Escriben más que leen


No sé si me repito, pero me da igual. La cuestión es que existe un dicho entre los editores que reza que la gente escribe más que lee, y la prueba de esa aseveración es la calidad de los manuscritos que se presentan en una editorial cualquiera. Me ha tocado lidiar con muchos de ellos, por una u otra razón, y puedo asegurar que hay para llevarse las manos a la cabeza.

Podemos discutir si un argumento es más o menos interesante o si un relato puede sumarse a una u otra línea editorial. Podemos, incluso, admitir que un desenlace no es satisfactorio o que algún personaje no es tan coherente como quisiéramos, aunque el texto tiene algo. También podemos perdonar el poco cuidado con algún detalle e incluso algunos fallos ortogramaticales, siempre que el conjunto brille con suficiente luz. Pero las más de las veces el lector profesional o el editor se preguntan: ¿Cómo se ha atrevido nadie a enviar esto a una editorial? ¡Esto!

Es enorme la cifra de manuscritos que no valen ni el papel en que están escritos. Uno tiene la impresión de que la gente no lee lo que escribe, de verdad. Si resulta que sí, que lo lee y lo da por bueno, entonces la situación es alarmante, como poco, mucho más grave de lo que parecía. ¿Cómo nadie puede haber quedado satisfecho con... con... ¡con esto!? No se pone cuidado en los detalles, pero tampoco en el relato en sí, en la conformación de los personajes o escenas, en el desarrollo dramático, en nada. 

Los informes de edición suelen ser trágicos. En éstos recomiendas una serie de cambios para mejorar el resultado final; en algunos casos es inevitable recomendar volverlo a escribir todo de principio a fin, y sólo después de haber invertido unos años en cursos de redacción y escritura. Lo que te pedía el cuerpo era decirles que nunca más se acercaran a un papel, pero hay que ser amables. Los autores, ensorbebecidos y víctimas de la osadía que proporciona la ignorancia, suelen enfadarse (y mucho) cuando recomiendas esta línea de acción.

Una de las páginas del manuscrito original de Madame Bovary.

La escritura suele ser el resultado del pecado de soberbia, porque es soberbia creer que lo que tú escribes interesará a la gente (aunque en verdad sea interesante). Pero un escritor, si bien es soberbio por definición, no puede ser perezoso. La escritura exige un trabajo muy cuidadoso y constante y el trabajo no se acaba cuando se pone el punto final al manuscrito. No. Ésa es la parte fácil. Ahora viene el trabajo en serio. Hay que releer, borrar, corregir, añadir, cambiar... ¡Es tan difícil borrar...! Eso ocupa tanto tiempo como el escribir mismo y si luego el manuscrito tiene suerte y cae en manos de un editor, ¡vuelta a releer, borrar, corregir, añadir, cambiar...! Sólo así el resultado valdrá la pena.

Pero esos manuscritos que llueven a docenas sobre los despachos de los editores, que van directos a la papelera después de un breve examen (brevísimo), suelen ser hijos de la soberbia... y la pereza. Escritos a vuelapluma, tal cual sale, tal cual se envía, por ver si hay suerte. No la hay. En el 99,99% de los casos, como poco, ésa es la fórmula del fracaso.

A la sombra de esta catástrofe, se están forrando las empresas de autoedición, porque la soberbia es un buen acicate para el negocio. ¿Quieres ver tu nombre en un libro? ¡Yo te lo publico! Qué desperdicio de papel, de dinero, qué abuso de la buena fe, qué triunfo de la falsa adulación.

Salud mental



Cada día estoy más convencido de que han echado algo en el agua. Si no, no me lo explico.

Efemérides constitucional



El próximo 18 de febrero se cumple una fecha señalada. 

Echando cuentas, ese día la Constitución Española habrá estado vigente tanto tiempo como el general Franco mantuvo su título de Jefe del Estado. Es decir, más de 39 años, en números redondos. Entre una cosa y la otra, un par de años de transición. 

Ahí queda eso, a título informativo. ¡Cómo pasa el tiempo!

Eva



El azar o el destino, o ambos al unísono, me han enfrentado con duras lecturas de manuscritos infumables que aspiraban a ser considerados el no da más de la literatura universal. Enfrentado a horrores ortogramaticales sin cuento, a tramas incoherentes, a estructuras narrativas que no se sostienen, he leído la última de Pérez-Reverte como quien se echa de cabeza a un oasis después de atravesar el Sáhara.

