Los "panzer" con motor a gas (y III)


Las bombonas de gas manufacturado permitían mejores prestaciones que los gasógenos. Por ejemplo, no hacía falta esperar media hora para que arrancase el motor. Pero las bombonas son especialmente vulnerables y uno no se atreve a meterse en un campo de batalla con la bombona a la vista.

Carro Tiger (sin torreta) con las bombonas de gas en los terrenos de una Escuela de Conducción.

Eso explica por qué muchos carros de combate (a gasógeno o que cargaban bombonas) tienen un aspecto tan extraño y desgarbado, porque, en un vano intento de proteger el gasógeno o las bombonas de la metralla, se alzan planchas de blindaje... o de madera. El conjunto en un carro de combate con gasógeno recuerda a una vieja y asmática locomotora. Pero muchos carros que empleaban bombonas de gas en las Escuelas de Conducción prescindieron de tantos adornos.

Las bombonas de gas se empleaban para mover a los carros medios o pesados. Los más habituales, los cazacarros y cañones de asalto, armados o desarmados, ya fueran los Marder sobre el chasis checo del modelo 38 o los StuG III, sobre el chasis de un PzKpfw III. En parte, porque eran más baratos y empleaban chasis de carros ya obsoletos. Pero también hay fotografías de PzKpfw IV G o H con bombonas (unas 25 tm) y del PzKpfw V, Panther (45 tm), ambos carros medios. El más llamativo de todos, el Tiger. 

Un Panther con bombonas de gas.
La fotografía ilustra por sí misma por qué este carro duraría poco en zona de combate.

Es muy importante el empleo de estos carros en las Escuelas de Conducción. Los StuG III y los PzKpfw IV eran los modelos más numerosos en las divisiones acorazadas, seguidos por el Panther. El Panther pretendía sustituir al PzKpfw IV, aunque no pudo ser. Los problemas de su caja de cambios (provocados, en parte, por la falta de materias primas para aleaciones) eran una pesadilla. Se fueron corrigiendo, pero un conductor mal entrenado no hacía nada más que agravar el problema. De ahí que esos Panther con bombonas de gas fueran tan preciados en las Escuelas de Conducción (y paradójicamente, tan raros).


Dos ejemplos de carros pesados Tiger que empleaban motor a gas.
Arriba, en el campo de maniobras de una Escuela de Conducción.
Abajo, en un desfile (nocturno).

El Tiger, el legendario carro pesado alemán, era otra cosa. Sobre todo era complejo. Era una máquina muy cara y muy refinada, reservada para los mejores tanquistas en batallones selectos. Requería muchas horas de formación sacarle todo el provecho a un Tiger y eso explica que hubiera más Tiger con bombonas de gas en las Escuelas de Conducción en Alemania. Eso sí, uno de estos monstruos (65 tm) consumía las bombonas a un ritmo escalofriante. Cuenten que bebía de tres a cinco litros de gasolina por km y hagan los cálculos con el gas.

En los últimos días de la guerra, el ejército nazi empleó los carros de combate de las Escuelas de Conducción como último recurso. Aunque los vehículos con bombonas eran altamente vulnerables al fuego enemigo, se ha documentado el uso de algún Marder, algún StuG III e incluso el de un Panther con motor a gas. Normalmente, cuando el enemigo se arrimaba demasiado a la escuela. Su éxito fue relativo, por no decir la verdad, que el enemigo ni se enteró.

Los "panzer" con motor a gas (II)


Vehículos de una Fahrschule del ejército alemán.
Debajo del gasógeno y las bombonas está un PzKpfw II.

El gasógeno solía instalarse sobre vehículos comerciales o militares sin tantos refinamientos y, como ya he dicho, se instalaron 200.000 gasógenos en Alemania. Los gasógenos más curiosos y desconocidos por el gran público son los que se instalaron en semiorugas y carros de combate del ejército. Son anacrónicos, raros, espectaculares por lo grotesco, y uno se pregunta si eso (la cursiva muestra un deje escéptico), si eso, decía, podía funcionar.

Los principales usuarios de estos vehículos eran las Fahrschulen (Escuelas de Conducción) del ejército, donde le enseñaban a uno a conducir cualquier cosa, de un automóvil a un Königstiger. La falta de gasolina perjudicó mucho el nivel de preparación y entrenamiento de las tropas panzer. En 1943 comenzó a notarse; en 1944 el problema era ya crónico y perjudicó de forma apreciable a la eficacia de las divisiones blindadas alemanas. 

Los vehículos de una Fahrschule. En la fotografía se aprecian a simple vista los chasis de un carro checo modelo 38, un PzKpfw I, un PzKpfw IV con suspensión intercalada (un prototipo experimental), dos PzKpfw III, un semioruga FAMO... De todo, y algún gasógeno.

En las Fahrschulen se empleaban toda clase de cacharros. Eran frecuentes los carros de combate capturados al enemigo (sobre todo, franceses) y los propios, obsoletos. Por razones obvias, el gasógeno sólo podía instalarse en carros de combate ligeros, en su mayoría PzKpfw I, obsoletos incluso antes de la guerra, pero también PzKpfw II, los modelos 35 o 38 checos y una colección de Beutepanzeren (carros capturados), como los R35 o H35 franceses. Adaptados para el adiestramiento y aprendizaje, se denominaban oficialmente así: Fahrschulenpanzerwagen (a lo que añadir modelo y tipo) Holzgas (por funcionar con gasógeno).

Repetimos la fotografía. El refrito con gasógeno.

Algunos de estos cacharros son grotescos. Se construían vehículos ad hoc que imitaban a carros propios. Las fotografías muestran a un PzKpfw I B con la torreta de un PzKpfw III que le viene grande y un gasógeno detrás que forman una especie de monstruo de Frankenstein que, sinceramente lo digo, me gustaría ver funcionar, para ver si es verdad que puede moverse. Otros, a las fotografías de la época me remito, imitan piezas de artillería autopropulsada o cazacarros, con más o menos gracia, y es cosa de verlos haciendo maniobras con el gasógeno a cuestas. Pero ¿se emplearon en combate? 

La 233.ª División de Reserva Acorazada (233. Res.Pz.Div.) fue creada en agosto de 1943 y pasó gran parte de la guerra en Dinamarca, como fuerza de ocupación. En uno de sus batallones de Panzergrenadieren servían no menos de siete SdKfz 251/1 (Ausf. B o C, no lo sé) con gasógeno. El SdKfz 251 era el semioruga blindado que empleaba la infantería de las divisiones acorazadas alemanas. Era, por lo tanto, un vehículo de combate. Es cierto que dos de estos siete (o más) semiorugas provenían de las Escuelas de Conducción, pero el resto fue provisto de gasógenos por los mecánicos de la división. 


Los famosos SdKfz 251/1 Ausf B (o C) Holzgas de la 233.ª División Acorazada.

