombre, qué va... ¡Un millón...! ¡Qué manía con ver un millón de personas hasta en la sopa! Con veinte o treinta mil ya vamos sobrados, que son muchos a la vez y saturan el lugar. En cualquier caso, una de gente que no se veía hace tiempo. 

Eso también lo decimos cada año, pero este año ha sido verdad. Palabra de honor.

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