La princesa prometida (Relato clásico de amores verdaderos y grandes aventuras escrito por S. Morgenstern)



¡Dejen de ser adultos por unas horas! O séanlo, pero dispuestos a dejarse llevar por un relato lleno de amores verdaderos, grandes aventuras y un tono irónico, iconoclasta, que sigue los cánones más clásicos del género al tiempo que les da la vuelta a todos, uno detrás de otro. El autor, William Goldman, se permite el lujo de cortar por lo sano la acción en el momento más emocionante para entrometerse en extrañas disquisiciones sobre una obra, la del florinés S. Morgenstern, que dice abreviar, o sobre cualquier otro asunto, qué más da. ¿Y saben qué? ¡Que el resultado es magnífico!

Un lector avezado disfrutará con tanta osadía argumental, con la ironía con que cuestiona las convenciones, con sus giros argumentales, su estructura temporal... y es bueno que se interese por ello, y que lo disfrute, pero ¡que no se pierda la emoción del cuento clásico, con piratas temibles, príncipes malvados cortejados por nobles más malvados todavía, bellas doncellas, venganzas pendientes, peligrosos asesinos, lugares tenebrosos llenos de peligros, hazañas increíbles, duelos con espada...! ¡Qué sé yo! Diría que no falta nada.

La película inspirada en esta novela se ha convertido, con el paso del tiempo, en un clásico del género de aventuras. Sus escenas de esgrima están más que conseguidas y la película hace justicia al tono de la novela. Si han visto la película, no se pierdan la novela; si no la han visto, lean la novela y luego vean la película, y ya me dirán. 

Una recomendación: hagan caso a los editores. Los editores les recomiendan, con muy buen tino, saltar las dos introducciones del autor e ir directamente al relato. Dejen las introducciones para después. Es un buen consejo.

En suma, felicidades a Ático de los Libros por haber publicado La princesa prometida. Quizá no sea una grandísima obra literaria, si nos ponemos picajosos, pero ¡quiá! ¡Qué bien nos lo pasamos leyéndola! ¡Adelante, pues! Me llamo Íñigo Montoya y tú mataste a mi padre. ¡Prepárate a morir!

Altamente recomendable para todas las edades.

Buen comienzo (Gran Premio de Australia 2018)


Arranca el Campeonato del Mundo de Fórmula 1 en Australia. Ha habido cambios de reglamento y más que habrá, buscando, se dice, el espectáculo. Mercedes-Benz se presentó avasallador en Australia. Aunque el segundo Mercedes-Benz (Bottas) tuvo un accidente en las pruebas de cualificación, el primero (Hamilton) parecía imbatible. ¿Otro año dominado por las Flechas de Plata?


Ferrari ha apostado fuerte y ha hecho modificaciones de enjundia en su coche de este año. Está delante, pero ¿lo suficientemente delante para batir a los alemanes? Otras escuderías también presentaban mejoras y apuestas tecnológicas, pero las pruebas clasificatorias de Australia pintaban una repetición del campeonato del año pasado.

Ahora bien, en carrera ha cambiado todo. Es difícil adelantar en Australia, así que Vettel, el primer Ferrari, ha aprovechado la salida del Safety Car y un cambio de neumáticos para adelantar a Hamilton, y de ahí en adelante ha dominado la carrera y se ha defendido más que bien. Ferrari ha quedado primero y tercero; Mercedes-Benz, segundo y octavo. ¿Seguirá igual de emocionante de ahora en adelante? Ojalá.

Una crítica que no merezco


Alberto Díaz Rueda publicó en Aragón una crítica de mi Historia torcida de la Filosofía

La Librería Serret la publica en su bloc y aquí la tenéis, lectores míos, para que podáis leerla:

Creo que es una crítica que no merezco, pero ¿quién soy yo para juzgar?

No estamos aquí para ayudar a los pobres


Otro artículo para Metrópoli Abierta: No estamos aquí para ayudar a los pobres.

Me temo que éste será polémico, pero, mientras la discusión sea razonada, educada, etcétera, bien. De eso se trata, de argumentar y respetar, para luego obrar en consecuencia. Ahí lo dejo.

