Paseando al perrito



En uno de mis paseos, me paré ante un semáforo en rojo, no fueran a atropellarme. A mi lado se detuvo también una señora, que llevaba un perrito en brazos, uno de esos perros pequeñajos, que tanto pueden ser antipáticos como encantadores. Coincidió que una tercera persona también se detuvo ahí mismo, y conocía a la señora del perrito. Eran vecinas. 

Después del hola, qué tal, la conversación que siguió fue más o menos la siguiente:

---¿Quién es este perrito tan bonito?
---Es Cuqui. ¡Cuqui! ¡Saluda a esta señora! ---dijo la del perrito. 
No se lo pensó dos veces y agarró una de las patas del chucho y la agitó, como si fuera una ventrílocua y el perrito, el monigote que suelen utilizar en el espectáculo. El perrito se dejaba hacer, hacía como que saludaba con la patita que movía su ama sin rechistar, pues estaría acostumbrado a estas tonterías.

En éstas, la vecina preguntó a la del perrito por qué llevaba a Cuqui en brazos.
---Ay, mira, pobrecito, está pocho ---respondió la del perrito, mientras le daba de achuchones.
---Oh, sí, pone mala cara... 
---¿Verdad? ¡Mi Cuquirrinín...! ¿Qué le duele a mi Cuqui? ¿Eh?
---Guau ---respondió el perro, un tanto lastimero.
---¿Y qué tiene?
---No sé, chica. El veterinario me ha dicho que Cuqui necesitaba que lo sacaran a pasear, que no podía ser que se pasara el día encerrado en casa. Y aquí me tienes, llevando a Cuqui de paseo, ¿verdad, Cuqui?
El perrito puso cara de circunstancias, qué remedio. Pero la vecina no acabó de ver claro el asunto del paseo de Cuqui y preguntó:
---¿Y entonces por qué lo llevas en brazos? ¿No tendría que caminar?
---Ay, chica, no, que se cansaría. ¿Verdad, Cuqui? ¿Verdad que se cansaría mi chiquitín?

Se puso el semáforo en verde y las vi partir. Me da que Cuqui suplicaba que alguien fuera a salvarlo.

La ley de Poe


Hola, queridos lectores:

¡Otro artículo de opinión en Metrópoli Abierta! Esta vez, enumerando algunos mecanismos psicológicos que permiten el triunfo de la Alt-Right, esa derecha populista y tan poco democrática que ha hecho su aparición en los últimos años, y no hay más que mirar hacia Trump, hacia el Brexit, el gobierno de Italia o el Procés. 

Se titula La ley de Poe.

Crímenes infumables y una gran decepción


El Encuentro del Día Mundial de las Familias es una fiesta por todo lo alto que celebran algunos católicos con misa concelebrada por un abundante número de sacerdotes, obispos y cardenales, más el papa de turno, que en este caso es Francisco. Cantan, bailan y se les ve felices, y las imágenes de las monjitas cantando y aplaudiendo en plan gospell no tardan en verse por televisión. También las de el Santo Padre dando cachetes simpáticos a los niños que llevan sus padres a cuestas. Dejad que los niños se acerquen a mí, dicen los Evangelios.

Pero, ahora mismo, no sé si deberían dejar que se acerquen demasiado, los niños. 

Aproximadamente el 6,5% de los sacerdotes católicos norteamericanos es pederasta, y esa cifra pone los pelos de punta, se mire como se mire. Los datos que van saliendo a la luz en otros lugares del mundo apuntan a cifras semejantes. Aunque eso no fuera cierto, lo que es innegable es que la Iglesia ha protegido de palabra, obra y omisión (y no sé si de pensamiento), consciente, decidida y repetidamente, a todos esos criminales que, abusando de su poder e influencia como sacerdotes, han abusado sexualmente de niños y jóvenes. Y no sabemos de la misa la mitad, nunca mejor dicho. 