Una de las principales misiones de esta división fue la de formar cuadros y reclutas de las divisiones acorazadas alemanas, pero hacia el final de la guerra, cuando Hitler echaba mano de todo lo que tenía, se agregó a otras unidades y se convirtió en la Pz. Div. Holstein (febrero de 1945) y de nuevo en la 233.ª Pz. Div. (ya no de reserva, en abril de 1945). Fue enviada al frente y simplemente se desintegró en el proceso. ¿Los semiorugas a gasógeno conocieron el fuego enemigo? No sé yo.

Un soldado americano y unos miembros de la Resistencia en un carro con gasógeno.
Observen las planchas laterales (¿de madera?) para proteger el gasógeno.

En Francia, sí. Existen fotografías de al menos un PzKpfw II (¿modelo G?) capturado por la Resistencia y empleado contra sus antiguos propietarios. El cacharro monta un aparatoso gasógeno en la parte trasera y un puñado de guerrilleros (y un soldado americano) cabalgan sobre él. ¿Se trata de un posado para la fotografía? Sí, pero que la Resistencia empleó esos cacharros contra los alemanes también es sabido. Y que los alemanes los emplearon contra la Resistencia, también. Los testimonios de las tropas aliadas señalan que los alemanes, en su desesperada batalla, emplearon cualquier cosa capaz de funcionar, por muy viejo o estrambótico que fuera. 

Los misteriosos carros de combate con gasógeno de Berlín.
Ésta es la fotografía más nítida del conjunto.

Una serie de fotografías desconcertantes muestran a lo menos tres PzKpfw I Ausf B modificados en las calles de Berlín, hacia el final de la guerra. Llevan un gasógeno Imbert (muy aparatoso) y parecen disfrazados de carro de combate, con un blindaje curvado delante y un cañón en casamata allá en lo alto. Desde luego, uno no se los imagina plantando cara a los carros de combate soviéticos que entraron en Berlín, que se los habrían cepillado en un pispás y con una mano atada a la espalda. ¿Entraron en combate?

El misterio queda (parcialmente) resuelto cuando se descubre que los supuestos cañones no eran más que tubos y todo, el atrezzo de una película. Por lo visto, los chicos de la UFA acudieron a una Fahrschule en busca de ayuda y entre los cineastas y los militares montaron unos cacharros que daban el pego. Pasan por rusos, dijo uno, y la magia del cine hizo el resto. No sé si se llegó a estrenar la película.

Los "panzer" con motor a gas (I)


Esquema de un gasógeno alemán de la Segunda Guerra Mundial.

El gasógeno, por si alguien no lo sabía, es un aparato donde se produce una combustión pobre en oxígeno de un combustible sólido (como carbón, leña, residuos vegetales, etc.). Se genera un gas combustible, con partes significativas de hidrógeno, monóxido de carbono e hidrocarburos, además de toda clase de porquerías. El gas del alumbrado empleado a finales del siglo XIX procede de un proceso de gasificación del carbón y los gasógenos, capaces de generar el gas que puede alimentar el motor de explosión de un automóvil, nacieron en Francia, hacia 1920. Aunque funciona (porque funciona) es sucio e ineficiente, además de voluminoso y engorroso.

Gasógeno empleado para un autobús de línea.
Este mismo aparato se empleó para mover algunos carros de combate.

El mismo aparato de gasógeno en un carro de combate alemán.
El cuerpo es de un PzKpfw I Ausf B  y la torreta, de un PzKpfw III.
Empleado en una Escuela de Conducción del ejército.

El gasógeno se convirtió en uno de los símbolos de la autarquía franquista y la miseria de la postguerra española. Pero España no fue el único país en echar mano del gasógeno en los años cuarenta. La Segunda Guerra Mundial hizo del petróleo algo precioso y naciones neutrales como Brasil o Suecia tuvieron una significativa parte de su parque móvil movida con gasógenos, a falta de nada más. Por supuesto, los países en guerra u ocupados también echaron mano del gasógeno; en toda la Europa ocupada, pero también en el Reino Unido, incluso en los Estados Unidos y Canadá. En Dinamarca (ocupada desde 1940 por la Alemania nazi), el 90% de su parque móvil acabó funcionando con gasógeno. Es el caso más extremo.

Mercedes Benz 170 de 1940 con gasógeno.
Este modelo fue también empleado por el ejército.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania fabricó unos 200.000 gasógenos para ser instalados en automóviles, camiones... y carros de combate, de los que pronto hablaremos. Además, invirtió mucho tiempo y dinero en producir combustibles a partir del carbón. Es famosa la gasolina sintética nazi (quizá hable de ella otro día), pero no lo es tanto el gas generado a partir del carbón. 

El proceso de gasificación a gran escala sirvió para distribuir bombonas de gas que sustituyeron a la gasolina en muchos vehículos civiles y militares. Sea con gasógeno, sea con bombonas, cientos de miles de vehículos alemanes emplearon gas en vez de gasolina. A la fuerza; una de las razones que explica la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial fue su fracaso a la hora de asegurar sus suministros de petróleo: fracasó la rebelión en Irak, fracasó la invasión del Cáucaso, no pudo cruzar el canal de Suez, perdió los campos de petróleo y las refinerías rumanas entre 1943 y 1944.

Un camión militar con capacidad de carga de cinco toneladas (un estándar) que funcionara con gasógeno necesitaba un kg de madera por km, aproximadamente. El gasógeno tenía que arrancarse al menos media hora antes de partir y la potencia que rendía el motor era un 20% inferior a la que hubiera rendido un motor diésel. Esto explica por qué el gasógeno no es apto para una unidad de combate, pero sí quizá para otros usos. Por lo tanto, el gasógeno o las bombonas de gas se dejaron para las labores de apoyo o de baja prioridad, como los camiones de suministros o los vehículos de las tropas de ocupación. 

El Escarabajo a gasógeno, un invento de tiempos de guerra.
Observen el abultamiento del morro.

El mismísimo doctor Porsche trabajó en la instalación de gasógenos en su criatura más famosa, el KdF Wagen (la versión militarizada del Volkswagen) y su derivado, el Kübelwagen (o Kübel, para los amigos). Empleó un gasógeno modelo T230 y lo instaló en una especie de joroba en la parte delantera. ¡Porsche siempre tan original! La mayoría de los gasógenos se instalaban en la parte trasera o, en algunos camiones, justo detrás de la cabina. 

El Kübel Tipo 239 (o 230). 
Observen el abultado morro, donde se esconde el gasógeno.


El Kübelwagen y el Kdf Wagen (versión militar).
Ambos, con el gasógeno T230.

Un Kübel con gasógeno (Tipo 239) modificado como furgoneta.

Raro entre los raros. Un Kdf Wagen con gasógeno T230 sobre un chasis de Kübelwagen.

La silueta del KdF Wagen y del Kübelwagen con gasógeno es más elegante (digámoslo así) y el modelo de Kübel con gasógeno se denominó Tipo 239 (también, tipo 230) Holzbrenner o Holzgas, por eso del gasógeno. Se construyeron... Bien, no se sabe exactamente cuántos se construyeron, pero alguna cifra entre los 300 y los 700, todos juntos. A modo de curiosidad, los primeros Kübel con gasógeno se enviaron... ¡al desierto! Qué cara pondrían las tropas de Rommel cuando vieron llegar unos automóviles que funcionaban con leña en medio del Sáhara. Un poema.