No me salen las cuentas


Ésta es una batalla perdida, lo sé. Me refiero a la de contar manifestantes. Pero regresé al campo del honor hace unos días, cuando entrevistaron a un jubilado indignadísimo. Les pondré en antecedentes.

Jubilados manifestándose en Barcelona. Muchos.

Ya sabrán que los jubilados se manifestaron para protestar por el varapalo que están dándole desde el Gobierno a las pensiones. Su protesta surgió espontánea, ajena a los partidos políticos, a los sindicatos y compañía. Que yo sepa (y puedo equivocarme) sólo el PSOE había iniciado una reflexión en voz alta sobre el sistema de pensiones, pero no tuvo mucho eco en los medios de comunicación; si los demás partidos hicieron algo parecido, que se lo hagan mirar, porque su voz no nos llegó. 

¡Al grano! El caso es que las protestas de los jubilados se hicieron públicas sin intervención de los partidos y luego, cuando vieron el éxito, todos se sumaron al carro. Cínicamente, en algún caso. Señalo a los antiguos convergentes, que en su día votaron a favor del actual sistema de pensiones (el motivo de la queja) y hoy, sin rubor alguno, echan todas las culpas a eso que llaman Estado español, porque yo no fui, o no me acuerdo. Total, que los jubilados se manifestaron y sorprendieron a todos por su número y contundencia.

Ahora llega lo del jubilado indignadísimo. A su natural indignación por las pensiones de mierda, se sumaba ahora la estimación del número de manifestantes según la Guardia Urbana. Treinta mil, dijeron (en Barcelona). ¡¿Treinta mil?! ¡¿Cómo tienen la desfachatez de decir que sólo somos treinta mil?! ¡Somos muchos más!

En Corea del Norte sí que saben manifestarse, y numerarse.

Esas cosas pasan cuando contamos los manifestantes por millones. Pasa el papa de Roma por la calle y salen a saludarlo un millón de barceloneses. Gana el Barça alguna cosa y otro millón se echa a la calle. Las manifestaciones privatizadas à la Coréen del 11 de septiembre suman uno, dos o tres millones, si nos ponemos. Las que organizan los del otro bando, otro tanto. Hasta la más mínima protesta pasa del cuarto de millón de manifestantes. Hablar de treinta mil manifestantes es, en efecto, una bofetada en la cara, si contamos tan a lo grande cualquier salida a la calle.

Eso, en Barcelona. 
En Madrid lo tienen peor, porque se manifiestan hasta las ovejas.

Sostengo que nunca (repito: nunca) se han manifestado a la vez un millón de personas en Barcelona. No me lo creo. No me salen los números. Lo siento. Será mi manía de contar metros cuadrados y densidad de personas la que me lleva por mal camino, será que los manifestantes consiguen burlar la física y ocupar espacios mínimos inverosímiles y no me he enterado. Afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias y yo todavía no las he visto.

Un aficionado a la historia militar como un servidor de ustedes citaría batallas en las que se sumaron, entre amigos y enemigos, prietas las filas y en formación de falange, cuarenta, cincuenta o cien mil soldados, que se extendían por un frente de cinco kilómetros. Sabemos cuánto espacio ocupaba una legión romana, cuánto tiempo tardaron los persas en cruzar el Helesponto, cuántos kilómetros de carretera ocupa una división panzer... y luego nos vienen los manifestantes, o la Guardia Urbana, o quien sea, con doscientos mil manifestantes delante de la Estación de Francia, medio millón en el Paseo de Gracia o casi dos millones no sé dónde, y no sé dónde porque, literalmente, no caben.

Al indignadísimo señor jubilado le diría que treinta mil personas son mucha gente. Mucha. Además, observen ustedes que las últimas manifestaciones se están contando a la baja y van aproximándose a cifras más razonables. La manifestación feminista del 8 de marzo apenas sumó 200.000 personas, según las autoridades, en vez del millón que hubieran sido si en vez de lilas hubieran sido amarillas (porque la superficie del manifestódromo coincide con otras concentraciones millonarias). No sé si fueron tantas personas, pero sí que fueron muchas. 