A los escándalos descubiertos en Boston siguen ahora los destapados por el informe del fiscal de Pensilvania, en los EE.UU. Se trata de mil casos de abusos sexuales contra menores de edad durante los últimos setenta años, conocidos por las más altas autoridades de la Iglesia (entre quienes contar a varios papas, incluso alguno que es santo súbito, que también protegió a otros personajes sumamente despreciables de la acción de la justicia). Sí, fueron actos inmundos conocidos, repito, y tolerados. Tolerados, como mínimo, puesto que se disimularon y ocultaron los hechos y se protegió a los violadores de todas las maneras posibles. Y éstos se organizaban, mientras tanto, para cometer sus espeluznantes crímenes con la mayor impunidad, bajo el amparo de su hábito de sacerdote. 

Si cualquier otra organización de cualquier tipo hubiera hecho algo así, ¿no habría sido ilegalizada hace ya tiempo? ¿O qué, si no, habríamos hecho con ella? Su jefe, ¿no habría tomado algunas medidas drásticas? Más allá de rezar, digo yo.

En Irlanda, adonde ha ido el papa Francisco a cantar con las monjitas, el escándalo es mayor si cabe. La Comisión Ryan, en 2009, puso al descubierto un horrendo escenario de abusos durante casi ochenta años, que afectaron a 25.000 menores (aunque posiblemente serían más de 80.000) durante ochenta años. 

Es una cifra horrenda, con un alcance que ha provocado un verdadero trauma en la sociedad irlandesa. A ello hay que sumar cientos de cadáveres de bebés enterrados en algunos orfanatos, más uso y abuso de mano de obra prácticamente esclava en organizaciones benéficas, etcétera, en instituciones católicas que, teóricamente, realizaban una obra social. Todo sucedía bajo el cobijo de las más altas autoridades de la Iglesia, bajo el manto del Vaticano.

Los irlandeses, hace veinte años, eran prácticamente todos católicos. Después del escándalo, uno de cada cuatro ha dejado de serlo y la tendencia va a más. El pueblo irlandés ha despenalizado el aborto, reconoce los matrimonios homosexuales y su primer ministro es abiertamente homosexual. ¿Les extraña? Con ese pasado, me extraña que sean sólo uno de cada cuatro los que han abandonado la Iglesia.

Esta fiesta católica que decía, tan aparentemente llena de jolgorio, es realmente incómoda para el papa Francisco. Porque justo ahora se publica (en un medio católico muy conservador) que conocía lo que sucedía en Pensilvania y que no hizo nada por su parte para ponerle remedio. Cierto, los conservadores católicos se la tienen jurada al papa Francisco, pero ¿qué hizo el papa? ¿Denunciar el caso a las autoridades? No. 

El primer ministro irlandés, Leo Varadkar, recibió al papa orgulloso por el cambio que se había producido en su país y exigiendo responsabilidades a la Iglesia. No fue un cálido recibimiento, sino una demanda de respuestas, que no se produjeron. En una misa mariana posterior, el papa habló del horror que siente ante esas noticias y tal y cual, pero ¿qué pensarán las víctimas de tantas palabras si no vienen acompañadas de hechos? ¿Van a creer lo que les diga el papa, después de todo esto? Facta, non verba, que dicen en latín.

Más tarde, el papa Francisco se reunió con Marie Collins, una mujer que sufrió abusos en su infancia por parte de algunos sacerdotes y que ha liderado la denuncia contra el papel que ha tenido la Iglesia en todo esto. Estuvo hora y media con el Santo Padre. Una reunión privada, lejos de las cámaras. Ya había dimitido, el año pasado, de una comisión de la Curia vaticana que llevaba tres años mareando la perdiz sin tomar medida alguna contra los sacerdotes pederastas. Su dimisión puso en evidencia la falta de compromiso real de la organización contra esos crímenes.

Lo dicho. Hora y media de reunión, en secreto. Lo único que dijo Marie Collins a la salida es: Me siento muy decepcionada.

Ése es el resumen. Si alguien albergó la esperanza de que las cosas iban a cambiar con el papa Francisco, se va a llevar una enorme e infinita decepción.

Volando voy, volando vengo (Gran Premio de Bélgica 2018)


En la clasificación para la parrilla de salida del Gran Premio de Bélgica la lluvia hizo acto de presencia y lió un poco las cosas. El Mercedes-Benz de Hamilton se puso por delante, en primera posición, desbancando a los favoritos de esta carrera, los Ferrari. Me resulta extraño señalar que los Ferrari eran los favoritos... ¡La falta de costumbre!