Eva es la segunda de la serie Falcó, protagonizada por un canalla que trabaja para los servicios secretos del bando nacional durante la Guerra Civil Española. El tipo es un cínico de mucho cuidado, un fatalista congénito, mujeriego, sinvergüenza, peligroso (muy peligroso), un personaje con el que no quisieras cruzarte en vida. Más o menos, un James Bond con acento de pijo jerezano, y perdonen ustedes. Sí, es verdad, como es machista, canalla, malvado, cabrón y además franquista, provoca rechazo y resquemor, pero el señor Bond, James Bond, no andará lejos de ser lo mismo y todos queremos ser como él, y aquí no veo tantos escrúpulos morales. Uno y otro, el británico y el español, admitámoslo, son malvados y de lo peorcito que parió madre, pero ambos consiguen que estemos atentos a cualquier cosa que hagan.

He leído Eva sin más intención que la de distraerme y entretenerme, y el texto ha cumplido a la perfección la tarea que pretendía que cumpliera. La historia se lee casi de un tirón. Tendrá alguna página que ni fu ni fa o que uno cambiaría, pero páginas de ésas las encuentro yo hasta en el Quijote; nada serio, pues. Una trama coherente, entretenida. El autor, en suma y para no alargarnos, da muestras de conocer bien su oficio y se agradece que nos ofrezca su trabajo. Bravo.

Los personajes de Eva son perezrevertianos, si existe tal término. La frontera entre cinismo y fatalismo es sutil y envenenada. El optimismo queda para otro día y no existe diferencia entre victoria y derrota más que en el nombre. Con todo, se rinden honores al heroísmo (que es, también, resignación) y el aire que se respira en algunas páginas de esta novela ya se respira en El húsar (la primera novela de su autor), en El maestro de esgrima (la segunda, creo) o en la serie del capitán Alatriste. Será éste un perfume conocido para los perezrevertianos que, seguramente, ya sabrán de qué les hablo.

A título personal, agradezco a don Arturo que escriba todavía éste o sólo con tilde, cuando toca. Que mis escrupulosos correctores (cumpliendo órdenes) borren la tilde de mis demostrativos y de mis adverbios me duele en el alma, y contemplar las tildes ajenas en lo alto de una letra es emoción semejante a la de ver la bandera todavía alzada en medio del cuadro de la Vieja Guardia, ésa que se muere, pero no se rinde. Yo ya me entiendo.

Entrevista a Silvia Querini, editora


Aquí les dejo con una entrevista a Silvia Querini, editora de Lumen, a quien tengo el honor, y el placer, de conocer personalmente. Espero que les guste.

Para ver el vídeo, pulse aquí.
(Fotografía publicada en la revista Jot-Down.)

La política chachi


Queridos lectores de El cuaderno de Luis:

Les anuncio que han publicado mi primer artículo de opinión en un medio digital, Metrópoli Abierta. Se titula La política chachi y ya juzgarán ustedes si les gusta o no, si están de acuerdo con lo que dice o lo discuten, acciones todas ellas que ya no me corresponden.

No apto para el vuelo


Las tropas aerotransportadas tuvieron su momento de gloria en la Segunda Guerra Mundial. En aquellos tiempos, la única manera de dejar caer soldados tras las líneas enemigas era dejarlos caer con paracaídas desde un avión, aunque el resultado solía ser un tanto caótico, con centenares de soldados desperdigados por todas partes. Además, no podía arrojarse material pesado con paracaídas. Por lo tanto, si uno quería llegar a un sitio en concreto tras las líneas enemigas o pretendía llevar consigo material pesado (motocicletas, jeeps, cañones o cosas por el estilo), tenía que emplear planeadores.

Los primeros asaltos con planeador los llevaron a cabo los alemanes en la batalla de Francia, en 1940. Su asalto al fuerte de Eben-Emael, en el canal Alberto, Bélgica, fue un prodigio de osadía. Los planeadores alemanes aterrizaron, casi literalmente, en el techo del fuerte. La lección fue aprendida y pronto todos los países beligerantes comenzaron a preparar sus propias fuerzas aerotransportadas, y sus propios planeadores.