Algunas manifestaciones son más difíciles de contar que otras.

Hace nada, la ANC protestó y dicen que llegó a 45.000 personas. Me parecen demasiadas, por el espacio ocupado; creo que algo próximo a la mitad de eso sería más correcto. Ay, cómo añoran el millón de antaño... Los de Tabarnia sumaron 15.000 personas, una cifra curiosamente razonable, aunque la acepto sólo con muchas reservas. La última de Sociedad Civil Catalana sumó 7.000 manifestantes, a decir de la Guardia Urbana, o 200.000, a decir de los organizadores. Dos órdenes de magnitud de diferencia no están nada mal y señalan que las matemáticas no son nuestro fuerte. Creo más próxima a la realidad la cifra de los 7.000; pero, entonces, la ANC habría sumado bastante menos de 20.000 personas y los de Tabarnia casi tanto, aunque algo menos, pero muy cerca; las feministas (¡ojo!) habrían sumado más de 100.000 y los jubilados, esos 30.000 justitos. ¡Mucha gente, carajo!

¿Qué se deduce de todo esto? Uno, que las manifestaciones controladas por el poder suman más personas por metro cuadrado que las demás. Dos, que últimamente se cuentan a la baja los manifestantes. Uno más dos, tres: últimamente la gente protesta al margen del discurso de los partidos. El punto tres daría para mucho y tendría que hacernos reflexionar a todos.

Existe un cuarto punto. La política ha de basarse en hechos, en la dura realidad. Quizá sería hora de admitir que el millón de manifestantes es y ha sido siempre una fantasía y que treinta mil personas son, en verdad, una muchedumbre numerosísima.

¡Queremos paracaídas!


Otro artículo en Metrópoli Abierta: ¡Queremos paracaídas!

En él expongo la necesidad de volver al Estado del Bienestar y dejarnos de banderitas. Pero, claro, es una opinión y como tal, discutible. Así que ahí la dejo.

En Facebook son idiotas


Lo digo sin ánimo de ofender, pero en Facebook son idiotas, o hacen grandes esfuerzos para parecer que lo son. 

Unos visitantes de un museo ante el lienzo de Courbet.

Les ha entrado una vena puritana que ni el Index Librorum Prohibitorum, que ya es decir. Hace un tiempo, censuraron El origen del mundo de Courbert, un cuadro al óleo en el que se ve lo que se ve, pero se ve en un museo abierto al público desde hace muchos años sin que nadie se haya muerto por eso. ¡Censurada! Enseña lo que no hay que enseñar, qué vergüenza.

La Venus de Willendorf, otra cochinada según Facebook.

Luego, la Venus de Willendorf, una de las primeras esculturas conocidas, una delicada piececita que retrata a una señora entrada en carnes, imagen prehistórica de la abundancia y la fertilidad. ¡Censurada! Menuda guarrada.

Libertad enseñando las tetas y guiando al pueblo a la perdición, a decir de Facebook.

Ahora le ha tocado el turno a un icono francés (que es tanto como decir europeo), porque Facebook se ha fijado en La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix. Como Libertad es una descocada, que, como República, va con el pecho al aire, como ya expliqué aquí, en:

Aquí anunciando una obra de ficción histórica. 
Imaginen un encuentro entre Edgar Allan Poe y Alexandre Dumas.
En medio de una revolución.
Entonces llegó Facebook.

El asunto de censurar a Libertad es una imagen poética, trágica y ridícula a un mismo tiempo, según desde donde se mire o cómo se mire. Un tipo anuncia una obra de teatro (Coups de feu Rue Saint-Roch) con el cuadro de Delacroix de fondo (muy propio para la obra) ¿y qué le ocurre? ¡Exacto! ¡Facebook le censura la imagen! ¿Qué es eso de ir enseñando las tetas, Libertad? 


