Margarita se llama mi amor


La legislación europea, española y catalana dicen que una vaca no puede ir por ahí sin los papeles en regla. Que se entienda: el propietario de la vaca ha de poder explicar la historia de la vaca con pelos y señales (de dónde viene, por dónde ha pasado, lo que se conoce como trazabilidad); la vaca ha de haber pasado todos los controles sanitarios correspondientes, tanto de sanidad animal como los que corresponden a la salud pública. Porque, ojo, una vaca puede estar enferma (de tuberculosis, por ejemplo) y transmitir su enfermedad a otras vacas o animales, incluso al hombre. Si la vaca es lechera o proporciona carne para consumo humano o animal (perritos, gatitos, etc.), razón de más para saber si está o no está enferma, y cuál es su enfermedad. 

Por estas razones, el tránsito de una vaca de un lugar a otro está regulado y precisa de una autorización. Si una vaca padece una enfermedad contagiosa, mejor que no se junte con otras vacas, ¿no? Las vacas suelen llevar dos crótalos (pendientes) en las orejas que la identifican. A partir del código que aparece en esos crótalos, el inspector veterinario puede conocer la trazabilidad del animal y los controles sanitarios a los que ha sido sometido, información que servirá para autorizar o denegar un traslado, por ejemplo, o para saber si su leche o su carne son aptas para el consumo. 

Margarita, la protagonista vacuna del cuento.

Cualquier ejemplar de ganado sin trazabilidad ni control sanitario ha de ser sacrificado en condiciones especiales (para evitar la transmisión de posibles enfermedades), y sus restos no serán aptos para el consumo. Por seguridad alimentaria. Por salud pública. Eso dice la ley. Pero el propietario de Margarita, la vaca de lidia protagonista de esta historia, pasó de todo, de la salud pública y de su madre, y los papeles de la vaca le importaron un bledo hasta que una vecina lo denunció por tener una vaca suelta en el campo de al lado sin ningún control sanitario (lo que es, potencialmente, un peligro). Y ahí comienza el lío.

El propietario de Margarita se había encariñado con la vaca. La tenía como animal de compañía, dice todavía, no como ejemplar de ganado. Como quien tiene un perro o un gato, vamos. Pero, de compañía o no, Margarita no había pasado por ningún tipo de control sanitario y era exigible su sacrificio. También una multa de tres mil euros al propietario, por saltarse a la torera las leyes sanitarias, dicen los periódicos. Así lo comunicó a su propietario la consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación de la Generalidad de Cataluña, que tiene la competencia en estos casos.

El propietario de Margarita no esperaba algo así y comenzó la negociación con los responsables sanitarios para salvar a Margarita del matadero. La negociación iba encarrilándose y si Margarita pasaba por todos los controles sanitarios... 

Los veganos que han acogido a Margarita protegen a los animales no humanos.
Pero nadie acoge a las pobres lechugas, que también tienen sus derechos.

Pero, mientras batallaba contra el Estado (música épica, por favor), el propietario de Margarita acudió a los animalistas de Wings of Heart (sitos en Madrid, como su propio nombre indica) y siguiendo su consejo se puso en contacto con la Fundación ProVegan, que mantiene un santuario de animales, una especie de refugio. El tipo no se lo pensó dos veces y saltándose (de nuevo) las leyes a la torera, llevó a Margarita a esas instalaciones. Recuerden, es preciso un permiso para el traslado de una vaca, por las razones sanitarias antes expuestas.

Los proveganos, por su parte, iniciaron una campaña de recogida de firmas por internet que, a decir de sus promotores, lleva contadas más de 170.000 adhesiones, aunque uno puede firmar dos veces y sin dar su DNI, como he podido comprobar personalmente. Salvad a Margarita, proclaman. A Margarita no nos la van a tocar. Prefiero Margarita for president (no lo haría peor que el que tenemos ahora, seguro).