En carrera, se ha decidido casi todo en la primera curva, cuando ha habido un trompazo que ha afectado a varios coches. Uno de ellos, el McLaren de Fernando Alonso, ha salido volando. Literalmente. Por suerte y gracias a Dios (y a los hábiles ingenieros, que tantas horas de trabajo dedican a la seguridad de los coches), nadie se ha hecho daño y la carrera ha podido seguir. Pero... Pero uno de los perjudicados ha sido el Ferrari de Räikkönen, que ha salido con un golpe que ha acabado provocando, un poco más allá, un pinchazo del que no ha podido recuperarse.


Pero también en esa primera vuelta el Ferrari de Vettel ha avanzado al Mercedes-Benz de Hamilton y se ha mantenido en primera posición toda la carrera, esquivando incluso los posibles adelantamientos durante el cambio de neumáticos.

Ahora la cosa está emocionante. Hamilton lleva 231 puntos y Vettel, 214; Mercedes-Benz, 375 puntos y Ferrari, 360. Quedan ocho carreras todavía (es decir, hasta 344 puntos). Todo está por decidir y nos vamos a divertir si sigue como hasta ahora.

San Bartolomé se va de juerga


San Bartolomé esperando a que vayan a buscarlo para correrse una juerga.
En Sitges, in situ, apunte fotográfico del autor.

Ya saben: hoy, 24 de agosto, se celebra la fiesta de San Bartolomé, apóstol, que murió desollado y martirizado, que, por esa razón, se representa con un cuchillo en la mano o con la palma del martirio. Es, también, el patrón de la villa de Sitges, a la que me une un especial cariño, aunque hace ya mucho tiempo que no la visito tan a menudo como quisiera.

Pero no me pierdo su Fiesta Mayor. Aunque sea, como en los últimos años, una aparición fugaz la víspera, cuando se inicia la gran juerga, y una desaparición pronta la mañana siguiente, o quizá la tarde, cuando la juerga está en su apogeo. Uno ve la procesión en la que recogen al santo, los fuegos artificiales, trata con la familia y los amigos y disfruta lo que puede, aunque sea un poquito.

Los indígenas, llegadas estas fechas, se quejan siempre de lo mismo. Se quejan, porque hay que quejarse. Siempre. Sin falta. (Pero no vaya a quejarse usted, que es forastero, que se lo comen vivo).

Es un clásico hablar de la cantidad de gente que se acumula aquí o allá; por ejemplo, cuando se presentan las chirimías que animarán los bailes populares al mediodía del día 23. Cuando era pequeñito, sólo iban los mayores a escucharlas, casi todos friquis del toque de chirimía, con abundante material para grabar en cinta magnetofónica el suceso, que era (y sigue siendo) un coñazo folklórico; hoy, casi todo son jóvenes y la mayoría menores de edad, que no tienen oído más que para saltar y bailar y si en vez de chirimías sonaran cornamusas escocesas acompañadas de panderetas tocando un lied de Schubert, lo celebrarían lo mismo. ¡Coño, que es Fiesta Mayor! 

Pero, sí, mucha gente, a fin de cuentas, como cada año (y no les digo de los años en que la juerga cae en fin de semana). 

Otros temas de conversación clásicos son: 
a) ¿Has visto lo que le han hecho al gigante este año? 
b) ¡Las carretillas que tiran los diablos este año sí que queman! 
c) Me parece que hay demasiadas colles de tal o cual baile. 
o d) ¿Qué te han parecido los fuegos artificiales? Creo que tal o cual cosa ha estado floja.

Si usted inicia una conversación de tal guisa con un indígena, manteniendo un rostro que muestre a la vez escepticismo y un cierto aire crítico (excepto en b), donde tendría que simular excitación), habrá logrado ser inicialmente bien considerado por la población local. No critique, sólo pregunte. El indígena criticará por usted. A continuación, dé la razón al indígena en todo lo que diga y se lo habrá metido en el bolsillo.

En fin, lo de cada año. Procesión por la tarde, fuegos artificiales, cena con los amigos, bailoteo, más procesiones de madrugada, a la salida de la misa del mediodía, por la tarde... En todo caso y para que no se diga: ¡Viva San Bartolomé! 

