La Mostra, al fin


Tantas entradas sobre Roma y perdonen ustedes. Todo porque un servidor quería ver lo nunca visto: la Mostra sobre Caravaggio de la Scuderia del Quirinale, en Roma. Cualquier excusa es buena para plantarse en Roma, dirán, pero ésta era bonísima e inexcusable.

El lunes a primera hora me presenté en la exposición. Me dejaron entrar media hora antes y salí de ahí pasado y bien pasado el mediodía. Gente, mucha gente, pero ¡qué maravilla! No tengo palabras. Durante años he visto fotografías y más fotografías de estos cuadros. Ni una sola es capaz de hacer justicia a sus colores, ni una sola es capaz de impresionarme tanto.

En la fotografía, la cola que me recibió. Poco después ya estaba dentro, admirándome del Canestro di Frutta... y de todos los demás cuadros.

No me pregunten cuál me gustó más. No sabría decirlo. Todos. A la fuerza, tantas horas pasé contemplándolos. Nunca más volveré a verlos todos juntos.

Aquella tarde me acerqué al Tíber para ver anochecer y cené en la Piazza Navona, dejándome acariciar por el rumor de las fuentes, las campanas de Sant'Agnese y el pasar del tiempo, lento y perezoso, de los instantes perfectos.

No podía ni debía de hacer otra cosa antes de partir de vuelta a casa.

Le Poste Vaticane


Los filatélicos que visitan Roma no pierden la oportunidad de cruzar la frontera y entrar en el estanco de los servicios postales de la Ciudad del Vaticano (Poste Vaticane). Porque el Estado más pequeño del mundo es, qué paradoja, uno de los países con más ajetreo postal del planeta. Editan un montón de sellos (la mayoría, de colección) y envían millones de cartas y postales cada año. Piensen que el ferrocarril del Vaticano (sí, el Vaticano tiene un ferrocarril, han leído bien), el ferrocarril del Vaticano, decía, dedica su línea ferroviaria íntegramente al servicio de correos.

Inquietud


Esta imagen no deja de inquietarme. Será una metáfora, ¡un presagio!, pero no sé de qué. Quizá sólo sean sillas vacias, y eso también sería inquietante, porque no concibo algo así sin poesía de por medio.

La cúpula de San Pedro


Juan Pablo II inauguró hacia 1990 (no recuerdo la fecha) un ascensor para subir cómodamente hasta el tambor de la cúpula de San Pedro en Vaticano, diseñada por Miquelangelo Buonarroti. Se agradece el progreso, pues el tambor está a cien metros del suelo. Cien metros. Parecen pocos, pero es la altura de la nave de la basílica. Recomiendo subir a la cúpula (sin ascensor) y asomarse al interior del templo desde arriba. Es imposible que no se arrugue el ombligo del turista, que no le sobrevenga un vértigo espantoso (y a la vez, dulce). Aunque la cúpula de Brunelleschi en Florencia está mejor construida y es más perfecta en muchos sentidos, su tambor está veinticinco metros por debajo del tambor de San Pedro. El hombre es capaz de hacer maravillas con un poco de ladrillo y argamasa. Lástima que gaste tantos esfuerzos en hacer el bestia.

San Pedro en Vaticano


Vano orgullo. En la nave central de San Pedro, una guía dice (en latín): La catedral de Tal Sitio llega hasta aquí (señal); La basílica de Tal Otro Sitio llega hasta aquí (señal); etc. ¡A ver quién la tiene más grande! Entre los católicos, la más grande es la de San Pedro en Vaticano, y punto final. Así han acabado las palabras de quien predicaba modestia, la de los pajarillos del cielo y los lirios de los campos. Tenerla más grande que los demás nos costó el Protestantismo y un siglo de guerras de religión. Pero antes de entonar el mea culpa, comprobemos que ningún protestante levantó nada igual, y admiremos la maravilla del disegno de Bramante y Miquelangelo. Una vez nos hayamos visto arrebatados por el estupor, la maravilla, incluso por una sensación de soberbia desmedida, a medias fruto de una exaltación estética y de la falta de azúcares (la vida del turista es muy sacrificada), una vez arrebatados, digo, volvamos al mea culpa y comprobaremos cuánto cuesta sentirse culpable de tanta belleza.

El Pantheon (II)


M.AGRIPA ME FECIT, reza la inscripción. Me construyó Marco Agripa.

Estamos en el Pantheon (el Panteón), uno de los edificios más prodigiosos del mundo. Hay que decir que ha perdido mucho. El mármol y el estuco que forraban el edificio volaron hace tiempo, y el bronce y el pan de oro que forraban la cúpula por dentro y por fuera, también. Hasta las puertas del templo se las llevaron, que fueron a parar a San Giovanni Laterano (si no me equivoco, que recito de memoria). Aún así, desnudo, el Pantheon tira para atrás. El diámetro de la cúpula semiesférica es de cuarenta y cinco metros, muy semejante al diámetro del tambor de la cúpula de San Pedro en Vaticano o del tambor de la cúpula de Santa María de las Flores, en Florencia.

El Pantheon fue cristianizado y hoy es templo católico. Yacen bajo el suelo de mármol algunos reyes, pero el más grande de todos es Raffaello di Sanzio, Rafael, otro de los grandes genios de la pintura. No pudieron escoger un sitio mejor.

No sé qué tiene el Pantheon que siempre me emociona. He visto la linterna iluminada de rojo al anochecer, y la he visto azul como el cielo. Y una vez que se apagaron las luces, no las eché en falta.

El Pantheon (I)


El Foro (IV)


El Foro (III)




El Foro (II)


Esto es Roma, o lo que queda de Roma, de la primera Roma que merece tal nombre. Durante siglos fue la cantera de la Ciudad y los papas se hacían con las columnas para levantar iglesias. Pastaron cabras entre las hierbas y ¿quién prestaba atención a las ruinas? Nadie, aunque Roma, la verdadera Roma, seguía viva en Occidente, quizá más viva que nunca. Roma fue Roma porque fue más que la suma de unas piedras. Hasta tal punto que si hoy tenemos Europa, es porque ayer tuvimos Roma. Estas ruinas, rescatadas finalmente del olvido, tendrían que venerarse como un lugar sagrado.

El Foro (I)


El Foro está hecho unos zorros, todo roto y desquiciado. Apenas queda un edificio en pie, del mármol que forraba el Palatino sólo queda el recuerdo y las palestras, los templos, las basílicas, tienen que imaginarse, más que verse. Pero estas piedras que piso son las mismas que pisó Horacio, el poeta, y desde lo alto de aquel muro Cicerón clamó contra Marco Antonio y se condenó a muerte. Allí mataron a César, allí lo incineró el pueblo, y todavía llenan de flores su tumba y lloran los idus de marzo. En este foro se leyó la Eneida por primera vez y corrían los chascarrillos de Cátulo. Ése es el Umbilicus Mundi, el ombligo del mundo, y uno comprueba que todos los caminos llevan a Roma. Vale.

Turistas y viajeros


El turista se pregunta qué aventura le espera a la vuelta de cada esquina. El turista es un tonto ingenuo, mientras que el viajero se las da de listo y va con la boca llena, exclamando: ¡Aventuras, a mí...! Al turista se la dan con queso continuamente, pero forma parte de su condición. Al viajero se la dan con queso lo mismo, pero el muy imbécil todavía se sigue creyendo listo. El turista, en fin, es capaz de emocionarse con una tontería, y en el fondo se trata de eso, no de otra cosa. El viajero no quiere dejarse sorprender. Pues ¿saben qué les digo? Que él se lo pierde.