No es el primer caso en que salvan a una vaca del matarife. Los salvadores de Carmen, una vaca madrileña acogida en un refugio similar, consiguieron recoger casi 80.000 firmas. Las autoridades cedieron y no la mataron. Carmen no fue, pues, sacrificada, pero todo tiene un precio. La seguridad sanitaria del refugio donde vive Carmen ha quedado en entredicho y hoy no pueden ni entrar ni salir animales de él, por una cuestión de sanidad pública. Es decir, el salvamento de Carmen ha impedido el salvamento de otras vacas madrileñas igualmente necesitadas y las instalaciones en las que vive están en cuarentena.

El traslado de Margarita sin papeles y sin permisos hace inevitable la multa y traerá cola. La seguridad sanitaria del refugio provegano está comprometida y tanto ellos como el propietario de Margarita tendrán que cargar con las consecuencias. Ahora mismo, el sacrificio de Margarita parece inevitable, aunque bien podría salvarse porque su caso ha llegado a los periódicos, donde la parte del control sanitario y del peligro que supone para la salud de las personas y los animales no ha merecido mucha atención. ¡Hay que vender periódicos! Mejor el drama, es más goloso. No me negarán que es más emocionante la lucha de una vaca contra el Estado, la denuncia de la crueldad de las leyes y el heroico esfuerzo provegano por preservar las enfermedades que Margarita pudiera propagar por ahí que el trabajo de unos funcionarios normalmente mal pagados, peor tratados (por sus jefes y por el público) y faltos de medios para proteger la salud pública.

Dejando a un lado las consideraciones sanitarias del caso (que son las verdaderamente importantes), y aparcando las cuestiones administrativas, me llama la atención la alegría con que uno se salta la ley y le jalean, y especialmente la hipocresía que reina por ahí.

Margarita es una vaca de lidia.
Si tuviera hijos, correrían en los correbous.

Margarita es una vaca de lidia y en Cataluña, por razones políticas, se prohibieron las corridas de toros. Digo políticas y no humanitarias, éticas o lo que sea porque la prohibición, aunque inicialmente impulsada por agrupaciones animalistas y vegetarianas, con todo el derecho del mundo y bien razonada desde su punto de vista, acabó siendo la bandera de algunos partidos políticos para defender una idea de patria bien determinada y excluyente. No se alzaron contra las corridas de toros porque fueran una salvajada (lo son), sino por lo que (según ellos) representaban, desde un punto de vista patriótico y cultural y tal y cual. No entraré en el debate, muy torticero y mentiroso. La idea es que el sufrimiento del toro les importaba un pimiento. Si se hubieran preocupado por los toros en vez de por las banderas, seguramente habrían prohibido también los correbous o encierros, en vez de promoverlos (sic). Si una corrida de toros puede resultar desagradable, un correbous no lo es menos y es posible que lo sea más. Pero... Ah, amigos. Eso de la coherencia no se sabe muy bien qué es en mi tierra.

Margarita es una vaca en tierra de correbous. Para más inri, una vaca de lidia. Todos claman contra la crueldad que obliga a sacrificarla, qué drama. Mientras tanto, están frotándose las manos, preparándose para los correbous de este verano en su pueblo y en el pueblo vecino, que prometen. Ahí podrán estirarle del rabo al toro, gritarle, patearle, en público, con la aquiescencia y el beneplácito de sus conciudadanos... ¡Dios mío! No sé si soy testigo de un episodio de hipocresía flagrante o de manifiesta estupidez. Lo siento, pero eso es lo primero que me viene a la cabeza pensar leyendo los titulares de los periódicos. Salvad a Margarita, pero no me toquéis los correbous. Tampoco, el monumento a la victoria en la batalla del Ebro de Tortosa, patria chica de Margarita. Éste es el nivel.

(Ya estoy contando cuánto van a tardar tanto los defensores de la vaca Margarita como los defensores de los correbous en meterse conmigo.)

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