La relación entre los paracaidistas y los planeadores es difícil de explicar, pero no es buena. En el ejército de los EE.UU., los soldados que saltaban en paracaídas recibían una paga mayor que los que saltaban en planeador, porque se consideraba más peligrosa una cosa que la otra. Sin embargo, pregunten a cualquier paracaidista si se siente a gusto en un planeador sobre territorio enemigo, y le dirá que no. Era fácil que los pasajeros de un planeador acabaran mareados y el peligro de partirse la crisma en un mal aterrizaje no era pequeño, por no hablar de caer derribado por la artillería antiaérea. En tal caso, no había paracaídas para nadie.

Un Horsa en pleno vuelo.

Cuando comenzó a prepararse la invasión y a organizarse una fuerza aerotransportada seria, hubo que pensar en planeadores de combate. El primer planeador de los aliados, el Hotspur, solo admitía ocho pasajeros. Iban a necesitar algo más grande. Entonces se presentó en sociedad el Airspeed AS.51, más conocido como Horsa, en honor de un rey vikingo que no sé qué hizo en Inglaterra, pero nada bueno, seguro.

Observen el diseño modular del Horsa. 
Un prodigio de la ingeniería.

El Horsa se diseñó para veinticinco plazas, con todo el equipaje. También podía transportar un jeep o un cañón contracarro de 57 mm. Estaba todo construido de madera, en tres secciones que se atornillaban entre sí. Disponía de un tren de aterrizaje tipo trípode y era capaz de aterrizar en pistas muy cortas, gracias a sus flaps y a un freno paracaídas. La cola se separaba del cuerpo con facilidad, permitiendo salir a toda prisa del aparato, y la carlinga también podía levantarse, para facilitar la carga o descarga. 

Remolcado por un bombardero, rumbo a la Europa continental.

Se construyeron más de 3.600, aunque no se conoce la cifra exacta, y participaron en las principales operaciones aerotransportadas, sirviendo tanto a los americanos como a los británicos. Estuvieron en Sicilia, el Día D, la operación Market-Garden o el cruce del Rin. Aunque, en teoría, uno podía recuperar el planeador y volverlo a utilizar, eso sucedía muy rara vez, si es que sucedía alguna. Durante la guerra, transportaron a miles de soldados aliados y toda clase de material.

No sobrevive ningún Horsa original. Si acaso partes del fuselaje en un museo u otro. Sin embargo, gracias a los planos originales, conservados todos ellos, pudo construirse un Horsa idéntico a los que se emplearon el Día D. La intención era emplearlo en la película The Longest Day (1962) y filmarlo en pleno vuelo, cruzando el Canal de la Mancha. No pudo ser. Las autoridades británicas, después de examinar el planeador, lo declararon no apto para el vuelo. Hoy se exhibe en Francia, al lado del puente Pegasus, en el museo de Ranville, Normandía. Otras reproducciones (en total, unas nueve), empleadas en otras películas, se exhiben aquí y allá, en los EE.UU. y en Europa. Pero ninguna es apta para el vuelo, según la ley, pese a ser reproducciones exactas de las originales.

Los valientes pasajeros de un planeador británico.

Ahora que venga un paracaidista a decirnos que los pasajeros de los planeadores no corrían tantos riesgos. No aptas para el vuelo...

El puente Pegasus



Stephen E. Ambrose es conocido por el relato que hizo de la Compañía E (Easy) del 2.º Batallón del 506.º Regimiento de Infantería Paracaidista de la 101.ª División Aerotransportada de los EE.UU. El libro, Band of Brothers, dio paso a una serie de televisión producida por Steven Spielberg y Tom Hanks después del éxito de la película Save Private Ryan. Seguramente conocerán su título en castellano, Hermanos de sangre. El autor, que murió en 2002, también escribió un magnífico libro sobre el Día D. Pero antes ya había escrito Pegasus Bridge: June 6, 1944, que Inédita Editores ha traducido como (cómo no) El puente Pegasus.