Nueva sede, viejos vicios


La nueva sede convergente antes de ser convergente.

En 1998, la Convergència de Jordi Pujol padre, que fuera presidente de Banca Catalana y de la Generalidad de Cataluña, compró a Enher (hoy Endesa) su sede en la calle Córcega por 625 millones de pesetas, un precio claramente inferior al precio de mercado de aquel entonces. 

Hubo quien dijo que salió tan barata en agradecimiento por el apoyo de CiU a la Ley del Sector Eléctrico, que salió adelante en tiempos de Aznar y consistió en la liberalización y privatización de las empresas eléctricas y la supresión de su carácter de servicio público. Los gobiernos de Pujol apoyaron con entusiasmo desmedido esa ley, doy fe. Pero todo esto de un favor que se paga con otro favor, claro, no pudo demostrarse (y no interesó demasiado demostrarlo).

Luego viene una larga historia de enredos, comisiones, clientelismo, caciquismo y trapicheo, hasta que esa flamante sede fue requerida como garantía por el juez que instruye el caso Palau de la Música, porque CDC se había forrado a base de bien Millet y comisiones mediante, y eso es tan cierto que da vergüenza dudarlo, digan lo que digan al final los tribunales. El cambio de nombre (todavía no consumado) del partido es consecuencia directa de la porquería que comenzamos a descubrir bajo la alfombra.

Salió en los periódicos que CDC se vendió la sede en 2015 por 3,5 millones de euros, en la que ha seguido un año pagando un alquiler. La vendió a un fondo de inversión de Hong Kong, Platinum, que está comprando edificios a destajo en Barcelona. El juez ha exigido a cambio la garantía de otras propiedades inmobiliarias y CDC sigue con su patrimonio vigilado de cerca por los jueces. Ya no tiene la sede embargada (expresión que les jodía mucho) sino varias sedes embargadas (que, no sé por qué, les parece menos grave).

CDC sigue siendo CDC porque lo de PDC no cuela, al existir varias formaciones políticas con ese nombre o muy parecido en España (una de ellas, presente en la coalición Juntos por el Sí, a la que se apuntó CDC, que también es puntería), pero en su nueva sede, en el número 339 de la calle Provenza (Provença, en catalán), tocando al paseo de Sant Joan, ya se lee en la puerta Hola! en un bocadillo, y parece que quien salude sean las siglas del (todavía no autorizado) PDC. La nueva sede del viejo partido tiene unos 2.000 metros cuadrados de oficinas, un tercio de la superficie que ocupaba la sede anterior. También es verdad que el número de diputados de CDC es un tercio de lo que llegó a ser.

Esa bienvenida en la entrada (Hola!) pretende demostrar que el nuevo partido (que de nuevo sólo tiene el nombre) es ahora transparente y abierto. Pero... ¿lo es?

CDC nunca dijo por cuánto vendió su antigua sede a Platinum. De hecho, sabemos la cantidad porque la Guardia Civil encontró el contrato de compra-venta en la caja fuerte del tesorero Viloca (junto con un montón de papeles de esas cositas del 3%, ya saben). ¿Tan secreto era el precio? El partido (CDC, PDC o como se llame) nunca ha dicho por cuánto dinero vendió la sede. Nunca, repito. Transparencia, para los negligés, no para nosotros, es su lema.

En el 339 de la calle Provenza, sede de la nueva sede, había unas oficinas de la Generalidad de Cataluña. Ahí estuvieron la Dirección General de Comercio y la Dirección General de Energía. Ahora se han instalado los nuevos convergentes. La broma es que todo queda en casa, si se confunde la Administración Pública con el partido. ¿Quién compró ese edificio a la Generalidad de Cataluña y cuánto pagó por él? Si eran oficinas de alquiler, ¿de quién eran? Mucho más interesante sería saber cuánto ha pagado por su nueva sede el viejo partido. Porque nunca lo ha dicho y no quiere decirlo. Tal cual. Es un secreto.

Puede que todo haya sido correcto y no haya nada censurable en estas operaciones inmobiliarias, pero ¡dejémosnos de historias! Con el currículum de los convergentes, uno tiende a desconfiar. Es la pura verdad, ¿no? Si además ponen tantísimo empeño en que nadie sepa cuánto dinero han manejado arriba y abajo en su cambio de sede y quién ha hecho negocio con ello, se suman más razones para la sospecha. ¡No me digan que no! Que nos conocemos de toda la vida. Desde que el señor Pujol desplumó a más de 40.000 accionistas de Banca Catalana hasta la última, la denuncia de OHL por la extorsión a la que se vio sometida por el señor Viloca o el caso de Ingensan (ambas, en 2015, ayer mismo), es un no parar de alegrías tresporcientistas. Si resulta que no han hecho nada y son tan abiertos y tan transparentes, ¿a qué viene tanto secreto? 

En fin, que he hecho unas preguntas, pero ¿alguien conoce las respuestas? Que nos las dé, por favor. Si puede ser, oficialmente.

Los premios IgNobel 2016



Cada año, desde hace no sé cuántos, se entregan los premios IgNobel, que pasan por chascarrillo, cuando, en verdad, son muy serios. Como dice el lema de esta iniciativa, sirven primero para reír y luego, para pensar. Improbable Research, la organización que otorga los premios y edita una revista mensual, se dedica a promover la ciencia, aunque no se lo parezca a algunos, y algunos premios IgNobel se han dado a investigaciones muy serias y muy bien hechas, pero, como dicen ellos, ¿quién decide qué es importante y qué no?

Este año, los premios no han defraudado: experimentos con calzoncillos para ratas; un estudio mercadotécnico sobre la personalidad de las piedras; una explicación de por qué los tábanos pican menos a los caballos blancos o por qué las libélulas prefieren posarse en unas lápidas y no en otras en un cementerio húngaro (investigación en la que, por cierto, ha sido galardonado un húngaro que investiga en España, en la Universidad de Gerona); un método diseñado por Volkswagen para engañar a los aparatos encargados de medir las emisiones de un motor de explosión; un experimento sobre el picor; otro sobre la cantidad y calidad de mentirosos; uno más sobre el impacto de las frases huecas y grandilocuentes en Facebook; la experiencia de un biólogo que se disfrazaba de cabra y de otro que se pasaba los días haciéndose pasar por un bicho u otro; una autobiografía de un coleccionista de moscas vivas y muertas en forma de trilogía sueca (¡traducida y publicada al inglés!); y, finalmente, una estimación de cómo afecta a nuestra percepción del mundo agacharse y mirar entre las piernas. ¿Les parece poco?

No quiero despedirme sin señalar que España está de enhorabuena. Tres años seguidos, tres, un premio IgNobel ha caído en España, en 2014, 2015 y 2016. Nuestra ciencia vive maltratada y abandonada, es cierto, pero el ingenio de nuestros investigadores nos hace albergar alguna esperanza.