El empresario de teatro no se lo ha pensado dos veces y ha colgado la misma imagen con un letrero que tapa las tetas de Libertad y dice: Censurado por Facebook. Luego añade que en la publicidad que repartan en el teatro sí que se le podrán ver las tetas a la Libertad que pintó Delacroix. Seguramente será un buen recurso publicitario, porque el sexo tira mucho, dicen.

También nos pierde la tontería. A unos más que a otros, por lo que veo. 

Yo, porque no tengo Facebook, porque, si no, colgaba ahora mismo La Virgen de la Leche de Andrea de Solario, también expuesta en el Museo del Louvre. También enseña la teta, les aviso.




La tertulia


El tarjetón que anunciaba la tertulia.

Ayer, 16 de marzo, se celebró en el Aula d'Escriptors (Aula de Escritores) del Ateneo de Barcelona una tertulia sobre la historia (torcida) de la Filosofía

En pie, Dolors Fernández; a la derecha, Francesc Cornadó.
El pasmarote de la camisa a cuadros es un servidor de ustedes.

Francesc Cornadó, secretario general de la Asociación Colegiada de Escritores de Cataluña (ACEC),  y Dolors Fernández, poeta del colectivo El Laberinto de Ariadna, me presentaron ante el respetable y dijeron maravillas de mí y de mi libro. Gracias, que no merezco tanto.

El autor, haciendo ver que atiende, mientras, con notable disimulo, busca la manera de hurgarse las narices sin llamar demasiado la atención. 

A continuación, tuve que intervenir como pude y hablé un poco de esto y un poco de aquello, porque ¡hay tantas cosas que decir cuando uno habla de filosofía...! El público permaneció en su puesto (buena señal, ¿no?).

La tertulia prosiguió una vez finalizado el acto.

Se procedió, acto seguido, a una tertulia, que fue animada. Al final, muy contento, me despedí del respetable, al que agradezco muchísimo, desde aquí, su paciencia y entusiasmo. Me lo pasé muy bien y se agradece el esfuerzo de los organizadores.

El autor, intentando pasar desapercibido entre el público.

De nuevo, gracias. Muchas gracias.


El veto a los paracaídas


Una muestra de popovismo hispano asegura que el primer paracaídista de la historia fue un cordobés, en los años del Califato. En fulano, Abbás Ibn Fimás, saltó desde lo alto de un peñasco en el año 852 y se pegó un tortazo de Padre y Señor mío, sobreviviendo de milagro. Algo parecido sucedió a los demás que se han hecho llamar inventores del paracaídas. Hasta que un francés, André Jacques Garnerin, en 1797, saltó de una montgolfiera sobre París, 350 metros de arriba abajo, y resultó ileso. Todo ante testigos. Se hizo famoso con sus saltos. Una vez, saltó desde más de 2.400 metros sobre Londres. Su mujer, Genevieve Labrosse, fue la primera mujer paracaídista en 1798 y su sobrina, Elisa, años más tarde, saltaría más de cuarenta veces desde un globo, todo un fenómeno. 

El invento de Garnerin fue perfeccionado y en 1914 los paracaídas eran... Eran razonablemente seguros, vamos a decirlo así. Pero también eran aparatosos, pesados. Los modelos disponibles en aquella época no cabían en los frágiles aeroplanos que volaban justo cuando estalló la Gran Guerra. Si cabían, molestaban. Ocupaban demasiado y el peso añadido impedía alcanzar la máxima altura, velocidad o maniobrabilidad del aparato, decían los ingenieros (y muchos pilotos). Otra cosa eran los globos de observación.

La cesta de un globo de observación francés.
Esa especie de bolsa de tela a la derecha, colgando de la cesta, es el paracaídas.

Desde que los franceses emplearon montgolfieras en las Guerras de la Revolución, los globos servían para observar al enemigo y, con el desarrollo de grandes piezas de artillería, para dirigir la puntería de éstas. Todo muy bien hasta que se inventaron los aeroplanos y a algún gracioso se le ocurrió armarlos con ametralladoras. 

Saltando desde la cesta de un globo.
El cono que cuelga de la cesta esconde el paracaídas.
Se supone que se abrirá.