Hasta debajo de las piedras


El metro de Roma tiene forma de X, con dos líneas, la A y la B, que se cruzan en Termini. Cualquier otra capital europea tiene un mapa del metro mucho más complicado. Pero Roma es Roma, qué le vamos a hacer, y los romanos echan la culpa a las piedras. No les falta razón porque mueves una piedra y ¡zas! surge la historia. Así, sin avisar. Los ingenieros romanos se enfrentan no a una capa freática, sino a múltiples capas históricas, y cada una de ellas reclama ejércitos de arqueólogos y funcionarios de Patrimonio, que detienen las obras a la primera de cambio. Es lo que hay. Sólo un cafre como Mussolini pudo abrir la Via dell'Impero al lado del Foro, arrasando con todo, arqueólogos incluidos. ¡Qué estropicio, por Dios!

Il ponte di Sant'Angelo

Chist, anochece. Ahora toca escuchar.

La capilla Contarelli (III)


Caravaggio pintó cuatro cuadros para la capilla Contarelli. Hacia 1599, La conversión de San Mateo y El martirio de San Mateo. A finales de 1600 recibió el encargo de pintar el cuadro que presidiría el altar, San Mateo y el ángel. Los dos cuadros que pintó con el mismo motivo se datan en 1601 (el mismo año que pintó la capilla Cerasi).

Las instrucciones eran precisas. San Mateo tenía que escribir el Evangelio al dictado de un ángel. Caravaggio volvió a reclamar a Matteo, el borrachín, y lo sentó en una silla savonarola, la misma que aparece en La conversión de San Mateo o La cena de Emaús. Pinto a Matteo tal como era: sucio y simple. Un ángel bellísimo con alas de cisne (me inclino a pensar que la modelo fue una hija de Longhi) guía la mano de Matteo. El ángel, un ángel impertinente, se inmiscuye en la escritura y Matteo aparece como analfabeto (y seguramente lo era). Déjame, que ya me pongo yo, parece que diga.

El cuadro causó el horror del cabildo de San Luis. La planta del pie de Matteo, sucísima, quedaba justo donde la hostia en el momento de la consagración, y los curas se tomaron el cuadro como una burla. Lo descolgaron y quisieron destrozarlo ahí mismo. El marqués de Giustiniani salvó el lienzo in extremis. Se comprometió a conseguir de Caravaggio otro cuadro para el altar a cambio de quedarse él con el primero, para su colección.

El segundo cuadro de San Mateo y el ángel es mucho más convencional. Amaga una broma, sin embargo. Para dar sensación de profundidad, el evangelista se arrodilla sobre un taburete, que hace como que sobresale del cuadro. A poco que nos fijemos, Caravaggio pintó a San Mateo justo antes de darse un tremendo batacazo por causa del ángel, pues el equilibrio del evangelista es poco menos que precario. Las bromas de Caravaggio abundan en sus cuadros romanos.

El primer San Mateo y el ángel fue a parar a Berlín en 1825 como parte de la colección Giustiniani. Sólo conservamos de ella una imagen en blanco y negro.

El 5 de mayo de 1945, un incendio arrasó la torre antiaérea de Friedrichshain, uno de los refugios de los museos berlineses. La lista de obras perdidas para siempre pone los pelos de punta: más de ocho mil piezas consideradas como antigüedades chinas, precolombinas o egipcias, estatuillas, vasos canopos, cerámica, sarcófagos, amuletos, una impresionante colección de vasos griegos, casi tres mil piezas de cristalería de valor excepcional, cuatrocientas de las mejores esculturas y bajorrelieves del Renacimiento, sin contar con los cuatrocientos diecisiete lienzos de la Gemäldegalerie (la Pinacoteca), demasiado grandes o demasiado delicados para ir a parar a las minas de sal donde se refugió el resto de la colección.

De la Pinacoteca se perdieron ciento cincuenta y ocho obras de la Escuela Italiana, entre las que destacan setenta y una pinturas de la colección Solly, diez de la colección Giustiniani y los grandes lienzos de las colecciones de los Lecchi y Hohenzollern. También, ochenta y nueve pinturas holandesas, cincuenta y cuatro flamencas y sesenta y siete pinturas alemanas. Entre éstas, obras de Fra Angelico, Luca Signorelli, Caravaggio, Rubens, Chardin, Zurbarán, Murillo, Reynolds y un larguísimo etcétera que parece que no se acaba nunca.

A decir de muchos, desde el punto de vista de la pérdida de obras de arte figurativas, el desastre de Friedrichshain sólo es comparable con el incendio del Palacio y el Alcázar de Madrid de 1734. Desde el punto de vista museístico, sólo el saqueo de los museos de Bagdad podría superarlo.

Todavía se desconocen las causas del incendio.

La capilla Contarelli (II)


Una moneda basta para iluminar el ciclo de San Mateo. ¡Qué barato resulta llenarse de asombro y admiración!

Los frescos del caballero de Arpino pasan desapercibidos. Los tres lienzos de Caravaggio se llevan todos los aplausos de la función. La justicia existe, al fin. Hace más de cuatrocientos años, el caballero de Arpino echó a Caravaggio de su taller porque le temía: tenía carácter y pintaba mejor que él. Lo abandonó, literalmente, aprovechando que estaba enfermo, casi moribundo. Fue a parar a un hospital que regentaba (San) Felipe Neri, y allí conoció al abate Crescenzi (albacea de la fortuna del cardenal Contarelli). El abate salvó la vida de Caravaggio.

Años después, el caballero de Arpino se vio forzado mediante sutilísimas argucias a renunciar al contrato de la capilla Contarelli. El cardenal del Monte ofreció a Caravaggio la oportunidad de su vida, aceptar el reto de pintar la capilla con la conversión y el martirio de San Mateo, y la escritura de su Evangelio. Contaba con el beneplácito del abate Crescenzi. Si triunfaba, el pájaro escaparía de la jaula de oro del palacio Madama de una vez y para siempre.

No fue fácil. Miquelangelo Merisi comenzó pintando El martirio de San Mateo. Las radiografías muestran que intentó imitar a su tocayo, Miquelangelo (Buonarroti), pero fracasó. Abandonó el cuadro, se entregó durante tres meses al vino, las mujeres, los chiquillos y la violencia, hasta que el cardenal del Monte lo recogió de la cuneta, le estiró de las orejas y le recomendó pintar como pintaba siempre, sin preocuparse por la opinión de los demás.

Pintó La conversión de San Mateo en muy poco tiempo, como le salió del alma. Sus amigos posaron para él, vestidos como criados de las casas del Monte y Giustiniani. Vemos a su querido Mario Minniti, pero también (posiblemente) al librero Gabrielli, a su amigo Orsi, pintor y marchante, a Onorio Longhi, arquitecto, poeta y espadachín, quizá a Trisegni, pintor... sus compañeros de juerga. También vemos a Matteo (San Mateo), mozo de la casa del Monte, un borracho notorio y viejo. El juego de luces aprovecha la iluminación natural de la capilla, no es ningún capricho. El cuadro está lleno de símbolos y metáforas. La mano del Cristo es la mano de Adán de La Creación de la Capilla Sixtina, un homenaje a Buonarroti. El conjunto es bellísimo.

Luego pintó El martirio de San Mateo, mucho más seguro de sí mismo, encima de su primer intento. Reprodujo una escena de violencia callejera en el interior de una iglesia, alrededor de la pila bautismal. Hay quien dice que el asesino de San Mateo es el mismo Rannuccio Tomassoni que Caravaggio mataría seis años después de un tajo en la entrepierna, pero me cuesta de creer. Es una escena aterradora. Gritos, pánico, todos abandonan al santo y nadie se ofrece a protegerlo de la locura homicida. Un ángel cae del cielo y entrega a Matteo, el viejo borracho y desquiciado, la palma del martirio. Entre los que huyen, Caravaggio se pinta a sí mismo con cara apenada y triste.