La llama que se apaga


Pitarra, un dramaturgo muy popular a finales del siglo XIX.

En 1884, un poeta catalanista, Frederic Soler, más conocido como Pitarra, narra un cuento (muy bien escrito, por cierto) sobre unos sepultureros (nieto y abuelo) que están echando los cuerpos de los caídos en el sitio de Barcelona de 1714 en una fosa común. Entonces, ay, pillan a un muerto que resulta que es a) un soldado del bando contrario y b) hijo del abuelo y padre del nieto. Pero ahí no lo entierran, no, porque en aquel camposanto no entierran a los traidores, que manda el honor, etcétera. Vamos, tragedia griega de andar por casa, muy efectista. Una historia muy bonita, muy dramática, que provocó mucha emoción, aplausos y le hizo quedar segundo en los Juegos Florales de 1884, celebrados el 4 de mayo de ese mismo año. Bien.


El Fossar de les Moreres, una plaza donde había estado un antiguo cementerio auxiliar de Santa María del Mar, a principios del siglo XX. Arriba, en 1913, en una de las primeras concentraciones en el lugar el 11 de septiembre. Abajo, sin tanta gente.

La poesía decía que en el Fossar de las Moreres (el Foso de las Moreras) estaba la fosa común de los caídos en defensa de Barcelona en 1714, cuando, en verdad, no era más que el cementerio auxiliar de Santa María del Mar. Hasta tal punto comenzaron a creer algunos que el poema (el cuento) era en verdad histórico que no tardaron en colocar primero una placa, en 1913, luego otra, en 1977 (porque los franquistas retiraron la primera), en honor a los caídos y con los versos de Pitarra en los que dice que ahí no se entierran traidores. También comenzaron a reunirse en el lugar el 11 de septiembre, día en que se rindió Barcelona, para honrar a sus héroes, creyendo que estaban ahí debajo.

El Fossar de les Moreres mirando hacia Santa María del Mar.
El churro de metal es el báculo que sostiene el pebetero con la llama.

Finalmente la plaza fue remodelada con la intención de consagrar ese espacio mítico-nacional. (Por cierto, los nacionalistas más radicales se pusieron como fieras cuando alguien amenazó con profanar tan santos lugares con un diseño arquitectónico moderno). Luego se adornó con un pebetero en el que arde una llama desde 2001, en recuerdo a la sangre vertida en defensa de tal y cual y patatín y patatán, ya pueden imaginárselo. El cuento de siempre, muy épico, con algunos de los versos de Pitarra en el báculo que sostiene el pebetero. Quién paga la factura del gas, no tengo ni idea.

Todo porque dan por bueno el cuento de Pitarra y no consideran que la arqueología y la historia sitúan las fosas comunes del sitio de 1714 en cualquier otra parte, pero no ahí. Las tumbas y enterramientos del lugar se corresponden con el fin del Imperio Romano (ss. IV-V), alguna tumba medieval (s. XIII) y de ahí hasta la época moderna (ss. XVII y XVIII), pero sin indicios de fosa común como la que se esperaría encontrar. (En la Rambla Prim de Barcelona, en cambio, sí que se excavó una fosa común de soldados caídos en aquella batalla, que permite comparar los restos de aquí y de allá).

Es decir, el monumento a la Sirenita, de Eriksen, en Copenhague y el Fossar de les Moreres de Barcelona comparten ambas su origen literario, que no histórico. Por no decir que son un cuento.

Mejor explicado y con más datos y razonamientos lo leerán aquí (en catalán):

La llama, ahí arriba, apenas se ve cuando es de día.
Por eso se han dado cuenta al caer la noche.

Todo esto viene al caso porque, ay, el pebetero se ha apagado y tal y como están los ánimos nacionales, tan exaltados y picajosos, parece que se haya hundido el mundo y los amarillos gritan, se quejan, se lamentan y protestan en voz alta y a todas horas. ¡¿Quién ha sido?! ¡¿Cómo es posible...?!

Ha sido este miércoles, con nocturnidad y alevosía, porque nadie se dio cuenta hasta que se hizo de noche. Porque la llama, de día, apenas se ve, aunque vaya consumiendo combustibles fósiles a todo trapo y sin parar, haya contaminación o no la haya. Ya digo, que igual llevaba apagada unos días y ayer, de casualidad, alguien se fijó y preguntó dónde está la llama.