Para más información:

El enlace oficial de Improbable Research que presenta los ganadores de IgNobel 2016. Con enlaces a las investigaciones originales.

La ceremonia de entrega de los premios IgNobel.

Un enlace a Naukas, un blog muy interesante que dedica un buen espacio a explicar los premios uno a uno. A diferencia de los dos enlaces anteriores, éste se explica en español.

Se alzan las torres


Imagen de postal de cómo quedaría el monstruo.
La torre central está achatada, para que quepa.

Los que vivimos cerca de la Sagrada Familia contemplamos el escailain (pronúnciese, sky line) sabiendo que, en cosa de unos años, el monstruo habrá doblado su altura y se habrá convertido en el más alto de Barcelona. Con eso nos han amenazado este año, y los anteriores, ahora que llega la jornada de las puertas abiertas y las bases de las torres centrales se han asentado. No obstante, hacen trampas. Por lo dicho, emplearán piezas prefabricadas y con tensores metálicos, traicionando al espíritu de Gaudí, que pretendía alzarlas con piedra picada, a la antigua, como era de recibo en las catedrales de antaño. Pero hace ya mucho que la Sagrada Familia ya no es de Gaudí, tranvía mediante.

Esto es lo menos que harán con la isla del Ensanche que tienen enfrente.

Fíjense cómo despistan, desviando la atención hacia lo alto. Porque les interese que la gente no mire hacia lo ancho. Según el proyecto vigente, hay que cortar una calle para que puedan ponerse las escalinatas de la puerta principal del templo y arrasar una isla del Ensanche (la que tiene justo enfrente) para poner una plaza que permita contemplar el templo con cierta perspectiva. ¿Qué harán con toda la gente que vive ahí?

El pregón, el pregonero, Barcelona y el mundo entero


Defiendo que las mejores cosas suelen suceder por casualidad. Estaba preparando las cosas de la esgrima cuando encendí el televisor, para que hiciera ruido y me proporcionara compañía en ese tiempo muerto entre hacer el equipaje y salir pitando. Dí con BTV (la televisión municipal de Barcelona) y justo entonces retransmitían el pregón de las fiestas de la Mercè, la Fiesta Mayor de mi pueblo. ¡Qué suerte! La verdad es que voy muy despistado por la vida y no me acordaba.

El pregonero, pregoneando.
Durante todo el discurso no le quité el ojo al tipo del sable, justo ahí detrás.

Para disfrutar de lo bueno, uno tiene que pagar peaje. Antes del pregón mismo, la señora alcaldesa nos entretuvo un rato con sus palabras. Tengo que reconocer que no sé qué dijo, porque yo estaba en mis cosas (careta, sable, guante, chaquetilla...) y no suelo prestar atención a lo que dicen los peajes, aunque quizá tendría que hacerlo. Mea culpa. La cuestión es que los aplausos me hicieron levantar la vista y entonces descubrí al pregonero, Javier Pérez Andújar, enfrentándose al público con una camisa granate y unas gafas de leer que parecía que le iban grandes, armado con esa mirada y esa sonrisa que tanto ilustran la timidez como la picardía. 

Chist, que quede entre nosotros, pero Javier no tiene dotes de gran orador. Quiero decir que su voz altisonante no hará vibrar las paredes del Consell de Cent, pero ¿para qué? Sólo nos faltaría un disgusto y que el edificio se nos fuera abajo, tanto hacerlo vibrar. Titubeante y nervioso al principio (cómo estaría yo en su lugar), fue adquiriendo confianza con el paso de los folios. De repente, allá quedaron mis cosas y mis armas y mi atención corrió a centrarse en el pregón.

Porque la magia de Javier se esconde en las palabras que ha escogido. A la que las deja ir y echan a volar, a la que corren del folio al auditorio, se produce la magia. Ahora, cuidado con el verbo. Nos soltó un pregón... Nos lo regaló, nos obsequió con él, nos lo ofreció, lo compartió con nosotros... Me quedo con el verbo compartir. 

He oído a alguien decir que fue un pregón triste y lleno de añoranza. También se ha dicho que fue reivindicativo, porque habló del desamparo de los enfermos, los refugiados o los que nada tienen. Que no falte la cultura popular, que no hay cronista que mencione este asunto sin echar mano de esta coletilla, que consideran marca de la casa. También fue un discurso alegre, a mí me lo pareció, y argumento a favor de mi tesis que la añoranza o la reivindicación caben con alegría, y cuantos más seamos, mejor, aunque se pulse la cuerda de la emoción y del recuerdo. En fin, que cada uno diga lo que quiera, pero a mí me pareció muy bueno y los aplausos del final, muy merecidos.

Gracias a Dios, no llegué tarde a la sala de armas. Pero llegué, eso sí, más contento.

P.S,: El Ayuntamiento de Barcelona ha publicado este video del pregón, por si quieren oírlo.


Correcciones, retrasos, impaciencia...


Manuscrito durante el proceso de corrección.
In situ, por el autor.

Ay... Aunque es lo normal y estaba previsto, el proceso de corrección del manuscrito lleva su trabajo. Ha pasado por las manos del editor y luego por las manos del director de la colección. Así que trabajo a destajo para poner los puntos sobre las íes y los párrafos en su sitio. Además, la publicación del primer volumen se retrasa hasta principios de noviembre.

Santa Paciencia, que es la madre de la ciencia. También, por lo que se ve, de los libros.

Elemental, querido Gillette (y III)


Publicidad de la película de Gillette, 1916.

El Sherlock Holmes de Gillette mereció la atención del mundo del cine. Essanay Studios, de Chicago, quiso filmar una película basada en la obra de teatro. Dirigida por Arthur Berthelet e interpretada por el mismísimo Gillette y los actores de su obra, fue filmada en 1916. Duraba aproximadamente 112 minutos, casi dos horas. Tuvo mucho éxito.

Así aparece Sherlock Holmes en escena, por primera vez.
Con bata blanca, en su laboratorio, haciendo experimentos.
Gillette se lo pasa en grande provocando llamaradas.

Cuando acabó la Gran Guerra, los productores de cine norteamericanos inundaron con sus películas los cinematógrafos europeos, que todavía no se habían recuperado de la catástrofe. En 1920, Sherlock Holmes (la película) llegó a Francia. Eran nueve rollos. Tres, del primer acto y dos más para cada uno de los otros tres actos. Los textos fueron traducidos al francés. 

Luego... se perdió. Una más de tantas películas de cine mudo, desaparecida para siempre. 

Pero...

Gillette, que hace de bueno, la chica y el malo.
No es el doctor Moriarty, que ése sí que tiene pinta de malo.

Hace unos tres años, alguien estaba curioseando en la Cinémathéque Française y tropezó con los nueve rollos de la película perdida. ¡Caramba! El 1 de octubre de 2014, en el San Francisco Silent Film Festival (EE.UU.), los representantes de la Cinemateca Francesa anunciaron el descubrimiento y la restauración que estaban llevando a cabo. El entusiasmo que despertó la noticia entre los sherlockholmianos de todo el mundo fue tremendo. ¡Podremos ver la interpretación de Gillette!