En 1600, los dos cuadros causaron sensación y dejaron anonadados a todos los pintores. El público se volvió loco y aplaudió a rabiar. Acudían a centenares a la capilla y el cabildo ingresó muchísimo en limosnas. Un año después, pintó San Mateo y el ángel, el cuadro que preside el altar. Por aquel entonces, Caravaggio ya se había instalado por su cuenta y había abandonado su residencia en el palacio Madama. Compartía lecho con otro amigo, un muchachín llamado Cecco, y se distanciaba de Minniti. Se había convertido en el pintor mejor pagado de Italia, y en el más pendenciero de todos.

La capilla Contarelli (I)


No negaré una cierta obsesión por la capilla Contarelli, de la iglesia de San Luigi dei Francesi. Es la iglesia nacional de Francia en Roma, gobernada por el cabildo de San Luis, una orden sacerdotal y conventual como tantas otras. Es casualidad y fortuna que San Luis, rey de Francia, sea mi santo patrón, y no ese otro Luis Gonzaga, que pasó veinticinco años encerrado en una cueva para ganarse el cielo. En cierto modo, como si el destino se burlara de mí, o me hiciera un guiño, San Luigi dei Francesi es mi iglesia en Roma.

La iglesia como tal no tiene nada del otro jueves, comparándose con las iglesias romanas de su tamaño. Tardó mucho más tiempo en construirse, es cierto, casi ochenta años. Las obras avanzaron mucho gracias a Catalina de Médicis (la mala de La reina Margot, de Dumas), que se alojó en el palacio Medici mientras estuvo en Roma y pagó en oro contante y sonante para que acabaran las obras. La iglesia la acabó Giacomo della Porta a finales del siglo XVI. La estancia de Catalina de Médicis en el palacio de su familia hizo que éste fuera conocido de ahí en adelante como palazzo Madama. Fíjense, está a dos pasos de San Luis. El palacio, hoy senado italiano, fue sede de las embajadas de Francia y el Gran Ducado de Toscana, y ambas las representaba el cardenal Francesco Maria del Monte (Monti) y Borbón, también diputado de la Fábrica de San Pedro (la institución encargada de la construcción y mantenimiento de las iglesias en Roma). Ojo al dato.

Tal se entra, la quinta capilla de la izquierda, al fondo, es la capilla Contarelli. El cardenal Contarelli (italianización de Cointrel, un apellido francés) era un tipo aprovechado, pinta y poco escrupuloso. Se hizo de oro administrando el Tesoro de la Iglesia y viendo cercano el fin de sus días intentó aliviar su estancia en el Purgatorio sobornando a su patrón, San Mateo. Quiso dedicarle una capilla de la iglesia de San Luis decorándola con frescos narrando la vida y milagros del evangelista, y otorgando una renta anual de cien monedas de oro al cabildo de San Luis para que se hiciera una misa diaria por su alma en esa misma capilla. Pero, atención, conociendo la ralea, la estupidez y la avaricia de los Cointrel, el cardenal dijo que nadie vería un duro de su herencia hasta que la capilla estuviera terminada y a punto para el culto. Dejó como albacea de su fortuna a la única persona honrada que había conocido en vida, Virgilio Crescenzi, y le ordenó administrar su fortuna y decorar la capilla según sus instrucciones. Luego, se murió, oportunamente.

Veinticinco años más tarde, la capilla estaba por hacer. En 1593, Giuseppe Cesari pintó los frescos del techo de la capilla. Seguramente le echó una mano un joven aprendiz milanés, de Caravaggio, recién llegado a Roma, de carácter sanguíneo y belicoso, que no tardó en enfrentarse al maestro. Cesari abandonó el trabajo para pintar para el papa, que le había nombrado caballero de Arpino y le ofrecía contratos mucho más interesantes. El cabildo de San Luis comenzó una serie inacabable de pleitos contra los Crescenzi: tanto los curas como los parientes del cardenal Contarelli querían la pasta y acabar la capilla de cualquier manera. Se montó un follón de mil diablos y la capilla, mientras tanto, seguía tapiada y cubierta de andamios. Se echaba encima el jubileo de 1600 y los peregrinos iban a hacerle el feo a San Luis si no se ponía pronto remedio al asunto. Eso era arriesgarse a perder mucho dinero. Mientras tanto, el alma del cardenal andaba por el Purgatorio sin el consuelo de la capilla, pobrecita, pero ¿quién pensaba en ella?

En 1597, el papa, aconsejado por el cardenal del Monte (amigo de los Crescenzi) decidió que las obras de la capilla Contarelli fueran competencia de la Fábrica de San Pedro. El cardenal del Monte se las apañó para que el caballero de Arpino renunciara al encargo de pintar la capilla. Luego recomendó a un pintor de veintisiete años que alojaba en su palacio, que había pintado para él, para los Maffei, los Giustiniani y los Crescenzi, pero que nunca había expuesto sus obras al público. Ese pintor era un tal Miquelangelo Merisi, de Caravaggio.

Ingenio hidráulico


Roma es la ciudad de las fuentes. Provista de acueductos y agua abundante, los papas creyeron oportuno alegrar los ojos y los oídos de Roma con fuentes monumentales de toda clase y condición. La más concurrida es la Fontana de Trevi, que parece el metro en hora punta, pero un paseo por Roma vendrá jalonado por fuentes, fuentes y más fuentes. Unas, monumentales; otras, modestas. Así tenemos neptunos, tritones, musas, angelitos, peces, monstruos, conchas, delfines, un gigantesco Moisés, cocodrilos, tortugas, elefantes, leones y un largo etcétera de bestias que miccionan, escupen, expelen o expulsan litros y litros de agua cantarina por toda la ciudad.

Sin embargo, son las fuentes de caño las que alegran la vida del turista sediento. Fuentes provistas de ingenio. Observen las dos fotografías. El agua cae por el caño, como es normal, y el turista convencional se agacha para meter su cara bajo el chorro. Saciará su sed, pero con esfuerzo, pues tendrá que doblegar su espalda, si no arrodillarse, para echar un trago. Pero si prestan un poco de atención, verán que el caño tiene un agujerito en la parte del medio, justo donde se dobla el caño. Tanto el romano como el turista avezado saben para qué sirve. Con un dedo tapan el caño principal. El agua sale entonces por el agujerito, a gran velocidad (principio de Pascal). Es un chorrito que calma al sediento ahorrándole el esfuerzo de doblar (tanto) la espalda. Desde el punto de vista de un ingeniero, es brillante.

Las termas y los mártires


Cuentan que hacia el 298 dC, Diocleciano encargó unas termas. Siete años después, se abrieron a los romanos. Trece hectáreas de balneario (casi dieciocho campos de fútbol) forradas de mármoles, cúpulas, enormes fábricas de agua caliente... Una maravilla de la higiene, el ocio y la ingeniería romana. Podía con la mugre de cuatro mil romanos por turno, lo que me parece mucha mugre. Eso sí, también cuentan que murieron unas cuantas docenas de cristianos esclavizados construyendo las termas, y esa muerte les valió la palma del martirio.