Los globos de observación militares de la Gran Guerra estaban llenos de hidrógeno, altamente inflamable, y se veían de lejos. A la que se elevaba un globo de observación en el campo de batalla, se le echaban encima los aeroplanos enemigos, con malas y aviesas intenciones, y acudían de todas partes, como las moscas a un panal de rica miel. El intrépido navegante solía acabar malamente, cayendo de arriba abajo, y no es de extrañar que los tripulantes de los globos de observación fueran los primeros en llevar consigo un paracaídas... de 1914. En aquellos tiempos, eso no garantizaba una segura supervivencia: los paracaídas no se abrían, se rompían, si uno saltaba tarde, se incendiaban, incluso un buen salto podía quedar arruinado cuando se te caía encima la cesta y los restos del globo envueltos en llamas. Pero mejor eso que nada, ¿no?

Pero los pilotos de aeroplano... Ésos, no; ésos iban a pelo, sin paracaídas. Los inventores intentaban, por todos los medios, diseñar paracaídas más pequeños, ligeros y seguros, que pudieran ir en un avión de la época, pero se encontraron con la más férrea oposición de los oficiales al mando de las fuerzas aéreas. Primero, lo de siempre, que el paracaídas molesta, que es un engorro, que pesa demasiado... Como los nuevos diseños vencían estas dificultades iniciales, se buscaron otras excusas.

Los Imperios Centrales (Alemania y Austria-Hungría) apelaban al valor y la hombría de sus aeronautas. Si les damos una oportunidad para que salten y salven su vida, saltarán a la primera de cambio y la cobardía ganará fácilmente la partida, decían. Mejor preservar el valor, el honor, la hombría y todas esas cosas que te acaban matando. Los franceses pensaban más o menos lo mismo. Los británicos del Real Cuerpo Aéreo añadieron un matiz a semejante excusa. Cito una reflexión del Gabinete Aéreo acerca del posible uso del paracaídas, fechada en 1918:

Este Gabinete sostiene que la presencia de semejante aparato [el paracaídas] podría perjudicar al espíritu combativo de los pilotos y los empujaría a abandonar unos aeroplanos que, de otro modo, podrían regresar a la base para ser reparados.

Este argumento económico tenía poca validez cuando uno se encontraba cayendo en barrena en un aeroplano en llamas y tenía que decidir entre saltar al vacío, morir abrasado o pegarse un tiro con la pistola de reglamento, que para otra cosa no servía. En una situación tan trágica, tampoco sirve de gran cosa saber que uno ha combatido honorable y valientemente, ya ves, si al final la diñas.

Una imagen espeluznante. Un choque de dos aeroplanos en pleno combate.
Era un accidente relativamente frecuente.

Los testimonios de los pilotos de esa época reflejan claramente el horror y la tensión de las misiones de combate, la certeza de la muerte. Saber que podías matarte sin remedio no ayudaba en nada a la moral de los pilotos. Tampoco la oposición de los altos mandos militares al uso del paracaídas. 

Un piloto alemán poco después de haber aterrizado en paracaídas.

A mediados de 1918, los paracaídas ya podían subirse a un aeroplano sin demasiadas molestias, pero eso no cambió la postura de los franceses, británicos o italianos. Los alemanes y los austro-húngaros, en cambio, habían descubierto que los pilotos no salen de debajo de las piedras y que era más fácil fabricar un aeroplano que entrenar a un piloto decente. Así que adoptaron el paracaídas Heinicke (así lo apodaron). En agosto de 1918, se produjo el primer (y afortunado) salto en paracaídas del piloto de un avión derribado. Max Bauer, del Jasta 23, saltó de su aeroplano, que caía envuelto en llamas. Unos meses atrás, el oficial Bauer habría muerto de muy mala manera, pero esa vez sólo se llevo un susto morrocotudo.

No siempre un paracaídas te salva del apuro.
Este piloto, aunque casi se mata, salvó su vida.