¡La que han organizado! Fíjense en el lenguaje. Emplean han apagado en vez de se ha apagado, hablando de la llama. El Ayuntamiento (pillado en medio de las vacaciones) enviará unos técnicos (la mayoría, de vacaciones) para ver qué ha pasado y evaluar qué hacer a continuación. Recuerden que es un monumento y que no pueden desmontarlo a la brava. Será, seguramente, una acumulación de carbonilla, una paloma requemada o alguna tontería semejante, pero no importa. El gobierno municipal está recibiendo por todas partes y el apagón se ha convertido en una línea más en el memorial nacional de agravios...

Memorial... Aprovecho estas líneas para señalar que ese monumento, o cualquier otro, no es un memorial, sino un monumento (conmemorativo, si quieren, y perdonen la tautología). Un memorial es un documento, un libro, un informe, donde se apuntan los méritos para solicitar una gracia o las razones para pedir algo. Lo digo porque están todo el santo día con el Memorial de 1714 por aquí y el Memorial de 1714 por allá. Pues, no, no es un memorial. Es un monumento, caray. Como el de la Sirenita.


La tercera obra de misericordia


Ahí les dejo otro artículo de opinión para Metrópoli Abierta. Esta vez se titula La tercera obra de misericordia y ya me está entrando sed.

Espero que les guste, que les haga pensar, que no les aburra... Esas cosas. Si no he conseguido mi objetivo, ¡la próxima vez será!

P.S.: Por cierto, que hace nada la Generalidad de Cataluña ha dicho que no piensa legislar nada que obligue a los locales de restauración a ofrecer agua del grifo de manera gratuita a sus clientes. ¡Tacaños! En cambio, lo de la leche cruda sigue adelante. En fin... Ahí vuelvo a dejarlo.

Lecturas abandonadas



Pocas veces, prácticamente nunca, hablo en El cuaderno de Luis de los libros que, como vulgarmente suele decirse, me caen de las manos. No vale la pena hablar de un libro que he sido incapaz de terminar. Hoy leo en los periódicos que un reciente estudio sitúa en algo más del 19% la cantidad de libros que se abandonan antes de haber leído la mitad. 

Según esta curiosa estadística, los libros que menos se abandonan son las novelas románticas y la novela negra. En ambos géneros sólo se abandonan antes de haber llegado a la mitad del libro algo más del 6% de las lecturas. Eso quiere decir que sus lectores son unos lectores entregados, que se tragan lo que les den. En el lado contrario están los llamados libros de empresa. Aquí, atención, un 73% de los lectores abandona la lectura antes de haber leído siquiera la mitad del libro. Se aduce que esto es así porque son libros de consulta, pero permítanme dudarlo. La gente que compra libros de empresa no suele ser buena lectora y los libros de empresa que han caído en mis manos son... En fin, son bastante malos.

Por lo demás, a todos se nos ha caído un libro de las manos. A mí me sucedió con Crimen y castigo. Once veces, once, intenté leerlo, sin éxito. El abandono, todas esas once veces, fue muy temprano: Raskólnikov todavía no había matado a nadie, imagínense. La duodécima vez, sin embargo, leía obligado por una editora que consideraba insultante que no hubiera leído todavía Crimen y castigo y me obligó a leerlo casi a punta de pistola. Lo leí. Enterito. ¡Qué gran novela!

Es cierto que Dostoyevski me deprime y hasta me pone de mal humor, pero no es menos cierto que es un grandísimo autor. Un genio. Cada una de sus páginas provoca tanta admiración como desasosiego. No puedo decir que me guste Dostoyevski, pero sí que reconozco en él a un maestro de la literatura.

Con Kafka me sucede algo parecido. ¡Mira que he leído a Kafka de joven...! Pues pillé El castillo y, llegado a la página 149, exclamé en voz alta: ¡A la mierda! Acto seguido, hice lo que nunca jamás había hecho: arrojé el libro contra la pared, bien lejos de mí, con un cabreo monumental. Estaba de agrimensores hasta los mismísimos. Luego se me pasó leyendo unos cuentos de Kafka, pero El castillo nunca más he vuelto a tocarlo. Y eso que era bueno.