Es un libro basado en una rigurosa reconstrucción de los hechos a partir del relato oral de los protagonistas, lo que le da un tono periodístico y fresco, y una aproximación más humana a los grandes hechos de armas. En este caso, narra uno de los golpes de mano más brillantes llevados a cabo por los paracaidistas británicos, que libraron el primer combate del Día D al tomar los puentes sobre el río Orne y el canal de Caen, vitales para sostener el flanco izquierdo de la invasión. 

Aunque el golpe de mano es conocido y protagoniza escenas de películas y ensayos, sus detalles no lo eran y este librito resulta muy interesante para los que sentimos curiosidad por estas cosas. Ambrose reconstruye casi al minuto el ataque a los puentes, pero también los largos meses de preparación y el destino de quienes fueron los primeros soldados de la primera batalla del desembarco de Normandía. Para los interesados, muy recomendable.

Equidistancias


Los amarillos se rigen por el lema O conmigo o contra mí, propio del fanatismo e impropio del ejercicio de la política. Por eso, cargan con todas las pólvoras contra aquéllos que critican las acciones del Gobierno de España, pero también las del amarillismo imperante. En verdad, el Gobierno de España pone las cosas fáciles a quienes quieran criticarlo, y no hace falta entrar en detalles, que nos conocemos todos; el grotesco y esperpéntico caos del amarillismo tampoco invita a las alabanzas. Pero el fanatismo es lo que tiene y los amarillos emplean el término equidistante con un deje despectivo, en son de burla o, mejor dicho, de desprecio. A la que uno cuestiona un poco, un poquito, el prusés, queda fichado como equidistante y, por lo tanto, repudiado.

¿Quién sacó a relucir el término equidistante? La historia del lenguaje alrededor del prusés es apasionante y un caso digno de un doctorado de semiótica, pero quién empleó equidistante por vez primera para definir a un tipo que considera el gobierno del PP una catástrofe nacional y el gobierno de los amarillos, otra (aunque, maticémoslo, no tan mala) fue seguramente un tipo de la nueva izquierda (vamos a llamarla así), que no sé si son los que ahora sí que pueden, los comunes, los de Colau, los de Podemos o quiénes, porque, la verdad, no me aclaro con ese lío de coaliciones que llevan. En un intento de jugar con dos barajas e intentar contentar a tirios y troyanos, se inventaron eso de ser equidistantes, en vez de llamarse neutrales, por ejemplo. Cuanto más retorcido el término, mejor: coyuntura mejor que situación; proceso participativo mejor que consulta; etc. Equidistante sonaba bien.

Metáfora de la equidistancia.
El mundo real, sin embargo, rara vez tiene dos brazos y dos platos iguales.

En propiedad, un tipo equidistante es el que se mantiene a la misma distancia de éste que de aquél. Una distancia física (mesurable en metros, en segundos, etc.) u otra moral o filosófica. En algunos casos, la equidistancia es la mejor opción. Por ejemplo, cuanto más lejos esté de esos dos, mejor, porque no quiero saber nada del uno ni del otro, porque mi batalla es otra. De ahí que el mejor equidistante sea, en verdad, el distante, el que no quiere saber nada de tanta tontería y se mantiene lo más lejos posible, como bien explicó en su momento el escritor Javier Pérez Andújar.

Ahora bien, algunas interpretaciones de la equidistancia no son las mejores. A principios de septiembre, saltándose todo el ordenamiento jurídico y sin respetar los derechos políticos y parlamentarios hasta ese momento vigentes, los amarillos intentaron imponer un régimen prácticamente autoritario suprimiendo la actual Constitución e imponiendo otra cosa (catalana) que un gobierno (catalán) podía cambiar a discreción, por el procedimiento de urgencia y en cuestión de horas, sin que la oposición pudiera siquiera proponer alternativas o discutir al detalle la propuesta, y un sistema judicial impuesto a dedo por la presidencia de la Generalidad de Cataluña. Sea usted o no partidario de la independencia de Cataluña, siendo ecuánime, no tendrá más remedio que afirmar que los derechos de la ciudadanía, la separación de poderes o las garantías que supone un Estado de derecho, por ejemplo, iban a ser mucho peores en el sistema propuesto que en el entonces (y ahora) vigente. ¿El de ahora es mejorable? Sí, no lo dudo, pero el propuesto lo empeoraba.