Todos los argumentos del honor, la hombría, el valor, etcétera, quedaron en ridículo cuando se comprobó que el uso de los paracaídas mejoró la moral de los pilotos y los empujó a realizar hazañas más arriesgadas y memorables. Ahora subían a un avión con un atisbo de esperanza, pues la muerte en combate ya no era tan segura. Bastante segura, sí, pero no como antes. Incluso grandes ases de caza de la época emplearon el paracaídas y vivieron para contarlo... y para derribar a más enemigos. 

Entre agosto y noviembre de 1918, saltaron en paracaídas 43 pilotos; cuarenta eran alemanes y los otros tres, austro-húngaros; murieron doce, siete sufrieron heridas de diversa consideración en su caída; de estos últimos, dos fueron hechos prisioneros, a los que sumar otros dos que aterrizaron bien, pero en territorio enemigo. Los tres austro-húngaros saltaron sin hacerse daño, por si les interesa saberlo.

Las muertes en el salto fueron horribles: a uno se le enganchó el paracaídas en el timón de cola y murió arrastrado en la caída por su aeroplano; algunos paracaídas se quemaron y otros no se abrieron, o se rasgaron... Uno de los paracaidistas, Max Schnell, del Jasta 58, aterrizó sobre el tejado de una casa, indemne, y se mató al caer del tejado, el 28 de octubre de 1918, lo que añade a la tragedia un tanto de comedia (macabra). Pero tres de cada cuatro pilotos que emplearon el paracaídas salvaron su vida.

Atrapados en el ascensor


He aquí un nuevo artículo para Metrópoli Abierta. Se titula Atrapados en el ascensor

Me pregunto si alguien en verdad presta atención a las políticas sociales, a la sanidad y la educación pública, a las pensiones... Pero ¿será una pregunta retórica?

Il torto del soldato



Traducida al español como El crimen del soldado, Il torto del soldato fue publicada por Feltrinelli en 2012. Es una novela breve, como, por otro lado, suele ser habitual en su autor, Erri de Luca. También insiste en una escritura lúcida, poética, extraordinariamente sensible, que se expresa a través de una prosa sintética, en apariencia simple, medida al milímetro. Erri de Luca es un regalo para un aficionado al italiano, y para cualquier lector.

La obra se divide en dos partes. En la primera, un escritor (el propio autor) relata su relación con la escritura hebrea y poco a poco reflexiona sobre el Holocausto. Esta primera parte puede considerarse como una introducción, aunque tiene entidad propia y páginas magníficas. En la segunda, una mujer relata la fría y distante relación con su padre, un criminal de guerra nazi. Ambos narradores se encontrarán casualmente y ese accidente provocará una reacción inesperada en el viejo criminal. Pero también despertará el recuerdo de un lejano verano en Ischia en su hija. Y no diré más. ¡Léanla!

El relato es bellísimo y no le sobra ni le falta nada. Es, además, breve. Se lee con facilidad, se disfruta en cada palabra y se recuerda con placer. Una vez más, Erri de Luca nos da una lección de escritura. Si uno es además aficionado al italiano, quizá el placer sea mayor, porque la claridad (y la calidad) de la escritura de este autor es proverbial.

Creencias extrañas


Queridos lectores míos: ¡Otro artículo!

Será éste, titulado Creencias extrañas. Alguno se picará, porque comienzo diciendo que la homeopatía es una memez y eso me sirve como excusa para señalar que algunas ideas políticas y filosóficas también lo son y que haríamos bien en ejercer la política con racionalidad y sentido común y etcétera, etcétera.

Ahí lo dejo.

Tertulia sobre la historia (torcida) de la Filosofía


Se hace saber...

Queridos lectores de El cuaderno de Luis:

Os hago saber (y permitidme, excepcionalmente, el tuteo) que el próximo viernes 16 de marzo, en el Aula d'Escriptors del Ateneu de Barcelona, a las 1830 h., un servidor participará en la 

Tertulia sobre la historia (torcida) de la Filosofía.

Estáis avisados.

P.S,: El libro que sirve como excusa para la tertulia es éste.