Llegaron los bárbaros y cortaron el agua (fue hacia el 537 dC). Las termas de Diocleciano se arruinaron solas, de puro abandono. Mil años después, el papa Pío IV pensó que algún provecho podría sacarse de tanta piedra y encargo a Miquelangelo Buonarroti, que pasaba por ahí, que hiciera alguna cosa con lo que quedaba del monumento. Miquelangelo no se lo pensó dos veces. Aprovechó algunas salas del tepidarium e hizo un apaño: cubrió las paredes de mármol y restauró una de las salas para cerrar el recinto. En un pispás se sacó de la manga la basílica de Santa Maria degli Angeli e dei Martiri (Santa Maria de los Ángeles y los Mártires). ¡Qué genio! Hasta de una chapuza hizo una obra de arte.

En los dos siglos que siguieron, trajeron retablos de San Pedro en Vaticano para decorar las paredes, pues corrió la opinión de que Miquelangelo había construido una iglesia demasiado sobria. En fin, eran tiempos barrocos. También entonces, en 1703, se instaló el reloj (calendario) solar. Servía para determinar la Pascua con los movimientos solar y lunar, aunque los amantes de lo esotérico siempre andan dándole vueltas a lo que no hay.

La basílica está a dos pasos de Termini, la estación central de Roma. Ha sido siempre el primer monumento que he visitado cuando he pasado por la Ciudad, por razones evidentes de proximidad, pero también porque merece la pena echarle un vistazo. Por fuera es un caos de tocho romano; por dentro, una maravilla que asombra tanto por su tamaño como por el equilibrio y la armonía de la arquitectura. Uno se siente pequeñito, pero no aplastado. Participa de la inmensidad del universo y de la modestia debida, pero también del genio de romanos y florentinos.

Aquí y allá


El día que me planté en Roma me recibieron con dos manifestaciones. Una, a favor de Berlusconi; otra, en contra. Como aquí, acudieron un millón de manifestantes por aquí y otro millón por allá, según los organizadores; según el sentido común, la lógica y la geometría, tirando largo, sumando las dos manifestaciones salían treinta mil personas, contando semáforos y farolas. ¡Ojo! Treinta mil personas son muchas personas. Pero estamos tan acostumbrados a que nos mientan con manifestaciones de millón que si sólo reunimos a medio millón de personas, fracasamos rotundamente.

Un paréntesis. Tomen todo el Passeig de Gràcia, la plaza Catalunya y todas las Ramblas hasta el mar, llénenlas de gente de pared a pared, de tal manera que vayan como en el metro, sin poder mover los brazos. Como mucho, mucho, habrán reunido a cuatrocientas mil personas.

Al día siguiente, debatí el asunto con algunos periodistas italianos en casa de los Petrucci. Eran escépticos con las cifras, aunque quizá no tanto como yo. Había alguno que sostenía que apretaditos, apretaditos, en el Circo Máximo podían sumarse medio millón de manifestantes. Apretaditos, añadí, escéptico. Pero ¿qué más da medio millón más o menos? A fin de cuentas, mucha gente o poca gente son aproximaciones perfectamente válidas y objetivas. De las cifras pasamos a las declaraciones del papa sobre el escándalo irlandés y de ahí a todas partes. Fue una velada interesantísima. Gracias.

Una semana después, los italianos han ido a votar. Eran las elecciones regionales en gran parte de Italia. Sólo han ido a votar dos terceras partes de los electores y los corresponsales de nuestros periódicos ya predican la desafección de los italianos por la política. ¿Desafección? ¡Puñeta! ¡Desapego! ¡Se dice desapego! Y para desapego, el nuestro. ¿Cuánta gente votará en las elecciones autonómicas catalanas? ¿La mitad del censo?

En Italia dicen que ha ganado la izquierda, pero también afirman que la derecha no ha sido derrotada. Lo mismo que aquí. Los partidos racistas están ganando posiciones. Aquí, también. El gobierno es lamentable, pero la oposición no augura mejoras. Como en casa.

La política italiana es chanchullera, corrupta, desvergonzada y vergonzante, tanto como la nuestra. La afición de Berlusconi por las señoritas y su enfermiza obsesión por no quedarse calvo afirman el éxito del populismo más canalla, el mismo populismo que gastamos aquí, en casa, aunque nosotros preferimos llevar los asuntos de señoritas con más discreción y optamos por envolvernos en banderas, ofensas y agravios, pretendiendo seriedad y ofreciendo aburrimiento. Berlusconi es igual de nefasto, pero más divertido, qué quieren que les diga.

Si hablamos de mafias, cabe añadir que esas mafias vienen aquí a blanquear su dinero en las promociones inmobiliarias y con la ayuda de nuestros bancos y cajas de ahorro, que han hecho su agosto con el dinero negro de media Europa. Los italianos se llevan las manos a la cabeza cuando hablan de España y las mafias. Yo también me llevo las manos a la cabeza cuando pienso en las mafias que pudren Italia. En una de estas conversaciones, acabamos todos sujetándonos la cabeza, no vaya a caerse.

En fin, lo que iba diciendo. Al llegar a Roma me recibieron millones de personas con banderas de colores. Tanto como afirmar que apenas un puñado aquí o allá. Fue muy divertido.

El proyecto Lázaro


The Lazarus Project (El proyecto Lázaro), de Aleksandar Hemon, editado por Duomo Ediciones, ha cosechado críticas bonísimas aquí y allá, en Europa y en Estados Unidos. A tanto llegaron las alabanzas que la novela ha sido finalista de dos grandes premios norteamericanos, el National Book Award y el National Book Critics Circle Award, ahí es nada.

El protagonista, Vladimir Brik, es un escritor frustrado, nihilista, deprimido y desorientado, un (e/in)migrante bosnio que todavía no ha encontrado un lugar en el mundo al que pueda llamar hogar (un hogar es donde cuando no estás te echan en falta, dice, cuando ve que nadie nunca le echará de menos). El proyecto Lázaro es la aventura que emprende para escribir una novela sobre Lázaro Averbuch, un judío también inmigrante, también residente en Chicago, que fue tiroteado en la casa del jefe de policía de la ciudad en 1908, hace ya un siglo. Le acompaña el recuerdo de su mujer americana (Mary) y su amigo bosnio (Rora), un fotógrafo que vive narrando cuentos y sucedidos.

El relato tiene guiños autobiográficos, los que tiene cualquier novela, pero esta vez parecen mucho más autobiográficos porque la obra es, si no original, sí personalísima. Hemon escribe como le viene en gana, y bien que hace, caramba. Aunque tengo que reconocer que me gusta mucho más al final que lo que me gustó al principio, y más me gusta después de haberla leído. Uno se mete en la obra, poquito a poco. Por eso, al principio, El proyecto Lázaro me decepcionó. En cambio, al final, me ha dejado el sabor de un buen libro.

Más en: http://www.aleksandarhemon.com/

Museos Capitolinos (VII, La Buona Ventura)

Una gitana lee la mano a un petimetre, un pisaverde que todavía no peina barba, un caballerete peripuesto que viste jubón sobre camisa y gasta sombrero de plumas y espada milanesa, al estilo de un matasietes de tres al cuarto, que se las da de listo y matador. La gitana, bellísima, le embelesa con sus zalamerías y él, creyéndose meritorio de tantos afectos, se deja hacer. Ella le acaricia la mano, cantándole las líneas del amor, mientras sus dedos hábiles le hurtan una sortija en medio del requiebro.