Por lo visto, el negativo (a base de nitratos) había sido mal archivado y se había perdido entre otras películas relacionadas con Sherlock Holmes. Encontrar esta joya fue suerte y casualidad. Muy buena suerte.

La película se estrenó en enero de 2015 en París y en mayo de 2015 en los EE.UU. y hoy puede conseguirse en video. Un regalo ha hecho que esta película cayera en mis manos y no perdí un momento para verla, con sumo cuidado, atención y deleite. 

Es una película de cine mudo, qué les voy a contar. Los gestos son exagerados y el guión abunda en melodrama, como no podía ser de otra manera. Pero ¡qué me importa a mí todo eso! Ahí está Gillette, haciendo de Holmes, toda una experiencia. La verdad es que su presencia impone, porque es alto y apuesto, y se adivinan los gestos que luego imitarían todos sus sucesores. 

La primera película conocida de Sherlock Holmes.
Lamentablemente, hoy está perdida.
Fíjense en la pipa y en la gorra.

No es la primera película en la que aparece Sherlock Holmes en una pantalla de cine. Suele decirse que la primera es A Study in Scarlet, de 1914, pero hoy está perdida (ésta, sí) e incluída en la lista de Most Wanted Lost Films por el British Film Institute. Pero ésta, la de Gillette, es, sin duda, una de las primeras y está protagonizada por el actor más influyente de todos los tiempos a la hora de caracterizar a Holmes.

Gillette aporta una novedad al personaje. Un gran novedad. Holmes se enamora. A los sherlockholmianos estrictos y canónicos, esto les suena a blasfemia y barbaridad. Sólo Irene Adler (El escándalo en Bohemia) pudo merecer el respeto de Holmes, pero ¿enamorarse? ¿Holmes? Alice Faulkner, la protagonista de la película y la obra de teatro, se inspirará en Irene Adler, cómo no, pero es más pánfila y tontorrona que ella. Aunque está de buen ver, naturalmente, y Sherlock Holmes interpretado por Gillette no es de piedra, sino de carne y hueso bajo una gorra de cazador de ciervos. Así que se enamora y sufre y tal y cual y finalmente viven felices y comen perdices, cuando lo normal es que quien acaba liado con una dama sea el doctor Watson, que esta vez se queda compuesto y sin novia.

Dos recuerdos de grandes intérpretes de Sherlock Holmes.
Arriba, el autógrafo de Basil Rathbone. Abajo, el de Christopher Lee.
In situ, por el autor, en la Biblioteca Pública Arús.

No es una película apta para todos los públicos, porque una película muda de casi dos horas... Pero los friquis entre los que me incluyo disfrutarán de lo lindo con la interpretación de Gillette... y un profesor Moriarty genial y malísimo, Ernest Maupain. ¡Qué gran Moriarty! En resumen, un hallazgo, en todos los sentidos. No se la pierdan, si pueden verla.

Elemental, querido Gillette (II)


Propaganda de la obra de teatro de Gillette.
En la ilustración, Sherlock Holmes y Billy, el botones del 221b de Baker Street.
Charlie Chaplin fue una vez el botones de la función.

Así que el personaje de Sherlock Holmes debe mucho a William Gillette. Éste era un actor que había estudiado ingeniería y que patentaría varios inventos geniales (o del tebeo, según se mire). Hijo de un senador abolicionista y de una mujer militante en la Liga Antialcohólica, salió actor y le dio un disgusto tremendo a su papá... aunque fue un actor de mucho éxito e hizo una gran fortuna con su oficio. Se codeó con los grandes (con Mark Twain, por ejemplo), pero descubrió que él también podía escribir guiones y libretos y dirigirse a sí mismo. Tenía lo que entonces se decía un gran sentido de lo dramático, que quiere decir que montaba unos pollos melodramáticos en escena, lo más exagerado que uno pueda echarse en cara, que hacían las delicias del público de aquel entonces.

Gillette coincidió con Arthur Conan Doyle cuando éste, hasta las narices de Sherlock Holmes, lo había arrojado de arriba abajo de las cataratas de Reichenbach bien agarrado al profesor Moriarty. Pero el dinero es el dinero y su necesidad, perentoria. El autor tuvo que escribir El sabueso de los Baskerville y cuando Gillette le fue con la idea de hacer de las aventuras de Sherlock Holmes una obra de teatro, dijo que sí. (En verdad no fue Gillette, sino Frohman, el empresario y productor teatral.) 

En la apoteosis de su éxito, Gillette.

Gillette no quedó satisfecho con el guión y comenzó a cambiarlo todo de arriba abajo. El doctor Watson aparecía en escena, pero en el tercer acto y sin demasiado protagonismo. Creó a Billy, el botones del 221b de Baker Street, que luego Doyle incluiría en uno de sus relatos (La piedra de Mazarino). Gillette se entrevistó personalmente con Doyle para conseguir su visto bueno y se presentó delante del escritor caracterizado de Sherlock Holmes. Eso impresionó mucho al autor, que no dudó en darle permiso a Gillette para que hiciera lo que quisiera. Doyle y Gillette se hicieron grandes amigos. Aunque el Holmes de Gillette no era el Holmes de Doyle, ¡era todo un personaje!

Por cierto, una de las primeras apariciones de Charlie Chaplin en un escenario fue su interpretación de Billy, el botones, en la obra de Gillette. Es un detalle que queda para la historia y la anécdota.

Gillette haciendo de Holmes.
Curiosamente, no fuma en pipa, sino un cigarro.

Fueron, en total, 1.300 interpretaciones de Gillette de la obra en inglés, delante de un numeroso público tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido (aparte de un tour que visitó media Europa). Es la tercera marca de este género en la historia del teatro. Hay que añadir las representaciones de la misma obra por otros actores en los Estados Unidos y otros lugares de habla inglesa... y una película.

Gillette en su casa de campo.
Tenía una línea de ferrocarril propia que daba la vuelta a la finca, con dos locomotoras.

Gillette hizo tanto dinero con Sherlock Holmes que mandó construir un castillo en Seven Sisters, Hadlyme, Connecticut. Cómo será el caserío que en los jardines construyó una línea de ferrocarril de 4,5 km de longitud para dar vueltas y vueltas alrededor de la casa, en la que podían circular dos locomotoras. Hoy en día, una de ellas sigue en funcionamiento (completamente restaurada) y el castillo es propiedad del Estado, que lo considera monumento.

Elemental, querido Gillette (I)


Sir Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes.

¿Qué imagen tienen de Sherlock Holmes? Seguro que lo imaginan con una gorra de dos viseras (una gorra para cazar ciervos, me dicen), una pipa curva, de ésas en las que la cazoleta queda por debajo de la barbilla, y diciendo: Elemental, querido Watson. El padre de estas tres características no es (no únicamente) Arthur Conan Doyle, sino un actor norteamericano llamado William Gillette.

Una de las ilustraciones de Piaget donde Holmes aparece con gorra de dos viseras.

