Santa Catalina de Alejandría, de Caravaggio.
Imagen cedida por el museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid.
Amplien la imagen y verán ustedes.
Uno de los lienzos de Michelangelo Merisi da Caravaggio que más he disfrutado es el de Santa Catalina de Alejandría. Juega con los símbolos y los significados. A primera vista, es una iconografía más o menos clásica de la santa: la rueda, la palma del martirio, la espada... A poco que observamos con cuidado (y no hace falta esforzarse mucho) veremos que es la imagen de una representación de la santa; es decir, para entendernos, no pinta a Santa Catalina valiéndose de una modelo, sino que pinta a una modelo haciéndose pasar por Santa Catalina, y no sé si me he explicado bien.
Ante nuestros ojos, Filis Melandroni, entonces una moza de unos dieciocho años, posa para el pintor acariciando su espada ropera (la del pintor). Es un gesto sensual, que viene subrayado por la mirada que dirige al público. Parece decirnos que el degüello es algo dulce y placentero, pues, ¿no te lleva el martirio directamente hacia el Paraíso? Pero también es la espada metáfora de miembros viriles y penetraciones, por aquello de enfundarla, y entonces la lectura del lienzo adquiere nuevas dimensiones.
El librito me cita, hablando de las espadas de Caravaggio.
El cuadro fue un encargo del mecenas de Caravaggio, el cardenal del Monte, que tenía una gran afición a los tableaux vivants, una especie de teatro en el que uno o varios figurantes reproducían una escena sacra o mitológica ante el público mientras un poeta recitaba o cantaba versos sobre la escena representada. Sabemos que el cardenal del Monte gustaba mucho de tocar el laúd en estas ocasiones con el cardenal Farnese, su adversario político a la vez que compañero de parrandas.
También damos por hecho que Filis Melandroni participaba como figurante en alguna ocasión y que Caravaggio pudo haber sido el escenógrafo, jugando con las luces. Los pintores cortesanos solían pintar los fondos del escenario de estas representaciones, pero imagínense la modernidad de un escenario completamente a oscuras en el que, de repente, un rayo de luz descubre una escena que antes permanecía oculta.
Para ilustrar eso del tableau vivant, una muestra.
Este efecto lo vemos en el cine o el teatro muy a menudo, pero el chiaroscuro de Caravaggio fue, en su día, como una bofetada, algo inédito y sorprendente, muy dramático. Vistas así las cosas, y sabiendo que el cardenal del Monte sentía una especial vocación por Santa Catalina de Alejandría y el arte moderno (nunca mejor dicho, y no sé si pillan el chiste), yo doy por más que posible que Caravaggio pintara una de las escenas de un tableaux vivant más que una iconografía clásica, pero con todos los elementos de ésta.
El lienzo se considera un gran salto cualitativo tanto en la técnica como en la perfección del lenguaje pictórico de Caravaggio. Por si fuera poco, es bellísimo, y no me hacen falta más razones.
La cuestión es que los responsables del museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid, creyeron que había llegado el día de examinar a fondo el cuadro y proceder a restaurarlo. Fue una labor minuciosa y meritoria que nos ha devuelto a una Santa Catalina más limpia y reluciente que nunca. Bravi!
Para difundir su trabajo, el equipo de restauradores ha publicado un librito profusamente ilustrado donde se explican los detalles técnicos del lienzo, Descubriendo a Caravaggio. De paso, conocemos mejor cómo pintaba Caravaggio y nos asombra todavía más su genialidad. Como decían las crónicas de la época (a las que quizá habría que conceder más crédito) pintaba sin esbozos preparatorios. Dejaba unas marcas con un estilete o un puñal, quién sabe, sobre la capa de imprimación o las primeras capas de pintura y eso era todo. Eso nos hace admirar con mayor razón el fruto de su trabajo. Pintaba tal cual le salía.
(Personalmente, me ha gustado mucho descubrir que Caravaggio primero pintó la rueda entera y luego, resuelta la composición, la rompió para dejarla tal cual la vemos hoy).
Los restauradores han descubierto tres correcciones principales sobre la marcha. Una, en la mano izquierda de la modelo, que se pintó primero en una posición ligeramente diferente. Otra, en la falda y el manto: la versión final ha crecido un poco y alguna arruga ha cambiado de sitio. Pero quizá sea la tercera corrección la más llamativa. Se trata del color del traje.
En efecto, parece ser que la santa llevaba un traje rojo. Caravaggio lo repintó con tonos azulados y se quedó el que ahora vemos. Los restauradores no creen que sea una pintura por debajo para dar profundidad al color final, porque se trata, sin duda, de un trabajo muy elaborado, con varias capas de rojos y bermellones. Simplemente, cambió el color del traje a última hora. ¿Por qué?
Un aplauso para el equipo de restauradores.
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