En cambio, la aplicación del artículo 155 es reversible, legítima y legal y no ha habido para tanto. De hecho, hemos pasado unos días más tranquilos, que buena falta hacía. No todos comparten mi opinión y algunos creen que no ha sido legítima o legal, por ejemplo. Por eso, se ha presentado hace poco un recurso ante el Tribunal Constitucional por la aplicación de esta ley, y veremos qué se concluye, pero hay que notar que la Ley de Transitoriedad Jurídica que aprobaron los amarillos no permitía que ésta fuera cuestionada, bajo ningún concepto. Es decir, no era lo mismo ni proporcionaba las mismas garantías. 

Podemos decirlo así: Una cosa era muy mala y podía haberse evitado y la otra, simplemente, no es buena, pero no hubo más remedio que aplicarla (añadiendo que se ofreció la oportunidad de no aplicarla a cambio de un adelanto electoral). Los que se definen a sí mismos como equidistantes (con una nota de orgullo) dicen, por el contrario, que una cosa fue mala y la otra, igual de mala (a veces incluso peor, por ser de derechas quien la aplicó). Los que insultan a otros llamándolos equidistantes no soportan que se compare lo que ellos hicieron con lo que hizo el Gobierno de España y se pongan ambos a la misma altura de maldad o incompetencia.

En una balanza de contrapeso, no funciona la equidistancia.
En el mundo real, tampoco (o pocas veces).

Ojo: no hay que ser equidistante. Hay que ser ecuánime.

Es decir, si tal cosa es mala porque la hace A, es igual de mala si la hacen B, C o D. Si tal cosa es mala o no lo es según la haga A, B, C o D, entonces no somos ecuánimes y no podremos afirmar que nuestros juicios son objetivos y racionales, porque no lo son. Algunas equidistancias pertenecen al primer caso, pero algunas, al segundo.

Si uno defiende la medicina y otro se planta defendiendo tonterías como el reiki, la homeopatía o la acupuntura, no hay que ser equidistante. Todo lo contrario. Hay que estar con la ciencia y mantenernos distantes del disparate. Lo que vale para curar enfermedades del cuerpo, vale para manejar un cuerpo político. Equidistancias, las justas. Ecuanimidad, siempre.

Porque, en resumen, en política hay que ser ecuánimes, porque la política tendría que basarse en hechos contrastables y verificables y en juicios racionales, pero ¡qué les voy a contar! Pasen, vean y luego lean, que es una manera de conservar la inteligencia en medio de tanta tontería.

Cosecha de Reyes



Cuál sería mi sorpresa al encontrar, entre toneladas de carbón... Por cierto, ¿nadie está interesado en unos cuantos quintales de antracita? ¡Al grano! Entre tanto mineral, dí con una funda nueva para el sable (En garde!) y alguna cosita más.


Entre los presentes recibidos, destacan los vídeos de una mítica serie de la BBC, la que protagonizó Peter Cushing entre 1956 y 1966 haciendo las veces de Sherlock Holmes. Por méritos propios, forma parte de las interpretaciones más estimadas por los sherlockholmesianos, y en verdad el físico de Cushing es ideal para interpretar al detective consultor del 221B de la calle Baker. Así, sumo algunas películas más a mi pequeña colección sobre Sherlock Holmes. ¡Bravo!

Libros, claro, que no falten. Hablaré de todos ellos en detalle un día u otro. Ahora, venga su presentación.


El primero, una concesión a la literatura de evasión, con el Eva, de Pérez-Reverte. El tal Falcó, un cínico agente secreto del bando franquista durante la Guerra Civil, es un personaje que ha llegado para quedarse en un par de novelas y seguramente en una tercera. Si habrá más, pregúntenle a don Arturo.


Luego, un título de Ático de los Libros que enseguida me llamó la atención, Montecassino, de Peter Caddick-Adams. Leí su doble biografía de Rommel y Montgomery y me causó muy buena impresión. Además, prestaba atención a algunos asuntos militares, como el trabajo de los Estados Mayores, que en muchos otros ensayos suelen pasarse por alto y su visión de la campaña de Italia durante la Segunda Guerra Mundial me interesa. Le tengo muchas ganas.


El tercer libro, acompañado de muy buena prensa, es el precioso volumen de La guerra en Grecia y Roma, de Peter Connolly, que es también un caramelo para un servidor de ustedes, que le pondrá la mano encima tan pronto como pueda. Dicen y cuentan que es de lo mejor en su género. Vamos a ver.