Tal es el primer cuadro de Caravaggio que llamó la atención del cardenal del Monte, que hoy puede verse en la Pinacoteca Capitolina. La Buona Ventura. El elemento que aparece en la fotografía soy yo, para dar fe que estuve ahí, aunque la fotografía no hace justicia (al Caravaggio). Es un cuadro bellísimo, que Miquelangelo Merisi pintó con dieciocho, quizá veinte años. Además, tiene más miga de la que aparenta, porque los personajes que retrató el pintor son apariencia en estado puro. Ella, la gitana, es una gazza ladra, aunque el primer vistazo nos mostrara a una bella zíngara tontita y enamoradiza. Y él ¿es acaso un caballero? Pues viste el jubón con los colores de la casa Giustiniani, y más parece mozo de la familia que hijo de ella. Viste de prestado, con más ganas que prestancia, y su orgullo es nimio, banal, vencido por un Eros travieso y cruel.

Es una obra primeriza. Caravaggio apenas apunta lo que puede llegar a ser, aunque esta composición sea el anuncio de cosas muy grandes y hermosas. Así, por ejemplo, la escena es un episodio cotidiano y menor, incluso vulgar. ¿El mérito de Caravaggio? Envolverla en poesía y mostrárnosla.

Museos Capitolinos (VI, la Loba Capitolina)


Cuentan que Rómulo y Remo eran hijos de Marte y una sacerdotisa virgen. Para evitar la persecución de un rey asesino y celoso de su poder, fueron abandonados en una cesta en el Tíber. Allá los encontró una loba (que respondía al nombre de Luperca), que los amamantó y cuidó. Luego fueron encontrados por unos pastores, crecieron fuertes y sanos, se vengaron del rey que quiso matarlos, matándolo a su vez. Luego fundaron Roma y redactaron las primeras leyes de la Ciudad. Juraron cumplirlas, pero Remo, un casquivano, se las tomó por el pito del sereno y Rómulo tuvo que poner orden. Lo mató. Con todo, Roma se llama Roma por Remo, porque Rómulo lo quiso así. Todo un detalle.

Esta historia abunda en lugares comunes: madres vírgenes fecundadas por divinidades, hermanos fratricidas, cestas flotando río abajo cargadas de príncipes recién nacidos... ¿Será verdad que la historia se repite?

Aunque nunca faltan envidiosos. Como en dialecto romano una loba es también una prostituta, no faltaron malas lenguas que asociaron el nombre de Luperca al de una ramera etrusca. ¡Qué mala sangre!

Fuera quien fuera, Luperca era de raza feroz y orgullosa. Como Roma.

Museos Capitolinos (V, Cupido)

Cupido, Eros para los amigos, es hijo de Venus y un pillo de mucho cuidado. Arco en mano, dispara dardos envenenados de deseo y concupiscencia al primero que pasa, por puro capricho. Aquí lo tenemos, tensando el arco, maquinando quién sabe cuántas travesuras. Amor omnia uincit, dice el refrán, y qué le vamos a hacer.

Museos Capitolinos (IV)




La colina capitolina




La colina capitolina o Capitolio es una de las colinas que rodean el Foro. Aquí se había construido el Tabularium (el archivo de Estado) y el templo de Júpiter, Saturno y Minerva. Las sabinas que raptaron los romanos fueron encerradas (y fecundadas) en esta colina, y si uno cometía un acto de traición o sumamente vil, los romanos le arrojaban colina capitolina abajo, para que diera con sus huesos contra la Roca Tarpeya (¡qué daño!).

Siglos después, el Capitolio se había convertido en Campidoglio y el papa Pablo III encargó a Miquelangelo Buonarroti que pusiera un poco de orden en el lugar, que daba pena. El genio de Miquelangelo diseñó una de las plazas más bellas y armoniosas del Renacimiento italiano, que no se completaría del todo hasta los tiempos de Caravaggio (cuando Longhi y della Porta acabaron el palazzo Senatorio).

La guinda del pastel es una estatua ecuestre del emperador Marco Aurelio en el centro de la plaza, que sirve de punto de referencia y perspectiva, a la vez que proporciona equilibrio a las masas de los palacios que la rodean. Cuentan que Miquelangelo mintió al papa cuando le dijo que el tipo del caballo no era un césar pagano (Marco Aurelio), sino Constantino, el césar que abrió Roma al cristianismo. Cuentan que el papa se tragó la bola y dio permiso al florentino para hacer lo que le viniera en gana con el bronce.

¡Cuánto agradecemos a Pablo III que se hiciera pasar por tonto!

Museos Capitolinos (III)

No importa qué digan los críticos de arte o los catedráticos de estética, es bella, abrumadoramente bella, y tanto me da por qué. En serio, ¿acaso importa? ¡No me vengan con porqués mientras me inclino ante ella! Qué gran misterio, el arte clásico: el cánon del equilibrio, la armonía, la discreción, y la fábrica de diosas bellísimas y arrebatadoras que hicieron enloquecer a Lord Byron, el renco, e hicieron del bonachón de Goethe un tipo perplejo y pusilánime.

Australia 2010


Tercero y cuarto, no está mal. Una carrera movidita. Ah, y perdonen la interrupción, que en seguida vuelvo a Roma.

Tempus fugit (visto y no visto)


Un turista avezado sabe que lo mejor del viaje será un visto y no visto. Un turista avezado, pues, transita con los ojos bien abiertos. Tempus fugit.

Il caffè (II)


Nadie prepara el café como los italianos. Nadie. En casa o en un local público, ya sea con la moka (la cafetera italiana o percoladora) o ya sea con la prodigiosa cafetera exprés, nos dan vuelta y media, se ponga uno como se ponga. Los cafés parisinos son famosos por la bohemia, pero beben aguachirle; los cafés vieneses sirven pastelillos emocionantes y gustosos, pero su café es manifiestamente mejorable; en el mejor hotel de Londres beben un café despreciable. ¿Quieren saber cómo puede ser de bueno el café? Vayan a Italia.

Sólo en Italia puede concebirse un café como postre, de lo rico que está. Si uno pide un menú, muchas veces puede escoger entre café y postre y yo, la mayor parte de las veces, sin dudarlo un segundo, pido el café.

Contrariamente a lo que se piensa, un espresso contiene mucha menos cafeína que un café americano, de esos que llaman de calcetín (hechos con una cafetera de filtro) y además es cremoso, aromático y delicioso. Lo relacionado con el café, en general, está cuidadísimo y el resultado salta a la vista. En el cappuccino se calienta la leche al vapor para darle al conjunto un punto de cremosidad exquisito. El ristretto es la esencia misma del café. El macchiato es al cortado español lo que el Paraíso al Purgatorio.

Se puede beber un café magnífico en casi cualquier parte. Si uno acude a Roma, puede tocar el Cielo en dos o tres locales de visita obligatoria. Yo tengo una inclinación sentimental por el Caffè di Sant'Eustachio, muy cerquita de la Piazza Navona, pero otra meca del café es La Tazza d'Oro, tocando a la Piazza della Rotonda (el Pantheon) donde sirven un café que hace llorar de alegría. También tropieza uno con locales como el Caffè Greco. Quizá no sirva un café tan excelente (con todo, bonísimo, exquisito, inmenso), pero recuerden fue fundado hacia 1730, y de café saben más que nadie. Casanovas, Goethe, Lord Byron, Keats, Shelley, Stendahl, Mendelssohn, Buffalo Bill... lo mencionan en sus memorias y escritos, siempre con admiración. Está en la Via dei Condotti, tocando a la Piazza Spagna, y uno no puede morir sin verlo. Que le den, a la Babington's Tea Room de la Piazza Spagna, un lugar de peregrinaje de los románticos anglosajones, que Keats murió en Roma tomando café.

El turista que agota sus fuerzas pateando la Città encuentra el agradable consuelo de un buen café cuando decide tomar un respiro, y el brebaje consigue santificar la bondad de un paréntesis. A fin de cuentas, estamos en Roma.