Cabestros aéreos


Si usted quiere conducir un rebaño de cabras de un lugar a otro, las más de las veces emplea una cabra guía. En inglés, es una cabra de Judas (Judas' goat) porque es la que lleva a sus compañeras al matadero. En castellano, el término más parecido y conocido es el de cabestro, ese buey que sirve de guía a los toros bravos, a los que lleva al estabulario de una plaza de toros durante un encierro, pero también en el campo de un sitio al otro. Uno y otro bicho cumplen una misma función.

Sin embargo, Judas' goat tiene connotaciones muy interesantes, puesto que la tal cabra de Judas traiciona a sus semejantes llevándolas de cabeza al degüello. El cabestro, también, porque el final del toro es trágico, pero la palabra cabestro carece de ese tono cínico y macabro de la expresión inglesa. (Es una opinión personal y ahí la dejo.)

Pero no quería hablar de ganado. O quizá sí, pero de otro tipo de ganado. Véase:

A partir del otoño de 1942, gracias a la 8.ª Fuerza Aérea del Ejército del Aire de los EE.UU. (8th Air Fleet, USAAF), se inició la campaña de bombardeos estratégicos sobre Alemania y los territorios ocupados por el III Reich. Los B-17 y los B-24 norteamericanos bombardeaban de día, argumentando que a plena luz del día podrían apuntar mejor contra los blancos asignados: fábricas, nudos del ferrocarril, instalaciones militares, etc. También arrasaron grandes ciudades.

Desoyendo los consejos de los británicos (que bombardeaban de noche), los americanos comenzaron a enviar grupos de pocas docenas de bombarderos sobre Alemania. Las bajas fueron horribles. De hecho, era más fácil morir volando en un bombardero que luchando en primera línea en una división de infantería, dijeron bien pronto las estadísticas. La probabilidad de regresar intacto de una misión de guerra oscilaba entre el 20 y el 50%. 

En mayo de 1943, el Memphis Belle (un B-17), fue el primer bombardero de la 8.ª Fuerza Aérea en sobrevivir a veinticinco misiones de combate; en total, poco más de 148 horas de vuelo; la primera misión la había realizado en noviembre de 1942 y ningún otro bombardero había sobrevivido a tantas misiones de combate hasta entonces. A finales de 1943 y ya en 1944, comenzaron a desplegarse cazas de escolta de gran radio de acción (P-38, P-47 y, especialmente, P-51) y los bombarderos comenzaron a volar en grandes formaciones no de docenas, sino de centenares de bombarderos. 

Uno de los cabestros aéreos más curiosos, pintado de tal manera que simula no ser uno, sino varios bombarderos. Es un B-24 pintado de color verde, como era la norma en 1943 y parte de 1944. Este patrón de pintura fue imitado en al menos dos aeroplanos más.


Un B-24, en un escaqueado negro y amarillo.

Un B-17, a franjas rojas y blancas.
Dicho de otra manera, un bombardero del Atletic de Bilbao.

Un diseño curioso para un B-24, con rayos de color rojo sobre fondo blanco.

La presión contra la Luftwaffe (el Ejército del Aire alemán) consiguió que la balanza se inclinara del lado aliado y que se consiguiera la superioridad aérea sobre Alemania. Las formaciones de bombarderos llegaron a alcanzar, en algunos casos, las mil unidades (especialmente, a finales de 1944 y en 1945) y como el vuelo de centenares de bombarderos no podía esconderse a ningún radar (ni a la simple vista), los americanos dejaron de pintar con colores de camuflaje a sus cazas y bombarderos. Total, ¿para qué, si los veían venir desde lejos? Dejaron de ser verdes por arriba y azules por debajo para aparecer sin pintar, de color aluminio. Todo eso que se ahorraban en pintura. Economía de guerra.

Tres B-24 en formación. El primero (a la derecha) es una vaca moteada.
Obsérvese que, al final de la guerra, los bombarderos no se pintaban y eran, directamente, de color aluminio.