Vayamos por partes. La gorra para cazar ciervos aparece por vez primera en una ilustración de Sidney Paget en El misterio del valle de Boscombe, publicada por The Strand Magazine en 1891. Luego aparecerá más veces, en Estrella de Plata (1893) y en algunas aventuras de El retorno de Sherlock Holmes. Por si no lo sabían, a tenor de las ilustraciones de Piaget, Holmes pierde la gorra luchando contra Moriarty en las cataratas de Reichenbach. Las ilustraciones de Piaget para The Strand Magazine son hoy veneradas y consideradas canónicas por los sherlockholmesianos. En esas ilustraciones, Holmes lleva más cosas en la cabeza. Por ejemplo, sombreros de copa alta, que le quedan muy bien. 

Cuando William Gillette llevó a Sherlock Holmes a los escenarios, pensó en un disfraz que lo identificara fácilmente. Pilló una de esas gorras de dos viseras, se la encasquetó en la cabeza y no se la quitó para nada interprentando el papel. A partir de entonces, la gorra de dos viseras es inseparable de Sherlock Holmes. 

Gillette haciendo de Holmes y fumando en pipa.
Como puede verse, el gesto no tapa la expresión del rostro.

La pipa. En los relatos y las novelas canónicas de Sherlock Holmes, éste fuma y se da a la cocaína. Beber, no bebe, queriendo decir con ello que no parece darle a la botella con afición, aunque nunca falta un brandy con que obsequiar a las damas que acuden en apuros a su consulta, que el doctor Watson emplea con liberalidad para darles friegas (porque el doctor Watson, ahí donde lo ven, es un pillo). ¿Qué fuma Holmes? Cigarrillos, muchos; cigarros; y fuma en pipa. El autor de sus días no especifica la pipa que emplea Holmes (excepto cuando fuma opio en El hombre del labio torcido) y lo más fácil es suponer una pipa normal y corriente, de boquilla recta. 

Pero William Gillette descubrió que, en escena, si sujetaba una pipa normal de tamaño igualmente normal, podía tapar parte de su rostro con la mano. No se lo pensó dos veces y empleó una de esas pipas de gran cazoleta y boquilla curva. Sujetándola, no tapaba su rostro y el artefacto era bien visible desde cualquier punto de la platea. No se separó de la pipa mientras hizo de Holmes y desde entonces hasta ahora, esa pipa que más parece una estufa que un instrumento para fumar se asocia a la figura del detective consultor. La mayor parte de los actores que han interpretado a Holmes (por supuesto, Rathbone, Brett y Livanov) han empleado alguna vez esa pipa (aunque Brett también fumaba cigarrillos y pipas de boquilla recta, con muy buen criterio).

La tercera, la frase Oh, this is elementary, my dear fellow, que suele traducirse como Oh, esto es elemental, querido amigo, aunque suele decirse más a menudo querido Watson, porque la dice Holmes al doctor Watson para no decirle: Pareces tonto. ¿Cómo es que no lo ves? Así, el polvo acumulado en la puntera de un zapato, los arañazos en la tapa de un reloj, el lustre de los puños de la camisa... sirven para señalar que el personaje con quien acaban de tratar es natural de Yorkshire, pasante de abogado, padre de dos niños y una niña, frecuenta la ginebra y está endeudado hasta las orejas por culpa de su afición al mus. Pero (atención) eso nunca lo dijo Holmes a Watson en los relatos y las novelas de Arthur Conan Doyle. Lo dejaba de vuelta y media, naturalmente, llamándole tonto con disimulo, por no haber sabido ver lo evidente, pero nunca le dijo que tal o cual deducción había sido elemental. No con esas palabras.

La primera película en la que habla Sherlock Holmes.
Dirá Elemental, querido Watson, imitando a Gillette.

La frase la inventó (en efecto) William Gillette en sus más de 1.300 representaciones de Sherlock Holmes, subtitulada primero como The Strange Case of Miss Faulkner y luego como A Drama in Four Acts. Gillette la soltaba en escena una vez sí y otra también y se convirtió en marca del personaje. La primera vez que Sherlock Holmes habla en una pantalla de cine, interpretado por Clive Brook para la Paramount, en The Return of Sherlock Holmes (1929) dice esta frase y la tradición teatral se convierte en tradición cinematográfica.

Sin derecho de pernada


Cómo está el trabajo. Mal, en pocas palabras. Seguro que han oído hablar de trabajos esclavos a cambio de poco menos que nada. Si no, los habrán padecido o seguirán padeciendo ahora mismo. Eso, claro, si tienen ustedes trabajo, algo que no es tan frecuente como quisiéramos. Hablamos de contratos temporales por meses, semanas, días u horas; becarios (palabra que encierra en sí misma un universo mundo); tiempos parciales que suman jornadas de doce horas; horas extraordinarias que no se cobran ni del derecho ni del revés... ¡Qué les voy a contar!

Señorita de buen ver, atracción de la feria.

La última ha saltado a la prensa y me extraña que no haya provocado más ruido. Se trata del Salón Erótico de Barcelona, una feria del porno patrocinada por una cadena de burdeles (sic), que se celebrará entre el 6 y el 9 de octubre en el pabellón olímpico de la Vall d'Hebrón de Barcelona. Este tipo de eventos necesita personal en las taquillas, los puntos de venta (de lo que sea que se venda ahí), bares y restaurantes (donde sirven unas salchichas enoooormes) e incluso, eso dicen los organizadores, en el departamento de comunicación y márquetin (es decir, que también necesitan quien reparta folletos). Es un trabajito que no viene mal, que da para unas pesetillas, para unos gastos. Quizá no quite de un apuro, pero será un alivio, ¿no?

Pues, no. Se anuncian estos puestos de trabajo pero... sin ánimo de lucro (sic). Porque la organización precisa voluntarios, así los llama. ¡La madre...! ¡Voluntarios! 

Voluntario en el departamento de comunicación sin saber hacia dónde mirar.

Los voluntarios en este caso no es una expresión genérica, que cubre voluntarios de ambos sexos, sino, me parece a mí, es un sintagma con el género masculino. Digo esto porque las estadísticas son las que son y la mayoría de los voluntarios serán, sin duda, varones. Aunque puede que me equivoque, porque las mujeres también tienen interés en algunos productos pornográficos que se ofrecen en la feria. No sé yo. Cierro el paréntesis, que no lleva a ninguna parte. Serán voluntarios masculinos o voluntarios dicho genéricamente, tanto da. Pero no verán un duro, varones, mujeres o lo que se tercie.

Los voluntarios tendrán garantizado el espectáculo.

¿Por qué digo esto? Porque los voluntarios, decía, tendrán cubiertas las dietas durante su voluntariado (sic, y sólo faltaría que no) y cobrarán en especie. ¿Que cobrarán cómo? En especie. Explíquese: tendrán libre acceso al salón erótico (coño, si trabajan dentro...) y podrán asistir a los espectáculos que ofrezcan los artistas del ramo completamente gratis. Pero ¿cuándo? ¿En horario laboral? ¿O les organizarán esos espectáculos cuando hayan cumplido con sus labores voluntarias? Algo no cuadra.