Enlaces de interés:
http://www.santeustachioilcaffe.it/
http://www.tazzadorocoffeeshop.com/
http://www.anticocaffegreco.eu/
http://www.babingtons.net/

Il caffè (I)

Retrato de Marco d'Aviano, tal como aparece en el sitio web del Vaticano.

Mucho puede hablarse del Gran Sitio de Viena, en 1683, y mucho ha influido en nuestras vidas. Quizá mucho más de lo que nos imaginamos. Los vieneses, por ejemplo, inventaron el croissant ese mismo año, por mucho que los franceses intenten quitarle importancia al asunto. Se comían la media luna por hacer rabiar a los turcos, de ahí esa forma tan característica. En Italia, al croissant se le llama cornetto, porque los italianos descubren en su forma peculiar el parecido a una cornamenta.

Volvamos a Viena. Cuando los polacos vencieron a los turcos, se hicieron con un montón de café. ¿Qué hacer con él? Un tal Kulczycki abrió la primera cafetería europea, pero los europeos consideraban que el café turco era un brebaje espantoso. Entonces, ¡aleluya!, apareció un predicador capuchino que pasaba por Viena, Marco d'Aviano, y nos alegró la existencia: invento el cappuccino.

Marco d'Aviano fue beatificado en 2003.

Sí, el cappuccino se inventó en Viena y la primera cafetería europea fue vienesa, pero los italianos se dan por satisfechos cuando señalan que Marco d'Aviano era italiano (¿de dónde, si no?) y cuando recuerdan que el Kulczycki cerró, pero el Florian, de Venecia, que abrió sus puertas en 1720, sigue abierto y es, ahora mismo, la cafetería más vieja de Europa. Toma, chincha y rabia.

Italia va más allá en la historia del café. Llegó la industrialización y con ella, el vapor. Con el vapor, Luigi Bezzera, empresario, que no soportaba que sus trabajadores perdieran el tiempo preparando y tomando café. ¡Qué ogro! Así que en 1901 inventó una máquina para hacer el café deprisa, deprisa (un café exprés o espresso), que funcionaba con vapor. Le salió el tiro por la culata, porque el espresso era un café muy bueno y sus trabajadores no hacía otra cosa que darle a la cafetera.

Harto, vendió la patente a Desiderio Pavoni. Al señor Pavoni tendrían que levantarle un monumento, porque modificó el invento y comercializó la cafetera exprés en bares y restaurantes. Esa inspiración ha alegrado el día a millones de personas de todo el mundo.

Fíjense en el prodigio tecnológico de una cafetera exprés. Primero, el café pasa por un molinillo de muelas (el de aspas no es capaz de moler el café tan finamente). Se coloca encima del filtro y el portafiltro se atornilla a la cafetera. Ahora sólo resta esperar que salga el café por las boquillas, y saldrá cuando pase agua caliente, a poco más de 90 ºC, a una presión de ocho a diez atmósferas (la presión es la clave, pues determinará la cremosidad del café) durante apenas veinte o treinta segundos. C'est voilà! Un'espresso!

Museos Capitolinos (II, Cicerón)




Museos Capitolinos (I, el pie griego)


Aunque estemos en Roma, tenemos que hablar del pie griego. El dedo más largo del pie griego es el segundo; le siguen el dedo gordo y los demás, aunque el tercero es casi tan largo como el segundo. Este pie tiene ventajas motrices sobre el pie egipcio (en el que predomina el dedo gordo) y el pie cuadrado (donde no predomina dedo alguno), porque, dicen los expertos, distribuye mejor las cargas sobre la parte delantera del pie. Estadísticamente, sin embargo, es el menos frecuente de los tres tipos de pie mencionados, que son los que resumen la morfología más habitual del pie. ¿Acaso triunfó Roma sobre el mundo antiguo porque pisaba mejor? ¡Qué cuestión tan interesante!

En el cánon del arte clásico, el pie tiene que ser un pie griego. Fíjense en todas las esculturas clásicas y verán que no miento. Roma está llena de pies griegos. Semejante cuestión tiene su importancia en el mundo del arte, pues el pie griego clásico es el más difícil de pintar o esculpir.

El palacio Madama


El palacio Madama es la sede del Senado italiano. Para los caravaggistas es algo más. Allí vivía el Cardenal del Monte y de Borbón, amigo personal del Gran Duque de Toscana y embajador de Francia. También, ahí voy, el connaisseur y el coleccionista de obras de arte más importante de Roma, con el permiso de su amigo, el marqués de Bassano, Vincenzo Giustiniani.

Del Monte descubrió la obra de Caravaggio a través de un marchante de cuadros al que algunos llamaban Valentino y otros tomaban por francés, que tenía su negocio justo donde ahora venden chucherías para turistas, en la Corsia Agonale. Prospero Orsi (luego amigo de Caravaggio) cobró una comisión por avisar al cardenal de la existencia de un joven pintor que prometía mucho, que pintaba flores muy bellas y de muchos colores. El cardenal compró (posiblemente) La Buona Ventura, que hoy puede verse en la Pinacoteca del Museo Capitolino. Giustiniani imitó al cardenal. Corrió la voz y se vendieron todos los cuadros que guardaba Valentino en un pispás. Al final, Michelangelo Merisi (al que todavía no se conocía como Caravaggio) se fue a vivir al palacio Madama con su aprendiz, amigo, modelo y quizá amante, Mario Minitti. El cardenal corría con todos los gastos.

En el palacio Madama, Michelangelo leyó los códices de Leonardo da Vinci y su tratado sobre pintura, preparó la escenografía de los retablos vivientes a los que tan aficionado era el cardenal, aprendió óptica, perfeccionó los latines, aprendió a tocar los madrigales de Monteverdi con el laúd y el violín, discutió de teología con Crescenzi y de ciencias con Galileo, conoció de primera mano centenares de obras de grandes maestros y pintó lo que le vino en gana, como le vino en gana y cuando le vino en gana. Del Monte recogió a un don nadie con talento y devolvió al mundo a Caravaggio. Deo gratias.

Desde I Tre Scalini, tartufo mediante, puedo ver las chimeneas del palacio Madama, y la callejuela donde se vendieron los primeros cuadros de Caravaggio. El palacio Giustiniani está a dos pasos; San Luigi dei Francesi, tocando, il caffè di Sant'Eustachio, vicino, vicino... El tartufo me hace sonreír. O quizá sea el recuerdo del espectáculo de la capilla Contarelli.

Operación Caravaggio


Desde que Longhi organizó en Milán la primera exposición internacional de la obra de Caravaggio, en los años ’50, no se había visto nada parecido. La mostra de la Scuderia del Quirinale pasará a la historia como un acontecimiento, y tardaremos muchos años en ver algo parecido. En confianza, no creo que se repita mientras viva. Sumando las iglesias, los museos y la mostra, algo más de dos terceras partes de toda la obra conocida de Michelangelo Merisi está en estos momentos en Roma. Si sólo contamos las obras indiscutiblemente pintadas por el de Caravaggio, serán más de tres cuartas partes del total.

¡No podía desperdiciar una ocasión como ésta! Hice las maletas y me planté en la Ciudad.

Don Pasquino


Un pasquín es un escrito anónimo que se fija en sitio público, con expresiones satíricas contra el Gobierno o contra una persona particular o corporación determinada, según la RAE. Pero ¿de dónde viene la palabra pasquín? ¿No se lo imaginan? De Roma.