Supongo que cosas así le pasan a todo el mundo. O eso, o soy un bicho raro. Pero eso ya lo sabíamos, ¿verdad?

Aretha Franklin (1942-2018)



Una sociedad enferma


Hoy, hace un año, Barcelona sufrió un atentado terrorista y todos vivimos horas llenas de miedo, pena y desconcierto. Mientras lamentábamos las muertes y contemplábamos en nuestras calles los estragos del fanatismo, iba alimentándose una manipulación de los sucesos que provocó que el acto de apoyo, duelo y respeto por las víctimas del año pasado se convirtiera en una obscena manifestación política. Ese día, a la vista del espectáculo, concebí la miseria moral de la que algunos son capaces, a la que tantos se apuntan, y comprendí que la maldad no está reñida con la estupidez. A nadie de ellos le importaban las víctimas, ésa es la verdad. Si les hubieran importado, se hubieran comportado de otra manera.

Tal fue el espectáculo que este año hemos intentado convertir el recuerdo de ese día en un acto de reparación del daño (sí, del daño) que hicimos entonces a las víctimas. Me duele decir que mucha gente no ha perdido la oportunidad para seguir explotando la conmemoración en provecho propio. Unos han dado la nota con banderas rojigualdas, porque idiotas los hay en todas partes. No eran muchos y no representaban más que a ellos mismos. Pero había otros con el lacito amarillo y demás parafernalia de la Catalan Alt-Right, y entre estos otros lamento tener que incluir a algunos cargos públicos. La altura moral de la que hacen gala se muestra en toda su crudeza, no diré más. A la pena por el recuerdo sumo la pena por una sociedad enferma.

Hay, sin embargo, quien ha intentado mantener la dignidad en estos momentos. Cargos públicos, pero también ciudadanos de a pie, que son tanto los verdaderos héroes como los principales perjudicados por unos y otros. Y las víctimas. Un abrazo a todas ellas.

Tantos años después



Hace ya una eternidad, salió a la venta en verano mi primera novela publicada, La conjura de Perregaux. Como comprenderán, le tengo mucho cariño y sus personajes me acompañan desde entonces a todas partes. Sus personajes asoman en un par de manuscritos inéditos, ésos que nunca verás publicados (ojalá me equivoque), pero que te enseñan a escribir mejor.

Se vendió en verano, y siguió vendiéndose unos meses más. Ahora sigue vendiéndose, en el mercado de segunda mano. Se encuentran ejemplares a bajo precio, pero la mayoría de los que están a la venta casi doblan su precio original. Este sobreprecio me ha llamado mucho la atención: no sé si mi novela es buena como literatura (no tenía pretensiones de serlo), pero como producto de inversión no está nada mal.

Es, en fin, una sensación extraña tropezar con tu libro tantos años después. Si quisieran reimprimirla, me pediría una reedición. El autor siempre encuentra defectos en su criatura. Si no, no es autor. Pero, en serio, si tienen la oportunidad de leerla, léanla, porque es entretenida. 

Ferragosto


Queridos lectores míos:

¡Otro artículo en Metrópoli Abierta! Éste, un poco más informal. Aunque tiene mensajito, hacia el final. 

Espero que les guste. Se titula Ferragosto.

Las mismas razones



Dos personas discuten, cómo no, sobre el tema, ya saben cuál. 

Una de ellas inicia una larga exposición y enumera, una a una, todas las razones por las cuáles no quiere ser española. Después de enumerarlas todas, una a una, la otra responde: Comprendo perfectamente las razones por las cuáles no quiere ser usted español; pero, por esas mismas razones, no comprendo por qué entonces quiere ser catalán.

Ahí lo dejo.

Blanco grita a negro


Un blanco gritando a un negro.

Les prometo que, cuando apareció en las redes, antes incluso de saber qué era, exclamé: ¡Un blanco gritándole a un negro! Además, en toda la cara, de modo ofensivo, insultante. Luego descubrí, tengo que reconocer que con gran estupefacción e incredulidad, que era uno de los logotipos de la Crida Nacional per la República. Volví a exclamar: ¡No puede ser! ¡Es una broma! Pues, no, no es una broma, es efectivamente, uno de los logotipos de este movimiento.