Los voluntarios no verán un duro y comerán un mal bocadillo con coca-cola, pero se pondrán las botas viendo culos, tetas, pelusas (aunque hoy en día no se estilan y se presentan las partes rasuraditas) y vergas monumentales, aderezadas con gemidos, ayes, posturas y gestos explícitos, implícitos y de todo tipo. Pero, repito, no verán un duro. Esos voluntariosos voluntarios trabajarán a cambio de nada, aunque más de uno tendrá que correr a aliviarse al lavabo porque, ay, la retribución ofrecida no incluye el derecho de pernada. 

Así es: se mira, pero no se toca.

Nadie se ha quejado. Los inspectores de trabajo no han movido un dedo. La noticia ha pasado de largo como un chascarrillo veraniego en los periódicos. Ni una protesta. Los voluntarios se cuentan por docenas. No sé qué se imaginan.

¿Tenemos lo que nos merecemos? A veces me da que sí.

Diccionario enciclopédico de la vieja escuela



Me planteo una pregunta tonta, sabiendo que las preguntas tontas son las más inteligentes. Ésta es si el Diccionario enciclopédico de la vieja escuela es una obra o qué es. 

Está compuesto de una materia recogida de aquí y de allá, artículos publicados en El País y en otros medios (entre los que citar varios blogs), más algún que otro artículo inédito y publicado en este libro por primera vez. Si sólo atendiéramos a este hecho, el libro sería una colección de artículos de un autor, que tienen en común haber sido escritos por él. Es decir, varias obras en un mismo libro, y no una. Es una práctica habitual que ha dado muy buenos libros. Nada que objetar.

Pero no es así, aunque pueda parecerlo. Con aparente simplicidad y sencillez, como quien no quiere la cosa, el autor ha convertido esta colección en una especie de Diccionario enciclopédico de la vieja escuela con el truco del orden alfabético, echándole humor e ingenio, y así, de una forma tan elegante como sorprendente, ha convertido una colección de artículos dispares y dispersos en un ente coherente en sí mismo, en una unidad en la que no importa ni el cuándo ni el dónde fueron escritos tales o cuales artículos, ni siquiera qué dicen. Nos enfrentamos a una obra que en los principios del siglo XX llamarían collage... Pero creo que ésta es una mala comparación. Es otra cosa. En todo caso, es brillante.

Ahora me sobreviene otra pregunta tonta, y no es menor. He leído la obra (sí, es una obra, definitivamente), la he leído, decía, de la manera convencional, de principio a fin. Así, he leído la página n, luego la página n+1, luego la n+2, etcétera... ¿y no podría haber leído ahora una entrada y ahora otra cualquiera? ¿Alguien lee los diccionarios de principio a fin, de la A a la Z, en orden? No sé qué responder. Yo lo he leído todo y en orden y consideraría una pena no leer todo el libro. En cualquier caso, puede consultarse esa entrada o esa otra, a discreción. Es verdad que mi lectura, aunque ordenada, ha sido lenta y se ha visto interrumpida por otras lecturas obligadas y deberes, pero también ha sido atenta y gozosa, porque el libro, créanme, es una delicia.

Su Introducción es fantástica y ya anuncia por dónde irán los tiros. La balacera que sigue no defrauda en absoluto. Hay de todo. Se abordan temas recurrentes en el autor, como puede ser el mundo del tebeo de quiosco (hoy desaparecido en gran parte) y la reivindicación de la cultura popular (glosando a escritores de novelas a destajo, a cantaores de flamenco, a locutores de radio...); no falta espacio para la reivindicación política y ésta, más de una vez, se confunde con la añoranza de un mundo donde ser trabajador significaba alguna cosa hoy perdida. Hay temas que pueden gustar o interesar más o menos. Por poner un ejemplo, yo no soy de flamenco, quizá por desconocimiento o más seguramente porque prefiero otras músicas. Pero ¡caramba! Leyendo lo que dice Pérez Andújar de Salaíto y Puchero se me ponen los pelos de punta. ¡Qué bueno! Eso sólo lo consigue un maestro.

Sí, Diccionario enciclopédico de la vieja escuela es la última obra publicada (en forma de libro) de Javier Pérez Andújar. A la tonta a la tonta, a la chita callando, con apariencia de humor blanco y simple, nos ha caído encima la belleza de un poema, la reflexión de un filósofo y el punto de vista de un escritor que, hoy mismo, está entre los mejores del reino. En cualquiera de las entradas de su Diccionario enciclopédico de la vieja escuela hay literatura para dar y repartir. Mejor todavía, es un placer leerlo. ¡Quizá sea esto lo más importante! Muchos autores son interesantes; algunos son emocionantes; muy pocos, además, hacen de la lectura un placer y Pérez Andújar es de esos pocos. 

Joder, qué envidia me da leerlo. ¿Algún día escribiré la mitad de bien? 

En la Catedral (Gran Premio de Italia 2016)


Ricardo Rodríguez, en el Peralte de Monza, en 1961.

Monza. La sola mención de este circuito ya da para recordar (a veces, añorar) esas carreras de antes, donde se corría a tumba abierta (literalmente) y algún desgraciado salía despedido del Gran Peralte para nunca más volver. Monza es el circuito de la potencia bruta, el que prefería Ferrari (Enzo) y al único al que asistía en persona, personalmente. Además, qué narices, está en Italia. Aunque los precios de las entradas son los que son, es un circuito de la vieja escuela, uno de los que más se aproxima (o se aproximó, en su día) a las carreras de automóviles como un espectáculo popular. Monza no tiene nada que ver con las obscenidades de Singapur, Dubái y compañía.

El Hombre de Hielo tomando una curva en Monza, 2016.

Los forofos italianos, esta vez, como siempre, invadieron la pista con las banderas de Ferrari y jalearon un podio. Ferrari hizo doblete... en tercera y cuarta posición. Con la que ha caído hasta ahora, no está mal, pero ¡qué bonita hubiera sido una victoria en Monza! Los dos primeros puestos fueron para Mercedes-Benz, que está ahí porque ahora mismo es imbatible y es imbatible porque es la mejor escudería hoy mismo. En todo lo demás, la carrera fue sosa casi de principio a fin y uno comienza a preocuparse por tanta sosería.

Con Soria tenemos para otro Rato


Logotipo del invento.

A más de uno le sorprenderá saber que el Banco Mundial fue una idea impulsada por Keynes, y no era una mala idea. Era, muy por encima, un banco dependiente de las Naciones Unidas que daría asistencia financiera y créditos o préstamos al mínimo coste posible para los países que iban a emerger del caos de la Segunda Guerra Mundial. Una entidad como ésta era necesaria para promover el gasto público y las infraestructuras sociales en países arrasados por la guerra, el colonialismo o la pobreza, viniera de donde viniera. Pero el asunto se torció porque ¿dónde se ha visto que los ricos ayuden a los pobres porque sí?