Finalmente, como cada año, les pedí el Ferrari con todos los gastos pagados a Sus Majestades y tal, pero me temo que tendrá que ser otro año. Quizá con los derechos de autor de la Historia torcida de la Filosofía... ¡Quién sabe!

Qué está pasando en Cataluña



Eduardo Mendoza es una persona sensata y culta. Estos dos adjetivos no son frecuentes, hoy en día, y tenemos que agradecer que, además, escriba muy bien. Catalán de toda la vida, barcelonés por más señas, se siente incómodo con el nacionalismo y lo ha manifestado en numerosas ocasiones. A la vista del prusés y sus excesos, con el ánimo encogido por cierto pesimismo (porque, como es sabido, los buenos humoristas son todos pesimistas), se propuso escribir un pequeño panfleto con sus reflexiones personales que tituló Qué está pasando en Cataluña y que publica Seix Barral. 

Me lo dejaron en el plato en una comida familiar, durante estas fiestas. Ayer pasé de la cubierta. Se lee en un abrir y cerrar de ojos, en un pispás, casi sin que uno se dé cuenta. Como su autor es persona sensata y culta, ya lo he dicho, da gusto leerlo. Uno no tiene que estar de acuerdo con todo lo que dice, pero entonces se obliga a razonar con la misma cordura que su autor, y éste es un ejercicio tan saludable como raro en los tiempos que nos ha tocado vivir.

Yo, por ejemplo, no creo en el carácter de los pueblos (sí en el de las personas). Si acaso, los pueblos tienen una cultura y es fácil comprobar como esa cultura es manipulada constantemente por el poder, sabe Dios para qué, aunque nos lo imaginamos. Mendoza, en cambio, habla del carácter catalán y llegados a este punto entiendo lo que dice y sueño con sentarme en un café a discutir amablemente sobre este aspecto, dispuesto a aprender y comprender, que es como hay que discutir entre personas civilizadas. No sé si Mendoza me convencería, creo que no, pero seguro que saldría de esa conversación mejor que entré.

Breve, claro, conciso, Mendoza expone con un estilo soberbio lo que él piensa, y me da igual lo que usted piense, porque, sea lo que sea, se aprende mucho observando cómo escribe, cómo expone, con qué cuidado traza su argumento este gran escritor. La aparente simplicidad del texto amaga un profundo dominio del lenguaje y el discurso, y un trabajo que no habrá sido fácil. ¡Prueben de escribir así! Verán por qué, acto seguido, aplaudo al maestro.

¿Qué es la Ilustración?


Kant, Manolo para los amigos, es un grandísimo filósofo. Sin embargo, sus obras tienen fama (muchas veces merecida) de ser de difícil lectura y muy pesadas de leer. Lástima, porque su obra es una de las más influyentes y fundamentales del pensamiento occidental. Suyo es el último intento de dar carta de autenticidad a la metafísica y pardiez, que casi lo consigue.

Pero lejos de esos textos críticos de tanta enjundia, escribió algunos pequeños opúsculos, principalmente sobre política y moral, que son una pequeña maravilla y que recomiendo leer a cualquiera que esté interesado tanto en la Ilustración como en la política. Son breves, tratan de asuntos que interesan a todos y aunque a veces Kant se nos va por las ramas (es Kant, qué le vamos a hacer), su magnífica intuición, lógica y precisión merece nuestra atención. 

Taurus ha recogido algunos de estos textos en un librito que titula como uno de sus ensayos más famosos: ¿Qué es la Ilustración? En este ensayo, precisamente, proclama el Sapere aude! que marca toda una época, una filosofía y un reto presente y futuro. Hablará de la paz perpetua, de una federación mundial de Estados, del derecho a expresar libremente las ideas de cada uno... Es una lectura básica y actual. Oh, sí, ¡mucho más actual de lo que creen muchos!

Si tiene algo entre las dos orejas llamado cerebro y lo utiliza de vez en cuando para razonar sobre nuestra sociedad, lea esto de Kant. En serio, léalo. Y piense después. Kant es muy grande, ya verán por qué, y también verán por qué tantos líderes que nos rodean son tan, tan pequeños.