Pero estas grandes formaciones eran todo un problema de organización. No es lo mismo dirigir a un par de escuadrones contra una fábrica de la IG Farben que a centenares de aparatos contra, pongamos por caso, Berlín. Entonces surgió la figura del Bomber Leader. Los británicos ya la habían adoptado antes, en 1942, empleando para ello bombarderos Mosquito, pequeños, rápidos, capaces de esquivar a los cazas alemanes, que señalarían los blancos a las formaciones de bombarderos cuatrimotores con bengalas o bombas de fósforo. Pero los americanos optaron por una estrategia completamente diferente y aquí surge la figura del cabestro aéreo, de lo que las tripulaciones aliadas llamaron, con ese cinismo tan típico de quienes se enfrentan a diario a la muerte, Judas' Goat.

El típico Judas' Goat era un bombardero prácticamente al final de su vida útil, que, por decirlo de alguna manera, ya casi no podía con su alma. El avión se pintaba de la manera más llamativa posible, con colores vivos y diseños disparatados. Su misión era ser visto, ser visto desde lejos, y no se ahorraban esfuerzos para conseguirlo. El primer Judas' Goat que se conoce y está documentado era un B-24 de color amarillo limón con topos rojos y azules por todo el cuerpo.

Un B-24 pintado de color blanco con topos azules y rojos.
Además, con boca y ojos. Un típico Polka Dot Bomber.

Abundaban los aeroplanos pintados de blanco, de rojo o de amarillo. Solían pintarse a rayas, a topos, a cuadros, con grandes bandas, con la combinación de colores lo más escandalosa posible. Los aeroplanos a topos fueron bautizados Polka Dot Bombers (una traducción libre sería Bombarderos con bata de lunares) o Spotted Cows (vacas moteadas), y son, en sí mismos, un mundo de colores, inverosímil en un aeroplano militar. Ni siquiera el Circus de Von Richtoffen en la Gran Guerra alcanzó semejante disparate de colores.

El bombardero así pintado daba vueltas alrededor de las bases aéreas británicas y las escuadrillas de bombarderos, a medida que iban despegando, formaban a su alrededor. Cuando se había conseguido reunir a todos los atacantes, el Judas' Goat de turno enfilaba rumbo a su objetivo y la formación entera le seguía. De esta manera tan curiosa se organizaban las misiones contra Alemania y de ahí que el nombre de Judas' Goat fuera tan adecuado.


Fotografía y dibujo a color (perfil) de un B-24.
Es un típico ejemplar de Polka Dot Bomber o Spotted Cow.
Este bombardero en concreto quedó convertido en chatarra en un aterrizaje en su 49.ª misión de combate. No hubo bajas de milagro. Simplemente, se le colapsó el tren de aterrizaje, de puro viejo.

Ni que decir tiene que los pilotos de cazas alemanes sufrían un síncope cuando veían a uno de esos bombarderos multicolores. Was ist das?, exclamaban. Curiosamente, aunque todos querían pillar por delante a un bombardero de colorines, las bajas de los Judas' Goats fueron relativamente pocas debidas al fuego enemigo. Eso sí, como eran trastos al límite de su vida útil, muchos se perdieron durante el regreso cuando, por ejemplo, se colapsaba su tren de aterrizaje o se les averiaba un motor. Pero ésa era su misión, la de llamar la atención, y como estaba previsto que los alemanes se lanzarían sobre esos aeroplanos, mejor no emplear a los nuevos para esa misión, ¿no?

Los aficionados a la aeronáutica tienen un montón de aeroplanos de colorines capaces de alegrar cualquier colección de modelismo. Hoy nos parece increíble la técnica de llamar la atención con tanto descaro sobre territorio enemigo y la consideramos prácticamente suicida, pero funcionó, y los aficionados a la historia militar, como yo mismo, disfrutan con esta clase de historias. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en la mezcla de sentimientos del tripulante de uno de esos bombarderos tan llamativos, justo antes de despegar, o ya en pleno vuelo. ¿Qué sentirían ustedes al volar en un avión pintado como un payaso a punto de sobrevolar Alemania, oyendo por radio que se aproximan los cazas enemigos?