Los avistamientos son cada vez más frecuentes.
Entre otras cosas, porque cada día va más gente a la playa.
Entre el sol y la cervecita, uno acaba viendo de todo.
Como cada verano, acechan los monstruos marinos. Los indígenas y los forasteros se remojan los pinreles y las tripas cuando surgen los socorristas gritando ¡Fuera! ¡Fuera! Porque ha sido avistado, millas náuticas mar adentro, un devorador de hombres, guiris y pescados, un terrible... Este... ¿Qué era?
En la última noticia que he leído, el follón lo ha organizado una tintorera que no llegaba a un metro, que paseó su salero y peligrosidad por los mares de Torredembarra, donde todavía se recuperan del susto, pardiez. Así llevamos ya unos cuantos ataques... de pánico. Que yo sepa, no se ha avistado nada parecido a un gran blanco, a un tiburón tigre, pero el año pasado se registró el ataque de una lubina. Va en serio.
El gran blanco ataca a las focas, para comérselas.
Evite en todo momento parecer una foca, consejo de amigo.
Las estadísticas nos dicen que los tiburones matan entre una y diez personas al año, como mucho, siendo generosos. En todo el mundo. Que yo sepa, y puedo equivocarme, ningún bañista de playa o piscina ha sido nunca víctima mortal de un tiburón en nuestras playas. Al menos, durante el último siglo.
Pero ¿qué sería del verano sin estas alarmas alarmantes? ¡Nos acechan tremendos peligros! ¡Cuidado! No meta el pie en el agua, insensato, que se ha avistado un merluzo a diez brazas de profundidad doce millas al Este-Nordeste, y ponía cara de hambre. Los periódicos, faltos de carnaza, apuntan al susto acuático y proclaman el inminente peligro que supone tanto monstruo atávico suelto por el mundo.
Una vez, en Sitges vieron una ballena, por allá sopla, bien lejos, pero era invierno y qué lástima que lo fuera. Porque me hubiera gustado ver las playas sometidas al dictado del miedo atroz, por verlas. A veces, me da por pensar maldades, perdonen ustedes.
Ríanse de las medusas de este año...
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