Vamos a darle algunas vueltas a este logotipo. En catalán, crida es llamada, pero también es una palabra que se relaciona con el verbo cridar, que es tanto llamar como gritar; crida podría traducirse también como grita. Según la RAE, la grita es (cito) una confusión de voces altas y desentonadas o una algazara o vocerío en demostración de desagrado o vituperio. El blanco que le grita al negro de la imagen parece, en efecto, vituperarlo y hablarle en voz alta y desentonada. Si sumamos que dar grita es (vuelvo a citar) mofarse o burlarse de alguien a gritos, el logotipo está completamente explicado y sintetiza un mensaje muy claro, aunque no sea el mensaje que uno espera oír en la arena de la política sensata. El blanco le grita al negro y no vean cómo.

Hechas estas consideraciones y después de darle vueltas al caso, uno llega a varias conclusiones, que me parecen bastante sólidas.

La primera: Si esta gente pretende gobernar tal como diseña los logotipos, mejor que no gobierne nunca. Problema: Ya está gobernando. Hace demasiados años, de hecho. En la última legislatura, que comenzó en diciembre, destacan dos principales acciones políticas: chapar el Parlamento de Cataluña durante meses (al inicio y ahora mismo) y autorizar la venta al por menor de leche cruda. Sin comentarios. Pero, mientras tanto, no dejan de gritarle al negro.

La segunda: Se confirma que la Crida (llamémosla así, para ahorrarnos lo de Nacional per la República y tirar millas) es un movimiento (sic) como el Movimiento Nacional de mala memoria. Cito a sus propios patrocinadores: es un instrumento que supera a los partidos políticos (aunque se registra como tal); se proclama a sí mismo como instrumento de acción política del pueblo (el blanco de la imagen); su ideología es nacional y su objetivo único (conviene resaltar lo de único) es culminar la idea de nación convirtiéndola en Estado. El Movimiento Nacional de los años cuarenta se definía exactamente igual. Repito: exactamente igual, con las mismas palabras.

Sí, es peronismo, populismo, de libro. O algo peor. Véase y vayan sumando: 

Una ideología esencialista y nacionalista en la definición del término pueblo (podríamos citar a muchos, como Heribert Barrera, los hermanos Badia, Cardona, Pujol y Ferrusola, el actual presidente Torra, etc., todos gente de misa y convencidos de pertenecer a un Pueblo con mayúscula). En lo político, tenemos la Ley de Transitoriedad Política. Léanla. No hace falta más para conocer cuál es su verdadero proyecto político. El que ellos mismos propusieron y aprobaron, saltándose todas las normas y procedimientos que, por cierto, ellos mismos habían establecido. Los días 6 y 7 de septiembre de 2017 fueron días de infamia en la política catalana, por las formas y el fondo. Pero ¡no nos desviemos del tema!

Según esa ley (afortunadamente anulada): la Constitución Catalana podía cambiarla el Gobierno a discreción, sin una mayoría cualificada; sólo podían trabajar en Cataluña los medios de comunicación autorizados por el Gobierno, a discreción; el Gobierno nombraba a los jueces, también a discreción, y dominaba los órganos de control de la judicatura... a discreción, cómo no. Si esto no es autoritarismo, no sé qué es. Democracia no parece.

En su práctica política, la que vemos cada día, los promotores de la Crida se centran en la ocupación y apropiación de los espacios públicos: la calle, los medios de comunicación, la Administración Pública... donde gritan todo el santo día sus proclamas, también. En lo económico, son neoliberales extremos. Bajo su gobierno, el recorte en políticas sociales catalán ha doblado al recorte en políticas sociales de cualquier otra Comunidad Autónoma. Se dice pronto.

Existe una larga tradición del blanco gritándole al negro promovida por movimientos esencialistas, nacionalistas, populistas y de extrema derecha.

Son, siendo amables, la primera Alt-Right en España, y no se esconden. Lo tienen todo y no les falta de nada. ¡Hasta se manifiestan de uniforme! Quizá no fuera correcto llamarlos fascistas, porque el término se ha degradado por exceso de uso y siempre hay matices. En cualquier caso, su concepto de democracia no es el que garantiza mis derechos. Soy el negro de la imagen, me temo.