Hoy, si te enteras que los del Banco Mundial quieren echarle una mano a tu país, agárrate los piños y echa a correr, porque se ha instalado en la política monetaria del neoliberalismo económico más fanático y eso del gasto público y las políticas sociales... Eso mejor que no, dice. Con sus amigos del Fondo Monetario Internacional y otras instituciones similares (que nacieron todas con la misma buena intención) el Banco Mundial casi ha conseguido deforestar Brasil, financiar abominables tiranías en Sudamérica, África y Asia, provocar daño y dolor en los ciudadanos más desfavorecidos en países de todo el orbe y qué les voy a contar. 

En lo personal, que a uno le ofrezcan un cargo en el Banco Mundial es un chollo (y según se mire, es también un honor y una recompensa). El sueldo quita el hipo. Si encima eres un directivo del Banco Mundial, ni te cuento, porque el trabajo (el que pueda haber) te lo darán hecho. ¿Responsabilidades? Es posible que las haya, pero ¿ante quién respondes? El Banco Mundial es una hidra de nueve cabezas. Quitas una y sale otra y ¿cuál de las nueve manda? Si no quieres tener responsabilidades porque no te va tenerlas, no las tendrás. Siempre puedes echarle la culpa a otro o difuminarla en el enmarañado e incomprensible mundo de estas instituciones de las Naciones Unidas. Además, el título impresiona (¡Chist, cuidado conmigo! ¡Que soy del Banco Mundial!) y la agenda se llena de direcciones y teléfonos de ministros, consejeros delegados y ricachones que luego te darán trabajo sin hacer preguntas. Lo dicho, un chollo.

Pues va el señor Rajoy y nos sale con una decisión que tira para atrás, o p'atrás, más propiamente, nombrando al señor Soria, el Panameño, candidato a los más altos cargos del Banco Mundial.

No sé si se han enterado, pero en España llevamos ya dos elecciones generales desde el pasado 20 de diciembre y vamos a por unas terceras (incluso, a por unas cuartas) si no baja Santiago (santo patrón de las Españas) y pone orden. El señor Rajoy pasó de una mayoría absoluta de su partido a un descalabro considerable, pero el PP resultó ser el partido más votado. Emergió Ciudadanos, una novedad neoliberal en lo económico y chachi en las formas, que se ha ofrecido, desde entonces, a cualquiera que quiera formar gobierno, por aquello de va, va, porfa, porfa, déjame ser decisivo en el porvenir de España, y se ha vendido por un plato de lentejas a tirios y troyanos. Se le tolera en algunos círculos porque, sin su voto (o su abstención), aquí no manda nadie.

Parlamentarismo de tuit con imagen adjunta. Socorro.

En la derecha más extrema, los convergentes y los republicanos catalanes se han quedado con un tercio de los votos de los catalanes y un palmo de narices. Los convergentes se han hundido y ahora se los ve en el Grupo Mixto, bastante fastidiados, y los republicanos han aupado a una nueva estrella del esperpento nacional, el señor Rufián. En su última intervención parlamentaria, planteó veinticinco preguntas al señor Rajoy. De ésas, diecinueve eran (literalmente) tuits que había escrito los meses anteriores y los leyó tal cual. El pogüerpoin ya acabó con Cicerón y ahora sólo nos faltaba el tuit cursi-molón como núcleo argumentativo. Agárrense que vienen curvas. Pero, como decía, aparte de la notoriedad cómica-trágica (porque dan para reírse de ellos y echarse a llorar), ambos partidos han conseguido algo impensable hace pocos años: la insignificancia parlamentaria. En pocas palabras, han conseguido que nadie quiera contar con ellos.

La izquierda está chunga. En primer lugar, uno pone en la izquierda al PSOE más por costumbre que por izquierda. En segundo lugar, dos veces seguidas ha conseguido el peor resultado de su historia y dentro del partido vuelan los puñales. En tercer lugar está Podemos, y vamos a llamarlo así para simplificar, porque entre mareas, confluencias, comunes, izquierdas unidas y no sé qué más no se garantiza una homogeneidad política o programática y sí un lío de cojones. Éstos y los del PSOE se pelean por liderar la izquierda y los dos juntos no suman más que el PP. Además, no se pueden ni ver entre sí. 

En medio de este berenjenal del que nadie sabe cómo salir con bien, resalta con fuerza la limitada capacidad intelectual y política de la mayoría de nuestra clase política. Hay para desfallecer y suerte que los funcionarios siguen al pie del cañón, llevando el país hacia delante o hacia donde sea, porque si uno tiene que esperar algo de sus jefes políticos, que espere sentado y se arme de paciencia. Que no se haya alzado una guillotina en la plaza mayor de cada pueblo dice mucho del aguante, la paciencia y el buen sentido del pueblo español, porque si se alza, es empezar y no acabar.

Soria, el Panameño, haciendo el gesto de trincar algo.

En medio de este follón, decía, va don Mariano Rajoy y propone a uno que había sido ministro para un cargo en el Banco Mundial. Ese caballero propuesto es el señor Soria, que consiguió, a su paso por el ministerio, arruinar la industria de las energías renovables en España (uno de los sectores tecnológicos donde nos las prometíamos más felices a nivel internacional). Como Atila, rey de los hunos, ha acabado con los huertos solares y los parques eólicos a golpe de decreto, y por donde ha pasado no han vuelto a crecer. Pero hay más, porque el tipo dejó de ser ministro no por esa escabechina (u otras), sino porque lo pillaron con una pequeña fortuna en el exilio de Panamá, para no pagar a Hacienda. ¿Era legal o ilegal? No importa. Era inmoral. Además, mintió y no mintió una, sino mil veces, y le pillaron en falta. El escándalo fue tan, tan, tan gordo que don Mariano le pidió que dimitiera (porque lo de cesar a nadie está mal visto) y el señor Soria dimitió (volviendo a mentir, por cierto).

Don Mariano, expresándose gráficamente.

Ahora, cuando llevamos casi un año de gobierno provisional y vamos hacia unas terceras (o cuartas) elecciones generales, a don Mariano no se le ocurre nada más y nada mejor que nombrar candidato al Banco Mundial al exministro Soria, el Panameño. ¡La madre...! ¿No tenía a nadie más a quien nombrar? Quizá había pensado en Rita Barberá, no se descarta. Pero ¡por favor...! Así no se ganan socios para formar gobierno. ¿Se ha pegado un tiro en el pie él mismo a sí mismo mismamente? ¿O tienen razón los que dicen por ahí que la gente se lo tragará, como ha tragado tantas otras cosas? Lo de las tragaderas no se descarta. El PP, que compite con Convergència en ver quién es más corrupto todo él de arriba abajo, es el único partido que en las segundas elecciones de este último año ha crecido en número de votos, en valor absoluto y relativo. En otras palabras, ha hecho lo que ha querido y nadie quiere cobrarle la factura. Más de uno afirma que el PP ganaría votos en unas terceras elecciones. No les extrañe.

Pues, si no hay una sorpresa, Soria, el Panameño, ya navega rumbo al Banco Mundial. A ver si le quieren en la oficina, pero, mientras tanto, ya van diciendo por ahí que con Soria tenemos para otro Rato.