En medio de la vía pública, en una de las esquinas del palacio Orsini, se exponen los restos de una antigua escultura. Dicen los sabios que representa a Menelao, héroe homérico. Los sabios dirán lo que quieran, que los romanos la llaman Don Pasquino y allá Menelao con los suyos.

Desde hace siglos, cualquiera puede acercarse a Don Pasquino para colgarle un letrero donde exponer sus quejas, una denuncia pública o lo que le venga en gana. En el pasado, no fueron pocas las veces que Don Pasquino hizo temblar los cimientos de las grandes familias italianas. Pero nadie se atrevía con Don Pasquino; ni los Borgia, que ya es decir. El mundo ha dado muchas vueltas desde entonces y hoy Don Pasquino se conforma con el cariño de los romanos y los visitantes avisados, que acuden a verlo y venerarlo.

No es para menos, porque Don Pasquino ha defendido la causa más noble de todas, la libertad, y merece un respeto.

Aeropuertos


Antes, los viajes eran aventuras, la vida era un viaje. Ir de aquí para allá es, hoy en día, un trámite. El viaje, infinitamente más trabajoso, se afrontaba como se afronta lo irrepetible, quizá lo inevitable. El trámite, en cambio, es molesto, aburrido, tediosamente anónimo y por lo tanto, enojoso. Con todo, quedan restos de poesía en los aeropuertos. Hay que ser paciente y perseverante, pasear con los ojos muy abiertos y el ánimo dispuesto para descubrirlos, pero haberlos, haylos, damos fe de ello.

La noche cae sobre Roma

La noche cae sobre Roma siempre callandito, sin avisar. O quizá calle el mundo, conteniendo la respiración, al ver la cúpula de San Pietro in Vaticano recortándose en el azul del cielo, que se tiñe de rojo y sangre y se estremece antes de morir. Deja atrás el rumor del Tíber, aliento de Roma, y las luces artificiales de una ciudad oscura.

Los mejores anocheceres son casuales y sorprenden al turista en el Tor di Nona. A su espalda, un vetusto edificio, una antigua prisión donde Caravaggio pasó tantas noches de calabozo. En esos tiempos, la noche era oscura y la luz, por lo tanto, brutal. Eso lo explica todo, no hay más.

La banda


Sucedió frente a la iglesia de Santa Caterina a Magnanapoli, el domingo, en la rotonda que une la Via Nazionale, la Via 4 de Novembre y el Largo Angelicum, desde el que se ve la Columna Trajana. Así, sin más, la banda entonó aires festivos y los peregrinos se pusieron a bailar la conga, con el cura al frente. Ver para creer.

Gente

Roma es lo que tiene: gente. Hay gente por todas partes. En su mayoría, turistas, pero también abundan peregrinos, estudiantes, curiosos... y romanos. Hay lugares en los que uno sabe que tendrá que enfrentarse a una muchedumbre: en la Fontana de Trevi, por ejemplo, donde antaño se bañó la señorita Ekberg; en el metro que va de Termini a Colosseo; en la entrada de la basílica de San Pietro in Vaticano; en casi cualquier parte. Gente, gente, gente.

Pero, de repente, el turista desnortado tropieza con una plaza minúscula, un callejón sombrío, una iglesia diminuta y el silencio se le echa encima, así, de repente. Entonces aguza el oído y descubre que el silencio no era tal. Atención, te está hablando Roma. El agua canta cuando surge de una pequeña fuente, las campanas se saludan con gravedad, desde muy lejos, las palomas se arrullan mientras huyen de ti, grazna un cuervo triste, petardea una Vespa quién sabe donde y al fin percibes un sutil cánon, perpétuo, del rumore della Città. Roma vive.

Una cuestión capital


Estos días en Roma han sido una delicia. En parte, gracias a la paciencia y la amabilidad de la familia Petrucci, que nunca podré agradecer lo suficiente.

En una de nuestras conversaciones surgió una cuestión capital, la heladería italiana.

Un servidor de ustedes es fanático del tartufo de I Tre Scalini, en la Piazza Navona. El sablazo es considerable, pero el tartufo de I Tre Scalini es, sin lugar a la menor duda, el mejor tartufo del mundo y parte del extranjero. El tartufo es un helado de chocolate con trocitos de chocolate, con una guinda sorpresa en medio, que se sirve cubierto de nata. Seguro que es pecado, de lo bueno que está.

Sandra, la señora Petrucci, sabe de mi afición por el tartufo, pero ella se muere por los helados de San Crispino. Adriano, en cambio, su marido, es defensor a ultranza de los helados de Giolitti. El debate es dulce, pero intenso, y ahora les diré por qué.

La clave del éxito de Giolitti es su apuesta por la artesanía y el clasicismo, por una heladería tradicional y contundente. Giolitti hace los mejores helados del mundo, y no hay nada más que decir, ni quien se atreva a discutirlo. San Crispino, en cambio, se abre camino a golpe de innovación. Miren, si no, sus helados con base de merengue, donde, ¡qué osadía!, han sustituido el azúcar por miel. Cuando uno va y prueba una cucharada del merengue nocciolato de San Crispino sabe por qué Roma está más cerca del cielo que cualquier otra ciudad.

Dejo a discreción del lector la resolución del debate, que va de gustos. Por mi parte, quede dicho, prefiero que la cuestión quede sin resolver. Es una excusa, como otra cualquiera, para acudir ahora a Giolitti, ahora a San Crispino, ahora a Giolitti, ahora a San Crispino... y postergar mi veredicto en esta cuestión capital hasta nueva orden.

http://www.ilgelatodisancrispino.it/
http://www.giolitti.it/

Aviso para lectores


Queridos y pacientes lectores de El cuaderno de Luis, que les sea leve. Porque un servidor ha pasado unos días en Roma y les va a dar la murga con Roma esto, Roma lo otro y Roma lo de más allá. Si no les gusta, pues qué le vamos a hacer, porque yo no me marcharé de aquí sin haberles contado toda la película.

Mi Leica se abolló en la Fontana de Trevi, pero aún así tiró 1.048 fotografías. Mis pies dan penita pena, pero aún así me llevaron de acá para allá un día y otro y otro más y el siguiente. Pero todavía dan vueltas a mi alrededor imágenes de una impresionante belleza.

Así que prepárense, que allá voy.

Los justos


Los justos, de Albert Camus, es una obra de teatro que se estrenó en 1949. Imagínense un grupo de terroristas de un tal partido socialista revolucionario. Quieren recibir al gran duque Sergio de todas las Rusias con un par de bombas, para cargárselo, hacer la revolución y tal. Uno de los líderes del grupo, Fedorov, es un fanático brutal, que ha perdido la humanidad que tenía, el amor que sentía y todo lo demás, y ahora no es más que una máquina de odio y absoluta sumisión al partido. Kaliayev, en cambio, es otra especie de fanático, nacido en el seno de un idealismo desaforado que se permite dar la vida, y quitarla, por la causa del amor (entendido sui generis). Cuando Kaliayev está a punto de arrojar la bomba mortífera, descubre que en el carruaje del gran duque viajan también unos niños. Entonces...

Camus escribe una obra de teatro en la que un grupo de terroristas discuten sobre la ética de sus crímenes. Puede leerse como una denuncia del gran absurdo de la violencia política, que en el fondo no es más que una forma de odio morboso y pestilente, o puede entenderse como un juego entre las diversas facciones de la izquierda europea en tiempos de Stalin, donde Camus, suponemos, deja entrever que hay revoluciones, o maneras de entender la revolución, que llevan en su seno la semilla del mal, y este mensaje provocaría la urticaria más aguda en la entonces poderosa organización comunista francesa, sometida todavía al PCUS soviético, de la que Camus se desentendería poco después.

Existe otra interpretación: Los justos sería un ejercicio de argumentación moral para el goce íntimo de la intelectualidad parisina de aquel entonces, que veneraba a Heidegger y permanecía ciega con respecto a Stalin. Es decir, una cháchara hueca y desnortada de una tropa de existencialistas bebedores de absenta. Se me va la mano detrás de esta hipótesis, pero no es el caso. Lo cierto es que Camus planta cara a la semilla de la tiranía que se oculta en el fanatismo revolucionario. Pero sigo imaginándome esas conversaciones de salón interminables y angostas sobre el significado existencial de todo este asunto, qué le vamos a hacer.

Todo acaba

Oficialmente, mañana se acaba el invierno y comienza la primavera. De un día al otro, así, sin avisar. Las flores andan desprevenidas y los pájaros, despistados, aunque estos últimos días el cielo ha apuntado algunos azules memorables, por llamar la atención. Luego todo serán prisas, ya verán, y nos caerá el verano encima antes de habernos dado cuenta. Lo de cada año, en resumen.

Peligro, entrevista

El descalabro de la nevada en Cataluña trae cola, y la que traerá. Miles de personas sin electricidad durante más de una semana, la inoperancia de los servicios de prevención y seguridad, los responsables del Gobierno quitándose de encima la responsabilidad y echando la culpa a los ciudadanos... El etcétera es larguísimo y uno se pregunta si tan mal están las cosas que una tormenta de nieve provoca una catástrofe.

Para callar a los que decían que el Gobierno no pegó sello ni dio pie con bola, el señor Montilla, president, llamó a TV3 y pidió que lo entrevistaran. Se van a enterar de quién soy yo, diría, al colgar el teléfono. La señora Terribas, que dirige eso de TV3 y que ganó cierta fama de entrevistadora incisiva, no quiso perder la oportunidad de volver a un plató. Ella fue la que recibió al señor Montilla y lo entrevistó.

Un error lo tiene cualquiera. Si quieren pasar un mal rato, vean la entrevista en:
http://www.tv3.cat/videos/2776910/Entrevista-integra-al-president-de-la-Generalitat.

Porque el discurso del señor Montilla es una sucesión de silencios incómodos y monólogos de cadencia lenta sin entonación y uno no sabe si ya ha dicho lo que tenía que decir o todavía no ha empezado a decirlo, y al minuto de oírlo hablar (es un decir) uno ya no se acuerda de qué iba el asunto. Quizá por eso pasa por más inteligente de lo que es en verdad. En cambio, la señora Terribas es impaciente y pregunta cuando el entrevistado calla, o comienza a callar, y por eso pasa por ser más incisiva de lo que en realidad es.

Como el señor Montilla más que hablar, callaba, la señora Terribas preguntaba cuando el señor Montilla todavía no había acabado de decir lo que quería decir, si es que quería decir algo. A eso se le llama interrupción, y hubo unas cuantas, una detrás de otra. Pero el señor Montilla seguía como un bulldozer, en línea recta, sin hacer caso de las preguntas recién nacidas, respondiendo a la pregunta primigenia, que ya nadie recordaba cuál era, ni siquiera él mismo. Un asco de entrevista, un desastre, una cosa aburridísima y desesperante. La población quería saber a qué atenerse y al día siguiente acudió en masa a poner velitas a Santa Rita, visto lo visto.

Los socialistas montilleros se han molestado, quién sabe por qué. Quizá porque su líder ha sido puesto en evidencia, aunque se puso él solito, me dirán. Pero el caso es que se han molestado lo mismo. El señor Ferran, por ejemplo, portavoz socialista en el Parlamento catalán, dijo que más que una entrevista, aquello había sido un interrogatorio (sic).

Pero el más bruto de todos, relata hoy El País, ha sido Miguel Ángel Martín, gerente del Instituto Metropolitano del Taxi, que en su facebook soltó que la señora Terribas estaba mal follada (sic) y que no puede ser que sea tan mala persona, tan tendenciosa, tan cínica, tan despectiva hacia su presidente, ahí queda eso. Cuando se le fue el calentón, borró la anotación, pidió perdón y dijo que había sido un comentario incorrecto, machista y fuera de lugar (¡nunca lo hubiéramos dicho!). Más alarmante que su prosa es el hecho de que aquí no dimite ni su señora madre, y eso que dijo lo que dijo. ¿Adónde iremos a parar? ¡A la calle, hombre! Aquí no valen medias tintas.

¡Están tan mal acostumbrados...! Ay del día que aprendamos a entrevistar a un presidente como Dios manda. Qué mal lo van a pasar algunos, si no todos.

Cuestión de conciencia

Tengo la conciencia muy limpia, ¡nunca la he utilizado!
(Anónimo.)

Problemas políticamente correctos

Quien insiste en no utilizar el genérico y emplear los dos géneros gramaticales, atentando contra la economía del lenguaje, se encuentra esta semana con una complicación sobrevenida. Norrie May-Welby, de 48 años, nació varón, pero no se sentía varón. En 1990, el bisturí y las leyes del Reino Unido hicieron de él una mujer. Sin embargo, el cambio de morfología sexual y de sexo legalmente reconocido no hicieron de ella una persona feliz. Descubrió que se sentía tan a disgusto con la condición de mujer como con la condición de varón e inició una batalla legal para ser declarada persona de sexo neutro. Las agencias de noticias no mencionan si además hubo un tratamiento médico para neutralizar su condición sexual, la que fuera. En el fondo, qué más da. La cuestión es que un tribunal del Reino Unido lo ha declarado, efectivamente, persona de sexo neutro, inaugurando una nueva condición sexual en la identidad de las personas de nacionalidad británica.

Para responder a la polémica generada, esta persona ha declarado que la orientación sexual no es tan importante como la gente cree. Lo dice quien ha pasado por todos los sexos, por algo será.

Quizá haya sido el primer caso de hermafroditismo legalmente reconocido como identidad sexual, o quizá no, porque quizá no sea exactamente hermafroditismo, sino otra cosa, la que ha sido reconocida. No lo sé, soy un ignorante y se me escapan estas sutilezas. Me importa poco ahora mismo, porque quiero hablar de palabros y señalar que los personajes políticamente correctos y gramaticalmente ineptos no tendrán suficiente con decir ciudadanos y ciudadanas, porque dejarán a alguno fuera, lo discriminarán y eso, ay, va contra los principios de su (mal) uso del lenguaje. En cambio, el denostado genérico incluye a todo el mundo, sin distinción de sexo.

Este artículo va de gramática, pero el caso del señor o señora May-Welby me trae a la cabeza un chiste de Forges, el Grande. En el mostrador de un registro burocrático, al rellenar un cuestionario el funcionario pregunta: ¿Sexo? y el ciudadano cabizbajo y triste responde: Muy poco, oiga.

¡Agua va!







Pasada la media noche, en el cruce entre el Paseo de San Juan y Diputación, una cañería de agua se ha ido a tomar viento. Cuentan los vecinos que el surtidor llegaba a los cuatro metros de altura y el agujero que ha dejado el reventón quita el hipo. Esta noche se ha formado un río, se han inundado bares, farmacias, quioscos y bajos, un transformador eléctrico se ha cortocircuitado, se ha cortado el tránsito, no sé qué habrá pasado con el metro... En fin, un follón. Se han presentado los bomberos, los técnicos del gas, la electricidad y, evidentemente, también los de la distribución de agua potable. Este mediodía todavía estaban parcheando lo que podían y los curiosos nos hemos acercado a ver.